«Soy un niño grande, un niño con sueños y gustos simples, atrapado en el cuerpo de un hombre mayor, que día a día se deteriora más»
Lágrimas de felicidad
«Un beso en la frente despertó a Felipe en esa casa antigua y desconocida, nada de lo vivido había sido un sueño»
Leer es morir a tiempo
Leer es desobediencia, provoca cuerpos y mentes insurrectas con la capacidad de trasmutar tejidos operados desde la normalización de la cotidianidad.
Somos seres de letras
Los ojos de un niño buscan ansiosos el rostro de quien las arroja al aire como dardos
Cumpleaños
No sé cuántos años más cumpliré; pero lo que sí sé, es que mi último cumpleaños nunca lo olvidaré y quedará grabado en mi mente toda la vida.
Editorial | Escribir, una cuestión de lectura, inspiración y disciplina
Aquel que perece en ese primer intento, confesará que en algún momento deseó escribir una historia.
¿Y qué nueva vida ésta?
¿Y qué nueva vida ésta? Una guía pública exhibida.
La ventana de la crítica que, con nombre propio, se instaló y ventiló la vida de todos los usuarios.
Enmarcados en un paisaje digital, luciendo sus mejores rostros (tras es lente) Y queriendo pretender que son, o pidiendo un amén a manera de exigencia.
Insoportables huéspedes en su sala de espera maniatados y amordazados a un teclado que se expresa por ellos.
Tan involucrados, que no pueden palpar el aire y desconocen el valor de una gota de rocío.
Tan ellos, que no pueden moverse con libertad pues están atrapados en la red que un día tejieron.
Por, Juan Carlos Duarte
Bogotá (Colombia)
Reseña del Autor
Soy Juan Carlos Duarte, así me llaman. Tengo 51 años, nací en Manizales y vivo en Bogotá. Tengo tres hijos, dos nietos, una esposa, una suegra, un gato y otras mil razones para ser feliz.
Escribo desde siempre y para todos con un solo propósito: que mis palabras generen empatía en quienes las destripen literalmente, que sean un eco universal sin nombre propio y con el signo de todos. Inicié estudios en los ochenta, en la U.N y la Pedagógica. No tengo un título asignado, pero sí mil experiencias concebidas.
Disfruto de toda manifestación de arte, la pintura, la música, lo escrito y lo leído.
Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)
“Una radiografía simple, pero real, de la vida digital que nos engulle diariamente”.
¿Libertad?
¿Libertad?
Independencia ¿Libertad? Hoy estás tranquilo, feliz, eres independiente, libre, o al menos, eso crees ¿no?
¿Cómo proclamar que tienes libertad cuando la consciencia de otro es la que determina tu propio actuar?
Si tu placer viene con términos y condiciones, si tu tranquilidad se reduce a momentos cortos en los que te aíslas de tu realidad, si tu pensar no te pertenece , si tu criterio lo generó alguien que tampoco lo tenía.
¿En qué momento te darás cuenta de que tienes algo más, de que hay un mundo más allá del que te han pintado, de que existen opciones, de que puedes explotar tu creatividad y de que en tu cabeza hay un mundo por crear aparte del que conoces?
¿Cuándo verás que no va a existir algo más plácido que disfrutar de algo propio y que se te ocurrió a ti, y no algo que te dijeron o hicieron pensar que necesitabas? entiendo que no sepas qué pensar, si otros han pensado por ti, toda tu vida.
Pregúntate ahora ¿Cómo quieres crear?
Por, Alejandro Obando Trejo
Reseña
Mi nombre es Alejandro Obando Trejo, actualmente soy estudiante de Contaduría Pública y curso el quinto semestre. Me gusta mucho escuchar música y pasar tiempo de calidad con mis seres queridos, es lo que más valoro y amo en este mundo.
Nota de la editora
Una invitación a pensar en qué es lo que realmente mueve nuestras vidas, y a atrevernos tomar nuestros propios riesgos.
