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Cóndor Multicolor: Aya, en la búsqueda de ‘Solsticio’


Por: Olugna


Es tiempo de tomar algo de aire, ha sido una larga caminata a través de la montaña. Sus tenis empolvados y su pantalón cubierto de tierra lo confirman. La fatiga evidente solo es la reafirmación. Es un hombre joven de mochila terciada que busca descansar, mientras mantiene su mirada fija hacia lo más alto. Detrás de él, los árboles cuidan la quebrada. La posición de sus manos indica que un diálogo sensitivo comenzará en el instante que cierre sus ojos. Su rostro, ahora, le pertenece a la selva, a la madre tierra. En ese instante, el silencio lo envuelve y la bóveda ―el útero de la vida misma― respira.


La acción recreada se extiende alrededor de 15 segundos. Tiempo suficiente para entender la intención que buscó su director, Juan Riaño Flórez: llevarnos a ese instante en el que por fin escuchamos la voz de la naturaleza. Lo hizo a través de Aya, el hombre de mochila terciada que protagoniza el video.

La bóveda respira. Un pulso húmedo recorre las paredes mientras Aya se interna, guiado por la voz que le pide besar la orilla del cielo azul. El silencio ―esquivo a las selvas de asfalto― solo es interrumpido por los susurros de la montaña: un llamado sutil a voltear la mirada hacia el origen y reencontrarse con él.

Es una pieza audiovisual delicada atravesada de principio a fin, a lo largo de siete minutos y medio, por los sonidos de la naturaleza que reciben la compañía de la música: una fusión de ambient, space rock y otras expresiones atmosféricas que nos piden concentrarnos en la premisa que nos entrega Cóndor Multicolor en ‘Solsticio’, su lanzamiento más reciente.


El argumento narrativo del videoclip nos invita a seguir los pasos de Aya a través de las montañas de Quindío. El personaje ficticio, cuyo nombre aparece en algunos antecedentes indígenas, es la representación del ser humano tratando de regresar al útero. La curiosidad que exhibe a lo largo de la pieza es el retrato de las inquietudes que hemos olvidado resolver durante nuestra travesía por esos paisajes artificiales de edificios altos, autopistas atascadas de sueños frustrados y satisfacciones vacías.

El video condensa esa experiencia. Es un viaje hacia dimensiones sin temporalidad definida, porque si lo pensamos bien, nacimos de la Madre Tierra y a ella regresaremos. La naturaleza, al final, es una bóveda ―sagrada, si se quiere― en la que el tiempo se despoja de su linealidad.


Las guitarras de Diego Villa, enviadas desde Alemania, trazan un hilo sobre la acción recreada en el video, mientras el registro down tempo y los matices de space rock sostienen el latido de la escena.

«‘Solsticio’ es una canción de la naturaleza que se materializó a través de nosotros, un regalo del cosmos», ha dicho la banda.


Es una metáfora y una interpretación: cada nota y cada imagen son extensiones de un mismo cuerpo, uno que bebe del agua de la montaña y se integra con los demás elementos de la naturaleza.

Cóndor Multicolor habita en el cruce de caminos donde la música se funde con el performance y las artes visuales. Desde el Quindío, su obra ha tejido rutas que van de la experimentación sonora a la construcción de imaginarios que dialogan con la naturaleza y la cosmovisión andina. ‘Solsticio’ se apega a esa esencia. No surge como pieza aislada, sino como un capítulo dentro de un concepto mayor, uno que ha sabido extender sus alas para sobrevolar territorios físicos y simbólicos: el trasegar del ave voladora más grande del mundo para mostrarnos lo privilegiados que seríamos, si nuestra torpeza no nos pesara más que la sensatez.

El videoclip, al igual que la canción, es cambiante. La naturaleza también lo es. Es por ello que, acá, el space rock poco a poco nos conduce a pasajes más intensos, donde la guitarra eléctrica se entrega a la melodía, mientras en la pantalla vemos el reencuentro de Aya con sus raíces, que en últimas son también las nuestras, aunque muchos permanezcamos ajenos a esas cosmogonías.


Sobre Olugna

Cada crónica es un ritual. Quizás suene demasiado romántico, pero así es. Así soy yo, complejo y trascendental; sensitivo y melancólico, pero entregado a una labor que, después de algunos años, me ha abierto la posibilidad de vivir de mis dos grandes pasiones: la escritura y la música. A la primera me acerqué como creador, a la segunda –con un talento negado para ejecutarla– como espectador

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