Blast55 - Todo va a estar bien 1

‘Todo va a estar bien’: los trazos acelerados de la vida por Blast55


Por: Olugna


¡SIGH!

«Pero he aprendido: la tranquilidad vive en mí».

Nuestro personaje alcanzó el cuarto piso. Quizás, sin darse cuenta, algunos reflejos grises han desplazado el color original de su pelo. Su rostro empieza a abrirle espacio a los rasgos inevitables por el paso de los años. Sin embargo, los cambios físicos son mínimos cuando revisa su historia y comprende que son incontables las hojas que ha rayado, convirtiéndola en realidad, sosteniéndola en el tiempo para que la trama no se pierda. Esos trazos forman parte de lo que es, de lo que ha vivido, de lo que no ha contado aún y de lo que por siempre callará.


«Bakana la Alegría sin Tristeza» fue la promesa que se hizo en la adolescencia; hoy se siente orgulloso de seguir en esa habitación haciendo lo que más le gusta: retratar la vida a través del punk/rock. Ya no está en el colegio, el mundo ha cambiado desde el 99, pero es un alivio saber que la historia que comenzó a escribir aún tiene más hojas para rayar.

Blast55 alcanzó lo que muchos llaman la edad madura y otros definen como la más interesante. Sin embargo, su voz no ha cambiado: sigue siendo la del adolescente que quería hacer rock ‘n’ roll y no necesitaba dar explicaciones. Unas cuantas décadas después, sabe que siempre tuvo razón cuando dijo ‘Todo va a estar bien’.


¡UGH!

Pero su historia, como la de todos los que ya vemos el degradé en nuestro pelo, no fue fácil. Ser adolescente es una trama compleja. La presión es asfixiante y las inseguridades parecen disfrutar del acné juvenil, del rechazo de las peladas y de las burlas. El ego también supo hacerse sentir y, con la confianza de los torpes, fuimos matoneadores, abusivos y pensamos que éramos populares. El colegio supo aterrizarnos.

¡SNAP!

No habíamos terminado la secundaria y la vida ya nos mostraba, con toda su crueldad, la dureza que tenía preparada después de la mayoría de edad. Sin embargo, la más fuerte siempre fue la depresión: ese villano silencioso que nos mata por dentro mientras fingimos sonrisas. No había refugio seguro, pero sí uno más apacible. Para algunos de nosotros, era ruidoso, gutural y estridente; para Blast55 fue el punk/rock.


¡BAM!

Los golpes de la vida fueron certeros; los que nos daban nuestros compañeros, enemigos y amigos resultaron definitivos. Sé tú mismo, nos dijeron el cine, los superhéroes y la música. Si vivimos en un cómic, mejor que sea escrito por nosotros. Con errores y tropiezos, mejor que sean nuestros trazos los que definan nuestra historia.


¡CRASH! ¡HMM! ¡POP!

El colapso, por supuesto, sería inminente. Toda buena historia es amenazada por la tragedia. El suelo es el punto de quiebre para que nuestra bestia interna despierte; las dudas tratarán de mantenerla dormida, pero —entre la rabia, el miedo y el deseo— su rugir será suficiente para liberarnos. Es hora de que esos trazos que soñamos lleguen al papel.


¡SIGH!

«Ya no callo lo que pienso, ahora escucho lo que siento». Buenos o malos directores, el cómic de nuestra vida está bajo nuestra responsabilidad. Si nos equivocamos, diremos lo siento y seguiremos. Es nuestro cómic, es nuestro sueño, es nuestra vida.

¡WHOOSH!

Quizás, para Blast55 —visto como un ser punk/rock encarnado por sus cuatro integrantes—, el tiempo ha pasado demasiado rápido: la vida es vertiginosa cuando somos protagonistas de nuestros sueños. Vivir se hace menos aburrido cuando dejamos de complacer a los demás, a esos seres que, como nosotros, deberían estar escribiendo su propia historia.


Los años solo son anaqueles donde guardamos los capítulos que hemos vivido. Parecen una tienda de cómic interminable si la vemos de lejos, pero fugaces cuando nosotros hemos sido los protagonistas.



Sobre Olugna

Cada crónica es un ritual. Quizás suene demasiado romántico, pero así es. Así soy yo, complejo y trascendental; sensitivo y melancólico, pero entregado a una labor que, después de algunos años, me ha abierto la posibilidad de vivir de mis dos grandes pasiones: la escritura y la música. A la primera me acerqué como creador, a la segunda –con un talento negado para ejecutarla– como espectador.

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