Artistas distritales en Rock al Parque 2017

32 artistas distritales audicionarán los próximos 16 y 17 de mayo en el Teatro Libre la Media Torta, gracias a la Beca Festivales al Parque Ciudad de Bogotá – Categoría Rock. De las 32 bandas que se presentarán, 20 formarán parte del cartel oficial de Rock al Parque 2017.

32 artistas distritales audicionarán los próximos 16 y 17 de mayo en el Teatro Libre la Media Torta, gracias a la Beca Festivales al Parque Ciudad de Bogotá – Categoría Rock. De las 32 bandas que se presentarán, 20 formarán parte del cartel oficial de Rock al Parque 2017.

Para este año se inscribieron 273 agrupaciones, de las cuales 142 fueron seleccionadas para evaluación y de estas, 32 se presentarán para buscar uno de los 20 cupos disponibles:

Los Rolling Ruanas, Voodoo Souljahs, Ismael Ayende, Enepei, Montaña, Sonoras Mil, Durazno, Rompefuego, Sin Pudor, Indio, Full Knife Injection, Pablo Truillo, Head Tambo, Umzac, Cobra, Los Makenzy, Six V Six, brand New Blood, Kontragolpe, La Urband, Herejia, Vein, Poker, La Vodkanera, No Stories, Syracusae, Electric Mistakes, Ataque de Pánico, Blessed Extinction, 8bm – 8bits Memory, Dead Silence y Tiempos de Sangre.

Rock al Parque 2017, La espera ha terminado

La edición de Rock al Parque 2017 será llevado a cabo los próximos 1, 2 y 3 de julio en el Parque Metropolitano Simón Bolívar, escenario tradicional que año tras año abre sus puertas durante 3 días al rock y sus sonidos más extremos.

La edición de Rock al Parque 2017 será llevado a cabo los próximos 1, 2 y 3 de julio en el Parque Metropolitano Simón Bolívar, escenario tradicional que año tras año abre sus puertas durante 3 días al rock y sus sonidos más extremos.

En marzo de este año el Festival Rock al Parque ingresó por segunda vez consecutiva a la lista The World’s Best Festivals siendo, junto con Rock in Rio, los únicos festivales suramericanos en esta selección realizada por Fest300.

El primer paso del Festival se dio en 1994 y se quedó en el corazón de la ciudad como un patrimonio cultural que debemos respetar y cuidar. En sus últimas ediciones Rock al Parque le ha apostado a la diversidad musical y ha permitido que bandas alternativas alcance las tarimas del evento musical más grande de la Capital. Pese a las críticas que despierta en los más radicales tanta variedad, RAP sigue siendo uno de los eventos más esperados por el público y los artistas nacionales. Sonido extremos, rockero y alternativos se toman a Bogotá durante tres días seguidos, sin embargo, los conciertos son el fruto de un año de trabajo en el cual, a partir de las convocatorias distritales y nacionales, las alianzas con otros festivales y las negociaciones con artistas internacionales, es posible la celebración del evento con todo éxito.

Rugidos Disidentes y su próxima sección dedicada al rock: Urbania Rock, desde ya estará muy pendiente de las noticias generadas alrededor del Festival y, como ya es tradición, da la bienvenida a los artistas nacionales y distritales que ese debutarán en las tarimas del Parque Metropolitana Simón Bolívar.

Mayor información

Nairo, no te calles

A Mariana Pajón se le olvida lo que reza el refrán popular colombiano: « Entre bomberos no nos pisamos la manguera». Ella es una excelente bicicrosista. A no dudar. Pero, ¿mala colega? Tal parece que sí.

 

A Mariana Pajón se le olvida lo que reza el refrán popular colombiano: « Entre bomberos no nos pisamos la manguera». Ella es una excelente bicicrosista. A no dudar. Pero, ¿mala colega? Tal parece que sí.

Nairo sí sabe lo que es trabajar de sol a sol. Es un joven acostumbrado a recoger papa en los campos de Boyacá, como campesino puro y duro que es. En cambio, Mariana es una deportista de élite, pero de la élite de Antioquia. Y nada más.

 

Nairo es un digno representante de Colombia, sobre todo, de la tradición boyacense: son personas tranquilitas, amables y sosegadas, pero son asimismo muy sinceras, y tienen garra.

Yo creo que Mariana Pajón es una maleducada, cuando manda callar a Nairo. Malcriada e irrespetuosa.

 

Nairo, como pocos deportistas, ha tenido el valor civil de expresarse, de manifestar su inconformidad. Y eso es demasiado. Él está en su total facultad de hacer efectivo su derecho a la libertad de expresión. La mayoría de los deportistas se encuentran presos por el miedo al desempleo, y por eso callan.

 

Nairo debe seguir pedaleando, por supuesto, pero de igual manera debe seguir reclamando la dignificación del deporte y los deportistas colombianos. Mariana pajón no parece de los nuestros –diría un andrajoso personaje de Oscar Wilde–, su cara es demasiado feliz. Tal vez desconozca el sabor de la aguapanela.

 

Sin embargo, me gusta pensar que Nairo es un caballero a carta cabal y no se trenzará en una discusión inútil con Mariana Pajón.

De todas maneras, hay que decir: «Nairo, tu voz sí ayuda. Nairo, no te calles. Nairo, te invitamos a que sigas exteriorizando lo que no te gusta».

 

¡Adelante, campeón!

 

Por, Fernán Avid Medrano Banquet

@FernanMedranoB

Imagen tomada de Internet: Publimetro

¡Yo y mis impuestos!