Si tú también quieres participar en Narraciones Transeúntes, verifica aquí los requisitos
Literatura, un salto hacia la aventura
¿Qué sería de nosotros sin el encanto del olor de un libro, sin la emoción de las ferias, sin las historias que por algún tiempo tomamos como propias?
Por, Erika Molina Gallego
La literatura ha sido siempre uno de los grandes regalos que la humanidad se ha hecho a sí misma. Perdidos en un mundo de complicaciones y superficialidad, la literatura se ha convertido en un camino hacía una felicidad íntima, un portal con entrada en la realidad, pero con salidas infinitas, que igual puede llevarnos a los calabozos de un castillo, al comedor de un aristócrata, a un campo cubierto de trigo o de algodón, o a un pequeño cuarto donde minutos antes fue cometido un asesinato.
Una historia descubierta en unas cuantas hojas, puede hacernos llorar de tristeza, como saltar de felicidad, puede hacernos temblar de miedo, rabia o impotencia, como puede también hacernos enamorar. Abrir un libro es conectarse a una pequeña máquina del tiempo, que nos transporta lejos, ya sea al pasado o al futuro de nuestra fría y, a veces, aburrida realidad. Y es que aquí no existen los gigantes, no hay fiestas con vampiros, ni anillos misteriosos, los bailes ya no son ceremoniales, las torres han sido reemplazadas por vidrio y no hay dragones ni varitas mágicas.
¿Qué sería de nosotros sin el encanto del olor de un libro, sin la emoción de las ferias, sin las historias que por algún tiempo tomamos como propias? No seríamos más que autómatas vacíos, sin nada en qué pensar que no fuera el trabajo, las obligaciones, las aburridas reuniones, la economía y la guerra.
Aprender a leer, es pues, el salto hacia un mundo infinito, es aprender a soñar con los ojos abiertos, a vestir la piel de seres extraños y misteriosos. Es llenar nuestros cerebros de palabras desconocidas, descubrir verdades más allá de las que vemos y abrirnos paso por caminos de los cuales ya nunca vamos a querer regresar.
La lectura es tal vez una rareza en vía de extinción, una piedra preciosa que ya muy pocos ven, a causa de las superfluas distracciones que encuentran en el camino. Está entonces en nuestras manos no dejarla morir, seguir haciendo estallar la chispa que propague el fuego de la literatura, hacer que los más jóvenes encuentren su paraíso, abrir la puerta del ropero, llevarlos a la estación y permitirles saltar a la aventura.
Poner un libro en manos de un niño es salvarle la vida, es un laberinto maravilloso del cual ya no saldrá y un hermoso regalo que jamás olvidará.
Por, Erika Molina Gallego
Editora Narraciones Transeúntes
El dios mudo
Es el día cuarenta y tres desde que encontramos la entrada al sepulcro. Quedamos veinte. Estoy muy débil. La carne de rata es asquerosa y vivir bajo el miedo y la oscuridad nos ha minado por dentro.
Por, Jorge Montoya
1
—El silencio no es más que la máscara de los gritos—dijo el profesor. La luz amarilla de los lamparines iluminaba apenas la cámara mortuoria y el aire tenía un olor pesado y oscuro. Todos estaban arrodillados, mirando la inscripción de una puerta sellada—. Es una maldición—prosiguió el profesor—. ¿Ven ese cráneo pintado? Ponían eso como advertencia.
Hubo un silencio que primero fue consternación, luego asombro, después miedo. Después de todo lo que habían visto, ¿aún había algo más? Ninguno se atrevió a contestar. El profesor se levantó trabajosamente, miró a todos con ojos afiebrados y como alucinados.
—Descansemos por hoy— dijo —Abriremos la puerta mañana.
