Penúltima parada vista desde un escritorio

Hoy realmente escribo obviedades que rayan en Perogrullo, porque el fútbol de estas eliminatorias así lo permite, realmente nos enorgullecemos en Suramérica de tener el torneo más difícil del mundo y eso se evidencia claramente ad portas de la fecha 15, en la que sólo hay un clasificado

Hoy realmente escribo obviedades que rayan en Perogrullo, porque el fútbol de estas eliminatorias así lo permite, realmente nos enorgullecemos en Suramérica de tener el torneo más difícil del mundo y eso se evidencia claramente ad portas de la fecha 15, en la que sólo hay un clasificado: Brasil. Las selecciones del puesto 2 (Colombia 24 Pts G+3) a la 8 (Paraguay Pts18 G-8) se encuentran a  seis puntos de diferencia, así que las 2 plazas más el cupo de repechaje (tres plazas reales) están en disputa por siete selecciones… intensa y apasionante la eliminatoria sin más, ahora miremos algunas situaciones que son interesantes en esta doble jornada:

Colombia, no nos llamemos a engaños, Venezuela va a jugar con todo, pero son los últimos y además tienen pérdidas sensibles, Arango que nos la tenía velada se retiró, Seijas no fue prestado por el club, el Lobo Guerra está recuperándose de una lesión, eso se traduce en que la tricolor debe sí o sí romper la racha de 21 años sin ganar de visitante ante la Vinotinto, no importa si jugamos sin James, que el equipo esté lleno de amarillas (8 en total), que la Selección llegará al estadio en bus después de hora y media (Bueno, no van tan apretados como en Transmilenio de Usme a Suba). Lo importante es que hay material humano para vencer a los de Dudamel y que con ese resultado quedamos a un punto de la ansiada clasificación (algunos dirán que faltan dos puntos), yo opino que la cifra mágica es 28, debido a que en las últimas eliminatorias el quinto se clasificó con 25 y no jugaba Brasil.

Hablemos del partido contra Brasil: Uno de los problemas de los hinchas es que vivimos de entusiasmos, por lo que hay que considerar dos escenarios:

Primero: si no se le gana a Venezuela (sería malo pero no catastrófico), habrá periodistas por doquier pidiendo la cabeza de Pékerman. Aquí tampoco debemos dejarnos sacar el espíritu resultadista y veintejuliero y pensar que quedan 3 partidos y necesitamos entre 3 o 4 puntos y uno de los partidos es de local y el otro es a domicilio en Lima, donde hace muchísimo rato no perdemos y apuesto a que los peruanos llegan eliminados.

El detalle es que este Brasil no es el de Dunga, Tite está preparando motores para Rusia y se vino con toda la banda y no parece que vengan de turismo, vienen por los tres puntos y tienen juego para lograrlo. Realmente, si arañamos el punto me parecería suficiente pero realmente difícil, muy difícil.

Segundo: La tricolor llega a Barranquilla con tres puntos en su visita a la vinotinto y llega a 27 puntos… ¡queda a tiro de as! –dirían en parqués–, por lo que realmente, desde el deseo de clasificar no tendría mucha importancia el partido, algunos dirán que la idea es clasificar de local frente a los históricamente mejores del continente, lo que le añadiría gloria a la eliminatoria, pero francamente creo que no tenemos laterales para hacerles frente, nos hará mucha falta Yerry Mina, Sánchez no podrá sólo con la labor de marca (no hemos podido conseguir en casi 7 años con Pékerman otro volante de marca-marca), así que no me hago muchas ilusiones con este partido.

Para rematar lo de nuestra Selección: si le ganamos a Venezuela ya podemos pensar en Rusia así perdamos con Brasil, porque si a Paraguay de local y luego a visitando a Perú no logramos, entre los dos partidos, un mísero puntico en serio no merecemos ir… El sentido común me dice que después de esta doble jornada no toda la alegría será brasilera.

A la hora que se escribe esta columna el Tribunal Arbitral du Sport – TAS emite el comunicado de prensa del cual sólo extractaré el encabezado: “EL TRIBUNAL ARBITRAL DEL DEPORTE (TAS) RECHAZA LAS DOS APELACIONES PRESENTADAS POR LA FEDERACIÓN BOLIVIANA DE FÚTBOL”. (+)Lo anterior nos pone en el siguiente escenario: la tabla de clasificación no sufre cambios, lo que afecta los intereses nacionales (en caso de que el fallo hubiera sido en sentido contrario nos dejaba a 4 puntos de Chile), seguimos con ese fuerte escolta a un punto.

Pero si aquí nos afecta un poco ese fallo, en Argentina deben estar prendidos de los cabellos, están oficialmente en zona de repechaje, Ecuador los tiene a dos puntos, Paraguay y Perú a 4 y de los tres sólo evitan a Paraguay, en cambio enfrentan a Uruguay este jueves y de visitante.

EliminatoriasSampaoli es un gran técnico no cabe duda, pero si le gana a Uruguay, de una vez que su paisano, su Santidad, lo vaya beatificando y si Argentina pasa la belleza de fixture que le tocó y clasifica sin ayuda (no creo que la FIFA planifique un mundial sin Messi y demás), tendremos un nuevo santo señores… ¿San Paoli?… mientras escribo esto, la prensa ya tiene titulares, de los cuales destaco: “TAS en Repechaje, tomado de Olé. ¡Hasta el Papa debe estar rezando!

Al que veo más perdido que el hijo de Lindbergh es a Ecuador, tan cerca y tan lejos, va a ser el ‘friendzoneado’ de la eliminatoria, está a dos puntos de Argentina pero visita a Brasil (se sale con una derrota de menos de tres goles que se den por bien servidos), luego recibe a Perú en un desteñido clásico, pero que será intenso porque el que pierda quedará eliminado, posteriormente, en sus dos últimas jornadas visitará a Chile y recibirá a una –quizás necesitada– Argentina, lo que pinta es que verán Rusia 2018 por TV.

