Revista: Una mirada poética desde el Atlántico
Este proyecto hace parte de una serie que recorre diez municipios del Atlántico; en esta entrega, la mirada se posa sobre Rebolo, en Barranquilla.
Por: Jorge del Río
Ser rebolero es tomarse la realidad por los cuernos, por muy absurda que esta parezca.
Rebolo soporta sobre sus hombros el estigma de ser el barrio más peligroso de toda Barranquilla, creando una abismal brecha social. Pareciera que este peso oprimiera la alegría de sus habitantes; nada más alejado de la realidad; pues en medio de esta condición se cobija una comunidad fortalecida por su cultura y el legado carnavalero.

Visitando sus calles obtendrás como recompensa un gesto de sobreprotección; procuran que sus problemas no se adueñen de tu impresión.
El barrio Rebolo es color, fiesta, tradición, todos están directamente involucrados con las dinámicas folclóricas. Sus calles están adornadas con figuras navideñas y carnavaleras, que recobran su color desde cada septiembre. No importa si debajo de ese tapete colorido se esconde el dolor; pues allí, el gris se engalana con fiesta pigmentada. El espíritu del carnaval habita en las pintorescas casas, de las cuales florecen personajes que han heredado de sus ancestros; tales como: el torito, el gorila, la marimonda, el Congo, entre muchos; todos con una sonrisa arrolladora que borra cualquier mal recuerdo. Son la medicina para poder sopesar esa realidad un tanto amarga.


Acompañados de adolescentes pertenecientes a la escuela de Children International, nos armamos con cámaras y micrófonos, para adentrarnos en este mundo fantasioso, dejándonos seducir por las historias y la amabilidad que brota de cada rostro.
Conocer Rebolo es un privilegio, pues padecerás de un encantamiento real. No saldrás de allí siendo el mismo.


El ruido de un cañón no enmudecerá la alegría. La violencia padece de una constante amenaza por parte de ciertos personajes surrealistas, quienes se han dotado de valentía y amor por tan importante labor; armados con escarchas y telas neones. Se les aprecia enmascarados, rugiendo sus voces chamánicas y con ellas espantando todos los males que pretenden apagar la fiesta legendaria.

María Isabel Valdés es una mujer poderosa, de mirada gris y corazón acaramelado; observa con nostalgia el traje que cubrió por años el cuerpo de quien fue su verdadero amor, aquel hombre que le espera en un lugar sin suplicios, donde siempre hay fiesta. María desempolva con una tela colorida aquel traje de homínido. Acto seguido, ella nos revela su verdadero rostro mientras cubre su dolor con una máscara de madera que representa a un tradicional torito.
Conocimos a Adalberto Campo y su familia, quienes también se han apropiado de este mítico personaje bovino. Con sus trajes y máscaras enaltecen el trabajo digno de los artistas. Todos interpretan al torito, desde el más pequeño hasta el más viejo. Desde que se aprende a caminar, inicia la carrera por portar la corona cornuda.


Adalberto nos ofrece un performance que revela la danza y los sonidos complementarios del torito, con maracas en las puntas de los cuernos, acompañadas de gemidos dancísticos que opacan el paisaje plomizo. Esta acción chamánica genera asombro y respeto, nos hace comprender de qué están hechos los reboleros. Las costuras de cada traje están tan fuertes como el deseo mismo de vivir y de compartir la alegría con los demás.
Recibimos todo el amor que muchos no esperan. Para estos artistas nuestro total respeto y admiración.
Agradecimientos: Children international (Rebolo), Brandon Martínez, María Isabel Valdés y Adalberto Campo
Jorge Ríos Loaiza (Del Río)
Mi trabajo investigativo busca un acuerdo con la belleza en sus lugares donde nada parece acontecer, o simplemente lo nefasto se ha tomado el terreno. No trato de embellecer el mundo, mucho menos maquillarlo; mi anhelo es que se reconozca con sus imperfecciones, errores y horrores. Trato de transformar las realidades desde la interioridad de cada ser, cada paisaje o cada historia que se descubre ante un camino que ha sido abierto a machetazos.
Fundación Laboratorio Amarillo
Con la idea inicial de democratizar el arte, buscamos promover el pensamiento crítico, la libertad y la confianza entre las comunidades; capaces de mostrarse ante el mundo desde cada mirada sensible y honesta, utilizando la poética como un recurso que nos permite entender que cada gesto y cada instante no solo son memoria viva, sino que, además, puede transformarnos y llevarnos de una utopía a una realidad posible, que canalice el tejido social y las acciones metamórficas creativas por la Paz.