2
SOY EL PROFESOR OCTAVIO MICULICICH. Es el día cuarenta y tres desde que encontramos la entrada al sepulcro. Quedamos veinte. Estoy muy débil. La carne de rata es asquerosa y vivir bajo el miedo y la oscuridad nos ha minado por dentro. He perdido mi diario, no sé cuándo. No escribía en él desde hace varias semanas, así que aquí dejo un resumen de lo ocurrido.
Comenzamos el 20 de enero desde la cueva de Sogdiana, en el valle de Zeravshan, en Tayikistán. Un grupo de cuarenta y cuatro hombres. Mi ayudante, Javier M., la arqueóloga Carolina P., los camarógrafos de la National Geographic, Francis Wallace y George P. Depress, treinta y nueve hombres para la faena, y yo. Trece días después de bajar por la garganta de la cueva—descenso peligroso, estalactitas, mierda de murciélago—nos topamos con un laberinto tallado en la roca, con muros que el medidor láser calcula en cuatrocientos cincuenta metros de altura y pasadizos del ancho de una calle. Los lamparones de pila nuclear resultaron insuficientes, apenas si podíamos ver a un radio de quince metros. Aun así pudimos advertir que los muros estaban tallados con escenas que Carolina calificó de sucesión narrativa no lineal de los mitos yaghnobianos con especial preferencia por la génesis del mundo por Shugnani, el dios mudo[1]. Era sobrecogedor caminar flanqueado por esos altos relieves. Uno los veía y era imposible creer que todo eso había sido hecho por personas, porque todo dejaba un sabor a supra humanidad, de una magnitud tal que intimidaba. La pata de una de las criaturas talladas medía cincuenta metros de largo por veintinueve de alto y los muslos se perdían allá arriba, en la negrura. Nos sentíamos como un grupo de hormigas explorando una habitación, perdiéndonos por días en los pasadizos, caminando entre una oscuridad que nos amortajaba y un silencio vacío y muerto. El aire también estaba muerto, porque nos asfixiábamos y sentíamos ahogos. La comida comenzó a escasear y la racionamos. Comencé a palidecer
A la tercera semana de entrar encontramos un pasadizo que nos llevó a un abismo. Bajamos durante seis horas y al llegar al fondo encontramos que todo era un valle negro y lleno de huesos y armas. A lo lejos se veía el dintel de una puerta gigantesca. Identifiqué escudos con diseños helenísticos, quizá de cuando Alejandro Magno conquistó la zona. Había charcos pestilentes y escuchamos ciertas voces lastimeras que los camarógrafos de la National Geographic consideraron —con temor y poco convencidos—eran el producto de vientos internos en la caverna. Empezamos a enfermarnos. Vimos zancudos del tamaño de un perro que nos atacaron y tuvimos que defendernos con bengalas y humo. Al ver los insectos, Carolina propuso desertar de la misión, pero yo no iba a detenerme por un grupo de Aedes albopictus con esteroides, después de todo lo que había tenido que hacer para conseguir la licencia y los fondos para el proyecto. Perdimos a seis hombres que se alejaron demasiado del campamento y de la luz. Atravesamos el fondo del abismo en cinco días y encontramos la puerta gigantesca, pero era de piedra maciza. Inamovible. Era imposible que algo así frustrase mi proyecto. Había más detrás de esa roca, lo intuía, lo sentía. Llevábamos dos cargas de explosivos y propuse usarlas para abrirnos paso. Carolina y los camarógrafos se rehusaron. Amenazaron con denunciarme ante la sociedad arqueológica si destruía la puerta. No me dejé amedrentar. Yo atravesaría todo con tal de encontrar las ruinas, sacrificaría a mis hombres y a mi equipo, y hasta pactaría con el dios con tal de llegar. Dinamité la puerta. En la caverna el eco de la explosión resonó con tal fuerza que por unos momentos solo oímos un pitido seco y agudo. Algunos se rehusaron a continuar. Les dije que si querían podían desandar el camino, arriesgarse con los insectos y el laberinto y salir de la caverna. No tuvieron más opción que seguirme. Atravesamos el portal y llegamos a una explanada y a una necrópolis. Todo era de un barroquismo sombrío. Mausoleos en forma de fauces. Estatuas de reyes con cabeza de murciélago. La exploración de las tumbas demoró diez días. La comida se hizo más escasa y tuvimos que cazar las ratas que pululaban en el cementerio y que no podíamos ni imaginar cómo hacían para sobrevivir en un lugar así. Antes de llegar al final, uno de los camarógrafos enfermó súbitamente.