Así que, en mi entender, Argentina, Chile, Colombia, (salvo algún descalabro para los libros de historia) y Uruguay serán los que acompañen a los muchachos de Tite en Rusia.

Fútbol visto desde el escritorio por un ‘Burrócrata’ más. 

Por, Burrócrata

 
 
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Imagen principal tomada de Internet: Federación Colombiana de Futbol
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Un beso de Dick

Yo apenas respiraba cuando Fernando Molano ganó el primer Concurso de Novela de la Cámara de Comercio de Medellín en 1992 -año en el que nací-. Veintiún  años después, en 2013, me crucé con Molano en la biblioteca, lo conocí en forma de libro porque el escritor bogotano murió a los 37 años en 1998 -cuando yo tenía seis-.

Molano se me apareció en la Biblioteca Julio Mario Santo Domingo una tarde mientras buscaba qué carajos leer y encontré la novela póstuma Vista desde una acera, que demoró años en publicarse luego de permanecer imperceptible en los archivos de la Biblioteca Luis Ángel Arango en el Centro de Bogotá.

Me llevé el libro a casa, lo devoré. No solo porque se trataba de una historia que me identificaba, que abordaba el amor homosexual, sino porque en la sencillez de su narración, pude explorar mis intereses a la hora de escribir. El libro permaneció en mi maleta por dos semanas, sentí que  no quería devolverlo pero tendría que hacerlo “ya casi tengo que devolverlo”, me decía.

Era un jueves mientras caminaba para llegar a una cita médica y una tormenta cayó de golpe. Diez cuadras para llegar, ni un solo lugar donde escampar a mitad de la Autopista, ese era el panorama; apenas unos minutos para llegar a tiempo, caminé rápido, con fuerza quizá con ritmo, y cuando llegué al destino me atendieron por pura compasión, estaba empapada, la maleta y lo que llevaba dentro también. El libro, Vista desde una acera de Fernando Molano, era papel y agua.

En efecto la biblioteca no quiso recibirlo aunque las hojas estuvieran secas días después. En un trámite normal, tuve que comprar un libro idéntico, llevarlo a la biblioteca y quedarme con el ejemplar que había dañado, que “usted se tiró” dijo el bibliotecario.

Fue el mejor regalo que me hice, me hicieron o me hizo –no sé exactamente a quién me refiero cuando digo: hizo–, conservo ese libro como una muestra de que la casualidad no existe, de que estamos destinados a quedarnos con las búsquedas que hacemos de nosotros mismos.

Entonces empecé a entenderlo todo, a entenderme cuando descubrí a Molano. Recién acabo de releer Un beso de Dick (que pueden descargar en el anterior enlace) y entonces siento que necesito esa lectura en estos momentos y además que: más que nunca se necesita esa lectura en esta sociedad pacata.

Un beso de Dick es la historia de Felipe y Leonardo, dos adolescentes que se enamoran en el colegio, las canchas, las duchas, las camas, los andenes, las montañas, los pupitres. La historia es intimista con un narrador en primera persona que no habla de ser gay, sino que habla del amor, del primer amor.

Yo creo que el valor de esta novela radica en la narración ingenua que revela el profundo deseo, la transparencia de lo verdadero, la belleza de la juventud. No creo; como muchos dicen, que sea una novela de culto, ni que se trate de una novela gay, porque me cuesta entender que las etiquetas completen los significados y nos impongan un mundo maniqueo.

Un beso de Dick es un regalo en el que uno sonríe con la espontaneidad de Felipe, en el que uno se pregunta por qué los papas actúan así, con esa violencia cuando un abrazo soluciona lo más complejo. Uno se pasea por el colegio, donde quiso y donde odio, creo que también se entiende, después de muchos años, por qué uno tomó las decisiones que tomó y para qué.

Un beso de Dick –título inspirado por un episodio de Oliver Twist de Dickens. Año 92. Que un marica ganara algo debió ser un golpe al establecimiento, sobre todo al establecimiento de la literatura, que nos dice qué leer y cómo –que recién premia la cantidad de lecturas de manera brusca y mercantil-. Por eso que un marica gane, que lo vean por la calle y lo feliciten porque hizo algo con su vida que ya todo el mundo ha sexualizado en sus mentes de santos, debió ser el momento, el momento para llevar el libro debajo del brazo, para hablar de él en los cambios de clase y frente a los profesores que nos pidieron que leyéramos libros, pero que ruegan que nadie sea un marica en clase, ni una loca, ni marimacho; pero yo apenas tenía meses de haber nacido y me tocó años después vivir ese momento, por eso traigo a este espacio –#AlBordeDeLaCalle– esta lectura que merece tiempo y ese orgullo de llevarla bajo el brazo, aunque las cosas hayan cambiado y uno lleve a Molano por las calles, en forma de PDF en el celular.

 

Por, Yulieth Mora

Directora de Todas Mis Declaraciones

https://todasmisdeclaraciones.wordpress.com/

@LaMaquinaCol
 

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Publicado originalmente en Todas mis declaraciones

 
Imagen tomada de Internet: Lectulandia

Los esclavos del Status Quo

Hoy que podríamos poner a la banca y las grandes corporaciones de rodillas, elegimos arrodillarnos ante ellos; agachar la cabeza y lo único que se nos ocurre es seguir programando marchas y protestas indignadas en redes sociales. Hoy que tenemos acceso a una inagotable fuente de libros y documentales de sociedades que nos dan ejemplo de emancipación moderna, seguimos leyendo y escuchando a los mismos que fracasaron décadas atrás.

