(Bogotá D.C., Colombia)
Por, Olugna
Una labor tan sencilla como la de atar los cordones de los zapatos, significó para mí largos años de intentos fallidos hasta que por fin pude lograrlo. Tenía, quizás, 10 años de edad y aunque para otros era una demostración más de mi torpeza motriz, para mí era un logro superado.
A esa y otras torpezas debía agregar la capacidad que tenía para distraerme en cualquier actividad, una absurda timidez que casi rayaba con un complejo de inferioridad, el rechazo al contacto físico, a la interacción social y a esa fobia hacia los individuos que no pertenecían a mi estrecho círculo de amigos. Definitivamente, la adolescencia que se acercaba apresuradamente, se mostraba como un camino difícil de recorrer.
El mundo, desde muy joven, empezaría a mostrarme que los seres humanos no somos más que puntos, en su mayoría blancos o negros, en los cuales no encajan aquellos que escapan a dicha bicromía.
La búsqueda de identidad, propia de la adolescencia, fue un enfrentamiento constante entre la necesidad de aceptar quien era y el afán por encajar en aquello que los demás definían como correcto.
Al final renuncié a una parte de mi esencia que provocaba el rechazo de los demás, y me ubiqué en el lado que consideré más cómodo, aquel que identificaba lo “extraño” en los demás y lo convertía en objeto de burla. Lo había logrado, ahora estaba del lado “ganador”; sin embargo, por dentro sabía que yo también era un extraño, uno que de manera hipócrita se había rendido a la convención social solamente para sentirse aceptado.
No obstante, no es posible construir una esencia sobre la mentira, pretendiendo que en algún momento no se derrumbe esa fachada dejando al descubierto nuestra precariedad, poniéndonos de frente con las contradicciones interiores propias del ser humano.
En televisión, además de los dibujos animados, había buscado aquellas series que me proporcionaran emociones cortas, digeribles y que pudiera ver en cualquier instante sin sentirme desubicado en la trama. Fue así como Profesión Peligro, Los Magníficos o Los Simpson lograron captar mi atención, mientras que Dragon Ball o Caballeros del Zodíaco fueron sagas de las que buscaba escapar, a riesgo de que fuera señalado, en ese entonces, como el raro que no gustaba de lo mismo que a todos cautivaba y enamoraba.
Descubrí a The Big Bang Theory (TBBT) por accidente mientras pasaba canales. No recuerdo cuál fue ese primer capítulo que vi; pero, sí que tenía precisamente eso que buscaba: capítulos cortos que podría ver en desorden sin alterar mi comprensión de la historia.
TBBT, Además, se convirtió en ese lugar en el cual las rarezas eran ironizadas y daban lugar a burlas, al tiempo que las mismas eran aceptadas como una parte fundamental de la personalidad de sus personajes y de la construcción de la trama.
Como escritor en formación, encuentro en The Big Bang Theory una inspiración. La cuidadosa creación de los personajes ha permitido que estos cobren vida, que nos identifiquemos con ellos o que los rechacemos; el desarrollo narrativo de cada capítulo explora con diversos recursos literarios que provoca que muchos de ellos permanezcan en la memoria.
A diferencia de Two And a Half Men, TBBT no recurre a ese humor misógino y cargado de estereotipos sexuales; va más allá, parte de los trastornos exagerados de cada uno de sus personajes, para ponerlos en situaciones cotidianas en los que la ficción danza con la realidad a lo largo de 12 temporadas, durante las cuales, el amor y la amistad son ejes fundamentales.
Si bien Friends ha sido considerada como un hito en las comedias de situación de los noventa y principios del dos mil, nunca logró conectarme, ni sus personajes seducirme. Siempre fue una serie que consideré ajena a mi actualidad y, en verdad, un tanto aburrida.
The Big Bang Theory, creación de Chuck Lorre y Bill Prady, por el contrario, se acercaba a una realidad mucho más cercana a la generación actual, misma que gira alrededor de la tecnología y que privilegia la interacción a través de un monitor sobre el contacto social.
Unos cuantos capítulos después pude verme identificado, de alguna manera, con los trastornos de cada uno de sus personajes. A través de Cooper, Hofstadter, Wolowitz, Koothrappali y Penny (la joven rubia a quien los creadores privaron de apellido), vi retratadas diferentes etapas de mi existencia en las que algunas veces fui “el raro” y en otras fui “el aceptado”.
Creería que todos llevamos con nosotros comportamientos excéntricos y momentos de introspección que callamos por miedo al rechazo y para evitar ese matoneo sistémico que acaba con autoestimas y que, en los peores casos, puede llevar a la depresión.
Durante mi vida, por un gran tiempo y por diversas razones, terminé cediendo a la presión social, quizás para sentirme aceptado, quizás para ser popular. Cedí a tal punto, que vi retratado en Leonard Hofstadter a ese ser condescendiente y pusilánime que no quería quedar mal con nadie y que, en algunas ocasiones, suplicó por una migaja de amor.
Ser hombre en una sociedad machista no es fácil, crecer con la presión de que debemos ser un macho alfa en todo momento, no deja lugar para el romanticismo y condena al silencio cualquier sentimiento que pueda ser considerado de maricas. Rajesh Koothrappali fue el reflejo de ese miedo, el astrofísico indio me acercó a ese lado sensible que me ha llevado a emocionarme con una puesta de luna o con una mujer que he idealizado.
Los años que estuve en el lado que oprime al diferente, me permitió alcanzar cierto éxito con las mujeres; en ese cuarto de hora que la vida me ofreció, me parecí un poco a esa Penny de las primeras temporadas que pretendía llenar sus vacíos con relaciones mediocres y superfluas.
Sin embargo, la esencia de un ser humano, por muchos intentos que hagamos por silenciarla, buscará la forma de gritarnos que quiere salir, que valemos la pena y que no tenemos por qué sentirnos avergonzados. Esos instantes en los que he despertado, los vi en Sheldon Cooper, un personaje que tiene muy claro lo que quiere y quien es, que es más fuerte que la crítica, que es ingenuo y molesto, pero ante todo, que es leal. Ojalá fuéramos más como él y menos como nosotros.
Howard Wolowitz es un personaje bien particular que al principio me provocó cierto rechazo por su personalidad odiosa y por esa tendencia de perseguir mujeres. No obstante, como todos los demás, es fruto de una construcción compleja por parte de sus creadores, en la cual también se identifican otras características que permiten entenderlo desde diferentes perspectivas.
‘Howie’ es, quizás, el personaje que tiene más claras sus carencias y podría pensarse que las acepta como parte de su esencia. En él, el sarcasmo juega con el descaro; sus comentarios siempre oportunos, pero no siempre apropiados, dan emotividad a sus diálogos. Al igual que nosotros, se debate entre sus propias contradicciones.
Es precisamente, Howard, el personaje con el que terminé sintiendo mayor cercanía y en el que vi reflejados varios rasgos de mi personalidad.
Más allá del éxito comercial que ha tenido como producto, la serie no se queda en el entretenimiento, sino que logra transcender con un mensaje, el cual será interpretado dependiendo de la rareza de cada quien.
En mi caso prefiero quedarme con el mensaje de que en este planeta todavía hay un lugar para los raros.
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3 Comentario
yo lo ame !!!
Tiene sentido, sórdido pero lo tiene
Muy buena nota!!! Me encanta la serie y también me identifico con varias rarezas de sus personajes. La estoy viendo completa por cuarta vez, je