3
El calor me disuelve. He caído enfermo después de una pesadilla, luego he comenzado a delirar sin remedio. Vomito la comida y sudo como si me bañase en lava. Siempre es de noche, siempre estamos bajo la luz escasa de los lamparines. El silencio que rompen nuestras pisadas es antiguo. Wallace me cuida y él y Javier me llevan en una hamaca. Hemos explorado todo y llegamos a una tumba que el profesor asegura es la del dios. Era como un zigurat, solo que en vez de subir, se hundía en la tierra. Todo está compuesto por cámaras conectadas por pasadizos. La oscuridad es casi maligna y avanzar es difícil. A través de la fiebre, las pinturas murales de las cámaras se difuminan bajo el delirio. No veo sino detalles fugaces. Zarpas, fauces, gestos que simulan la sonrisa de un verdugo, la alegría de un monstruo. Sufro de pesadillas con el dios. Parece un ojo gigantesco que es al mismo tiempo una boca llena de colmillos. Lo veo frente a un festín en el que se comen manjares hechos con muñones y cabezas. En los momentos de mayor desconexión escucho el contrasentido de un silencio que llama hacia lo más recóndito y oscuro de estos pasadizos.
4
—Pasadizos, pasadizos…, silencio en los pasadizos
—Cálmese Depress— dice Javier — le acabo de inyectar un antibiótico y…
—No le escucha—dijo Carolina—. ¿No lo ve? Está delirando
—Es la fiebre…
—Es este sitio. El aire está viciado; la falta de luz nos afecta psicológicamente. Debimos habernos ido antes. ¿Qué hemos hecho metiéndonos hasta aquí, sin comida, sin auxilio? ¿No es una locura estar aquí? ¿No es insano dejar que nos siga guiando el profesor, cuando es tan evidente que también está afiebrado, que su ambición por estas ruinas nos está perdiendo?
—Su pasión por la arqueología…
—Su locura, porque eso es, locura, nos va a llevar hasta el mismísimo infierno si seguimos bajando por estas ruinas. ¿Has visto la cara que puso cuando encontró la puerta sellada? Unos ojos febriles, ambiciosos. No le basta haber encontrado todo esto. Quiere más.
Javier no respondió. Habían avanzado galería por galería a través de la tumba y descubierto cámaras llenas de ataúdes verticales donde yacían los sacerdotes del dios. Encontraron una sala llena de ofrendas depositadas sobre cráneos volteados, otra sala de torturas saturada de gritos y de sangre seca. Y habían avanzado a la fuerza, acarreados por la energía del profesor, que los hacia sobrellevar el asombro y el espanto de ver cosas así, catalogando huesos o haciendo bosquejos apurados de los relieves y las pinturas. Por último, hallaron la cámara mortuoria principal, con un catafalco gigantesco, y un altar lleno de escombros.
Los pocos hombres que quedaban limpiaron la cámara y encontraron una puerta sellada en una de las esquinas. “El silencio no es más que la muerte de los gritos”, había leído el profesor y ahora estaba entusiasmado, aún quedada más por ver. —Descansemos por hoy —había dicho—, la abriremos mañana—, y durante la noche sintieron cómo el silencio parecía empozarse y concentrarse dentro de cada uno de ellos
Al día siguiente el profesor mandó colocar los explosivos alrededor de la puerta. Todos estaban expectantes. Habían descubierto una magnitud monstruosa a lo largo del camino y ahora debían toparse con algo tan secreto que tenía una maldición como advertencia. Carolina intentó convencer al profesor de que ya era exigirles demasiado a todos el que continuasen con la investigación, pero el profesor no hizo caso y colocó el mismo el cable detonante.
