Me gusta ir hacia atrás, que los lugares tengan una base histórica fuerte”
En el momento de escribir una historia se piensa en todo: la trama, los personajes, el hilo narrativo, el ritmo, los giros dramáticos, el tiempo y, casi de últimas el lugar, el lugar macro (la ciudad, el país), pero esto es lo primero que piensa Andrés Ospina y no ha podido nunca dejar de pensar en Bogotá.
Por, Ana Puentes
anapuentes@rugidosdisidentes.co
Un encuentro con un escritor no deja de ser atemorizante, requiere de atención antes, durante y después de la entrevista, de leer lo suficiente, de preguntar más de la cuenta y tardar lo necesario. Y sentarse a hablar de Bogotá tampoco es fácil, hay que evitar caer en el lugar común y preguntar lo obvio, hay que hablar de 476 años de historia, de más de 7 millones de habitantes, de 20 localidades abismalmente distintas, de Colombia y su identidad comprimida en una capital.
Ospina es un alboroto de crespos, cordialidad, sencillez y una curiosidad inagotable. Es bogotano, escritor, no-experto en Bogotá –porque nunca ha sido su intención y asegura que nunca sabrá lo suficiente de una de sus “obsesiones hasta el delirio”–, caminante por elección, locutor de radio, presentador de Callejeando en Canal Capital y estrella de rock frustrada. Todos sus libros tienen que ver con Bogotá: Bogotá Retroactiva (2010), Bogotálogo (2012), Ximénez (2013), Y yo que lo creía un farsante (2014), Tienda de Ambigüedades (2014, disponible para libre lectura en la página de la Biblioteca Digital del Bogotá (+)) y Chapinero (2015). Aceptó conversar con Rugidos Disidentes y abrir nuestra novena edición julio – agosto: Bogotá, las páginas de su otra historia
Rugidos Disidentes: ¿Por qué escribir sobre Bogotá?
Andrés Ospina: Es lo más honesto que puedo hacer porque es lo que más conozco. Yo soy tremendamente provinciano, he viajado, pero mi referente del universo es Bogotá. Era un interés que yo tenía porque aunque hay muy buenos narradores e historias de Bogotá, yo quería contar más.
RD: ¿Quiénes son sus escritores referentes de Bogotá?
AO: Muchos, pero alguien que marcó mi infancia, aunque no es catalogado como una de las grandes plumas de Bogotá, es Álvaro Salom Becerra, un autor de corte costumbrista/humorista. Yo tenía como 8 años y repitieron por televisión una telenovela basada en la obra Un tal Bernabé Bernal de Salom Becerra; ese día entendí que Bogotá era un sitio del que se podía escribir. Desde los 4 años yo escribía cosas de niños y pensaba que debía ubicar mis historias en otros países, en lo exótico (Transilvania, Londres, París, Estambul). ¡PRIMICIA! Estoy trabajando en una historia que ocurre en Europa y en África. No creo que tenga la plata para ir, pero me defenderé con Google y Google Maps.
Es la primera vez que hago algo así, la primera vez que me salgo de Bogotá y conscientemente. Es un ejercicio, no quiero que Bogotá se convierta en una muletilla de creación literaria.
RD: ¿Cómo descifrar Bogotá?
AO: A mí me ponen un rótulo, que nunca me he querido poner, y es el de “experto en Bogotá”, una cosa muy pesada, yo nunca he pretendido ser experto en Bogotá porque eso es una empresa muy complicada. Yo no conozco el occidente de Bogotá, por ejemplo, mi Bogotá es entre la Plaza de Bolívar y la calle 100 y entre la Circunvalar y la carrera 30, pero a mí me interesa el resto de Bogotá.
No creo que sea posible descifrar toda la ciudad, creo más en que cada uno puede contar su propia Bogotá. Es la pluralidad, de contar cómo siento la ciudad. Es difícil contarlo todo de una ciudad tan grande y fragmentada, es una ciudad que tiene un problema muy grave: las distancias.
Además Bogotá está odiosamente dividida por una cicatriz que te dice esto es Norte y esto es Sur. Es una grieta imaginaria pero gigante, y eso hace que nos miremos con desconfianza.