La profesora Carolina Sanín compartió con Rugidos Disidentes una pertinente reflexión que realizó en su muro de Facebook

Bueno. Hace un rato me pasó que llegué tarde a una pelea callejera (madrugué, bendito sea Dios) en una calle de por aquí que estaban arreglando. Un joven muy indignado se peleaba con los obreros, porque estaban ahí parados o porque se tropezó o porque la calle estaba cerrada (no sé por qué, ya dije que llegué tarde) y les gritaba: «¡Con plata de mi bolsillo!» «¡Con mis impuestos!». Y pensé en ese grito de guerra que todos hemos lanzado una vez, o más bien muchas, de «Son mis impuestos», y pensé en lo ridículo y vacío que es. Y aquel jovenzuelo no sé yo qué impuestos pagaría, pero me hizo pensar que cuando lanzamos esa exclamación como que se nos llena la boca y la barriga.

 

Como que en realidad la decimos para sentir que tenemos mucho y damos mucho, y para sentir que de nosotros depende o debería depender algo, y, en últimas, porque no queremos pagar impuestos. Es una exclamación de impotentes, de roñosos y de pelagatos. Y de ella sigue, claro, que la gente evada impuestos con la otra consabida exclamación de: «¿Para qué voy a pagar? ¿Para que se los roben?» Según los indignados contribuyentes, el Estado no debería pagar salarios y nadie debería tener empleos que no fueran creados por la empresa privada y celosamente vigilados por un capataz también privado, me imagino.

 

Yo pago impuestos (los impuestos, no «mis» impuestos, pues precisamente los impuestos no son de uno, sino comunes) cariacontecida, como todos, pero hoy vi la autocomplacencia y el engaño que se encierran en el grito indignado de «Son mis impuestos». Los impuestos hay que pagarlos, se los roben o no. Si otro es el ladrón, no va a serlo uno. Y si se usa mal el dinero público, es malo que se use mal porque es mala la torpeza y es malo el desperdicio y porque es dinero público, y no porque sea «mío» (además, que ni mis impuestos ni los suyos alcanzan para nada que digamos, señorito). Los obreros de la calle, a los que, por cierto, también de su salario les descuentan impuestos, miraban atónitos al joven aquel. Ellos tenían una calle por arreglar, mal o bien, y un trabajo de mierda por hacer, como son de mierda todos los trabajos del mundo. Por mi parte, no vuelvo a decir eso de «¡Con mis impuestos!», mientras no sea archimultimillonaria y gran contribuyente, o ministra de Hacienda, que ninguna de las dos cosas seré nunca (bendito sea Dios muchas veces), ni diré: «Los congresistas se toman vacaciones en Europa con mis impuestos» (pues, si no me alcanza lo que gano para viajar a Europa, mucho menos alcanzará el 20% para que viaje un congresista, por más que me las dé de que pago mucho), ni diré ninguno de esos lugares comunes. Ya vi que es una gran vulgaridad.

 

Por, Carolina Sanín

 

Imagen tomada de Internet: Unipymes

Colombia: el país del gato y la linterna

Somos el país del gato y la linterna. Hace unos días jugué con cósmica, mi gata, en un cuarto oscuro. Tomé la linterna y proyecté la luz en distintos rincones de la habitación, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, sin importar la dirección que ésta tomara, allí llegaba la gorda cósmica con sus garras tratando de atraparla.

 

 

Somos el país del gato y la linterna. Hace unos días jugué con cósmica, mi gata, en un cuarto oscuro. Tomé la linterna y proyecté la luz en distintos rincones de la habitación, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, sin importar la dirección que ésta tomara, allí llegaba la gorda cósmica con sus garras tratando de atraparla. Me divertí, ella también. En un juego de 7 minutos Comprendí que la habitación oscura es Colombia; los medios de comunicación, la linterna; la luz, su agenda noticiosa; Cósmica somos todos nosotros, tratando de acaparar, día a día, esa luz.

 

Esta semana el foco se centró en la supuesta –o no tan supuesta– reunión de un tridente demoníaco: Trump, Uribe y Pastrana, trío trágico-cómico que amenaza con arrasar a medio planeta o a media Colombia, según el personaje que se mire. Hace unas semanas estábamos –no era para menos– con la tragedia de Mocoa y ya hoy poco hablamos de ella. Ese domingo mientras un pueblo desaparecía, hablábamos de la marcha anti-corrupción. Días antes, del llamado a la Selección del presunto maltratador de mujeres Armero. Una semana antes, del aumento en las tarifas de Transmilenio. Mucho más atrás, del caso Colmenares. En diciembre, moríamos de indignación con la tragedia de Yuliana Samboní.

 

Sólo acudimos la cabeza de arriba a abajo en señal de aprobación, o de un costado al otro con los brazos cruzados, si aquello que vemos nos causa algún tipo de indignación o de rechazo. Nos movilizamos virtualmente en redes sociales cuando un tema se vuelve tendencia. Al final de cada día, al mejor estilo de Hombres de Negro, un rayo borra la caché de nuestra memoria y de igual manera que hacemos cuando el teléfono se nos llena de pendejadas, nos preparamos para reiniciarnos mentalmente y descubrir un nuevo amanecer en el que, seguramente, el foco nos lleve en otra dirección.

 

Ese vaivén noticioso permite que recibamos ráfagas de información que rara vez interiorizamos y que, simplemente, se aloja en nuestra memoria de manera temporal sin que tan siquiera reflexionemos al respecto y, mucho menos, que cuestionemos si es verdadera o no. Quizás por eso cada 4 años elegimos los mismos rufianes para que nos sigan robando, porque si en los grandes medios hubo una denuncia, ésta pasó desapercibida o fue tan fugaz que ni cuenta nos dimos, o fue opacada por otra luz en esa habitación oscura.