Sí, probablemente soy un antiacadémico; reconozco que me aburre la estrechez esquemática de quien siempre busca ser aprobado, refrendado, certificado por alguien. En un mundo de software libre, de tantas oportunidades, me aburre tener que escribir bajo el yugo de las normas APA, me aburre estudiar para que me den un título, me harta de sobremanera no expresar lo que me venga en gana sin que me exijan citar una frase que también se me ocurrió a mí.

Todos quieren ser reconocidos, aceptados, aprobados; “oye ven, apruébame, certifícame, dile a mi patrón que ya estoy preparado, que me estoy preparando”. La academia no sólo es aburrida y obsoleta sino anacrónica. En un mundo donde si quieres un micrófono para expresarte al mundo, ahí lo tienes; si quieres escribir, ahí lo tienes; quieres cantar, ahí lo tienes, quieres inventar, crear…. El cielo es el límite. Pero no, vayamos a que nos certifiquen, a que nos den permiso para pensar, para expresarnos. Alimentemos la mafia del sistema “educativo”; Es increíble por ejemplo, que quienes quieran aprender cualquier idioma aún crean genuinamente que necesitan de una institución (quieren ser certificados); que aún crean que para aprender LO QUE SEA necesitan matricularse en algún sitio. La sobreoferta de estos sitios deberían ser un indicador claro pero pues…

Me aburren también esas discusiones informales donde empiezan a citar filósofos, psicólogos, científicos para justificar sus propias creencias. Porque pues, si Sócrates lo dijo, entonces es verdad… Qué autoestima tan famélica, todavía necesitando la aprobación de un profesor, de un cura, de un pastor, de un filósofo para pensar. El sistema escolar ha hecho su tarea: Crear criaturitas llenas de miedo y culpa, condicionadas para consumir, consumir y consumir; consumir ideas y patrones de izquierda y de derecha. La única diferencia en esta programación es… No, de hecho no hay; los unos han sido programados para combatir, agredir y acabar con los otros, sus  hermanos.

La mayor virtud de los intelectualoides de salón es su capacidad para memorizar fechas, nombres de libros, frases “profundas”, películas del cine independiente, como todo nerdo del salón. Se comprometen con todo lo que vaya “en contra del sistema” ignorando que son parte exponencial del Status Quo; hablar mal del país, de los políticos es considerado como señal de refinamiento y sofisticación. Enarbolan libros y frases de cajón como banderas de sus postulados pero nunca producen nada por sí mismos, no se arriesgan a equivocarse y a ser disidentes dentro de sus pequeñas y engreídas comunidades de “filósofos rebeldes”. Qué aburrido encontrarse con estos pequeños burgueses-anti-burgueses. También quieren, buscan desesperadamente encajar dentro de sus pequeñas y aburridas colonias de apóstatas de la libertad.

El mundo, todo cambió; vivimos en la era de las más grandes oportunidades de expansión mental, espiritual, tecnológica, económica que se ha conocido jamás en la historia de la humanidad. Pero, elegimos vivir aún bajo el yugo colonizador de nuestros aprobadores. Hoy más que nunca, que tenemos acceso a la hiperbólica carretera de la información privilegiada, donde el límite se diluye entre lo legal y lo ilegal, nos comprometemos con lo más seguro, con lo mismos lugares comunes del pasado. Hoy que podríamos poner a la banca y las grandes corporaciones de rodillas, elegimos arrodillarnos ante ellos; agachar la cabeza y lo único que se nos ocurre es seguir programando marchas y protestas indignadas en redes sociales. Hoy que tenemos acceso a una inagotable fuente de libros y documentales de sociedades que nos dan ejemplo de emancipación moderna, seguimos leyendo y escuchando a los mismos que fracasaron décadas atrás. Hoy que podemos coordinar acciones de cambios verdaderos, elegimos la acción irrelevante y superficial. Es imperdonable porque la élite ya no puede ocultar esa información, pero como los perros de Pavlov, sólo reaccionamos cuando Ellos chasquean sus delicados dedos y reaccionamos como ellos esperan que lo hagamos.

Por eso y por mucho más me aburre la academia y el mal llamado “sistema educativo”, que no es otra cosa que el máximo reconocimiento a los principales defensores del Status Quo, el botón a mostrar: La Clase Intelectual. Miden la inteligencia con diplomas y diplomas, expedidos por las entidades que después los alimentan; porque si de pensar se tratara, no sería ningún reto intelectual particularmente difícil, darse cuenta de que los amos de la industria de la “educación”, son los mismos dueños de los medios masivos de “comunicación”, y los mismos dueños de la Banca en donde inexorablemente van a ir a vender su alma después. Pero están ocupados estudiando y aprendiendo a duplicar el sistema como para pensar por sí mismos.

Amén.

By, Zê Valdo*

 

Seudónimo: Zê Valdo

Licenciado en Lenguas Modernas, Psicólogo (No graduado, por supuesto)

 

 

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Imagen libre de derechos, tomada de https://pixabay.com

La culpa es de los pobres

Los fines de semana caminamos los centros comerciales con la seguridad que ofrece una tarjeta de crédito. Lo debemos todo, qué importa, vivimos «bien». En Creeps, en Beers, en Wok o en Andrés Carnes de Res nadie se siente pobre.

