Deftones (3)

Deftones (2003): El rugido más oscuro de Sacramento


Por: Sebastián González Z.


Hay discos que nacen con estrella, que irrumpen como un grito en la noche para convertirse en emblemas inmediatos. Y hay otros que nacen con espinas: obras que no buscan gustar, sino doler. Que no quieren ser himnos, sino cicatrices. El homónimo de Deftones, lanzado en mayo de 2003, pertenece a esta última categoría. No es el álbum que te abre los brazos: es el que te empuja contra el concreto y te obliga a mirar hacia adentro, hacia ese lugar donde la belleza convive con la ira más pura.


Después del éxito arrollador de ‘White Pony’ (2000), considerado por muchos como una obra maestra del metal alternativo, había una presión asfixiante sobre la banda. La crítica esperaba una secuela celestial, una continuación de su exploración atmosférica y lírica. Pero Chino Moreno y compañía no estaban en el mismo plano espiritual. Estaban fracturados, oscuros, dolidos. Este álbum fue su respuesta: visceral, sucio, directo. Un manifiesto de frustración y de ruptura.

Desde el primer alarido en ‘Hexagram’, el disco pone las cartas sobre la mesa: no habrá concesiones. Con guitarras densas, percusiones que golpean como puños y una voz que transita entre el canto melódico y el grito desgarrado, el track inicial se convierte en una descarga furiosa. La letra, que mezcla una suerte de crítica a la adoración sin sentido con una introspección religiosa y emocional, sienta el tono general: aquí no se viene a buscar paz, sino verdad.

‘Needles and Pins’ es puro veneno en formato sonoro, cargado de riffs que cortan el aire como cuchillas oxidadas. ‘Minerva’, en cambio, es la joya luminosa del disco: un corte que juega con estructuras del shoegaze, capas de distorsión melódica y una melancolía hipnótica que la convierten en un clásico instantáneo. Es el respiro espiritual en medio de una tormenta eléctrica. Un oasis de sensibilidad en un desierto de rabia.


comenta Santiago Riveros, vocalista de la agrupación Narwahl:

‘When Girls Telephone Boys’ es puro post-hardcore desquiciado. Ahí Deftones suena como si se estuviera desintegrando en directo: agresivo, esquizofrénico, intenso. ‘Battle-Axe’ es sombría y seductora, como un paseo por los pasillos húmedos de un recuerdo que no queremos revivir. Y ‘Lucky You’, uno de los tracks más subvalorados del catálogo de la banda, se adentra en terrenos casi trip-hop, demostrando que incluso en su etapa más cruda, la agrupación nunca renunció a su vena experimental.


La duración del álbum —47 minutos y 10 segundos— parece pensada quirúrgicamente: el tiempo justo para contar una historia sin adornos. Cada segundo está cargado de intención, cada pausa es significativa, cada estallido emocional tiene su lugar.

Uno de los grandes arquitectos silenciosos de esta obra es Frank Delgado, tecladista y sampleador de la banda. Su trabajo en este disco es más crucial que nunca. Lejos de limitarse a rellenar los espacios entre riffs, Delgado crea atmósferas, genera tensiones, manipula texturas. Su presencia da profundidad a la oscuridad general del álbum. Los ambientes creados por él son como telones rotos detrás de los cuales se mueve una banda que suena al borde del abismo.


Musicalmente, Deftones navega entre géneros sin pedir permiso. El metal alternativo es la columna vertebral, sí, pero el post-hardcore aporta el filo, la rabia visceral; el shoegaze, esa capacidad de hacer belleza con el ruido. La mezcla no es armónica: es volcánica. Y ahí reside su magia. Este disco no busca complacer al oído, sino conmocionar al cuerpo.

Desde el punto de vista de los músicos, este fue un álbum nacido del conflicto. La banda ha reconocido en múltiples entrevistas que estaba atravesando una etapa difícil: conflictos personales, adicciones, desgaste. Chino, en particular, ha hablado sobre lo duro que fue grabar este disco, emocional y físicamente. Pero también ha admitido que precisamente por eso es tan honesto. Y es verdad: ‘Deftones’ no es un disco que se toca, es un disco que se siente. Como un mal recuerdo que aún nos hace temblar.


Mucho ha cambiado desde aquel 2003. Hoy, Deftones es una banda distinta, aunque conserve su ADN. Su sonido se ha depurado, ha vuelto a explorar la sutileza, lo etéreo, la belleza digital. En álbumes como ‘Koi No Yokan’ (2012) y ‘Ohms’ (2020), el grupo ha abrazado de nuevo la experimentación, pero desde un lugar menos caótico, más contemplativo. La rabia ya no es el motor, sino una emoción más entre muchas. Chino Moreno canta desde la madurez, no desde el colapso. Y aunque se echa de menos ese filo salvaje de antaño, también es admirable ver a una banda que no se queda atrapada en su propio mito.