 

Al igual que el gato, no tenemos rastro del trayecto de la luz, tampoco idea alguna del rumbo que habrá de tomar. En ocasiones somos un país sin memoria, en otras tantas tenemos una selectiva y conveniente y, en el peor de los casos, sí contamos con ésta, pero nos falta vergüenza.

 

Por andar detrás de esas luces proyectadas no vemos toda la habitación, no somos conscientes de nuestra historia y dejamos que los medios de comunicación nos la cuenten como ellos quieren, ojalá sea televisada y en formato telenovela para evitarnos la fatiga de leer.

 

Colombia ha perdido el foco, desde hace mucho, por culpa nuestra. ¡Sí, nuestra! Conjugamos el verbo «olvidar» en todas las personas del singular y del plural: Yo, usted, nosotros, ellos. Todos olvidamos las noticias con la misma facilidad con la que las absorbemos. Parecemos informados, así logramos sostener conversaciones en el almuerzo y, a veces, podemos posar de intelectuales cuando dejamos ver nuestra indignación en redes sociales por algún tema en particular.

 

Acá hay un gato encerrado que sólo espera que la linterna apunte hacia su nuevo destino. Gran problema que tiende a empeorar cuando muchos piensan que esa luz está en manos de tipejos, que encontraron en la religión un hipnotizador colectivo y un lucrativo proyecto de emprendimiento que, además, les da poder. Un problema que más parece enfermedad cuando una muchedumbre de gran tamaño profesa la convicción ciega de que Álvaro Uribe, Alejandro Ordóñez, Germán Vargas Lleras, entre otros, son los portadores de luz que Colombia tanto necesita.

 

Como Cósmica, dejamos que sean otros, los poderosos, los hijos de los mismos, los grandes empresarios, propietarios además de las cadenas de información más influyentes del país, los que dirijan nuestra atención a su antojo. Nos hipnotizan y, de la misma manera que mi gorda gata, actuamos con pereza y con ingenuidad, lo cual no nos exime de la responsabilidad de permanecer a lo largo de nuestra historia atrapados en esa habitación oscura de la que no saldremos hasta que no encendamos, de una vez por todas, la luz.

 

Por, Andrés Angulo Linares

@OlugnaElGato

Instrumental

Aunque diga que estaba al borde de la calle buscando cómo darle sentido a toda mi existencia, un martes en la mañana cuando no tengo absolutamente nada que hacer sino respirar. Lo que está leyendo no se trata de mí.No soy yo desde que terminé de leer Instrumental de James Rhodes pero no se trata de mí. 

 

Aunque diga que estaba al borde de la calle buscando cómo darle sentido a toda mi existencia, un martes en la mañana cuando no tengo absolutamente nada que hacer sino respirar. Lo que está leyendo no se trata de mí.

 

Aunque diga que, ese día vacío, recordé que quería comprar un libro desde hace tiempo, un ejemplar de tapa dura que había visto en el mostrador con un deseo brusco de leerlo cuando llegara la hora. No creo que todavía tenga algo que ver especialmente conmigo.

El protagonista de Instrumental era un pianista [James Rhodes] que narraba su propia historia sobre el dolor y su redención a través de la música. Eso escuché en una Feria del Libro en Bogotá. Sabía que quería leer ese libro pero lo evitaba porque siempre alcanzo a calcular el excesivo interés de autodestrucción que me caracteriza.

Me decidí esa mañana. Tardé tres días en leerlo. Podrían haber sido menos sino hubiese tenido que salir a trabajar. Me desanimé cuando tuve que dejar de lado el libro y vivir. Durante tres días, mi vida se concentró en leer un libro que inicialmente hacía daño.

Rhodes es mi puto héroe. Sobrevivió cinco años a un pedófilo que se ensañó con él en su temprana vida escolar pero en su narración sobre los hechos no se concentra en los detalles sino en la brutalidad de lo no dicho.

Cuando pudo escapar de ese colegio en el que nadie oyó su voz infantil agonizando, se convirtió en el rey de la promiscuidad, las drogas y el piano de un colegio de élite en Londres. A su modo sobrevivió a enfermedades físicas y mentales ocasionadas por la salvajada de abusar de un niño de cinco años.

Fue a la Universidad, tiró todo al traste, volvió a recogerlo, dejó de tocar el piano diez años, se casó, tuvo un hijo, trabajó en el Burger King y la City londinense, en una oficina de 8 a 5 p.m, hasta que terminó volviéndose loco.

Fue recluido en clínicas de reposo mental en Londres y Estados Unidos; solo la música, la excitación, solidez, irrealidad y admiración  que le producían las obras de Bach, Beethoven, Chopin y Rachmaninov (del que tiene tatuado su nombre en el brazo derecho, quizá el mismo brazo en donde se rajó con cuchillas la piel y puso la palabra ‘tóxico’), entre otros, le ayudó a destapar la mierda que tenía en su cabeza. Toda la mierda que puede almacenarse después de treinta años callando su secreto como un bomba atómica en el pecho.

Cada capítulo del libro, (en total son veinte), tiene el nombre de una pieza musical que acompaña la lectura y nadie puede imaginarse (hasta que lo haga) cómo es descubrir una narración que hace juego con piezas como Bach y Busoni, Chacona, Prokófiev, Concierto para piano n.° 2 final  o Mozart, Sinfonía n.° 41 (Júpiter). Es una experiencia indecible. Con mucho cuidado, Rhodes hizo su playlist al que se puede acceder de manera gratuita mientras uno se devora el libro. El tipo llegó a convertirse en el concertista que soñó.