Según cifras del DANE de 2015 había en el país un 27.8% de personas en situación de pobreza, un 8.1% en pobreza extrema; es decir, un 35.9% de la población que subsistía para entonces con un ingreso inferior a 894.522 pesos era considerada pobre, quedando por fuera de esta circunstancia, según la medición oficial, los hogares cuyo ingreso superara esta cifra, aunque en la práctica sus ingresos no fueron suficientes para suplir las necesidades básicas en su totalidad ni con la calidad debida. Así mismo, un estudio realizado por la firma especializada en mediciones de consumo, RADDAR CKG, señala que el 79.2% de la población colombiana se encuentra ubicada entre los estratos 1, 2 y 3 ( un poco más de la tercera parte del país).

Frías estadísticas que reflejan una verdad incontrovertible: Los pobres somos más. El silencio que desde hace mucho tiempo nos ha acompañado, como también las nefastas decisiones que hemos tomado como sociedad, cuando por fin vencemos a la tentación de la pereza y salimos a votar, son los dos factores que nos tienen a los pobres –la inmensa mayoría del país– más pobres. El primero nos hace indiferentes ante la realidad que otros colombianos viven a diario en campos y ciudades, incluso hace que desviemos la mirada de nuestro propio entorno y callemos esa voz interna por diversas razones. Bien reza la sabiduría popular cuando afirma que el silencio otorga y en el caso colombiano, no sólo permite que nuestros derechos nos sean vulnerados, también nos hace pensar que no tenemos opción, que igual todo permanecerá estático y los ricos y poderosos cada vez lo serán más, mientras que los pobres no tenemos más alternativa que la de resignarnos a nuestra desgracia.

El segundo nos pasa factura después de cada elección, cual si fuéramos la novia masoquista que es golpeada todos los días por su pareja, seguimos dándoles una última –eterna– oportunidad a los rufianes que rigen el destino de la nación a su acomodo, mientras que nosotros, los pobres, recibimos los azotes de nuestro voto. La culpa es de nosotros, los pobres. A diario, en las mañanas, rumbo a nuestra labor, en muchos casos remunerada miserablemente, descargamos la furia interna que nos acompaña, con esos otros pobres que, como nosotros, salen a ganarse el pan para sus familias o a buscarse un mejor futuro en un aula universitaria. Los empujamos con tal de ganarles una deseada silla roja en un bus, los insultamos, los maltratamos. Somos la mayoría y aun así somos incapaces de solidarizarnos con ese otro que se parece tanto a nosotros y que vive y sufre circunstancias muy similares a las nuestras.

En las noches distraemos la desgracia de salir todos los días a producir montañas de dinero para otro, al frente de una pantalla plana de 48 pulgadas que pagamos, «sin sentirla», con el recibo de la luz y que nos da un sorbo de alivio al dibujarnos un imaginario en el que ya no somos pobres, sino pertenecientes a una clase media, que no sabemos bien dónde comienza ni de qué forma es clasificada. Los fines de semana caminamos los centros comerciales con la seguridad que ofrece una tarjeta de crédito. Lo debemos todo, qué importa, vivimos «bien». En Creeps, en Beers, en Wok o en Andrés Carnes de Res nadie se siente pobre.

Nosotros, los pobres, somos culpables. Somos honestos, es cierto. También competentes, creativos y luchadores, aun así, permitimos que una gran empresa nos pague limosnas, nos irrespete los tiempos de descanso y nos compre con prebendas ridículas. Somos culpables, también, porque si tenemos un negocio propio, somos desleales al momento de competir con nuestro vecino, regalamos nuestro trabajo con tal de ganar una venta, qué más da, si mañana estamos en quiebra por esa decisión.

… representan una reducida minoría que encontró una forma económica y política de controlarnos: El miedo a morir de hambre, el miedo a seguir hundidos en la pobreza. Somos culpables por vivir arrodillados y resignados a la obediencia.

Somos la inmensa mayoría, es cierto. Sin embargo aprendimos a callar y decidimos dejar nuestro destino en manos de ellos, los de siempre: los Lleras, los Santos, los Santo Domingo, los Ardila Lulle, los López y otros cuantos poderosos, que igual representan una reducida minoría que encontró una forma económica y política de controlarnos: El miedo a morir de hambre, el miedo a seguir hundidos en la pobreza. Somos culpables por vivir arrodillados y resignados a la obediencia. Somos la inmensa mayoría, acostumbrados desde chicos a que la lucha es la base de la esperanza, pero cuando debemos reaccionar masivamente no lo hacemos, preferimos el confort que ofrece un Smart tv que el desespero de una sociedad que sabe y que desea un cambio, pero que es incapaz de movilizarse por un sueño colectivo. Somos culpables cuando permitimos que a causa de nuestra ignorancia, aquellos que se hacen llamar doctores –sin serlo– nos deslumbren con espejos y promesas de ciudades futuristas, cuando estamos anclados en el subdesarrollo, cuando permitimos que ellos –los elegidos– diseñen, desde un escritorio, nuestro destino o saqueen el erario, para que ellos puedan seguir siendo, de esta manera, cada vez más ricos.

Cuando no hacemos una fila, cuando aprovechamos «la papaya» o cuando sacamos beneficio de un subsidio al que no tenemos derecho, somos iguales a esa minoría que por años ha sido ama y señora del país y, si se quiere también, de nuestras vidas. Cuando permitimos que nuestra fe sea usada para servir a otros fines diferentes a los espirituales, cuando le damos licencia a un pastor para que nos diga por quién votar, cuando además, con nuestro dinero, hacemos de ese «mensajero de Dios» otro rico, cuya fortuna construye con dedicación culto tras culto.

Para qué quejarnos, si nosotros mismos, los pobres, hemos sido los tejedores de nuestra derrota en un sistema que devora al más débil. Aún no despertamos y quizás nunca lo hagamos. Lástima, porque Colombia sería un mejor país, si fuera gobernado por nosotros, los pobres, si asumiéramos con seriedad esa mayoría a la que pertenecemos y nos comprometiéramos, de verdad, por un mejor país.  