RD: ¿Qué Bogotá le tocó a usted? A mí me tocó la del miedo y el odio, por ejemplo.
AO: Yo creo que la Bogotá del miedo y el odio siempre ha existido. Mis primeros recuerdos de Bogotá son de una ciudad un poco hostil, mal querida por todos. Ahora que lo pienso, mi interés por Bogotá es algo más afectivo, cuando empecé sentía que Bogotá era como una madre generosa llena de hijos que la irrespetan y maltratan y yo quería, de alguna manera, dignificar mi hogar y mi ciudad o… por lo menos explicarla.
RD: ¿Por qué en Bogotá se respira ese odio e irrespeto?
AO: Históricamente, Colombia ha sido sometida al extraccionismo y es que, desde la Conquista, la gente venía aquí a sacar los recursos, se los llevaba y no habitaba. En Bogotá, entonces, vienen a explotar los recursos y a irse o a quedarse y añorar su tierra. A Bogotá le imputan una serie de culpas que no son suyas.
RD: ¿Qué es ser bogotano?
AO: Ser bogotano es esperar que hagan el metro.
RD: Le voy a enunciar lugares de Bogotá y cercanías y usted me va a decir lo primero que se le venga a la cabeza:
Sears: Infancia, Chapinero: Vida, El Retiro: Elegancia, Autopista Norte: Trancón, La Candelaria: Universidad, Plaza de Bolívar: Palomas, Plaza Pasteur: Masato… homosexualidad, La Séptima: Todo, Calle 19: Discos, Kennedy: Numeroso, Bosa: Verde, Usme: Hermoso, 20 de Julio: Piedad, Salto del Tequendama: Hotel
RD: En el relato “Un encuentro con Pedro Medina Avendaño”, usted habla de ese paseo por la séptima con el poeta que escribió el himno de Bogotá. ¿Por qué afirma que el Himno de Bogotá es el más hermoso del mundo?
AO: Uno tiene que permitirse el derecho de no ser objetivo con ciertas cosas. Evidentemente, no se puede establecer cuál es el himno más bello del mundo ni creo que sea importante. Pero a mí iOh, gloria inmarcesible! ¡Oh, júbilo inmortal! no me mueve, no me identifica; en cambio a mí me dicen Flor de razas compendio y corona, en la patria no hay otra ni habrá, nuestra voz la repiten los siglos: Bogotá, Bogotá, Bogotá y, por provinciano o por patriotismo pendejo, me conmueve mucho.
Aunque yo le critico cosas a ese himno, me parece que es muy hispanista, no hay ni una sola alusión a los zipas o a alguna de las deidades muiscas. Fuimos una cultura muy permeable, hace poco leí que en para el siglo XVII enviaron una expedición para analizar las lenguas indígenas y evangelizar y en el recorrido se dieron cuenta que ya los indígenas hablaban un español perfecto, sabían poco de su cultura. Como una anticipación a lo que somos nosotros, que no sabemos mucho de nosotros mismos.
Usme… ¿Por qué Usme se llama Usme? Es una historia hermosa, sobre una princesa muisca que se llamaba Usmina, ese nombre ya es hermoso, un mito espectacular y que no conocemos, nos da vergüenza. Desconocemos lo que somos genéticamente, somos una amalgama negra, hispana e indígena.
RD: Usted escribe de Bogotá siempre pensando en el pasado, así la historia deba desarrollarse en tiempo presente, ¿por qué?
AO: No sé. Es un interés que llevo desde muy niño, nunca me ha interesado el presente porque el presente está aquí, no tenemos que recrearlo con palabras para que exista ¿para qué contarlo, entonces?
Así soy yo, te puedo hablar de la situación de la 82, de las noticias, de la “actualidad”, pero me parece prosaico, aburrido. Más me interesaría hablar en futuro.
RD: ¿Qué no le gusta de Bogotá?
AO: Hay dos cosas: el clima que de desconfianza que tácitamente riñe entre todos nosotros y la falta cordialidad, calidez y dulzura en la gente. Me indigna que no haya ninguna de las dos cosas.
