«La tarde le daba un semblante de enamorado con un aire de güevón que solo se les ve a los que están descubriendo los amores idílicos de la juventud»
(Mosquera, Cundinamarca, Colombia)
Por,Wilmar Montoya
Quien más sufrió cuando se enteraron de que Santiago no había pasado a la universidad era Leticia, su mamá, quien había trabajado para esa universidad por los años en los que había quedado embarazada de su único hijo.
Santiago había hecho el preparatorio y Leticia estaba segura que pasaría sin problemas. Igualmente, Santiago, estaba convencido de que iba a obtener el puntaje y podría estudiar con Julieta, una chica que conoció en el preparatorio y con quien la química fluía. El convencimiento pleno y la seguridad de obtener el puntaje lo llevaron a idealizar la nueva relación que tendría con Julieta y la infinidad de posibilidades que se abrían con ella.
Cuando vieron el puntaje y confirmaron que Santiago no había pasado, Leticia fue la que asimiló la noticia de la mejor manera y le hizo saber que esas cosas pasaban y que buscarían otra universidad. Pero Santiago, cautivo por la idea de compartir clases con Julieta, insistió con una intensidad y ferocidad que Leticia desconocía.
Contactar de nuevo al rector de la universidad y ex jefe le incomodaba profundamente. Hacerlo por un favor la inmovilizaba. Nada más en la vida la hubiera convencido de pedir ese favor, Santiago tenía la fuerza de remover todo en su mamá. Esa determinación en la petición de su hijo la conmovió y se dio cuenta que jamás se perdonaría por quitarle una oportunidad. Se preparó y contactó al doctor Mosquera. Su tono firme y su cordialidad se mantenían casi intactos a pesar de los años. Leticia sintió una afabilidad que no esperaba; sin embargo, le recordó lo mucho que le incomodaba hacer esos favores. «Que Santiago se presenté el próximo viernes a las diez de la mañana», le dijo en un tono cortante y finalizó la llamada.
Faltando diez minutos para las seis de la mañana del viernes, la mamá de Santiago comienza a despertarlo: «Santi, a levantarse». Faltando cinco le recuerda la importancia de la puntualidad. A las seis en punto le está gritando: «¡Güevón!, por andar pegado a ese celular va a llegar tarde y se queda sin cupo». Tenía que salir a las seis y media para llegar a la universidad a las diez de la mañana. «La botella de Whisky quedó empacada en la maleta, no la vayas a dejar», le advertía Leticia. Santiago, somnoliento por el trasnocho, recordaba la oportunidad que tenía ese día y se motivaba. Había hablado hasta las dos de la mañana con Julieta. Ese nombre lo inspiraba.
Habían conversado toda la noche sobre la posibilidad de que Santiago ingresara también a esa universidad. La química fluía y ya se habían visto un par de veces por fuera. El novio de Julieta se había ido a estudiar al exterior y la relación a distancia moría. Santiago estaba seguro que viéndose todos los días sería inevitable que fueran novios. La sonrisa que lo acompañó ese día hasta las 12:30 de la tarde le daba un semblante de enamorado con un aire de güevón que solo se les ve a los que están descubriendo los amores idílicos de la juventud.
A Santiago le robaron tres celulares en Transmilenio y había decidido no sacarlo mientras estuviera en el sistema. Cuando llegó a la universidad tenía una cantidad explosiva de mensajes, notificaciones y llamadas perdidas a las que no daba crédito. Su cara de angustia se esfumó por completo cuando vio el primer mensaje: Julieta había amanecido sin fotos en sus redes sociales con su novio distante. Su mejor amigo no le podía traer mejores noticias y Santiago levantó las manos y salió corriendo. Tenía que entrar a esa universidad. Llegó a la oficina a las nueve y cuarto. La asistente lo recibió en el despacho y le dijo que si tenía cualquier muestra de agradecimiento se la diera a ella: «Al doctor no le gusta que le entreguen nada en persona». Fue muy enfática cuando le dijo que tenía que entrar y golpear en la oficina interna del doctor a las 11:30 en punto. Él no iba a salir a llamarlo y si se pasaba cinco minutos en golpear él iba a seguir haciendo sus diligencias y no lo atendería. Le pidió que guardara silencio y no reprodujera sonidos con el celular.
Julieta tenía un estado con frase de diva resiliente y ni una sola foto con ese imbécil. Santiago estaba feliz, no quiso escribir. Tampoco se quería ver como un carroñero, pero si le dio me gusta a un par de fotos. En Instagram ella era la única que ocupaba todo el centro de la fotografía y tapaba el esplendor del lugar que visitaba. En Twitter no había ningún mensaje que no fuera de una reivindicación social, nada de tweets amorosos o romanticones. Los videos de TikTok haciendo estupideces juntos los había borrado. Solo quedaba ella mostrándole su baile al mundo. Miró los nuevos me gusta en Twitter. Revisó si Julieta aún seguía al novio y si él la seguía. Revisó las cuentas de él. Confirmó la noticia. Habían terminado.
Sus manos aflojaron el celular por la sudoración. Si no fuera porque el señor que está en la puerta de al lado, le daría el cupo para estudiar en la misma universidad de Julieta, hubiera gritado como pocas veces en su vida. Le temblaban ligeramente las manos y los cachetes se le empezaban a resentirse de la presión por la constante sonrisa. Subió un estado motivado que Julieta no tardó mucho en responder. Se mordía compulsivamente el labio inferior y el pie derecho pudo haber hecho un hueco fácilmente.
Julieta tomó la iniciativa y le preguntó cómo iba la cita y si ya tenía el cupo asegurado. Santiago le envió una foto de la puerta de la rectoría y en ese momento en adelante comenzó la conversación que él había recreado en su cabeza todas las noches. La conversación tenía un tono diferente y todo se sentía más cálido. La utopía se hacía realidad, todo parecía carecer de sentido, desde el espacio en el que se sentía volar hasta el tiempo que parecía detenerse, con cada mensaje que lo ilusionaba más. Lo había logrado.
La rabia infinita lo sacudió cuando una voz gruesa lo sacó de ese idilio. Santiago tardó en reconocer la espalda del doctor Mosquera que en ese momento ya se dirigía a recoger sus paquetes. El rector se despidió cálidamente y le pidió que le avisara a Leticia que lo llamara por ahí en unos cuatro meses, a ver si para el otro semestre no perdía la cita y podía hacer parte de la comunidad universitaria.
Sobre Wilmar

Soy Wilmar Montoya y transito la edad media creyendo siempre superarla. Considero demasiado pretensioso escribir algo nuevo en el mundo en el que ya todo está escrito y por las mejores plumas. Un completo sinsentido, como esta sociedad.
Por eso, por medio de las letras, intento encontrar un espacio que habitar, un lugar para no ser en un tiempo que no llegará. La transición continua me impide describirme. En este mundo de vértigo donde todo cambia para quedar igual, hay una sensación de completo desconcierto.
Que las letras que escribo sirvan entender cómo veo el mundo y así, de pronto, encontrarme en él. Ya no soy lo que era ayer, hoy no me reconozco y para mañana falta mucho tiempo.