Por, Andrés Angulo Linares

@OlugnaElGato

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Columna de Opinión publicada originalmente en http://www.eldiabloviejo.com/content/posts/id/757
Imagen tomada de Internet: UNIMINUTO Radio

Nairo, no te calles

A Mariana Pajón se le olvida lo que reza el refrán popular colombiano: « Entre bomberos no nos pisamos la manguera». Ella es una excelente bicicrosista. A no dudar. Pero, ¿mala colega? Tal parece que sí.

 

A Mariana Pajón se le olvida lo que reza el refrán popular colombiano: « Entre bomberos no nos pisamos la manguera». Ella es una excelente bicicrosista. A no dudar. Pero, ¿mala colega? Tal parece que sí.

Nairo sí sabe lo que es trabajar de sol a sol. Es un joven acostumbrado a recoger papa en los campos de Boyacá, como campesino puro y duro que es. En cambio, Mariana es una deportista de élite, pero de la élite de Antioquia. Y nada más.

 

Nairo es un digno representante de Colombia, sobre todo, de la tradición boyacense: son personas tranquilitas, amables y sosegadas, pero son asimismo muy sinceras, y tienen garra.

Yo creo que Mariana Pajón es una maleducada, cuando manda callar a Nairo. Malcriada e irrespetuosa.

 

Nairo, como pocos deportistas, ha tenido el valor civil de expresarse, de manifestar su inconformidad. Y eso es demasiado. Él está en su total facultad de hacer efectivo su derecho a la libertad de expresión. La mayoría de los deportistas se encuentran presos por el miedo al desempleo, y por eso callan.

 

Nairo debe seguir pedaleando, por supuesto, pero de igual manera debe seguir reclamando la dignificación del deporte y los deportistas colombianos. Mariana pajón no parece de los nuestros –diría un andrajoso personaje de Oscar Wilde–, su cara es demasiado feliz. Tal vez desconozca el sabor de la aguapanela.

 

Sin embargo, me gusta pensar que Nairo es un caballero a carta cabal y no se trenzará en una discusión inútil con Mariana Pajón.

De todas maneras, hay que decir: «Nairo, tu voz sí ayuda. Nairo, no te calles. Nairo, te invitamos a que sigas exteriorizando lo que no te gusta».

 

¡Adelante, campeón!

 

Por, Fernán Avid Medrano Banquet

@FernanMedranoB

Imagen tomada de Internet: Publimetro

¡Yo y mis impuestos!

La profesora Carolina Sanín compartió con Rugidos Disidentes una pertinente reflexión que realizó en su muro de Facebook

Bueno. Hace un rato me pasó que llegué tarde a una pelea callejera (madrugué, bendito sea Dios) en una calle de por aquí que estaban arreglando. Un joven muy indignado se peleaba con los obreros, porque estaban ahí parados o porque se tropezó o porque la calle estaba cerrada (no sé por qué, ya dije que llegué tarde) y les gritaba: «¡Con plata de mi bolsillo!» «¡Con mis impuestos!». Y pensé en ese grito de guerra que todos hemos lanzado una vez, o más bien muchas, de «Son mis impuestos», y pensé en lo ridículo y vacío que es. Y aquel jovenzuelo no sé yo qué impuestos pagaría, pero me hizo pensar que cuando lanzamos esa exclamación como que se nos llena la boca y la barriga.

 

Como que en realidad la decimos para sentir que tenemos mucho y damos mucho, y para sentir que de nosotros depende o debería depender algo, y, en últimas, porque no queremos pagar impuestos. Es una exclamación de impotentes, de roñosos y de pelagatos. Y de ella sigue, claro, que la gente evada impuestos con la otra consabida exclamación de: «¿Para qué voy a pagar? ¿Para que se los roben?» Según los indignados contribuyentes, el Estado no debería pagar salarios y nadie debería tener empleos que no fueran creados por la empresa privada y celosamente vigilados por un capataz también privado, me imagino.

 

Yo pago impuestos (los impuestos, no «mis» impuestos, pues precisamente los impuestos no son de uno, sino comunes) cariacontecida, como todos, pero hoy vi la autocomplacencia y el engaño que se encierran en el grito indignado de «Son mis impuestos». Los impuestos hay que pagarlos, se los roben o no. Si otro es el ladrón, no va a serlo uno. Y si se usa mal el dinero público, es malo que se use mal porque es mala la torpeza y es malo el desperdicio y porque es dinero público, y no porque sea «mío» (además, que ni mis impuestos ni los suyos alcanzan para nada que digamos, señorito). Los obreros de la calle, a los que, por cierto, también de su salario les descuentan impuestos, miraban atónitos al joven aquel. Ellos tenían una calle por arreglar, mal o bien, y un trabajo de mierda por hacer, como son de mierda todos los trabajos del mundo. Por mi parte, no vuelvo a decir eso de «¡Con mis impuestos!», mientras no sea archimultimillonaria y gran contribuyente, o ministra de Hacienda, que ninguna de las dos cosas seré nunca (bendito sea Dios muchas veces), ni diré: «Los congresistas se toman vacaciones en Europa con mis impuestos» (pues, si no me alcanza lo que gano para viajar a Europa, mucho menos alcanzará el 20% para que viaje un congresista, por más que me las dé de que pago mucho), ni diré ninguno de esos lugares comunes. Ya vi que es una gran vulgaridad.

 

Por, Carolina Sanín

 

Imagen tomada de Internet: Unipymes

Colombia: el país del gato y la linterna

Somos el país del gato y la linterna. Hace unos días jugué con cósmica, mi gata, en un cuarto oscuro. Tomé la linterna y proyecté la luz en distintos rincones de la habitación, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, sin importar la dirección que ésta tomara, allí llegaba la gorda cósmica con sus garras tratando de atraparla.

