Por, Olugna
La noche, cuando se escucha con atención, siempre tiene algo que decir. En el bullicio de una ciudad que se niega a dormir, hay melodías escondidas en los ecos de los pasos apurados de los transeúntes, en las estridencias de los motores, en las risas que se confunden en la atmósfera turbia de la metrópolis.
Acostumbrados a los sonidos furiosos del rock, a las rimas envenenadas del rap o en la trivialidad de los ritmos urbanos, nos es difícil apreciar las melodías suaves ―y para muchos olvidadas― del jazz. Sin embargo, como una entidad que se reinventa con cada latido, ha sabido captar el ruido de la ciudad y transformarlo en un lenguaje identitario. Desde sus raíces en Nueva Orleans hasta los clubes de Nueva York, ha crecido dialogando con el tiempo y la geografía, mimetizándose entre los rincones, perdiéndose entre las luces de la noche, sin perder su esencia. Colombia, ha sabido extender esa conversación que nos propuso a finales del siglo XIX.
Nicolás Gámez, bajista colombiano, no solo ha comprendido la tradición que desprende del jazz, sino que se atreve a empujar sus límites. El artista, ha estado inmerso en la escena musical del país con una convicción inquebrantable. Formado musicalmente en la academia, su trayectoria le ha permitido a participar en festivales emblemáticos como Estéreo Picnic, Jazz al Parque y Rock al Parque, experiencias que han moldeado su sonido y lo han llevado a preguntarse cómo el jazz puede hablar con una cadencia propia.
Su más reciente propuesta, contenida en los sencillos ‘Augurio’ y ‘Mentes estables’, es una prueba de que el jazz colombiano no es una réplica ni un eco, es una conversación muy nuestra que tiene personalidad, que proyecta una identidad definida.
‘Augurio’ es un ejercicio de exploración sonora en el que Nicolás Gámez se sumerge en la profundidad del hard bop con un enfoque introspectivo. Inspirado en las vibraciones de McCoy Tyner y Joe Henderson, el tema es una declaración de intenciones: el bajo eléctrico, un instrumento tradicionalmente ajeno al formato clásico del jazz, se erige como protagonista y redefine la estructura habitual del género.
―Un elemento distintivo de mi próximo álbum ‘Augurio’ es la inclusión del bajo eléctrico, un instrumento que no forma parte del formato tradicional del jazz, pero que he integrado ya que es el instrumento que toco―. Explica Nicolás Gámez.
La densidad del blues impregna la pieza y recrea una atmósfera que parece invocar una premonición, una señal de que algo está por venir. En su composición, el artista no se limita a interpretación de su instrumento: nos narra historias sin hacer uso de la palabra. Cada acorde es un mensaje cifrado que nos invita a explorar más allá de la superficie, más allá de los sentidos.
En ‘Mentes estables’, el músico recurre a al experticia de los grandes referentes del género: el contrafact. A partir de la progresión armónica de Stablemates, Nicolás Gámez construye una pieza que dialoga con la tradición y, al mismo tiempo, la desafía. Aquí, la melodía, se desliza con la urgencia de quien busca respuestas en la improvisación, un juego de tensiones que nos mantiene en un estado de expectación constante. La energía del hard bop se entrelaza con la visión del bajista, quien demuestra que el jazz es, ante todo, una manifestación libertina de creatividad y espontaneidad.
―Disfruto mucho escuchar jazz y a los artistas que admiro en este género. Quiero poder transmitir eso mismo que estos artistas me transmiten―, agrega el bajista.
El trabajo de Nicolás Gámez no es un experimento aislado, es una invitación a repensar el jazz desde una latitud que históricamente ha sido espectadora del género. Su apuesta por integrar el bajo eléctrico como una pieza central de su sonido, es una afirmación de que las fronteras sonoras están hechas para ser borradas.
―Estos sencillos son una muestra de lo que será el álbum ‘Augurio’. ―Afirma y complementa―. Busco integrar el bajo eléctrico como parte del formato del jazz y dar a conocer parte de la escena que se está gestando en el país.
Con ‘Augurio’ y ‘Mentes estables’, el músico colombiano deja claro que el jazz no se conforma con la fría definición que lo encasilla como un género musical. Como un ser vivo, sabe que su esencia se proyecta a través de una conversación simbólica y sensitiva que no permanece estática, sino que evoluciona y se atreve a explorar. No lo hace por capricho, tampoco con la arrogancia de aquellos que ven en la exploración una oportunidad para presumir. Es sigiloso, modesto. No busca reproducir el pasado, pero sí trazar rutas hacia otras compresiones de la modernidad. Claro, no está hecho para cualquier oído. De allí nace su encanto.
―Mi objetivo es abrirle camino a esta propuesta dentro del ámbito internacional, destacando el talento y la creatividad que se está gestando en Colombia―. Finaliza.
El jazz, como la noche, siempre tiene algo que decir. Solo hay que aprender a escucharlo.
Nicolás Gámez en entornos digitales
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