Vehementes - Narcótica 2

Vehementes y ‘Narcótica’: la banda sonora de un cuento extraviado


Por: Olugna


«Prendió fuego a la biblioteca, 236 libros convertidos en cenizas. No funcionó», fue su último intento por borrar de su memoria lo poco que ella dejó después de que cruzara la puerta. Encerrado en su cabaña, encadenado por el acero de los recuerdos, buscaba solo una cosa: ponerse a salvo de aquello que alguna vez llamó amor. No funcionó, todo en aquella casa de madera, revivía un instante, despertaba un latido.

Con la frialdad de un psicópata prendió fuego a uno de sus tesoros más sagrados: el anaquel de discos. No funcionó. La memoria de esa mujer se transformó en un espejismo que intentaba abrazar con la esperanza de encontrarla de nuevo. Pero, el peso de la ausencia es mucho más fuerte cuando la realidad se niega a aceptar un paradigma distinto a aquel solía mostrarse como un instante de felicidad.

Entre las cartas que ella le entregó siempre hubo un recuerdo que permaneció intacto. En los cientos de fotografías siempre hubo un rostro que se negó a desaparecer con la despedida. La memoria es el verdugo del amor extinto y un laberinto del que no es posible salir sin la voluntad para entender que la realidad es una y no se deja chantajear por una poesía amarga, ni se hace más sencilla porque escuchó una canción dispuesta a narrar su desgracia.

La historia que resumo aquí fue escrita hace algún tiempo. Un cuento con el que intenté escapar de una memoria que no me dejaba tranquilo y que creía enterrada. Sin embargo, al observar la portada de la canción que nos presenta la banda bumanguesa Vehementes, volví a recoger las páginas de ese relato para ponerle una canción que acompañara al protagonista en su delirio, en su adicción al amor que se ahogó, pero que encontró la forma de negarse a desaparecer entre el humo de lo que el Fuego no acabó.


En la portada, una cabaña ubicada en la pradera rompe con la tranquilidad de un paisaje. ‘Narcótica’, el lanzamiento de Vehementes, sin ser el género que busco habitualmente para huir de los recuerdos y ―en cierta forma paradójica― encontrarme con ellos, activó esa memoria. Lo hizo a través de las tesituras del bolero, la salsa y samples electrónicos sutiles.


El protagonista de ‘Narcótica’ no es tan diferente al personaje desquiciado de Lo que el fuego no acabó. Para ambos, hubo un objeto desde el que pudieron contemplar las ruinas de sus memorias. «Hoy vivo en recuerdos atrapado en el sillón» nos dice Vehementes en su canción. «Se sentó en la silla de madera, la misma en la que dos semanas atrás había hecho el amor con ella. Suspiró», encontramos en ese cuento extraviado.


―Nació por la ruptura de un amigo y su pareja y la creé como una forma de generarle un poco de paz en ese momento caótico de su vida―, nos cuenta Vehementes sobre ‘Narcótica’.

Ojalá que los recuerdos que deja el amor cuando se despide, los pudiéramos resumir de manera tan breve como lo hace Vehementes: en una estrofa corta que es, al mismo tiempo, preámbulo y conclusión.

«Hoy vivo en recuerdos atrapado en el sillón Pensando en el tiempo que ya nos dejó Tengo el corazón disuelto en alcohol necesito algo narcótico»


Ojalá que la insistencia en aferrarse al dolor tuviese el poder de mutar la realidad. El coro de ‘Narcótica’ persiste una y otra vez en una sola idea: maldecir ―no para odiar, sino para descansar― dos instantes definitivos en todo relato de amor: el primer y el último momento.

«Seis horas más tarde los bomberos se hicieron cargo de la situación. No había caso, de la vieja casa y de todo lo que en su interior se encontraba no quedaba nada», nos dice mucho de lo que pasó en el relato que escribí años atrás y que parece haber encontrado un telón musical en ‘Narcótica’: la banda sonora de un cuento extraviado.


Sobre Olugna

Cada crónica es un ritual. Quizás suene demasiado romántico, pero así es. Así soy yo, complejo y trascendental; sensitivo y melancólico, pero entregado a una labor que, después de algunos años, me ha abierto la posibilidad de vivir de mis dos grandes pasiones: la escritura y la música. A la primera me acerqué como creador, a la segunda –con un talento negado para ejecutarla– como espectador

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