 

 

Somos el país del gato y la linterna. Hace unos días jugué con cósmica, mi gata, en un cuarto oscuro. Tomé la linterna y proyecté la luz en distintos rincones de la habitación, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, sin importar la dirección que ésta tomara, allí llegaba la gorda cósmica con sus garras tratando de atraparla. Me divertí, ella también. En un juego de 7 minutos Comprendí que la habitación oscura es Colombia; los medios de comunicación, la linterna; la luz, su agenda noticiosa; Cósmica somos todos nosotros, tratando de acaparar, día a día, esa luz.

 

Esta semana el foco se centró en la supuesta –o no tan supuesta– reunión de un tridente demoníaco: Trump, Uribe y Pastrana, trío trágico-cómico que amenaza con arrasar a medio planeta o a media Colombia, según el personaje que se mire. Hace unas semanas estábamos –no era para menos– con la tragedia de Mocoa y ya hoy poco hablamos de ella. Ese domingo mientras un pueblo desaparecía, hablábamos de la marcha anti-corrupción. Días antes, del llamado a la Selección del presunto maltratador de mujeres Armero. Una semana antes, del aumento en las tarifas de Transmilenio. Mucho más atrás, del caso Colmenares. En diciembre, moríamos de indignación con la tragedia de Yuliana Samboní.

 

Sólo acudimos la cabeza de arriba a abajo en señal de aprobación, o de un costado al otro con los brazos cruzados, si aquello que vemos nos causa algún tipo de indignación o de rechazo. Nos movilizamos virtualmente en redes sociales cuando un tema se vuelve tendencia. Al final de cada día, al mejor estilo de Hombres de Negro, un rayo borra la caché de nuestra memoria y de igual manera que hacemos cuando el teléfono se nos llena de pendejadas, nos preparamos para reiniciarnos mentalmente y descubrir un nuevo amanecer en el que, seguramente, el foco nos lleve en otra dirección.

 

Ese vaivén noticioso permite que recibamos ráfagas de información que rara vez interiorizamos y que, simplemente, se aloja en nuestra memoria de manera temporal sin que tan siquiera reflexionemos al respecto y, mucho menos, que cuestionemos si es verdadera o no. Quizás por eso cada 4 años elegimos los mismos rufianes para que nos sigan robando, porque si en los grandes medios hubo una denuncia, ésta pasó desapercibida o fue tan fugaz que ni cuenta nos dimos, o fue opacada por otra luz en esa habitación oscura.

 

Al igual que el gato, no tenemos rastro del trayecto de la luz, tampoco idea alguna del rumbo que habrá de tomar. En ocasiones somos un país sin memoria, en otras tantas tenemos una selectiva y conveniente y, en el peor de los casos, sí contamos con ésta, pero nos falta vergüenza.

 

Por andar detrás de esas luces proyectadas no vemos toda la habitación, no somos conscientes de nuestra historia y dejamos que los medios de comunicación nos la cuenten como ellos quieren, ojalá sea televisada y en formato telenovela para evitarnos la fatiga de leer.

 

Colombia ha perdido el foco, desde hace mucho, por culpa nuestra. ¡Sí, nuestra! Conjugamos el verbo «olvidar» en todas las personas del singular y del plural: Yo, usted, nosotros, ellos. Todos olvidamos las noticias con la misma facilidad con la que las absorbemos. Parecemos informados, así logramos sostener conversaciones en el almuerzo y, a veces, podemos posar de intelectuales cuando dejamos ver nuestra indignación en redes sociales por algún tema en particular.

 

Acá hay un gato encerrado que sólo espera que la linterna apunte hacia su nuevo destino. Gran problema que tiende a empeorar cuando muchos piensan que esa luz está en manos de tipejos, que encontraron en la religión un hipnotizador colectivo y un lucrativo proyecto de emprendimiento que, además, les da poder. Un problema que más parece enfermedad cuando una muchedumbre de gran tamaño profesa la convicción ciega de que Álvaro Uribe, Alejandro Ordóñez, Germán Vargas Lleras, entre otros, son los portadores de luz que Colombia tanto necesita.

 

Como Cósmica, dejamos que sean otros, los poderosos, los hijos de los mismos, los grandes empresarios, propietarios además de las cadenas de información más influyentes del país, los que dirijan nuestra atención a su antojo. Nos hipnotizan y, de la misma manera que mi gorda gata, actuamos con pereza y con ingenuidad, lo cual no nos exime de la responsabilidad de permanecer a lo largo de nuestra historia atrapados en esa habitación oscura de la que no saldremos hasta que no encendamos, de una vez por todas, la luz.

 

Por, Andrés Angulo Linares

@OlugnaElGato

Instrumental

Aunque diga que estaba al borde de la calle buscando cómo darle sentido a toda mi existencia, un martes en la mañana cuando no tengo absolutamente nada que hacer sino respirar. Lo que está leyendo no se trata de mí.No soy yo desde que terminé de leer Instrumental de James Rhodes pero no se trata de mí. 

 

Aunque diga que estaba al borde de la calle buscando cómo darle sentido a toda mi existencia, un martes en la mañana cuando no tengo absolutamente nada que hacer sino respirar. Lo que está leyendo no se trata de mí.

 

Aunque diga que, ese día vacío, recordé que quería comprar un libro desde hace tiempo, un ejemplar de tapa dura que había visto en el mostrador con un deseo brusco de leerlo cuando llegara la hora. No creo que todavía tenga algo que ver especialmente conmigo.

