«El tiempo se desliza en el cristal, el feed va hipnotizando la verdad»
‘ESPEJO DIGITAL’ (KAREN ROD)
Por: Olugna
Es un sábado turbio en los noticieros. Uno de tantos desde que estalló la guerra, un poco más de 600 días atrás. Las imágenes de los estragos que, para nosotros ―habitantes de un extenso territorio denominado como “Occidente”―, son apenas un post más que habrá de perderse entre reels de gatitos, sketches mal actuados y otras banalidades en redes sociales; para ellos ―millones de civiles en Oriente―, que se encuentran en medio del conflicto, marcan la diferencia entre la vida y la muerte, entre la esperanza y el despojo.

Es 16 de diciembre. La Navidad de 2023 está a una semana. Mientras en este costado del mundo daremos comienzo a las novenas, en el otro extremo del planeta puede ser su última oración. Para nosotros, tampoco ha sido fácil, pero hemos aprendido a contemplar el paisaje de un mundo en llamas mientras naufragamos, sin sentido, en un océano de algoritmos que hipnotizan, abstraen y nos hacen creer que seguimos siendo humanos solo porque sentimos compasión al ver cómo un influencer le da un billete a un niño que limpia parabrisas en cualquier semáforo de Sudamérica.
No importa la época: siempre estaremos a salvo en casa. Detrás de la ventana, la lluvia es inspiración para la poesía; en el televisor, la sangre, el abandono y la muerte son el guion de una película de acción que termina tan pronto comienza un nuevo bloque de comerciales. El teléfono inteligente es el mejor distractor de la memoria y del tiempo: la tragedia concluye con un pequeño scroll.
La realidad no cambia por más filtros que le pongan. Podrán disfrazarla a conveniencia, suavizarla para no incomodar o fragmentarla en titulares diseñados para evitar preguntas. Pero sigue ahí, paciente, afuera de casa, esperando que seamos nosotros mismos los que nos atrevamos a comprobarla, criticarla o rechazarla. Basta con apagar la pantalla y mirar el mundo real: el espejo digital que nos entretiene no altera lo que nos espera al cruzar la puerta.
«Si el mundo arde en llamas en tu cara, debes despertar».
En ese instante, cuando nos alejamos del televisor, dejamos el teléfono sobre la mesa y apagamos los distractores, comprendemos que hemos vivido «hundiéndonos en gigabytes de soledad»; que el tiempo se escurre de las manos y lo que sentimos se diluye entre la fragilidad de nuestra memoria. Como el post que se nos pierde al deslizar los dedos por el cristal, los recuerdos los hemos reducido a capturas de pantalla. Las películas de ficción no se equivocaron: los zombis son reales, y no necesitamos saber dónde están.
‘Espejo Digital’, una balada que se desenvuelve con naturalidad por las atmósferas del indie rock y synth pop, nos detiene frente a un llamado de atención crudo:
«Vivimos en un sueño atemporal, mientras la vida corre sin pasar».
―‘Espejo Digital’ aborda con sutileza la ingeniería social, la hipervigilancia, la autoexplotación y la pérdida de contacto con la realidad―, explica Karen Rod, su autora.

La poesía, en ocasiones apática a la narrativa tecnológica, encuentra en la canción que nos presenta la artista barranquillera el equilibrio entre la estética literaria y la orientación del mensaje. En ‘Espejo Digital’, la metáfora involucra sin sonrojarse términos como «gigabytes» y «feed», sin perder sensibilidad. Es una canción que duele como suele doler la verdad.
―Está dirigida a todos, porque todos, en algún momento, nos hemos sentido absorbidos por una vida digital que nos aleja del presente y de los demás―, señala Karen.

El video oficial acompaña el ritmo que nos propone la canción. Sus escenas genéricas, mostradas en cámara lenta, crean una narrativa audiovisual que retrata cómo la tecnología, poco a poco, se ha infiltrado en la cotidianidad y se ha apropiado, incluso, de espacios que no le corresponden. La ficción, ahora, es un escenario paralelo que nos aleja de la realidad, simula sentimientos y nos pone “a salvo” al frente de un dispositivo.
Quizás el “gran” algoritmo imponga su directriz. Pero esta realidad ―áspera, a veces absurda, pero siempre tangible― está ahí. Será cuestión de cada quien atreverse a habitarla.
Sobre Olugna
Cada crónica es un ritual. Quizás suene demasiado romántico, pero así es. Así soy yo, complejo y trascendental; sensitivo y melancólico, pero entregado a una labor que, después de algunos años, me ha abierto la posibilidad de vivir de mis dos grandes pasiones: la escritura y la música. A la primera me acerqué como creador, a la segunda –con un talento negado para ejecutarla– como espectador.