(Tecomán, Colima, México)
Por, Gabriel Valdovinos Vázquez
No abras los ojos, no es necesario; es mejor así. Quédate tranquilo, en calma; sólo déjame estar contigo unos minutos.
Me colé entre las jeringas y los tiliches del carrito de las enfermeras.
¿Quién soy? No te preocupes por eso. Soy quien tú elijas. Pon mis palabras en los labios de la persona a quien más te gustaría tener a tu lado en estos momentos. Escucha su voz, percibe su perfume, su cercanía, su afecto, su compañía.
Así, sin abrir tus ojos abrázala; ¿verdad que es muy agradable esa sensación? Siente como su presencia te llena de fuerza, de valor y de alegría. El frío, la soledad y el dolor se han ido.
En este preciso momento para ti, para mí y para la humanidad entera, todo se centra en un sólo objetivo: ¡vivir!
Creo que lo habíamos olvidado. Creímos que ya no era tan importante. Creo que de pronto empezamos a confundir el gran milagro de vivir, con el mero hecho de existir.
Concentra en ese gran objetivo todas tus fuerzas, tus esperanzas y tu fe. Sólo en vivir.
Allá afuera, todo está en pausa. Igual que tú, todos nos vimos obligados a hacer un alto total en ese vertiginoso torbellino en que existíamos dando tumbos sin el más mínimo tiempo ni espacio para realmente vivir.
Allá afuera, mucha gente pregunta por ti y se preocupa al no verte. Y es que a veces ni siquiera somos conscientes de las personas que nos rodean y las vemos como simples sombras, como obstáculos, como parte de la decoración o del paisaje.
Tu familia, tus amigos, tus compañeros de trabajo, el taquero, tus vecinos, los cobradores, tus amargados jefes y maestros… por fin se dan cuenta de que todos somos insustituibles y merecemos más tiempo, cuidados y atenciones que las banales necesidades que han venido sustituyendo a lo verdaderamente trascendental.
Allá afuera, todos te esperan con sus corazones llenos de cariño y de afecto. Con sus rostros ansiosos por regalarte una sonrisa, un cumplido, una palabra de aliento; como pocas veces lo han hecho antes.
Allá afuera, todos extienden sus brazos para apretarte con fuerza apenas te vean regresar. Ni te imaginas las ganas que tienen de darte unos buenos apretones de mano, unas fuertes palmadas en tu espalda, y llenarte la frente y las mejillas de fraternales besos.
¿Quieres mandarles algo a todos ellos? Si tú quieres, yo puedo entregárselos.
Me llevo toda esta soledad que te acongoja, esta incertidumbre que te oprime; te la cambio por un compromiso de cercanía y solidaridad con tus familiares, compañeros y amigos más cercanos, a quienes tal vez tenías un tanto olvidados y ahora descubren la importancia del afecto mutuo en una relación sincera.
Me llevo el frío y el silencio que te hacen estremecer en esta habitación; todo eso será sustituido por cordiales saludos, sonoras carcajadas, calurosos abrazos, frases amorosas, palabras de aliento y cálida compañía con todos los seres que conforman nuestro entorno; igual entre conocidos, desconocidos, cercanos, lejanos, afines y hasta desafinados.
Me llevo todo este aire pesado que se niega a entrar en tus pulmones y oxigenar todo tu cuerpo. Lo mostraré allá afuera para que todos valoremos la importancia de ese simple pero milagroso acto: respirar.
Para todos es gratis. Un verdadero regalo del Dador de la vida que ya casi nadie agradece. Y no conformes con eso, envenenamos con nuestros excesos y ambiciones desmedidas ese sencillo elemento del cual depende nuestra vida.
Lo verdaderamente importante y valioso se está mostrando para toda la humanidad en estos momentos. Hay mucho por hacer aún en esta dimensión. Creo que hoy más que nunca la civilización debe replantearse sus objetivos y prioridades.
Definitivamente esto no es el fin, este es el gran momento. El momento de amar, de luchar, de vivir, de cambiar, de mejorar. Estamos en plena lucha, es tu momento de vencer, de mostrar lo que vales y volver cuanto antes con quienes tanto amas y te aman.
Muy pronto, apenas al cruzar la puerta de este hospital, verás que tus esfuerzos serán coronados mostrándote una humanidad totalmente transformada, para que el distanciamiento y confinamiento social, la censura a los besos y abrazos, la interferencia del gel y las mascarillas en nuestras relaciones, sean sólo parte de una oscura noche que está a punto de ser iluminada por el resplandor de valientes luchadores que en una cama de hospital o en torno a ella, están por ganar esta batalla.
*Esta carta es mi humilde aportación para un enfermo del Hospital Regional de Málaga, España. Espero sea un bálsamo para todos quienes, sin estar recluidos en un sanatorio, vagamos como víctimas de esta convulsiva realidad.