El protagonista de Instrumental era un pianista [James Rhodes] que narraba su propia historia sobre el dolor y su redención a través de la música. Eso escuché en una Feria del Libro en Bogotá. Sabía que quería leer ese libro pero lo evitaba porque siempre alcanzo a calcular el excesivo interés de autodestrucción que me caracteriza.

Me decidí esa mañana. Tardé tres días en leerlo. Podrían haber sido menos sino hubiese tenido que salir a trabajar. Me desanimé cuando tuve que dejar de lado el libro y vivir. Durante tres días, mi vida se concentró en leer un libro que inicialmente hacía daño.

Rhodes es mi puto héroe. Sobrevivió cinco años a un pedófilo que se ensañó con él en su temprana vida escolar pero en su narración sobre los hechos no se concentra en los detalles sino en la brutalidad de lo no dicho.

Cuando pudo escapar de ese colegio en el que nadie oyó su voz infantil agonizando, se convirtió en el rey de la promiscuidad, las drogas y el piano de un colegio de élite en Londres. A su modo sobrevivió a enfermedades físicas y mentales ocasionadas por la salvajada de abusar de un niño de cinco años.

Fue a la Universidad, tiró todo al traste, volvió a recogerlo, dejó de tocar el piano diez años, se casó, tuvo un hijo, trabajó en el Burger King y la City londinense, en una oficina de 8 a 5 p.m, hasta que terminó volviéndose loco.

Fue recluido en clínicas de reposo mental en Londres y Estados Unidos; solo la música, la excitación, solidez, irrealidad y admiración  que le producían las obras de Bach, Beethoven, Chopin y Rachmaninov (del que tiene tatuado su nombre en el brazo derecho, quizá el mismo brazo en donde se rajó con cuchillas la piel y puso la palabra ‘tóxico’), entre otros, le ayudó a destapar la mierda que tenía en su cabeza. Toda la mierda que puede almacenarse después de treinta años callando su secreto como un bomba atómica en el pecho.

Cada capítulo del libro, (en total son veinte), tiene el nombre de una pieza musical que acompaña la lectura y nadie puede imaginarse (hasta que lo haga) cómo es descubrir una narración que hace juego con piezas como Bach y Busoni, Chacona, Prokófiev, Concierto para piano n.° 2 final  o Mozart, Sinfonía n.° 41 (Júpiter). Es una experiencia indecible. Con mucho cuidado, Rhodes hizo su playlist al que se puede acceder de manera gratuita mientras uno se devora el libro. El tipo llegó a convertirse en el concertista que soñó.

El libro no solo es el testimonio de un superviviente que cada mañana intenta reconciliarse consigo, es un critica a la música que bajo adjetivo de clásica se cree tan exclusiva como ya poco lo es en la actualidad, se trata de un grito insolente en la recuperación, la narración y hasta en la forma de conceder un libro al lector.

No soy yo desde que terminé de leer Instrumental de James Rhodes; cuando llegué a la última pieza, -capítulo- me lancé a la calle a organizar mi propia mierda y tomé la decisión de no guardarme algo tan revelador exclusivamente para mí. No voy a salvar el mundo con esto, ni haré la obra de arte que alguien admire pero si en algún lugar del mundo un hombre pudo salvarse gracias a la música, como yo por años lo hecho con la literatura, habrá valido.

 

Por, Yulieth Mora

Directora de Todas Mis Declaraciones

https://todasmisdeclaraciones.wordpress.com/

@LaMaquinaCol

Publicado originalmente en Todas mis declaraciones: https://todasmisdeclaraciones.wordpress.com/2016/11/15/instrumental-james-rhodes-blackie-books/

La fábrica de agua de Bogotá: la sabia manera de crear de la naturaleza

Cuando era niña, en las épocas de invierno en el Quindío, veía como mi abuela Hilda recogía el agua de la lluvia por medio de canales hechas con guadua que rodeaban la casa y la vertían, desde cada esquina, a unos baldes grandes.

“Lo que uno no sueña es lo que no logra”

 

Cuando era niña, en las épocas de invierno en el Quindío, veía como mi abuela Hilda recogía el agua de la lluvia por medio de canales hechas con guadua que rodeaban la casa y la vertían, desde cada esquina, a unos baldes grandes. Ella tiene ritos para ahorrar agua en actos cotidianos como lavar los platos o ducharse, pues los considera como  una importante fuente que permite preservar este líquido vital. Ahora veo la riqueza finita de Chingaza y pienso que si tuviéramos la conciencia de mi abuelita, la realidad del agua sería distinta.

 

El Parque Nacional Natural Chingaza está ubicado en la Cordillera Oriental de los Andes, al noreste de Bogotá; conformado por 11 municipios, 7 de Cundinamarca: Fómeque, Choachí, La Calera, Guasca, Junín, Gachalá y Medina; y 4 municipios del Meta: San Juanito, El Calvario, Restrepo y Cumaral.Sus ecosistemas predominantes son los bosques altos andinos, subandinos y páramos,  refugio de fauna y flora fundamentales para el ciclo del agua. Se estima que la flora total del Parque sobrepasa las 1.000 especies, muchas de ellas endémicas –es decir que sólo existen en esa región–. Una de estas especies es el  frailejón llamado Espeletia uribei, que  crece en la franja de vegetación entre el páramo y el bosque alto andino. En el Parque se encuentran algunas especies reportadas para Colombia en peligro de extinción, como el oso andino (Tremarctos ornatus), el venado cola blanca (Odocoileus virginianus goudotii), el venado colorado (Mazama Rufina ó virginianus apurensis), la danta de páramo (Tapirus pinchaque), el cóndor de los Andes (Vultur gryphus), el borugo de páramo (Cuniculus taczanowskii), el gallito de roca (Rupicola peruvianus) y el puma (Puma concolor), información vista en su página Web.

