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Pesadilla sin final: ‘Patología grotesca’ de Purulent


Por: Joel Cruz



 «La Fiscalía llega, los saca del contenedor y se los lleva a Medicina Legal, explicó Calderón. La Fiscalía confirmó que en los últimos seis días de julio practicó el levantamiento de nueve personas en ese sector de Bogotá» (EL TIEMPO. 01/08/2000, ‘EXTRAÑAS MUERTES EN EL CARTUCHO’).

Purulent, 1994

En 1995, yo aún era ajeno al metal, aunque ya había visto circular a sus militantes por el barrio donde crecí. Por otro lado, mi contacto presencial con la carne, en su estado tétrico, se limitaba a la fama que ondeaba su roja bandera a unas cuadras de mi residencia y entregaba la porción comprada en hoja de papel con impresión matriz de puntos.

El cuadro de las reses colgadas en los ganchos, el hacha afilada y el tronco de árbol corrupto era tan helado como un frigorífico. Pero, en una honestidad que raya con el gusto gastronómico, esa postal espeluznante se disipaba con algo de cocción y condimentos, propiedades que sigo defendiendo en mis rutinas alimenticias.


En los días que la Masacre de Cararabo perpetrada por el ELN era noticia fresca ―pero, lamentable―, los niños de colegio distrital dejaban de ser niños para entrar al bachillerato y se hacían preguntas idiotas, intentando sin sentido comprender por qué los televisores de sus casas eructaban noticias con olor a mortecino. Sin Google a la vista, los ritmos bailables de la radio comercial no reflejaban en nada la realidad inerte y nauseabunda que los titulares exhibían para ganar atención cuasi irracional. Éramos 38 millones de habitantes en un lote que se expiaba las culpas bañándose las manos con jabón Rey; pero, por mucho que quisiéramos, de las manos nos seguían brotando sangre.



«Saber que vas a morir lo cambia todo. Sientes las cosas de un modo diferente y las aprecias muy distintas. Sin embargo, la gente no aprecia el valor de sus vidas. Beben del vaso de agua, pero no lo saborean»: JOHN KRAMER, (SAW).


En una burla del destino, a la mejor usanza de la tragedia griega o del pánico causado por los crímenes de Milwaukee hechos por Jeffrey Dahmer, el centro de Bogotá tenía conectados algunos lugares de peregrinación, durante la época que el juicio de O.J. Simpson era sensación en la pantalla chica, junto al guante que no entró correctamente en su mano izquierda, como una rara versión de ‘La Cenicienta’:

Por ejemplo, para las autopsias y los decesos de dudosa procedencia, estaba el Instituto de Medicina Legal, la eminente morgue capitalina; siempre llena de trabajo, siempre en hora pico. A pocas cuadras estaba La Calle del Cartucho, próspera industria del tráfico ilegal de estupefacientes, con una bitácora macabra, relacionada con desapariciones misteriosas y casas de pique. Las almas penosas que cruzaron las fronteras invisibles de este sector, difícilmente volvieron a salir, fueran adictas o no al perico y al polvo de ladrillo.


El triángulo se cerraba con los almacenes musicales de la Avenida 19. Pero, ¿por qué? Porque el arte maldito estaba en sus CDs, vinilos y casetes. A medida que la década se hacía marchita, los entonces adolescentes de colegio descubrieron el metal como voz de rebeldía ante un crucifijo que le importaba un bledo la violencia intrafamiliar de sus hogares, y los casos forenses que afloraban en sus barrios de altísima peligrosidad, aunque con nombre bonito.


El morbo curioso le ganó la partida a la inquietud juvenil de varios en la década, incluyéndome. En las vitrinas de las tiendas y en los estantes improvisados de la calle; entre semáforos, viciosos, ladrones, damas de la noche, trancones y oficinistas afanados, las carátulas de Mortician, Avulsed y la austriaca Pungent Stench sugerían cuentos de una urbe tan podrida como cualquier cuerpo que cuadras abajo le estuvieran haciendo levantamiento en Los Mártires, usualmente por canjes de cocaína o bazuco. No se escandalicen, esto no es Suiza.


En 1996 y bajo el sello Bizarre Music, la agrupación Purulent lanzó en calidad profesional su trabajo ‘Patología grotesca’, la primera muestra nacional de estética gore manifestada en el metal extremo local.

Del acontecimiento se abren dos conclusiones interesantes en este escrito: una, asociada su choque cultural al ser una obra bogotana, producto de una realidad legítima; directa a la yugular, a la llaga que no se desinfecta. En cuanto la otra (en favor de su espíritu grotesco), es pertinente mencionar a la canción que da título al disco compacto y que tuvo un año antes del lanzamiento, su versión demo. Una grabación cruda y  que retrata fielmente tanto la esencia inmunda del grupo, como las circunstancias sociales que le respaldaron.


‘Patología grotesca’ de 1995 (hoy disponible en la antología ‘Garavito´s Pathological Factor’), su entrega mejor producida y desde luego, todos los tracks del larga duración (reeditado por su aniversario 30), constituyen actualmente un recordatorio de la descomposición humana en su idioma más cínico e inmortal.


A propósito de todo esto, honores perpetuos a la memoria de David Rairán (1977-2003), por excelencia el alma de Purulent y quien siempre es recordado cariñosamente no solo por su familia, amigos y ex compañeros de actividad musical, sino por el movimiento brutal death y grindcore de Colombia.



Sobre Joel Cruz

Su relación con el rock y la prensa independiente le ha permitido mirar la vida desde una atmósfera poética. Gracias a ella, los azares de la noche, el ladrido de un perro callejero, una copa de vino tinto y hasta un paquete de papas fritas tienen un lado B más interesante. Ha colaborado con sus reseñas y opiniones para medios alternativos de alta importancia en Colombia.

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