Me cuesta mucho salir a la calle. En mi apartamento tengo todo lo que me gusta, en cambio yo salgo y todo lo que me espera es hostilidad. Desplazarse es terrible, Bogotá no es una ciudad caminable y eso va generando unas patologías de neurosis. Muchos dicen Bogotá es terrible, que no se ubican y nadie ayuda, y me parece extraño porque, yo por lo menos, doy las indicaciones de dónde queda algún lugar y si puedo, hasta llevo a la persona, ¡así es como debemos ser! para construir una especie de “Neo-Bogotano”, chévere, amigable, gentil.
Odio subirme a un taxi, no odio que me pregunten para dónde voy, pero sí odio que no me saluden.
No cojo bus, mucho, –sin ánimos de que me tilden de filipichín arribista, no conocen mi vida ni el balance de mi cuenta bancaria– porque eso es terrible.
RD: ¿Cómo se cuenta, entonces, Bogotá desde el transporte público?
AO: Yo no uso transporte público; he contado la historia del transporte público que es un tema diferente. Una vez me subí a Transmilenio, pero empezó mal, no me gusta ir de pie, no me gusta la gente que hace la gente en el bus porque yo hago empatía, y cuando veo a alguien de edad espichado y de pie me parece insolidario. No lo he escrito porque ya muchos lo han hecho, han compuesto canciones, han hecho crónicas ¿para qué aportar una cosa que ya existe?
RD: ¿Bogotá necesita un dirigente como el Dr. Goyeneche?
AO: Yo creo que sí. Él representa lo apolítico, cosa que me gusta mucho y la buena intención, por encima de cualquier otra cosa. Yo creo que su delirio más grande era ser bienintencionado, porque uno es bienintencionado y la gente a uno lo mira mal. Te voy a poner un ejemplo: el hombre nace bueno y el colegio lo corrompe. Cuando uno llega al colegio es buena gente, comparte la comida y de repente le dicen “¡no sea huevón!, no comparta su comida!” y empieza a desarrollar egoísmos, no empatías, no poder mirar al otro como un igual. Esas son cosas que Goyeneche sí se planteó. Yo creo que es el único caso de aspirante a la presidencia que vivía prácticamente en la indigencia, de la caridad de unos pocos estudiantes de la Universidad Nacional, cuyo mayor objetivo en la vida era imprimir unos panfletitos, un tipo hermoso y difícil de rastrear. Para escribir El evangelio según Goyeneche hablé con gente que lo conoció, lo busqué en periódicos y fui construyendo el texto, que terminó por ser una crónica que El Malpensante me había pedido, aunque nunca la publicaron.
RD: ¿Qué proceso sigue para escribir sus relatos y crónicas sobre Bogotá?
AO: Cada caso tiene una metodología distinta. Pero lo que yo trato de hacer es obsesionarme con algo, como cuando uno ama delirante y platónicamente a alguien, yo me obsesiono hasta el delirio con algo y para convertirme en un experto de ese algo y cuando lo soy, la historia me va saliendo naturalmente.
RD: ¿Cuál fue su última obsesión?
AO: Chapinero. Estuve dos años obsesionado con mi barrio y terminé por convertirlo en mi última obra, que lancé en FILBo 2015.
RD: ¿Cómo es Bogotá contada desde la música? En Bogotá Retroactiva usted habla del proyecto de destronar a la Gata Golosa
AO: No somos un país tan pobre culturalmente como para tener una sola canción de Bogotá. Como las cosas son tan facilistas en la vida. Hay muchas canciones sobre Bogotá, otra cosa es que no sean conocidas popularmente.
Muchas veces he tenido la experiencia de hablar con grandes reporteros que hacen su nota sobre Bogotá, sacan unas imágenes de archivo del 9 de abril, la puerta falsa, el chocolate santafereño y ponen de fondo la Gata Golosa. Nos quedamos con el estereotipo reduccionista del cachaco. Estamos en el siglo XXI y esto es una suma de diversidades. Que uno ponga la Gata Golosa demuestra una falta de ingenio y de interés.