Escuchar el ‘Deftones’ homónimo es como despertar en una habitación desconocida, con sangre seca en las manos, los nudillos partidos y la garganta hecha cenizas. No sabes qué hiciste, pero sabes que dolió. Sabes que algo se rompió y ya no se puede volver atrás. En su discografía, este álbum no es una evolución, ni una respuesta, ni siquiera una transición: es una implosión. Es el momento exacto en el que el dolor, acumulado disco tras disco desde la furia callejera de ‘Adrenaline’, la agresión envenenada de ‘Around the Fur’, y la belleza anestesiada de ‘White Pony’, ya no puede más. Y explota. Pero no con elegancia y desesperación.

Este no es un disco que te acompaña. Es un disco que te arrastra, que te hunde la cara en la tierra hasta que dejas de patalear. Y cuando ya no queda fuerza para resistir, cuando estás en ese umbral donde la conciencia se disuelve, entonces suelta. Te deja respirar. Pero ese aire no es alivio: es memoria. De lo que fuiste. De lo que destruiste. De lo que dejaste escapar. Chino no canta desde la rabia o la furia: canta desde la descomposición interna. Desde una angustia tan íntima que apenas si puede sostenerse. ‘Deftones’ (2003) es un álbum que no sana: es una herida que supura. Pero una que, extrañamente, necesitábamos volver a abrir. Porque en su violencia emocional hay verdad. Y en esa verdad, aunque duela, hay una belleza que arde.


Este álbum no fue compuesto: fue sobrevivido. No fue grabado: fue vomitado en un estudio por cinco personas que ya no sabían cómo sostenerse entre sí ni a sí mismos. Es una carta de suicidio que alguien decidió musicalizar con riffs desquiciados, atmósferas envenenadas y una voz al borde del colapso. Todo lo que Deftones venía cargando: la fama prematura, los excesos, el amor-odio interno y las expectativas asfixiantes, encuentra en este disco su punto de quiebre. Es como si los cimientos mismos de la banda se resquebrajaran en tiempo real. Cada canción es un temblor. Cada track, una forma distinta de decir: «no puedo más».

Pero en medio del caos, del odio, del cansancio emocional, hay algo sublime. Porque Deftones nunca fue una banda cómoda. Nunca fue una banda «de género». Siempre fue un punto de tensión entre extremos: ruido y silencio, fuerza y fragilidad, lo físico y lo etéreo. Y en este álbum, todo eso se lleva al límite. ‘Hexagram’ no es solo una apertura agresiva: es un alarido que no pide permiso. ‘Minerva’ no es solo un respiro: es la belleza que surge del barro, como una flor creciendo entre escombros. ‘Lucky You’ no es solo un experimento: es el eco de una mente fragmentada buscando consuelo en la repetición digital de un trauma.


‘Deftones’ es, probablemente, el momento más honesto y menos calculado de la banda. No por su perfección, sino por su fractura. Porque no hay máscaras, ni producción que disimule. Solo carne viva. Solo gritos ahogados. Solo humanidad. Y ahí, en esa oscuridad sin filtro, uno encuentra algo casi sagrado. Porque este disco no te pide que lo entiendas. Te pide que lo sientas. Que lo sufras. Que lo lleves como una cicatriz más. Como todas las cosas que, aunque nos destruyen, no cambiaríamos por nada.

El álbum homónimo de 2003 fue, en cierto modo, un exorcismo. Un ritual oscuro para sobrevivirse. Si los noventa fueron la era de la furia adolescente, y los dos mil el tránsito hacia la autodestrucción, hoy Deftones suena como una banda que ha hecho las paces con sus demonios… o al menos, ha aprendido a bailar con ellos.

En un tiempo donde la música parece cada vez más pulida, calculada y complaciente, volver a ‘Deftones’ es como caminar descalzo por un campo de cristales. Duele, pero te recuerda que estás vivo.


Sebastián González Zuluaga es un cuyabro de pura cepa, rockero de corazón y futbolero de pasión. Estudiante de último semestre de derecho en la UGCA de Armenia y director de Tendencia Rocker, combina su amor por la música con una visión crítica del mundo. Siempre entre el ruido de las guitarras y el debate, busca dejar su huella en la cultura y el derecho.

Add a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *