Era una tarde soleada. El bus se detuvo en la Avenida Américas sobre la carrera 36, no encontró paso, ya la jornada de marchas había comenzado. El ver que todos los pasajeros que íbamos en la ruta C135 nos uníamos a los caminantes, significaba que no era una manifestación cualquiera, era la voz de un pueblo que se cansó del rumbo que el gobierno había destinado para el país desde las últimas elecciones presidenciales.
Sobre el Monumento de los Caídos convergieron tres marchas provenientes desde diferentes puntos de la ciudad. Adultos mayores, niños, familias con mascotas, ciclistas, bicitaxistas, artistas, estudiantes, diferentes gremios, mejor dicho, todos y todas, con arengas diversas alzábamos nuestra voz, dándole vida a la marcha. Medio día, el paro apenas comenzaba.
Sobre la Séptima nos uniríamos a otros marchantes. Perderse del grupo resultaba bastante fácil, pero no importaba, porque allí nadie estaba solo. La emblemática avenida se convirtió en una comparsa en la que la música, la danza y otras manifestaciones culturales, hacían de esta una marcha multicolor.
Caminantes pacíficos con el deseo de convertir nuestras voces en un eco que se escuchara en toda la ciudad. Marchantes con carteles, tambores y títeres emergieron a nuestro paso por las diferentes calles del centro de Bogotá.
Una manifestación que venció al miedo sembrado semanas atrás por el partido del gobierno y por sectores afines a él. No éramos terroristas, no éramos agitadores pagados por el Foro de São Paulo, no éramos tampoco venezolanos, éramos colombianos y estábamos berracos. berracos, pero no violentos.
El cielo sin previo aviso se tornó gris, pero ni el fuerte aguacero logró dispersarnos. Cada vez éramos más marchando hacia la Plaza de Bolívar, que para esa hora, tres de la tarde, ya estaba atestada de personas.
Banderas, carteles, consignas, caricaturas y sombrillas, cubrieron la Séptima. Hacia el sur, una carpa negra se abría paso lentamente entre la multitud. Al mejor estilo del Sound System, un viejo camión Ford modelo 60, acompañaba con rock en español a los manifestantes, que bajo la lluvia, saltábamos y coreábamos a todo pulmón: “¿Por qué no se van, no se van del país?… ¿Por qué no se van, no se van del país?”, clásico de Los Prisioneros, que ha sido banda sonora de otras manifestaciones sociales en el continente.
Para llegar a la plaza tuvimos que desviar por la carrera octava, para salir al Palacio Lievano, edificio de la Alcaldía Mayor de Bogotá. Sobre las gradas, estudiantes con arengas; al frente de ellos, sobre el andén, algunos fotógrafos y unos cuantos miembros del Esmad.
“Sin capuchas, sin violencia”, fue uno de los pregones más constantes y que en ese instante se escuchó. No queríamos violencia, estábamos allí para hacer un llamado pacífico al gobierno que ha dado la espalda a la realidad nacional.
Detrás de una capucha puede esconderse un estudiante que tiene miedo de ser víctima de la represión de la fuerza pública, pero también un infiltrado de la policía o de un grupo ilegal, o simplemente, alguien que no comprende que una manifestación de esta naturaleza va más allá de una descarga de rabia en contra del Esmad. Es difícil determinarlo, pero algunos encapuchados intentaron agredir a los policías y a otros manifestantes. Finalmente atacaron el edificio, el enfrentamiento no tardó en encenderse.
El fuerte efecto de los gases estaba lejos de callarnos. Un rato después, ya recuperados y con algo de pintura sobre nuestras ropas, estábamos de nuevo sobre la Séptima. Eran las seis, y aún seguían arribando manifestantes.
Tomamos la Séptima hacia el norte, rumbo al Planetario Distrital. Allí, miles de personas reunidas compartían unos tragos, acompañados por la música proyectada desde unos parlantes instalados sobre una camioneta.
Se podría afirmar que ha sido la manifestación más grande que se haya visto en contra de un gobierno desde el 14 de septiembre de 1977, la cual protestó en rechazo del presidente de entonces, Alfonso López Michelsen.
Hasta aquí el primer día.
Visita la galería completa de la primera jornada aquí
22N: el libreto del miedo y la marcha de las cacerolas
El miedo se había intentado instalar semanas atrás, junto con él, las mentiras, las calumnias y las falsas acusaciones. Ninguna de estas fue suficiente para detener a los caminantes. Fue una jornada pacífica en la mayoría de concentraciones realizadas en la ciudad de Bogotá. El mensaje era claro: el miedo no es opción, la violencia no es la respuesta.
Es comprensible el malestar que causan las manifestaciones en el transcurrir diario de una ciudad de las dimensiones de Bogotá. También lo es, que detrás de los objetivos de la protesta se esconden intenciones individuales de grandes figuras de la política nacional, es probable, además, que algunos de los manifestantes correspondan a aquellos intereses. Sin embargo, el paro que inició el 21 de noviembre no tiene un dueño en particular, el paro es del pueblo y por el pueblo.
