(Varadero, península de Hicacos, Cuba)
Por, Olugna
Un recorrido en taxi desde La Habana a Varadero de casi tres horas, nos ofreció una larga conversación con el taxista que nos llevaría a la ciudad ubicada en la península de Hicacos. Daniel, un hombre de 28 años, de tez blanca, nos llevó sin mucha prisa por la Autopista Nacional.
Sobre la isla pesan aún muchos mitos. Su historial político ha construido un imaginario que, entre la verdad y la ficción, ha forjado una imagen de Cuba, solo posible de comprobar a través de la experiencia física de visitarla. Un clima cálido y un cielo despejado nos dejaron ver en todo su esplendor la vegetación que cubre de verde las praderas de la nación centroamericana.
El primer mito a comprobar –el más reciente–: en Cuba el reggaetón está censurado y se escucha muy poco. Algo más de dos horas acompañados por este género urbano, no solo lo contradijo, nos dejó conocer el talento que el cubano tiene para este ritmo.
La historia para Daniel ha sido, por diversas circunstancias, mucho más favorable que la de sus coterráneos: ha podido salir del país en varias ocasiones y evidenció una posición socio económica, por lo menos, cómoda. Es conductor de taxi, porque es una fuente de ingreso mayor a la que un profesional contratado por el Estado tiene. El automóvil Citroën que conduce, de origen francés, sin ser lujoso, corresponde a un modelo reciente y bien puede ser un auto de gama media en otros lugares del mundo. El calor afuera del vehículo era intenso; adentro, el aire acondicionado nos mantuvo frescos durante el viaje.
Educación y salud son temas que marchan bien en Cuba y desmienten que sea un Estado fallido como afirman muchos gobiernos de derecha. No obstante, aún está muy lejos de ser el paraíso socialista que la izquierda latinoamericana intenta poner de ejemplo en sus discursos. «Somos bobos, pero no come mierdas», respondió Daniel entre risas, cuando le preguntamos si un extranjero podía estudiar de manera gratuita en la isla como lo hacían ellos.
Sobre los hermanos Castro existen varias inconformidades que Daniel nos expresó durante el recorrido. Con Raúl, el hermano menor de Fidel, hubo cambios que han brindado nuevas oportunidades a los cubanos, con él se dio una apertura más amplia a la inversión extranjera, aunque el tributo para el gobierno es muy alto y no resulta ser muy atractiva para un inversor potencial. La oferta hotelera también se amplió, así como la posibilidad para los nacionales de adquirir propiedad privada. Hay respeto hacia la diversidad sexual, pero las restricciones para la libertad de expresión son notorias. Daniel fue vehemente al afirmar que en el capitalismo o se es rico o se es pobre, pero que en el socialismo hay demasiadas clases sociales, no hay igualdad; la corrupción ha permeado todos los poderes. «Esto no es socialismo, es un ‘sociolismo’», señaló mientras nos explicaba que si una persona tiene amigos en el poder, puede acceder a beneficios y mejores posibilidades (como en el capitalismo).
«Podemos viajar más fácilmente, el lío es que otro gobierno nos otorgue la visa», comentó Daniel. Aun así, él ha podido recorrer varios países, pero no es la constante para todos los habitantes. Él es profesional en Ingeniería Electrónica; sin embargo, una vez que un cubano culmina sus estudios, las posibilidades de aspirar a un buen salario y de buscar otra condición de vida son casi nulas, razón por la cual un alto número de egresados se ocupa como en otros oficios.
La carne de res es un lujo que no todos los cubanos se pueden dar, ese fue otro mito que Daniel se encargó de explicarnos: «El Estado le da a todos los niños, hasta los 7 años, una bolsa de leche diaria», señaló. En Cuba, por condiciones geográficas, no existe una ganadería extensiva de bovinos, la hay en mayor escala en chivos y otros animales menores. El ganado vacuno pertenece al gobierno y su función principal es la de dar cría y proveer leche; una vez cumple su ciclo útil, puede ser sacrificado y vendido para el consumo de carne, en su mayoría para hoteles.
Entre bromas, canciones y un eterno debate político llegamos a Varadero. Durante el recorrido –gracias a Daniel– comprobamos que el cubano es un tipo amable y alegre.
Si Varadero no es un paraíso, debe ser la primera estación hacia él. Sus playas son limpias, el color de su mar muta en degradé de azul oscuro a aguamarina. Sus habitantes, amables, cálidos y serviciales nos hicieron sentir en nuestro hogar. La sencillez, comodidad y limpieza del hotel donde pasamos nuestra estadía, nos transmitió la sensación de estar lejos del mundo y del caos que en las grandes ciudades tiñen el paisaje de polución y de rutina.
El internet en Cuba es posible a través de la compra de una tarjeta que permite por 2 CUC –el equivalente a dos Euros– acceder a una hora de conexión en los puntos Wi-Fi habilitados solo en zonas especiales al interior de la isla. Entre otros lugares públicos, los hoteles cuentan con este servicio; sin embargo, valdría la pena desconectarnos –en todo el sentido de la palabra– del mundo.
Tuvimos la oportunidad de conversar, admirar el paisaje y compartir con los gentiles empleados del hotel, mientras saboreábamos una cerveza, un Tequila Sunrise, una piña colada o un mojito. Las conversaciones con ellos fueron una experiencia enriquecedora. La cocina cubana es tan variada como exquisita, es una pena dejar servido algún bocadillo. Los cubanos expresan por los colombianos un afecto especial y así lo comprobaríamos, de principio a fin, durante nuestra estancia.