A mí interesaba, en Bogotá Retroactiva, dejar un testimonio escrito de que hay algo más en cuanto a música.
RD: ¿Qué hay de la ciudad contada en el cine y la televisión? Hablemos, por ejemplo, de Dr. Mata
AO: Tenía infinidad de cosas positivas. Me parece que la reconstrucción histórica fue muy aproximada a la verdad, aparte de ciertos descaches: que Félix González Robledo, era Felipe González Toledo, tuviera barba y un estilo descuidado, nadie en Bogotá y mucho menos un periodista de la época se hubiese visto así, el personaje real era más limpio. Me gustó mucho el discurso, Mata es el reflejo del típico político corrupto del presente con una fachada de simpatía, de filantropía y amabilidad, pero un miserable, un cínico delicioso. Me gustó el lenguaje, el color, agregando que es un reto hacer una serie de tinte antiguo en Bogotá, porque nos la tumbaron; pero, de verdad, me gustaba cómo hablaban. Una vez conversé con Humberto Dorado, uno de los actores, y él me dijo que una de las fuentes de consulta para elaborar ese lenguaje fue un libro mío, el Bogotálogo. Yo oía decir en plena novela “Ahí vienen los chapoles”, que significa policía, me emocionaba y no sabía que, indirectamente, yo estaba ayudando en la escena. Y si me hubieran llamado, yo habría hecho más sin cobrar un peso.
RD: ¿Cómo ve Bogotá en 10 años?
AO: No me atrevo a hacer esos vaticinios, porque cuando uno los hace se equivoca y queda en ridículo en el futuro.
RD: ¿Cómo se la quisiera imaginar?
AO: Me gustaría que por primera vez priorizáramos el planeta, la vida, los animales y la tierra. Si nosotros dejáramos de pensar en la movilidad y la inseguridad, y nos diéramos que el verdadero problema es que estamos secando nuestros ríos y depredando nuestros cerros, o lo poco que nos queda de ellos, si lográramos frenar eso, el futuro de Bogotá sería mejor.
RD: ¿Con todo eso, cree que Bogotá es una ciudad fallida?
AO: No, creo que es un proyecto muy exitoso de ciudad en el sentido que es dinámica, con todo y las injusticias que acarrea, con la desigualdad, la ausencia de acceso a las mismas oportunidades, la especulación, ¿cuánto no está costando el metro cuadrado?, que te cobren precios absurdos fuera de contexto y de nuestra realidad como ciudad, país y continente. No es una ciudad fallida, pero sí es una ciudad que ha sido muy mal manejada, irrespetada y maltratada.
RD: ¿Qué habría que hacer por Bogotá?
AO: Quererla.
RD: ¿Cómo logró producir El Bogotálogo e incluir toda esa cantidad de términos que se hablan acá pero que vienen de todos los lados?
AO: Era un sueño que tenía desde niño, hacer un diccionario, las palabras me obsesionan, el lenguaje es una de mis obsesiones. Tenía el oído adiestrado, hice entrevistas, hablé con gente de todas las edades (el más viejo era Pedro Medina Avendaño y el más pequeño tenía tres años, entraba todo), estuve en bibliotecas, en hemerotecas investigando mucha prensa del siglo XVIII, tratando de rastrear algo del lenguaje de la calle de Bogotá. Y es chévere, tener un registro de cómo hablaba la gente hace 100 años.
RD: ¿Ha pensado en Bogotá desde los olores?
AO: Alguna vez hice algo así, pero es complicado. El olor que más me remite a mis sentimientos por la ciudad es cuando empieza a lloviznar y se levanta un polvo fino que sale del asfalto, es el olor de cuándo va a llover y me encanta. El olor de una especie de árbol, el Caballero de la noche, que se llama así porque de noche emite un olor muy especial.
RD: ¿Qué contar de Bogotá hoy?
AO: Tantas cosas, pero uno no tiene tiempo. Cada día tiene uno nuevas experiencias y acercamientos con la ciudad y sus situaciones, eso me corrobora que decir que uno sabe de Bogotá es estúpido.
Foto: Margarita Mejía. Tomada de Revista Arcadia.com