El libro no solo es el testimonio de un superviviente que cada mañana intenta reconciliarse consigo, es un critica a la música que bajo adjetivo de clásica se cree tan exclusiva como ya poco lo es en la actualidad, se trata de un grito insolente en la recuperación, la narración y hasta en la forma de conceder un libro al lector.

No soy yo desde que terminé de leer Instrumental de James Rhodes; cuando llegué a la última pieza, -capítulo- me lancé a la calle a organizar mi propia mierda y tomé la decisión de no guardarme algo tan revelador exclusivamente para mí. No voy a salvar el mundo con esto, ni haré la obra de arte que alguien admire pero si en algún lugar del mundo un hombre pudo salvarse gracias a la música, como yo por años lo hecho con la literatura, habrá valido.

 

Por, Yulieth Mora

Directora de Todas Mis Declaraciones

https://todasmisdeclaraciones.wordpress.com/

@LaMaquinaCol

Publicado originalmente en Todas mis declaraciones: https://todasmisdeclaraciones.wordpress.com/2016/11/15/instrumental-james-rhodes-blackie-books/

La fábrica de agua de Bogotá: la sabia manera de crear de la naturaleza

Cuando era niña, en las épocas de invierno en el Quindío, veía como mi abuela Hilda recogía el agua de la lluvia por medio de canales hechas con guadua que rodeaban la casa y la vertían, desde cada esquina, a unos baldes grandes.

“Lo que uno no sueña es lo que no logra”

 

Cuando era niña, en las épocas de invierno en el Quindío, veía como mi abuela Hilda recogía el agua de la lluvia por medio de canales hechas con guadua que rodeaban la casa y la vertían, desde cada esquina, a unos baldes grandes. Ella tiene ritos para ahorrar agua en actos cotidianos como lavar los platos o ducharse, pues los considera como  una importante fuente que permite preservar este líquido vital. Ahora veo la riqueza finita de Chingaza y pienso que si tuviéramos la conciencia de mi abuelita, la realidad del agua sería distinta.

 

El Parque Nacional Natural Chingaza está ubicado en la Cordillera Oriental de los Andes, al noreste de Bogotá; conformado por 11 municipios, 7 de Cundinamarca: Fómeque, Choachí, La Calera, Guasca, Junín, Gachalá y Medina; y 4 municipios del Meta: San Juanito, El Calvario, Restrepo y Cumaral.Sus ecosistemas predominantes son los bosques altos andinos, subandinos y páramos,  refugio de fauna y flora fundamentales para el ciclo del agua. Se estima que la flora total del Parque sobrepasa las 1.000 especies, muchas de ellas endémicas –es decir que sólo existen en esa región–. Una de estas especies es el  frailejón llamado Espeletia uribei, que  crece en la franja de vegetación entre el páramo y el bosque alto andino. En el Parque se encuentran algunas especies reportadas para Colombia en peligro de extinción, como el oso andino (Tremarctos ornatus), el venado cola blanca (Odocoileus virginianus goudotii), el venado colorado (Mazama Rufina ó virginianus apurensis), la danta de páramo (Tapirus pinchaque), el cóndor de los Andes (Vultur gryphus), el borugo de páramo (Cuniculus taczanowskii), el gallito de roca (Rupicola peruvianus) y el puma (Puma concolor), información vista en su página Web.

La neblina de este lugar abraza al visitante con ese frío único que hace sentir la vida que vibra en la fábrica de agua de los bogotanos. Chingaza abastece a los capitalinos con cerca del 80% de agua que ellos consumen. A lo largo de la historia hídrica de la ciudad se han construido diferentes embalses y  plantas de tratamiento, sin embargo se necesitan obras grandes pensadas a futuro, ya que el agua del parque es tan finita como la del resto del planeta.

Laguna del Medio

Debemos ser conscientes del consumo de agua por medio de campañas educativas y darnos la oportunidad de visitar el Parque Nacional Natural Chingaza, además de pedagógico,  es una forma que a la vez es recreativa. Para visitar este lugar se debe hacer una solicitud de ingreso a través de reservas.ecoturismo@parquesnacionales.gov.coo comunicarse al teléfono (031)3532400 ext. 3011 y 3012 o personalmente a la calle 74 No 11-81 en Bogotá. También existe la posibilidad de dormir en esta reserva. Se puede llegar en carro y es imprescindible llevar la indumentaria adecuada para resistir el agua y el barro y caminar por sus senderos. Se recomienda, también, llevar agua y comida.

Uno ama lo que conoce y al observar todo este despliegue de frailejones y lagos que desprenden arterias de agua por doquier, se siente toda la fuerza y riqueza de la sabia naturaleza que produce líquido vital para vivir. La conciencia que permite ver este panorama ligado a entender que el agua es un recurso finito, merece la atención. Visite lo más pronto posible a Chingaza.

Laguna Chingaza

Pero para “salvar el mundo” no sólo se necesita ahorrar agua, se necesita una unión para crear la nueva gestión alrededor de ella, debe ser un tema de planeación participativa entre la comunidad, lo público y lo privado, con observatorios regionales ambientales. El doctor Ernesto Guhl Nannetti describe este planteamiento en el conversatorio:Agua, eje de ordenamiento territorial, en el queademás ofrece un contexto histórico del agua en la capital colombiana. Nannetti ha trabajado en la Propuesta de la Delimitación Territorial de la Región Hídrica Cundinamarca-Bogotá.

Este conversatorio genera varias preguntas: ¿Qué estamos haciendo con las aguas residuales? ¿Existe conciencia sobre la huella del agua en el río Bogotá? ¿Somos una región sostenible? ¿Adónde va a parar el agua lluvia? ¿Si en otros países se reutiliza hasta siete veces, cuánta de esta se aprovecha con el tratamiento de aguas residuales en Colombia? Es en estos puntos claves en los que hay que actuar como mi abuela, de forma consciente y compasiva.