La neblina de este lugar abraza al visitante con ese frío único que hace sentir la vida que vibra en la fábrica de agua de los bogotanos. Chingaza abastece a los capitalinos con cerca del 80% de agua que ellos consumen. A lo largo de la historia hídrica de la ciudad se han construido diferentes embalses y  plantas de tratamiento, sin embargo se necesitan obras grandes pensadas a futuro, ya que el agua del parque es tan finita como la del resto del planeta.

Laguna del Medio

Debemos ser conscientes del consumo de agua por medio de campañas educativas y darnos la oportunidad de visitar el Parque Nacional Natural Chingaza, además de pedagógico,  es una forma que a la vez es recreativa. Para visitar este lugar se debe hacer una solicitud de ingreso a través de reservas.ecoturismo@parquesnacionales.gov.coo comunicarse al teléfono (031)3532400 ext. 3011 y 3012 o personalmente a la calle 74 No 11-81 en Bogotá. También existe la posibilidad de dormir en esta reserva. Se puede llegar en carro y es imprescindible llevar la indumentaria adecuada para resistir el agua y el barro y caminar por sus senderos. Se recomienda, también, llevar agua y comida.

Uno ama lo que conoce y al observar todo este despliegue de frailejones y lagos que desprenden arterias de agua por doquier, se siente toda la fuerza y riqueza de la sabia naturaleza que produce líquido vital para vivir. La conciencia que permite ver este panorama ligado a entender que el agua es un recurso finito, merece la atención. Visite lo más pronto posible a Chingaza.

Laguna Chingaza

Pero para “salvar el mundo” no sólo se necesita ahorrar agua, se necesita una unión para crear la nueva gestión alrededor de ella, debe ser un tema de planeación participativa entre la comunidad, lo público y lo privado, con observatorios regionales ambientales. El doctor Ernesto Guhl Nannetti describe este planteamiento en el conversatorio:Agua, eje de ordenamiento territorial, en el queademás ofrece un contexto histórico del agua en la capital colombiana. Nannetti ha trabajado en la Propuesta de la Delimitación Territorial de la Región Hídrica Cundinamarca-Bogotá.

Este conversatorio genera varias preguntas: ¿Qué estamos haciendo con las aguas residuales? ¿Existe conciencia sobre la huella del agua en el río Bogotá? ¿Somos una región sostenible? ¿Adónde va a parar el agua lluvia? ¿Si en otros países se reutiliza hasta siete veces, cuánta de esta se aprovecha con el tratamiento de aguas residuales en Colombia? Es en estos puntos claves en los que hay que actuar como mi abuela, de forma consciente y compasiva.

Otro aspecto clave de esta conferencia es el llamado de alerta a hacer las cosas de una manera más sostenible, estamos acabando con los mejores suelos agrícolas de Colombia para construir casas. Dependemos del agua de los páramos y estos están en peligro. Factores como el Cambio Climático y el uso inadecuado del suelo hacen que el terreno presente una crisis. A la ciudad hay que verla de manera compleja dando prioridad a los ecosistemas y no a los megaproyectos urbanísticos que necesitan tener límites. Hay que despertar el interés para recuperar el río Bogotá, apreciar el valor del líquido vital con una cultura del cuidado, donde las fuerzas de todos se unan para tener agua segura y de calidad por más tiempo.

 

¡El derecho al agua define el futuro de la humanidad¡ 

El realismo trágico de Mocoa

Paradójicamente, las presentadoras han estado transmitiendo desde el lugar de la tragedia de Mocoa, pero lo hacen de una manera tan impersonal y tan turística, que sus rostros son inexpresivos, a pesar de estar pálidos por el maquillaje y el acostumbrado frío de Bogotá.

La tragedia de Mocoa es una cuenta de cobro que la Naturaleza le pasa al Estado colombiano por su excepcional incapacidad para prever el riesgo y responder con prontitud ante el peligro, pero los que pagan son los mismos de siempre, los que tienen que endeudarse para comprar el ataúd, para arrendar la bóveda y hasta fiar las veladoras. La Justicia de Colombia también debería ser solidaria con las víctimas, indagando a fondo las causas y condenando a las personas que tengan algún grado de responsabilidad.

La tragedia de Mocoa muestra la magnitud de nuestro realismo trágico.

Se ha dicho que la tragedia de Mocoa es la crónica de un siniestro anunciado. Desde los años ochenta se conocía del riesgo al que estaba expuesta la capital del Putumayo. Y sin embargo, pasó lo que hoy es una dolorosa noticia nacional.

Los medios de comunicación han estado transmitiendo desde la que es ahora la capital informativa de Colombia.

Durante el cubrimiento de la tragedia de Mocoa muchos periodistas delante de las cámaras lucen nerviosos, inseguros, tartamudean. Se equivocan mucho, es como si estuvieran bajo algún tipo de presión. Repiten lo mismo una, otra y otra vez.

Paradójicamente, las presentadoras han estado transmitiendo desde el lugar de la tragedia de Mocoa, pero lo hacen de una manera tan impersonal y tan turística, que sus rostros son inexpresivos, a pesar de estar pálidos por el maquillaje y el acostumbrado frío de Bogotá. Cabe preguntar qué pasa con la calidad de la información.

Más aún: ¿Qué pasa con los planes de contingencia del Gobierno? ¿Son actuales? ¿Verificables, evaluables y mejorables? Hace poco se realizó el Simulacro Nacional de Evacuación, ¿Qué aprendimos? ¿En qué se falló? ¿Para qué sirve? ¿Cuáles son los planes a trazar? Hay muchas preguntas que ojalá sean resueltas.

 

Por, Fernán Medrano

@MedranoFernan