Otras identidades, otras formas de entender el mundo
Desde que somos niños el mundo a nuestro alrededor empieza a descifrarse de diversas maneras; fantástico, inverosímil, mágico y en algunos casos infortunados, trágico y despiadado. Desde muy pequeños tratamos de digerir ese mundo exterior, lo hacemos básicamente a través de la experiencia y la curiosidad es nuestra motivación primaria que nos hace caminar hacia lo desconocido. Desde muy pequeños las dudas son compañeras en nuestro viaje, a través de ellas buscamos no solo respuestas del mundo que nos rodea, procuramos además, hallar las respuestas que permitan descifrarnos interiormente y que nos faciliten reconocer el espacio en el mundo en el cual podamos adaptarnos con mayor naturalidad, desarrollar nuestras capacidades y darnos a conocer a partir de esas identidades que adoptamos temporalmente en nuestro vago rumbo.
Este proceso de búsqueda de identidad trae consigo trozos de realidad, fragmentos de un mundo infinito a nuestros ojos. De allí recopilamos información que poco a poco nos da pistas de quienes somos, que nos gusta, que queremos, que rechazamos y nos permiten dibujar en nuestras mentes, más o menos, lo que será nuestro plan de viaje. La cultura nos ayuda con algunas respuestas y nos acerca a ese imaginario que llamamos identidad.
Como individuos en esa búsqueda de identidad podemos tardar algunos años, en los cuales nuestro paso nos ha de llevar por caminos tan variados como aventurero sea nuestro andar. A lado y lado del sendero atravesaremos por distintas corrientes, entre otras: culturales, ideológicas y religiosas. En el transcurso de esa etapa podremos pasar fácilmente del vallenato al rock, divagar entre los extremos políticos, saltar del ateísmo al cristianismo. Así mismo, cuando la mente se abre a las posibilidades aceptaremos y negaremos las tendencias de nuestros semejantes.
Los medios de comunicación cumplen su papel transmisor de mensajes desde cualquier latitud, la velocidad con la que viajan dichos mensajes nos provee de información en segundos y con el acceso a redes sociales encontramos coincidencias con otros individuos, que como nosotros, buscan con dinamismo su identidad. También en el inmenso espectro de la red hemos de encontrar contradictores y otros que, desde la radicalidad, intentarán negar nuestro proceso y anular nuestra identidad.
¿Qué tan preparados estamos para aceptar discursos totalmente contrarios al nuestro? Las primeras respuestas a esta pregunta las encontramos detrás de la pantalla plana de un televisor, a través de las palabras articuladas con cierta intención en la radio, echando un vistazo en el internet o con un pequeño vistazo a las redes sociales. Encontramos de todo: los movimientos que luchan por su reivindicación y por el respeto de su territorio y de su memoria, los que se manifiestan y motivan con discursos de orden ideológico, los que buscan evangelizar y muchos otros, que de disímiles formas sientan posición y buscan sumar fuerzas a sus objetivos, o al menos buscan reconocimiento y respeto a su elección de vida, así esta sea temporal.
La libertad de la información, en las sociedades que así lo permiten, está al servicio de la mayor parte de la comunidad. Son abiertas las posibilidades e innumerables las respuestas. Para el caso de Colombia en el que la polarización, gracias a la coyuntura actual, es más evidente y marcada por los insultos y la negación hacia el opositor, esa libertad de expresión, aunque en muchos espacios es aceptada o por lo menos escuchada, en otros, de maneras – algunas veces directa, en otras implícita – es atacada y perseguida.
La edición presente de Rugidos Disidentes, aboga por el respeto de las diferencias y el reconocimiento de esas identidades, que no por ser poco difundidas son menos importantes. Al fin y al cabo, somos parte del mismo territorio y en cierta forma nuestro opositor es una extensión de nuestra propia identidad.
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