Otro aspecto clave de esta conferencia es el llamado de alerta a hacer las cosas de una manera más sostenible, estamos acabando con los mejores suelos agrícolas de Colombia para construir casas. Dependemos del agua de los páramos y estos están en peligro. Factores como el Cambio Climático y el uso inadecuado del suelo hacen que el terreno presente una crisis. A la ciudad hay que verla de manera compleja dando prioridad a los ecosistemas y no a los megaproyectos urbanísticos que necesitan tener límites. Hay que despertar el interés para recuperar el río Bogotá, apreciar el valor del líquido vital con una cultura del cuidado, donde las fuerzas de todos se unan para tener agua segura y de calidad por más tiempo.

 

¡El derecho al agua define el futuro de la humanidad¡ 

Exposición: Simplicidad del ser y la inquietud del ángel

El jueves 20 de abril a las 7:00 p.m. se realizará la inauguración de la exposición Simplicidad del ser y la inquietud del ángel, de María Fernanda Cuartas en la Sala de Exposiciones Débora Arango del Centro Cultural Gabriel García Márquez.

Inauguración

jueves 20 de abril, de 7:00 p.m. en la Sala de Exposiciones Débora Arango, del Centro Cultural Gabriel García Márquez.

  • ·           La exposición estará abierta al público del 11 de abril de 2017 al 14 de mayo de 2017
  • ·           Arte para venta
  • ·           Entrada libre

 

El jueves 20 de abril a las 7:00 p.m. se realizará la inauguración de la exposición Simplicidad del ser y la inquietud del ángel, de María Fernanda Cuartas en la Sala de Exposiciones Débora Arango del Centro Cultural Gabriel García Márquez.El jueves 20 de abril a las 7 p.m. se realizará la inauguración de la exposición Simplicidad del ser y la inquietud del ángel, de María Fernanda Cuartas en la Sala de Exposiciones Débora Arango del Centro Cultural Gabriel García Márquez. Esta muestra está compuesta por dos series, Simplicidad del ser y La inquietud del ángel, y presenta un conjunto de 31 pinturas.

Según la artista, la primera colección llamada Simplicidad del ser surgió como consecuencia de un proceso de meditación y contemplación en torno a la sensación de vacío existencial y los cuestionamientos metafísicos que de ella se derivan: “nace después de una cantidad de interrogantes acerca del porqué de las cosas y si tenían o no cada una razón de ser; me cuestionaba sobre el término soledad creyendo que solo está en nuestras mentes la nada como un concepto negado del ser. La simplicidad de las imágenes y la austeridad del color nos introducen en el vacío, en la ausencia, en la nada”. Esta serie está conformada por 16 obras, en las que se usó la técnica del óleo sobre lienzo.

La segunda serie denominada La inquietud del ángel surgió por la necesidad de un cambio en la manera de ver la vida. Según Cuartas, en el momento en el que concibió esta colección se encontraba en un proceso de cambio: “fue un momento decisivo, quería soltar, quería depurar las emociones, liberarme de equipaje, cerrar capítulos, emprender un viaje hacia el futuro, buscar lo que mejor consideraba para mi interior. Necesitaba algo de limpieza, dejar todo atrás en una vieja maleta y escuchar la voz interior”. Esta serie se conforma por 15 obras en las la artista usó el óleo sobre lienzo.

Sobre la artista

María Fernanda Cuartas es una artista colombiana nacida en Bogotá, con una formación en pintura en los talleres de los maestros Bernardino Labrada, Guillermo Ruiz y  Fernando Polo. Actualmente vive y trabaja en Cali.  Ha participado en numerosas exposiciones colectivas e individuales de distintos países del mundo como Estados Unidos, España, Emiratos Árabes, México, Argentina Austria y Colombia. Su obra ha recibido varios reconocimientos entre los que se destacan el Premio de Honor: Show Art International d´ Estiu a Catalunya Barcelona, España, 2010; y la Mención Honorífica y Reconocimiento a su labor artística, Base Naval de Infantería de Marina de Colombia, 2014.

En su desarrollo artístico ha explorado y afianzado su lenguaje gráfico a través de la construcción de metáforas visuales que reflejan su inquietud sobre problemas relacionados con la imagen y la sociedad contemporánea.La artista ha depurado sus ideas y ofrece un discurso pictórico elíptico, liberado de todo condicionamiento técnico y óptico de la tradición para erigir en sus propuestas visuales formas visibles simples que evoca con sutileza a través de líneas, contornos, uso eficaz de la gama cromática y capacidad de contención para pintar lo preciso, por tanto, plantea un espacio de interacción importante hacia el espectador para que sea este quien continúe con la creación plástica.

Arte para venta.

 

Mayor Información

 

Diana Marcela Becerra

Profesional Comunicaciones

Letras sin fronteras

Calle 11 No. 5-60, Bogotá

Teléfono: (571) 2832200, Ext. 221

Celular: 3195843334

Fax: (571) 3374289

www.fce.com.co

El resonar del teléfono

La tormenta cesó; a cántaros, el agua se deslizaba por las calles, cual riada desbocada. A través de la ventana, desdesu casa, Antonio observaba fijamente la calle principal. Un frío aterrador penetró sus huesos

1

La tormenta cesó; a cántaros, el agua se deslizaba por las calles, cual riada desbocada. A través de la ventana, desdesu casa, Antonio observaba fijamente la calle principal. Un frío aterrador penetró sus huesos; aun así, su delgado cuerpo permaneció quieto. Por unos instantes, presenció aquel fúnebre cielo gris: «¡Mierda de clima!… ¿Cuándo será que todo esto acaba?», pensó, no sin algo de nostalgia. En su rostro, adornando aquellas cuencas profundas, donde yacían sus ojos melancólicos, un par de ojeras negras, destellaban opacas… De pie, a su lado, Hermes lo miraba con lástima, aunque para Antonio se sintió inquisidora e intrusiva; algo nervioso, comenzó a sudar frío, lo miró de reojo y percibió su desnudez saboreando el olor de su piel, amarga como sábila.