—Señores, la maravilla de todo lo anterior no es nada respecto a lo que encontraremos detrás de esta puerta — sentenció, y detonó la carga de dinamita
El sonido de la explosión fue callado por un grito que reventó cuando el sello de la puerta se rompió, potente, monstruoso. Y nadie vio la tumba del dios ni vio su cadáver aún putrefacto, porque que el grito los sacó de sí mismos. Era como si la montaña gritase, como si con la intromisión del profesor el dios hubiere despertado y su furia era tal que los poseyó. Uno a uno todos cayeron al suelo, gimiendo, tirando de las orejas hasta extirpárselas en chorros rojos; la maldición los convirtió en una sola masa enfurecida que se agredía a sí misma. Los hombres se lanzaron unos contra otros, se arrebataban pedazos de piel y se mordían hasta que la sangre se les mezclaba con la saliva. Bajo el influjo del grito que los torturaba con su intensidad comenzaron a comerse sus propias lenguas, a arrancarse los músculos. Carolina se lanzó sobre uno de los hombres y comenzó a masticarle la nariz mientras este le desgarraba los senos. Uno de los camarógrafos se reía histéricamente en tanto se rompía la mano izquierda con una roca, a cada golpe sus dedos parecían retorcerse y el dolor le intensificaba el delirio. Uno de los hombres tuvo una visión tan espantosa que gritando se vació los ojos con las manos y los estrujó hasta que de su puño brotó un líquido espeso y blancuzco. Se mecieron los cabellos, se arrancaron los párpados, tiraron de sus labios tan fuerte que la piel de los carrillos se les desgarró y la boca se les convirtió en un jirón sangriento.
Antes de sucumbir en un sacrificio dantesco, antes de desaparecer entre la oscuridad y la tristeza de las ruinas, antes de que las luces se apagaran, lo último que vieron fue cómo el profesor gritaba y aullaba mientras estrellaba violentamente su cabeza contra las piedras del altar de ese dios mudo.
[1]¨En un principio, cuando todo era increado, solo había el silencio. El dios mudo originó el primer acorde de la creación a partir su esencia más infame. Shugnani había sido un demonio en otra dimensión y en castigo por revelarse ante su señor, se le condenó a un encierro en este universo. En venganza él creo el mundo y lo habitó de bestias que llamó humanos y eran físicamente idénticas a su señor, y los trató como si ahora él fuese el señor y ellos esclavos, y les enseñó el arte de la guerra y la especulación económica. Contaminado por la muerte, Shugnani falleció y fue enterrado en la necrópolis de Boar, en una zona comprendida dentro del valle de Zeravshan¨. Miculicich, Octavio, Interpretaciones de los mitos de los Yaghnobi, pág. 402
Un poco más de Jorge
Me llamo Jorge Montoya y oficialmente soy un homeless desde hace un día. (05/09/18). Estoy buscando trabajo. He dormido en un portal, junto a un venezolano, y leo una y otra vez el mismo libro de Oswaldo Reynoso. He sido tentado dos veces para recibir dinero a cambio de sexo. Mi mochila tiene una chompa, dos polos negros Killstar, un pantalón negro, dos mudas de ropa interior, una manta, una botella llena de agua de caño, un cuaderno, una pluma estilográfica, una bolsa con la mitad de mi almuerzo, pinceles, un estuche de acuarelas y 16 gramos de marihuana. El momento más feliz de este año fue el concierto de Luca Bocci. No diré el más triste. +51 941717362 para conversas ‘random’ por WhatsApp.