(Medellín, Antioquia, Colombia)
Por, Wsneider Cano Montoya*
Hablar de utopía en los tiempos que corren puede ser un anacronismo si aceptamos la común corriente de pensamiento en la cual habitamos. ¿Cuál es ese pensamiento común? Sin duda el afirmar que el progreso, aquel que se prometió desde el siglo XIX con la llegada al mundo del positivismo y el materialismo, ha suplido los vacíos que como especie llevamos arrastrando desde siempre. Sí, aquello se cumplió: hoy el ser humano goza de un bienestar totalmente ligado a lo que podría llamarse técnica. Los bienes materiales que hoy día se nos hacen irremplazables, son hijos de la promesa del siglo que, posiblemente, haya sido uno de los más nefastos de la reciente historia, debido al paulatino abandono de los problemas del espíritu en favor de los problemas del desarrollo técnico, es decir, industrial. Con lo dicho hasta ahora no pretendo parecer un “outsider”, como si me desligara del mundo que habito y por ello rechazara de raíz el aporte que nos ha brindado la ciencia y la técnica desde hace dos siglos. Claro, es evidente que habitar el mundo desde un sentido netamente práctico, es más fácil hoy con luz eléctrica, medios eficientes de transporte y comunicación, entre muchas otras cosas que no va al caso enumerar. Entendido así, como un bien cotidiano, el progreso ha sabido cambiar y mejorar la forma de vida del ser humano. Sin embargo nosotros, como especie histórica, al parecer no hemos sabido abonar un terreno sin echar en el olvido el otro. Efectivamente, esta es una cuestión maniqueista: el ser humano habita una dualidad, donde una cara es la lucha por la supervivencia, y es allí donde la técnica y su promesa de progreso ya referenciada entra en escena; la otra cara, la olvidada, la que es tan importante como la anterior, la espiritual, chivo expiatorio de un mundo y un hombre altamente tecnificado.
Quizá el postulado anterior suene excesivo, pero la realidad lo confirma cada día. No es un secreto que hoy como especie llenamos de valor todo ese conglomerado técnico que nos rodea a tal punto que más bien nos asfixia; es ante este fenómeno del bienestar material que en lugar de dar tranquilidad a una existencia de por sí conflictiva, lo que genera es angustia por no poder tener todo lo que, gracias a la propaganda, se nos dice que debemos tener. ¿Qué pasa cuando nos hacemos con un objeto de estos? Nada. La zozobra y el sin sentido prosiguen, porque adquirir cuanto artefacto sale al mercado no es vía que lleve al sentido de la existencia. Tal vez suene extraño hablar hoy del sentido que le damos al existir, quizá porque el ansia tecnológica ha hecho que olvidáramos que desde siempre, desde la noche de los tiempos, ha sido esa la gran incógnita y la fuerza que ha hecho andar al hombre.
Ante este panorama poco esperanzador, donde las vías de apertura parecen clausuradas, queda algo por intentar y es pensar qué hacer con la utopía. Si hay algo que todavía no desaparece y que nos dice que aun hoy queda algo de esperanza ante lo que vivimos como sociedad, es esa luz que refulge en aquellos espíritus sensibles que luchan incansablemente por no dejarnos hundir como humanidad. Es posible que surja la duda frente a estos hombres y mujeres que luchan cada día por salvaguardar lo que de humanidad nos queda, porque no son los hombres públicos a los cuales estamos sujetos frente a las decisiones fundamentales de la vida. No, esos que realmente luchan son docentes, líderes sociales, campesinos, escritores y todo aquel que sienta que este mundo y su vertiginosa huida del valor de la vida conducirá indefectiblemente a la debacle.
La senda que dichas personas nos señalan no es otra que la utopía, ese anhelo por transformar el mundo que habitamos. Pero la utopía no debe ser entendida como una aspiración a lo ideal, sino como impulso para recuperar lo que como humanidad hemos perdido. Las grandes preguntas que sirvieron como excusa para ir hacia adelante en el camino del hombre, tales como qué es la vida, la muerte, Dios, la libertad, entre otras; esas cuestiones del espíritu son las que hoy se abandonan y, por ende, hacen que nosotros, como especie, nos dejemos atrás y seamos, poco a poco, consumidos por la idolatría hacia el objeto. Cuando logremos comprender que esas preguntas fundamentales de la existencia tienen la capacidad, por lo de búsqueda que contienen, de dibujar en el horizonte la gran utopía de nuestro tiempo: entender y defender la dignidad de la vida humana; será en ese instante donde la técnica ocupe su lugar, ese que no está por encima del ser humano, sino más bien a sus pies, porque no debe olvidarse que es el hombre el creador de las máquinas. Siendo así, ¿qué hacer con la utopía? Sin duda tomarla como estandarte y salir al mundo, codo a codo con el otro que es mi prójimo y por ende sagrado, luchando por llevar a buen puerto esta humanidad que a poco está de naufragar.
*Wsneider Cano Montoya. 30 años de edad. Licenciado en Filosofía por la Universidad Católica Luis Amigó, de Medellín, Colombia. No pertenezco a ningún movimiento político.
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