SYRACUSÆ Copenhell (8)

SYRACUSÆ: el tránsito existencial desde ‘La Caída’ hasta la ‘Ascensión’ 


Por: Olugna


No son turistas furtivos extasiados por la estética oscura de un lugar construido por las manos maltratadas de mineros siglos atrás. No son forasteros extraviados en tierras ajenas. El subsuelo —enfermizo, asfixiante para nosotros— les pertenece, como la angustia que cargamos dentro. Son criaturas que, de alguna manera, nos resultan familiares, aunque sus movimientos apresurados y convulsos tracen una coreografía de la que no queremos formar parte y que insiste en reclamarnos, como si un cordón umbilical aún nos atara a un origen común que desconocemos.


El inframundo, para ellos, no es un espacio vacío donde el aire escasea y la ausencia de luz agobia. Las paredes salinas de ese socavón son su reino, un lugar donde la lógica que conocemos no ha impuesto su relato. Seres xenomorfos, criaturas infernales o entidades superiores están allí para mostrarnos que, en ocasiones, la caída inminente es la única escapatoria hacia la libertad: un estado íntimo donde la conciencia adquiere su propia voz y se reconoce en lo desconocido.

Los Gardner, apesadumbrados por los sucesos extraños que, de un momento a otro, rompieron la tranquilidad de su granja, no pudieron encontrar explicación lógica para aquello inquietante que cayó del cielo. La ficción que Lovecraft construyó en The Colour Out of Space nos enfrenta —como suele hacerlo la literatura de ciencia ficción— a la insignificancia humana frente a fuerzas cósmicas indiferentes.

En su relato, una presencia ajena y superior altera la vida de la familia del oeste de Arkham, dejando a su paso inquietudes sin respuesta que terminan por poner su vida de cabeza. Algo que podemos comprender cuando somos conscientes de que aquellas explicaciones que dan orden a la creación quizás responden a la necesidad de mantener en calma la ansiedad colectiva. Al final, gran parte de nuestra vida la gastamos adorando «dioses de mármol» que «caen en el olvido», mientras la «sal erosiona sus templos caídos».


La conexión con el escritor estadounidense, aunque caprichosa, no es gratuita. Así como los universos creados por Howard Phillips Lovecraft nos enfrentan a lo desconocido y lo inconmensurable, ‘La Caída’, canción presentada por SYRACUSÆ, nos confronta con el colapso inminente de las creencias que han regido a la humanidad desde la Edad Media. Al explorar más atrás, nos atrevemos a entender nuestro origen desde la ancestralidad y, un tanto, a adentrarnos en los fascinantes escenarios de la ficción y la mitología.


‘La Caída’, primera parte de una historia que continúa en ‘Ascensión’, se sostiene en los sonidos progresivos del metal que han dado identidad al concepto de la agrupación bogotana. Desde allí, nos entrega una pieza que cuestiona lo tangible y nos acerca a un final colectivo. Al mismo tiempo, nos invita a una muerte interior: un descenso en picada hacia ese inframundo al que necesitamos llegar con la esperanza inequívoca de levantarnos.

La narrativa audiovisual, elemento constante en la creación de SYRACUSÆ, refuerza desde lo simbólico y lo etéreo la sensación de ‘La Caída’. Grabado en la Mina de Sal de Nemocón, el video se apoya en una coreografía interpretada por cinco bailarines que encarnan seres parecidos a nosotros, pero extraños a nuestra cosmogonía: criaturas de torso semidesnudo y pantalones rojizos que parecen despertar en los socavones.



Esa lucha inagotable es un tránsito inevitable. El dolor antecede a la esperanza, y la renovación no sería posible sin la destrucción previa. Sin descenso no existiría el relato que surge desde el fondo y nos enseña a mirar hacia arriba. La devastación de ‘La Caída’ marca el primer escalón de ‘Ascensión’: «Del caos emergen senderos de fuego, resurge la llama de la existencia».


La esperanza de levantarnos se vuelve tangible cuando la única salida se abre sobre nosotros. Si la angustia nos arrastra hacia el subsuelo, la convicción nos impulsa hacia esa luz. La sombra que nos halaba mide sus fuerzas con la otra mitad que intenta sostenernos. Victoria y derrota permanecen en equilibrio: respiramos entre el miedo de intentarlo y el riesgo de hacerlo.

Los rasgos guturales continúan siendo el narrador, pero su tono áspero dialoga con las voces limpias de la canción. Es una pieza agresiva que transita entre sensaciones opuestas, reflejando una existencia que se niega a permanecer en el subsuelo. «Destruye el santuario, construye el imperio» es la premisa que anticipa «una nueva era para renacer»: una oportunidad para emerger.


A diferencia de otras piezas audiovisuales que refuerzan la intención de las canciones de SYRACUSÆ, el video de ‘Ascensión’ no busca la conceptualización. Su apuesta es la remembranza de los instantes que atestiguan una victoria: los momentos que documentan su paso por una de las tarimas más exigentes que ha enfrentado la agrupación.


Tres colores rompen la estética gris que envuelve el video ‘Ascensión’. Tres franjas ondean al ritmo del viento y del movimiento de un público desconocido para Tomás, Diego, Javier y Alejandro, los integrantes detrás del nombre de SYRACUSÆ, primera agrupación latina en enfrentarse a uno de los escenarios más exigentes de Europa: Copenhell. Ese instante, que se prolongó por 45 minutos, es rememorado en la pieza audiovisual. No es casualidad: en una narración dominada por el blanco y negro, la policromía de la bandera de Colombia refuerza el impacto de ser la primera banda latinoamericana en pisar ese escenario.


Paneos de Copenhague, tomas aéreas del escenario y del público, ráfagas del antes y después del concierto: todo es un testimonio de victoria. Entre tantos momentos, destaca el abrazo de Tomás y Diego tras la presentación: el resumen de una experiencia intensa en una historia que empezó en 2015 y que aún no termina de escribirse.


El residuo que atormentó a los Gardner —ese brillo inasible que sigue quedando— y que Lovecraft no resuelve en El color surgido del espacio, nos expone a un dilema que se niega a soltarnos: tememos caer, tememos levantarnos. La diferencia está en nuestras manos, en la decisión de dejarnos arrastrar hacia el abismo o si nos arriesgamos a ascender.


Sobre Olugna

Cada crónica es un ritual. Quizás suene demasiado romántico, pero así es. Así soy yo, complejo y trascendental; sensitivo y melancólico, pero entregado a una labor que, después de algunos años, me ha abierto la posibilidad de vivir de mis dos grandes pasiones: la escritura y la música. A la primera me acerqué como creador, a la segunda –con un talento negado para ejecutarla– como espectador.

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