—¡Rin, rin, rin! — aquel sonido le heló hasta la médula. Miró hacia la mesa, en el centro de aquella habitación grande y sombría: alta, antigua, de tres patas, de color negro; encima, se apenas se lograba distinguir un viejo teléfono, que hacía eco en toda la estancia, con su sonido tan fuerte.

-¡RIN…RIN…RIN…RIN…RIN!

El teléfono resonó una y otra vez; Antonio tembló… tembló… tembló; con sus manos huesudasserecubrió las orejas, intentando acallar aquel sonido: lo asaltó el temor. Caminó lento, hasta la mesa, con manos temblorosas tomó el teléfono y, con la voz entrecortada y algunas gotas de agua que se deslizaron por su frente, balbuceó:

—¡ Aló, Aló…!

Silencio. Nadie arguyó nada. Únicamente escuchó una leve respiración del otro lado. Intentó hablar, pero no pudo, sintió las ideas desorganizadas, mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para pronunciar palabra.

—¡Aló!… ¿Quién… llama? —Nadie, nadie, nadie al otro lado. Colgó.

Permaneció un instante de pie, junto aquella mesa; giró su cabeza lentamente, como si temiera encontrar algo o alguien frente a la ventana. Hermes seguía ahí con su esquelético, blanco y frío cuerpo desnudo; de pie, mirándolo, extendió sus largos brazos invitándolo a acercarse. Más calmado, obedeció; ahora tomó con sus manos el cuello de Hermes, aproximaron los labios, Antonio pudo sentir cómo aquel frío penetrante proveniente de Hermes le heló la saliva; sin embargo, eso no lo detuvo para besarlo… se acariciaron… Hermes acercó su frágil cuerpo, cada vez más al de Antonio, hasta lograr sentir su varonil y duro sexo. No obstante, se detuvo al percibir una lágrima que bajaba por aquella pálida mejilla.

—No hay porqué llorar, mi querido amor, siempre estaré aquí —le dijo.

—Siempre, Hermes, siempre. ¡Sabandija Mentirosa! Si ya te estás pudriendo, y yo aquí temblando de frío junto a tu cuerpo muerto.

—No… no me grites. ¿Acaso yo tengo la culpa de estar así? desde hace dos noches no he logrado ser el mismo, estoy congelado, inerte, seco. Me duele aquí, justo aquí, en el pecho. ¡Arde! como si me quemara completamente por dentro. ¡Ayúdame, por favor, Ayúdame! —Antonio no responde; ante aquellas palabras, lo soltó bruscamente.

2

Antonio se hallaba de pie, al lado de la puerta principal; era una casa de aspecto abandonado, heredada de sus abuelos paternos. Fumaba un cigarro, inhalando el humo cruelmente. Un hombre de aspecto misterioso llevaba puesto un sombrero que cubría parte de su cara y un gabán que le tapaba el cuerpo. En la mano izquierda,sostenía un puñal manchado de sangre yobservaba a Antonio, oculto en la oscuridad que daba la atmosfera grisácea que la tormenta había dejado. Antonio advirtió, instantes después, la presencia de aquel hombre, que parecía un espectro. Lanzó el cigarro con fuerza al otro lado del andén sin dejar de mirar aquella figura desdibujada, que, en vano, se esforzó por identificar. Llamó su atención cómo aquella mezcla de agua sucia con sangre, empezó a transformarse mientras bajaba por la calle; abrió sus ojos como si fueran a salirse de su órbita; en el centro de su pecho los latidos se hicieron más fuertes; desesperado, buscó de dónde provenía la sangre, hasta que sus ojos chocaron con la mano izquierda de aquel hombre, en la cual sostenía un cuchillo: de este objeto afilado y largo resbalaban gotas de sangre con tanta autoridad,como si brotaran del cuello de una cabra recién degollada.

RIN…RIN…RIN…RIN…RIN

El teléfono nuevamente; Antonio escucha la voz de Hermes desde el otro lado de la casa.

—¿No vas a contestar, Antonio?… ¡Maldito cobarde!

Antonio no responde; no pudo hablar. Con aquel sonido infernal, su cuerpo quedó inmóvil y sintió como sus cuerdas vocales perdieron su función. El tiempo se detuvo por un instante; cual huracán, una ventisca pasó arrasando con todo lo que halló en su camino y, deprisa, el hombre se movió hacia Antonio con tal velocidad, que lo único que sintió fue el puñal penetrando en sus costillas…

Su grito retumbó en toda la casa: despertó angustiado, con el cuerpo y rostro cubierto de sudor, la respiración agitada, el corazón latiendo rápidamente como si tuviese taquicardia. Toc, toc; escuchó que alguien llamó a la puerta. Levantó con dificultad de la cama su cuerpo, sin casi aliento alguno, caminó hacia la sala, como sonámbulo sin rumbo; miró a su alrededor, una luz tenue entraba por la ventana de la habitación. Transitó por un pasillo largo y estrecho, llegó hasta la puerta principal de la casa, y prendió la lámpara.

