Ese Zea -Todos bailamos juntos (7)

‘Todos bailamos juntos’, de Ese Zea: entre cuerpos que bailan y mentes que disocian


Por: Olugna


El ruido no es suficiente para tapar el silencio cuando los cuerpos se agitan, pero no se tocan; cuando la música no invita a acercarse, sino a no pensar. En esos espacios, revestidos de luces bajas y sudor compartido, hay algo que se esconde entre el beat y el aliento: la certeza de que incluso entre muchos, podemos sentirnos solos. Quizás más solos que nunca.

Sucede en fiestas, en bares, en habitaciones llenas de gente donde se baila como acto de reflejo, como obligación de pertenencia. Se mueve el cuerpo porque quedarse quieto es peor. Se ríe porque guardar silencio sería admitir que algo no está bien. El cuerpo vibra, pero la mente no está ahí. O sí, pero atrapada en otro plano, preguntándose si alguien más también finge, si alguien más también está bailando solo.


Ese tipo de soledad no se exhibe, se filtra. Se esconde detrás de una sonrisa fingida gesto, del trago, del gesto preciso para un feed hipócrita y superfluo. Tiene forma de pulsión y se camufla entre la piel. Es una soledad compartida, casi estructural, como si formar parte de algo implicara, al mismo tiempo, no estar del todo. Y, sucede, en medio de esa contradicción, de ese ruido que no logra silenciar el fondo, que emerge una frase que parece capturar la escena entera: «todos bailamos juntos, pero nos sentimos solos».

Podría ser una frase escrita para acompañar un estado de WhatsApp o para flotar en la superficie de una composición. Pero aquí, en cambio, es una sentencia que se repite como un loop mental. Una línea incómoda, demasiado familiar. Y es ahí, en ese filo, donde aparece Ese Zea, con una canción que no busca explicar esa sensación, sino que nos invita a asimilarla, si bien no con conformidad, sí con aceptación: ‘Todos bailamos juntos’, un espejo en el que podemos vernos sin disfraces, ni filtros que pretenden llenar vacíos.


―La temática de la canción y algunas de sus frases surgieron en medio de una conversación con una amiga cercana que disfruta, al igual que yo, de ambientes algo pesados para otras personas―, explica Ese Zea.


‘Todos bailamos juntos’ funciona como una habitación emocional. Su estructura es sencilla, casi austera, pero en esa economía encuentra su efecto. La repetición del verso «todos bailamos juntos, pero nos sentimos solos» busca un lugar y dibuja la necesidad de instalarse en nosotros como una premisa. Es una alerta sorda, un pensamiento que no deja dormir, un tipo de verdad odiosa que nos resulta cercana.

En lo lírico, ‘Todos bailamos juntos’ no propone metáforas ni alegorías. Habla directo. Es el desahogo de alguien —cualquiera de nosotros— que necesita decirlo antes de que se le reviente por dentro. Hay frases que rozan el borde entre lo psíquico y lo físico —«mi pulsión de muerte me da vida… quedarme quieto me parece una agonía»— que abren una lectura que no teme entrar en territorios de desasosiego. La tensión entre placer y vacío se vuelve constante y bastión. Bailar es un acto simbólico que nos aleja, por un instante, de nuestros pensamientos.


―En este limitado tiempo que tenemos, deberíamos poder conectar con otros seres humanos, con nosotros mismos y con nuestros deseos―, señala Santiago Zea Arrubla, el creador de ese alter ego que se nos presenta cobijado por las atmósferas siempre inquietantes del post punk.

Desde lo musical, la canción también se sostiene en la contradicción. El beat es bailable. Hay groove y ritmo, pero no hay euforia. Todo está contenido, oscuro, como si lo que hiciera moverse al cuerpo no fuera la celebración sino una energía más densa, más urgente. El uso de cajas de ritmo con sonido retro ochentero, el bajo robusto, la distorsión de las guitarras, el efecto rotatorio en la melodía principal: cada decisión sonora está al servicio de una atmósfera que no grita, pero tampoco deja escapar.


Esa elección no es casual. Lo oscuro no está usado aquí como estética vacía. Está ahí para reforzar el tono emocional del tema, para llevarnos a un estado en el que moverse y sentirse mal no son cosas opuestas. Esa es una de las ideas más incómodas —y más potentes— que plantea la canción: no todo lo que bailamos es alegría, que el movimiento también puede ser un síntoma.

El aspecto visual completa la experiencia con coherencia. El video, más cercano a un visualizer, muestra la silueta de una mujer bailando lentamente en una habitación apenas iluminada. El detalle de que su cabeza sea un bombillo no es una decisión azarosa: es una declaración. Es una imagen que subraya que ese cuerpo, sensual en su movimiento, es también pensamiento. Es deseo, pero también es distancia. Es un otro que baila, pero que no se puede alcanzar del todo. Y así, una imagen que podría haber sido leída como provocativa, se convierte en un símbolo más de esa conexión fallida que explora la canción.


Ese Zea ha construido una identidad artística que no se sostiene en lo aparente, sino en lo que se siente debajo. No busca encajar en una escena, ni colgarse de modas: propone un universo que se acerca más a un estado anímico que a un género musical. En una escena musical que se mueve entre lo temporal de los sonidos ligeros y el intento de volverse legado en el espectro de sonidos espesos y voces guturales es un gesto, por lo menos, rebelde. ‘Todos bailamos juntos’ quiere decir algo y lo hace con una franqueza que desarma.

No es una canción pensada para todos los oídos. No es de digestión fácil. Las vibraciones electrónicas hacen que la depresión se pueda bailar de mano con la soledad. Aquellos que escuchen más allá del beat pueden encontrar en sus repeticiones una compañía incómoda y a la vez necesaria. ‘Todos bailamos juntos’ no resuelven nada, pero nos deja una voz que puede tranquilizarnos: no se estamos solos en el desconcierto. Quizás, eso sea más que suficiente en un mundo que llama certeza a cualquier afirmación ligera.

―Estamos en un mundo en el que constantemente, aunque estamos rodeados de gente, nos sentimos solos, y eso es muestra de que algo no está bien―, concluye el artista colombiano.


Sobre Olugna

Cada crónica es un ritual. Quizás suene demasiado romántico, pero así es. Así soy yo, complejo y trascendental; sensitivo y melancólico, pero entregado a una labor que, después de algunos años, me ha abierto la posibilidad de vivir de mis dos grandes pasiones: la escritura y la música. A la primera me acerqué como creador, a la segunda –con un talento negado para ejecutarla– como espectador.

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