«Tinta y papel, la memoria de ellos quiero ser. Su mirada fija yo puedo entrever»
‘TINTA Y PAPEL’ (NO HAY CON QUIEN)
Por: Olugna | Fotografía: Ángela Soracá
Resulta difícil identificar en qué momento fueron tomadas las imágenes que se desplazan a través de la pantalla. Es una monocromía intensa que muestra los titulares de los noticieros y las primeras planas de la prensa retratando un día más en el que la sangre ha sido protagonista. Explosiones, bombardeos, la muerte de Tirofijo, puntos en los radares, soldados arrastrándose en la montaña, las marchas del Partido Comunista pidiendo apertura democrática, la presencia escalofriante de un gran helicóptero del Ejército visto desde abajo: todo, en la pieza audiovisual, es un pequeño fragmento —uno de tantos— que ha dejado el conflicto en la memoria —a menudo conveniente y permisiva— del país.
En Colombia la sangre no ha dejado de ser la tinta que ha escrito su historia en el papel. La ráfaga de recortes de periódicos en el minuto dos con dieciocho es otro día de campo. La muerte es una transeúnte más y las frases que han prometido acabar con la guerra, muletillas efectistas que han sido sus cómplices. Fosas comunes, cadáveres incinerados, escuelas en ruinas, personas buscando a sus desaparecidos bajo los escombros, vidrios rotos, el olor a pólvora: todo, en el video de ‘Tinta y Papel’, es un renglón más en un relato que no ha terminado de escribirse sobre la memoria de aquellos que han pagado con su vida el costo de portar un uniforme militar, defender un ideal o —simplemente— encontrarse en el lugar equivocado.

La voz pausada y apesadumbrada de Juan acompaña la escena. Desplazándose entre golpes de la batería, riffs melódicos de guitarra y acordes graves de bajo, busca convertirse en la memoria de aquellos que han muerto bajo el estruendo de la guerra y han sido olvidados por el establecimiento. En el video, las siluetas de los músicos resaltan sobre un fondo que se transforma de blanco a rojo según la línea de la lírica que estén interpretando. ‘Tinta y Papel’ es cruda, metafórica y —a su manera— una narradora de la guerra. La ironía en la primera canción que abrimos del EP homónimo de No Hay Con Quien, se revela cuando la monocromía del inicio fue reemplazada por una escena que una parte del país quiso leer como el comienzo del fin de la guerra: la firma del Acuerdo de Paz en 2016.
‘Tinta y Papel’ es la primera dimensión de verdades incómodas a la que nos expone No Hay Con Quien: la guerra acá no se ha ido y la muerte —su fiel compañera— nunca aprendió a distinguir entre uniformes, ruanas, corbatas u overoles.
La ciudad no ha estado a salvo de la guerra; pero, en ella, sus pisadas son diferentes. La muerte, en el territorio donde el asfalto ocupó el lugar que había pertenecido a la tierra, se viste de delincuencia común o de pelea callejera. El caos, entre calles y avenidas, solo necesita de la cotidianidad para encenderse. Entre bocinas, vendedores ambulantes, tráfico saturado y otros ruidos, la frialdad, la indiferencia, el amor, la compasión y otros sentimientos en tensión encuentran una manera egoísta de manifestarse.

La cámara rápida encapsula en diez segundos la adrenalina que se respira en una ciudad que se mantiene siempre al borde y en la que cada quien busca un refugio. Las cinco cuerdas del bajo y la distorsión de un sintetizador Korg Minilogue, retratan el frenesí de una urbe que creció con la carga de ser la capital. El sonido electrónico fundido con el rock ‘n’ roll, traza el delirio que atraviesa a Bogotá desde cualquier extremo.
‘Caótica Belleza’ es otro diálogo incómodo al que nos expone la agrupación conformada por Joel Córdoba, Juan Felipe Daza, David Mejía y Juan Forero. Acá la incomodidad proviene de permanecer en una ciudad que se ha extraviado entre decisiones caprichosas de sus gobernantes y la indiferencia de sus habitantes, pero que nos ha enseñado que el amor no es una simetría de líneas perfectas, sino que es caótico, estruendoso y violento.
El rostro de la manipulación, el control y otras sutilezas que han sido puestas —e impuestas— para mantener dentro de los márgenes a una sociedad siempre en punto de ebullición se dibuja en ‘Paradigmas’. La idealización del amor cuando es la respuesta al imaginario de ver en el otro lo que queremos ver, es retratada en ‘Ángel’. La depresión, esa mano que siempre se apoya sobre nuestros hombros cuando estamos abatidos es expuesta en ‘Espiral’. Cada una, desde su propia identidad, nos deja expuestos a la inquietud que No Hay Con Quien intenta descifrar en cada canción.
La guitarra eléctrica, en pequeños destellos que avanzan en ritmo, es el punto de partida de una pieza que encuentra en el rock y los ritmos latinos un rumbo para decirnos una de las verdades que más pesan: el amor puede doler, lastimar y encerrar. ‘Erizos’ es la metáfora del veneno que entra cuando la necesidad de permanecer se convierte en un vínculo emocional tóxico.
Seis retratos —para algunos odiosos— han sido dibujados desde las inquietudes que rompen toda existencia y nos ha sido entregados en los trazos —siempre necesarios— del rock ‘n’ roll, ese refugio en el que aún podemos sostener conversaciones incómodas con nosotros mismos.
Explora el concepto musical de No Hay con Quien
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Sobre Olugna
Cada crónica es un ritual. Quizás suene demasiado romántico, pero así es. Así soy yo, complejo y trascendental; sensitivo y melancólico, pero entregado a una labor que, después de algunos años, me ha abierto la posibilidad de vivir de mis dos grandes pasiones: la escritura y la música. A la primera me acerqué como creador, a la segunda –con un talento negado para ejecutarla– como espectador.