En la entrada del Delfinario, en el Parque Natural Punta Hicacos, a cinco minutos del hotel, conocimos a Sebastián, un sonriente camello de 30 años de edad, que por unos cuantos CUC nos dejó fotografiarnos a su lado y nos dio un pequeño paseo. Él no está solo en la isla, lo acompaña otro mucho más joven, que también da una pequeña vuelta a los visitantes. El sitio nos ofrecería un espectáculo hermoso en el que humano y delfín interactúan de manera constante y armoniosa.
La noción del tiempo en Varadero se pierde. Qué importa si es de día o no, en todo caso, el sol en verano se oculta a las ocho de la noche y en invierno a las siete. En la madrugada, antes de disfrutar otro día de descanso, una cubana, con una taza café –producto tradicional de la Isla junto con el Tabaco y el ron–, nos daba un cálido: “buenos días”.
Rumbo a La Habana en un Chevrolet Bel Air del año 57 le dimos un “Hasta pronto” a Varadero. Los autos clásicos transmiten la sensación de estar en la mitad del Siglo XX, a pesar de ser unos veteranos de las carreteras se mueven con rapidez y con gran potencia. Alcanzan a rozar en zonas permitidas los 100 kilómetros por hora, son carros jóvenes atrapados en un cuerpo viejo y maltratado por los años. El silencio del conductor nos permitió, en esta ocasión, un recorrido mucho más reflexivo ante el paisaje que a través de la ventana hizo su aparición.
La Habana es una ciudad gigante que viaja en el tiempo: del pasado a la modernidad –ida y regreso– calle tras calle. Es normal que vecina a una edificación del gobierno, repose una casa de familia bastante golpeada por los años.
El Callejón de Hamel es una expresión artística y cultural que reivindica a la santería –tradición religiosa de la isla– desplazada, pero no extinta por el catolicismo. Hamel, construido por Salvador González Escalona, pintor camagüeyano y uno de los artistas cubanos de mayor éxito, es un canto de resistencia.
La desigualdad, de la que tanto hizo hincapié Daniel, se hizo presente en la capital. Los autos rusos, en su mayoría propiedad de algún cubano que pudo pagar el costo cobrado por el gobierno después de un largo uso, compiten por un espacio con los grandes y mucho más costosos autos del régimen.
Un carro halado por un caballo a paso lento es sobrepasado por una grande y vieja guagua articulada que en su interior transporta una gran cantidad de personas. Un oxidado buque se ve a algunos metros del puerto. La lluvia da –por 40 minutos– un descanso al sol que durante el día ha dejado el asfalto hirviendo y una sensación vaporosa en los cuerpos. Un recorrido en un viejo Lada modelo 89, nos llevó por la mayor cantidad de sitios que pudo, turísticos o no.
En La Plaza de la Revolución: El monumento a José Martí, el edificio del Ministerio del Interior con el rostro del ‘Che’ Guevara y la frase: “Hasta la victoria siempre”; en la edificación vecina, con el rostro de Camilo Cienfuegos y la leyenda: “Vas bien Fidel” en la fachada, funciona el Ministerio de Informática y Telecomunicaciones.
Eduardo, un hombre de gran tamaño que maneja el viejo Lada, nos expuso una versión no oficial en la que Castro es increpado por el ‘Che’ acerca del rumbo que estaba tomando la isla en ese entonces. Finalizado su relato, nos obsequió dos monedas de tres pesos con el rostro del líder revolucionario.
Calles más adelante la vista de El Capitolio es entorpecida por unos andamios ubicados en su frente, los cuales reposan allí desde el 2012 y el avance no se ve. En la acera opuesta, las edificaciones achacadas por los años y la ausencia de mantenimiento dan lugar a pequeños comercios.
En el pequeño Lada recorrimos a buen ritmo el Centro de la Ciudad, el Antiguo Almacén de la Madera y el Tabaco o nueva Casa de la Cerveza –un lugar para compartir un platillo y una bebida a ritmo de son cubano interpretado en vivo–, El Malecón, el Puerto de la Habana, La Alameda de Paula, El Museo del Chocolate y el Cristo de la Habana.
La Cabaña, la colina en la que está emplazado el Cristo de la Habana, nos mostró qué tan lejos estábamos del mundo exterior y qué tan proclives estábamos de sucumbir ante ese paisaje que nos enseñó cuán grande es la ciudad y cuánto nos hizo falta por conocer.
Rumbo al Aeropuerto José Martí, Eduardo, nos dejó saber sus reclamos sobre la Cuba de los Castro, un paraíso en el cual –muchos de sus paisanos y él– se encuentran atrapados. Un mito que tristemente comprobó nuestra corta estadía: para el turista la isla es un sueño, para muchos cubanos, una cárcel.
«Queremos un cambio, el qué sea, qué importa si es Rusia, Estados Unidos, Chile, Colombia… qué más da, estamos estancados», expresó con pasión Eduardo.
Él es ingeniero informático, al igual que sus compañeros, encontró un mejor futuro económico al frente de un volante o practicando otro oficio, que al servicio del Estado con su profesión. «El salario para un médico es de 50 CUC, una bolsa de leche vale 2, ahí puedes sacar cuentas». El taxi era de su papá, quien a su vez se lo compró a un ministro en el año 99.
Eduardo infringió una ley al transportarnos, pues los taxistas particulares solo pueden transportar cubanos, los turistas debemos hacer uso de los carros amarillos, propiedad del Estado, que por hora cobran 30 CUC. Él solo 15. «Con ellos no puedes hablar de política, les da miedo», dijo entre risas.
No basta con caminar por las calles de La Habana unos cuantos días para descubrir toda su magia y esplendor, para hacerlo en su totalidad, harían falta meses, incluso años. Para sentirla realmente se debe permanecer en ella, respirar con ella y con el humo de un tabaco recorrer sus noches y dejarse descansar un largo rato en el Malecón.