(Gamarra, Cesar, Colombia)
Fotografía: Jorge del Río
Crónica, Olugna
Decepciones personales, inconvenientes familiares y la falta de oportunidades le hicieron pensar que la Armada Nacional, lejos de su pueblo natal, habría de encontrar un nuevo rumbo y un mejor futuro; quizás, también, un horizonte más amigable que el descrito para aquellos nacidos en provincia, hijos de una Colombia que ha narrado una historia –en muchas ocasiones– ajena para las grandes ciudades, en las que la realidad de los territorios más alejados les ha sido mostrada de manera fragmentada por los noticieros o de forma pintoresca a través de las telenovelas.
Era 1997, el fin del milenio estaba a la vuelta de la esquina. Juan Pablo Páez Barrera, gamarrense de nacimiento, con 20 años de edad y ese sueño que desde muy joven había empezado a tejerse en su mente, no había encontrado en la Armada ese lugar del mundo en el que esperaba alcanzar la paz que anhelaba.
Estar lejos de Gamarra, de su gente, de su cultura y de aquellas costumbres, propias del hombre ribereño, despertaron el deseo de regresar. Parecía que atrás había quedado, convertida en recuerdos la etapa en la que su abuelo, don Pablo Emilio Páez, en condición de impulsor y mentor, le fabricaba instrumentos musicales de forma artesanal haciendo uso de materiales impensables para dicho propósito.
Por aquellos años, Juan Pablo, a pesar de ser solo un niño, había sentido el llamado de la música, mismo que en su momento también sintiera su familia paterna, los Páez, portadora de un legado tradicional que, con el paso de los años, le ha permitido fomentar en las nuevas generaciones el arraigo por esa herencia cultural que ha hecho de Gamarra un referente a nivel nacional de la cultura alrededor de la tambora.
Allí, bajo el cielo de Gamarra, se respira una atmósfera permeada por el ritmo de la tambora, la guacherna o el chandé; allí, sobre su suelo, sus pobladores portan con orgullo el símbolo de un legado que ha permanecido intacto a través de los años.
―Tuve la fortuna de nacer y crecer en un hogar donde el arte y la cultura era parte fundamental para la familia y por ende para la sociedad―. Explica Juan Pablo.
El artista también recuerda cómo la Casa Páez se convirtió en otro escenario cultural, gracias, entre otras cosas, a su diseño arquitectónico, siendo de esta manera, epicentro de ensayos de diferentes agrupaciones musicales, montajes coreográficos dancísticos y reuniones políticas; un lugar mágico en el que, además, se fabricaban carrozas para los carnavales.
―Se comienza a despertar en mi humanidad un gran interés por las prácticas o actividades culturales y políticas que en mi hogar frecuentaban a diario. ―Señala y agrega―. Aunque muchos afirman que estas manifestaciones, en sí mismas, son una cuestión de genética.
Prácticas y manifestaciones ancestrales que estaban allí, que corrían por sus venas y rondaban por su cabeza; mismas que le fueron heredadas y buscaban de diversas formas, la manera de conectar con él y revivir ese sueño que desde la infancia se había mostrado como horizonte.
Al pasar del tiempo, como típico ribereño con espíritu festivo, tentado por las tradiciones culturales ancestrales y con un talento innato para la interpretación de la tambora, Juan Pablo adquiriría el dominio de otros instrumentos musicales; también, encontraría espacios en colectivos artísticos y culturales de la región. Sin saberlo, estos serían sus primeros pasos en una prolífica trayectoria que ha logrado extenderse hasta la actualidad.
Afectado emocionalmente por la pérdida de un ser querido, problemas familiares y la inestabilidad económica ―propia de la juventud―, Juan Pablo no abandonaba ese sueño de encontrar en las manifestaciones tradicionales, un camino en el que pudiera dejar huella.
Mediaba la década de los noventa, Juan Pablo había encontrado en festivales realizados en diferentes regiones del norte de Colombia ―en los que participaría gracias a la insistencia de colegas, amigos y familiares― esos escenarios en los cuales podía dar rienda suelta a esa pasión que traía consigo. Los reconocimientos no tardaron mucho tiempo en rendirle tributo a su naciente carrera artística: canción inédita, mejor voz, riqueza folclórica, parejas de baile, entre otros premios, darían cuenta de su talento, constancia y entrega por la cultura y la tradición.
Han pasado más de 20 años. Juan Pablo no ha parado de crear canciones, tampoco ha dejado de comprometerse por el fomento y arraigo de la cultura tradicional y ancestral que se respira en el aire, misma que se transmite de abuelos a padres, de padres a hijos.
Desde el arte, la academia y la política, Juan Pablo ha hecho de las manifestaciones culturales tradicionales una razón fundamental de su existencia. Su actividad constante le ha permitido trazar una huella significativa en la región a través de la gestión cultural y, por supuesto, de la tambora, ese instrumento de madera y cuero que mantiene viva la memoria de los ancestros.
Inquieto por buscar nuevos caminos y expandir sus horizontes, Juan Pablo iniciaría el año anterior, de la mano de Rugidos Disidentes, una nueva etapa en su extensa trayectoria artística, esta vez bajo el nombre de Híbrido, proyecto musical independiente, en el que la tradición de la tambora cruza su camino con la contemporaneidad sin perder su esencia.
- Puede interesarte | Híbrido se lanza oficialmente como un artista Rugidos Disidentes
―Al fin y al cabo, detrás de la tambora, en todos sus aspectos, hay una herencia triétnica ancestral, que ha sido más fuerte que el tiempo y que permanece viva e intacta para las nuevas generaciones.
Híbrido | Redes Sociales
- Facebook: https://www.facebook.com/HibridoTambora
- Instagram: https://www.instagram.com/hibrido.colombia/
- YouTube: https://www.youtube.com/channel/UCiUhy95tYcXCbhpT7XGNj2Q
- Página web: https://www.hibridocolombia.com.co/