—¿Quién es? —Preguntó.

—Soy yo, querido… —Era Carmen, la hermana de Hermes; una mujer extremadamente flaca, desaliñada, igual de alta que su hermano

En un tono poco audible, pregunta:

—¿Estás listo?

Antonio hace un esfuerzo para escucharla. Por unos segundos, intentó discernir  el motivo de su presencia.

RIN… RIN… RIN… RIN… RIN

Miró el teléfono; la escena le era familiar, como viviendo un déjà vu. Nuevamente, sintió cómo temblaba su cuerpo; después de unos segundos, se decidió a contestar, y caminó despacio hacia una de las esquinas de la sala, hasta la mesa.

—Aló.

—¡Hola, Antonio! —Lo saludó una voz exhausta.

—¡Hola… Hermes!, ¿cómo estás?, ¿Por qué no has venido a casa? Te he esperado estos últimos días.

—¿Cómo?… Hace dos días te llamé, con el último aliento que me quedaba… ¿Te acuerdas?… ¿Te acuerdas que te dije que estaba muriendo? Me apuñalaron en el pecho varias veces, para robarme… Antonio… Antonio, ¿sigues allí? Ayúdame…—Antonio no respondió; un nudo en la garganta ahogaba su voz. Sujetó con ambas manos el teléfono y, con toda la fuerza que le quedaba, lo arrojó contra la pared.

Toc, toc, toc… De nuevo, Carmen llamó a la puerta; Antonio se encontraba tendido en el suelo, meciendo su cuerpo de adelante hacia atrás, de adelante hacia atrás, de adelante hacia atrás, con la mirada perdida, sin reaccionar a su llamado. Una mano le tocó el hombro: «¡Amor, levántate!», le dijo Hermes, dando su mejor sonrisa. Antonio lo miró, secó con la manga de la camisa las lágrimas que bajaban por sus mejillas. Aferrándose al desnudo y congelado cuerpo de Hermes, se incorporó:«Ponte algo, no quiero verte más desnudo»… «Mi bata está por aquí, en algún lugar del cuarto», le dijo Antonio, apretando fuertemente sus manos. Hermes vuelve a mirarlo con aquella mirada de lástima: «Vamos, Carmen te espera… Se hace tarde para el entierro», le dijo, mientras lo sostenía con su cuerpo.

—¿Cuál entierro? —respondió Antonio, con los ojos abiertos; la sorpresa en su rostro era evidente. Carmen volvió a llamar a la puerta; Antonio abrió, la ve frente a él vestida de luto.

—¿Cómo estás? —preguntó ella, en tono compasivo.

—Bien, normal —sonrió.

—No parece, te ves igual o peor que yo…

Sin atenderla, Antonio tomó su chaqueta, para salir; permaneció un momento de pie mirando hacia la sala, mientras Carmen, algo preocupada, lo contempló calladamente. Vio a Hermes con su bata puesta, acostado en el sofá, sosteniendo una copa de vino —¡Amor, aquí te espero hasta que llegues! —Antonio cerró la puerta.

─ ¿Qué quieres hacer? ─Le dijo Antonio a Carmen, mientras la agarraba del brazo.

 

Reseña del Autor

 

Mi nombre es Débora Isabel Galindo, tengo 35 años de edad, nací en Buga Valle, y fui criada en Bogotá a partir de los 4 años. Soltera, independiente, y, amante de los gatos.

Soy Magistra en Psicología clínica con énfasis Psicoanalítico, de la Universidad Javeriana, actualmente docente de la Universidad Cooperativa de Colombia. Especialista en Creación Narrativa de la Universidad Central. Dirijo un proyecto en las cárceles Picota y Modelo titulado: “La Poesía como herramienta terapéutica” Me desempeñó como co-investigadora en la Línea de Investigación titulada: “Iniciativas Sociales de Paz en Colombia” en la Universidad Cooperativa. En el 2015, fueron publicados dos artículos científicos, el primero en la revista de Psicoanálisis titulado: “La Psicología y los grupos de trabajo, alternativa de organización de los sujetos para la paz” y en la revista de Los Libertadores, Tesis Psicológica: “Grupalidad: un camino al lado de los otros como potencial de sanación psíquica” Participé en el taller de poesía en el Fondo de Cultura Gabriel García Márquez, dirigido por el poeta Federico Diaz-Granados. Gané el tercer premio en el concurso de poesía: Nidia Erika Bautista, con el poema: “El Aroma de las Mujeres Desaparecidas” 2016.

 

¡Anímate a participar de nuestra Convocatoria Narraciones Transeúntes!

 

Revisó: Roger A. Sanguino (Equipo Editor Narraciones Transeúntes)

El banquete

La noche del desastre, el señor Strauss se sentía indispuesto. Difícilmente pudo llegar al pequeño espacio que aún quedaba libre en el baño donde un espejo amarillento le proyectó la imagen de alguien en extremo pálido y delgado, con la piel manchada y poblada de caminitos prematuros.  

La noche del desastre, el señor Strauss se sentía indispuesto. Difícilmente pudo llegar al pequeño espacio que aún quedaba libre en el baño donde un espejo amarillento le proyectó la imagen de alguien en extremo pálido y delgado, con la piel manchada y poblada de caminitos prematuros.

Era viudo desde hacía más de diez años y a raíz de aquella pérdida, su único hijo se había radicado en el exterior, no sin antes suplicarle que se marchara con él, a lo que el obstinado señor se había negado de forma contundente. El abatido joven no tuvo otra alternativa que dejarlo allí y depositar religiosamente el dinero para sus gastos mensuales.

Desde entonces, y como sucedáneo inconsciente de la felicidad perdida, el señor Strauss había comenzado a traer a su casa artículos que encontraba por la calle y que habían sido catalogados por sus antiguos dueños como inservibles.  Inicialmente, trajo un antiguo sillón con la convicción de que era posible repararlo. Luego fueron llegando otras sillas y sillones con la tapicería hecha trizas, porcelanas y jarrones rotos, muñecas descabezadas y toda suerte de juguetes inútiles, todo ello considerado por él como “recuperable”.

En seguida llegó el turno a los periódicos, revistas y cajas de cartón. Por esos días, las campañas en pro del reciclaje abundaban en los medios, así que el señor Strauss sintió que estaba contribuyendo a salvar el planeta peligrosamente amenazado. Obviamente no se le escaparon los recipientes y empaques plásticos.

Durante los primeros años de su aventura ecológica, el señor Strauss mantuvo de alguna manera el control de la situación, pero con el tiempo, la obsesión por almacenar más y más cosas se convirtió en un problema para los vecinos. Por fuera, su casa parecía una más, pero al no tener la precaución de limpiar ciertos recipientes, los roedores y moscas merodeaban a su antojo el vecindario. Esta situación le valió no pocos enfrentamientos que incluso lo llevaron ante las autoridades. No obstante, logró salir siempre bien librado, argumentando que dentro de los límites de su casa podía hacer lo que mejor le viniera.

Los años transcurrieron en ese estado de tensión. El señor Strauss iba una vez al mes a retirar su dinero y comprar víveres, sin darse cuenta que compraba mucho más de lo que consumía. A estas alturas la casa había sido ocupada por completo por una absurda profusión de artículos de toda índole, haciendo casi imposible el acceso a espacios vitales como el baño o la cocina.

Sin embargo, él parecía no caer en cuenta de la grave situación. Todo, absolutamente todo había sido literalmente invadido por montañas y montañas de basura o, como él prefería llamarlo, sus recuperaciones. Apenas si quedaban algunas pequeñas cavidades a manera de ventanas para deslizarse de una estancia a otra. El antiguo sillón, primer testigo de la debacle, servía a su vez de cama, sala y comedor y como la ducha había sido ocupada por columnas de diarios viejos, el señor Strauss había olvidado la costumbre del agua y el jabón.

Esa noche, cuando pudo regresar por fin a la somera comodidad del sillón, luego de haber sorteado toda clase de obstáculos para servirse un poco de leche y de haber ahuyentado las ratas que convivían con él a sus anchas, sintió como si la casa hubiese sido arrancada de sus cimientos por una fuerza inconcebible: una brecha de casi un metro de ancho por cinco de profundidad dividió lo que antes fueron las áreas comunes, de las habitaciones. Hipnotizado, entreveía a través de la polvareda el correr de las ratas desorientadas que chocaban entre sí. Un segundo estruendo lo sumió en una oscuridad compacta. Desde fuera llegaban voces plañideras mezcladas con llanto de infantes y aullidos caninos. Se sintió mareado. Se aferró fuertemente al sillón tratando de sobreponerse al aturdimiento. Entonces permaneció allí, estremecido de frío e impotencia.

Pero si la noche había sido trágica, la mañana que no esconde nada dejo ver el desastre en toda su magnitud. El señor Strauss lanzó un grito de angustia al ver que parte de su casa había desaparecido por entre la grieta que creció asombrosamente al amparo de la oscuridad. Se incorporó como pudo y se dirigió a la calle abarrotada de escombros.  Para qué describir un paisaje tan escabroso. Basta con decir que el terremoto había arrasado la población a la que el sueño había hecho aún más vulnerable, y que los pocos sobrevivientes volcaban ahora toda sus esperanzas en los rescatistas y sabuesos.

Pese a la desgracia, el señor Strauss ostentaba una felicidad insultante para quienes lo vieron escavar con uñas y dientes aquí y allá con tanta  insistencia y tenacidad. Lo vieron apartar, sin ningún asomo de vergüenza o respeto, extremidades humanas que se interponían entre él y algún objeto material de su agrado. Lo vieron llevar hasta su casa derruida, que irónicamente resultó menos afectada que las demás, muchas de las pertenencias de los difuntos. Lo oyeron decir, ya en el colmo del paroxismo, que aquello era un verdadero banquete.

*****************************************

Días después, el hijo del señor Strauss llegó al lugar casi desierto y se encontró con dos versiones sobre la muerte de su padre: una, que había fallecido sepultado por la basura acumulada en su casa y otra, que había salido ileso del terremoto, más no así del linchamiento.

 

Por, Marisella Zamora

Reseña del Autor

 

Marisella Zamora. Bogotá, 1977. Escritora en formación empírica y constante. Amante de la lluvia, los árboles, el verde y el gris. Atesoro la soledad que muchos rehúyen, aunque traiga consigo su espantoso silencio.

 

¡Anímate a participar de nuestra Convocatoria Narraciones Transeúntes!

 

Revisó: Roger A. (Equipo Editor Narraciones Transeúntes)

 

El texto muestra una escritora ahí detrás, ¡la calidad es innegable!

El texto cautiva, invita a leer más de la obra de la mujer, es un cuento construido con simplicidad y no hay nada más complicado que escribir así, denota un excelente manejo del lenguaje y de los recursos literarios.

La historia del señor Strauss además de ser escrita con elegancia tiene el tamaño adecuado para contarla (pero en lo personal hubiera querido leer más), sin duda no sólo intenta contar una historia, efectivamente lo hace.

Creo que este es el tipo de literatura que siempre deleita leer y claro que la invitaría a que siga enviando textos, en lo personal será un placer leerlos.