El 22N supondría un reto mayor que el de la primera jornada, debía demostrar que el paro no se reduciría a un día de arengas en contra del gobierno, que por lo contrario, su fin iba más allá de una puesta en escena de unos estudiantes —vándalos para algunos—, que buscan cualquier pretexto para generar caos y alterar el, ya despelotado, orden público actual. Debería, además, resistir a las represalias por parte del oficialismo.
El silencio ha sido el cómplice más leal con el que todo Estado desea contar. El que calla otorga y en cierta forma legitima la represión violenta de las autoridades. Por ello esta segunda jornada sería mucho más ruidosa.
Desde las 4:30 iniciarían las marchas de las cacerolas. La nuestra partió desde Profamilia, rumbo a la Plaza de Bolívar tomando por la Séptima. Cinco de la tarde. La marcha se detendría en la tradicional esquina de la Av. Jiménez, ya el Escuadrón Móvil Antidisturbios se había encargado de dispersar con gases lacrimógenos a la concentración, que muy puntual se estaba manifestando al frente del Palacio de Justicia.
Al frente del edificio de El Tiempo se dio lugar a un enfrentamiento entre algunos manifestantes y el Esmad. De nada sirvió el cántico del día anterior: “Sin capuchas, sin violencia”. Luego de 40 minutos, el Esmad logró hacernos retroceder.
El toque de queda a partir de las 8:00 de la noche, acompañado de los rumores de saqueos orquestados por delincuentes en horas de la madrugada, hacía más complicada nuestra permanencia en el centro.
La preocupación por llegar a casa antes del toque de queda y regresar a ella en un camión que cubría una ruta pirata hasta el sur de la ciudad, no opacaron la emoción que despierta un pueblo unido manifestándose de forma pacífica.
La zozobra comenzaría después de las nueve de la noche. Rumores viralizados por WhatsApp y desde las cuentas de Twitter de la senadora María Fernanda Cabal y de muchos ciudadanos, anunciaban una asonada criminal en varias unidades residenciales de la ciudad. Desde varios perfiles se invitaba a que los vecinos se armaran con lo que tuviesen a su alcance, palos, bates de béisbol, machetes y agua hirviendo, estuvieron dentro de las alternativas de autodefensa propuestas.
Ausente de toda lógica, la amenaza saqueadora programada para la misma hora en diferentes conjuntos residenciales de la ciudad, logró que el pánico se expandiera, creando un imaginario caótico en el que perpetradores intentarían ingresar a nuestras viviendas, aprovechando el silencio de la madrugada.
Nosotros, el pueblo en general, estaríamos a merced de intrépidos y valientes forajidos que intentarían ingresar a unidades residenciales, enfrentando a los guardas de seguridad y a las personas que esperaban el momento para darles “su merecido”.
Fue una noche larga para muchos, la purga anunciada no se dio. Unos cuantos casos registrados en videos compartidos en redes sociales, quedó evidenciado que camiones con marcas de la policía, dejaron a varias personas al frente de algunos conjuntos, las cuales, según la versión de institución, venían de sus trabajos y no habían encontrado transporte. Sin embargo, resulta una respuesta que no aplicaría para todos los casos grabados por la ciudadanía.
El 30 de octubre 1938, Orson Welles, junto con la compañía teatral Mercury, interpretó por radio en forma de noticia, una adaptación de la novela La Guerra de Los Mundos, de H. G. Wells, en la cual se narra una invasión alienígena, generando un escenario caótico en el que el miedo y la ingenuidad de la comunidad fueron los protagonistas.
La madrugada del 23 de noviembre en Bogotá, narraría un episodio muy similar al provocado por Welles, esta vez salido de una ficción mediocre, demostrando que solo falta crear un enemigo imaginario, para que el pánico se apodere de un colectivo.
De la tétrica noche, una publicación tomada de redes sociales, daría la conclusión sobre lo que terminó siendo, para algunos, un simpático suceso:
“¿Dónde estaban las vándalos? Estábamos allí, parados a las 11 p.m. en las porterías de las unidades de estratos 4, 5 y 6, armados y dándonos ánimo para seguir haciendo correr el río de sangre que, ya de por sí, desde hace mucho tiene a este país desangrado. Nosotros fuimos, por una noche, los vándalos.”
Hasta aquí el segundo día.
23N: la resurrección de la cacerola
De los dos días anteriores quedaron registradas varias denuncias de agresiones por parte del Esmad, como también de varios manifestantes en contra de miembros de la policía.
El 22 de noviembre, Pacifista, proyecto de comunicación enfocado en la construcción de paz en Colombia, recogió algunos de los casos en un informe publicado en su sitio web: Violencia en el 21N: abuso policial, vandalismo y saqueos.
El tercer día de paro inició muy temprano. Sobre el medio día, el Parque Nacional de Bogotá, fue el punto de encuentro para una jornada en la que el cacelorazo, prometía hacer mucha más bulla que el día anterior, demostrando que el miedo dejó de ser una opción.
Miles de personas iniciaron el recorrido hacia la Plaza de Bolívar en medio de cánticos, arengas y consignas de protesta e indignación. Era una jornada tranquila.
Alrededor de 100 jóvenes iniciarían a las 4:30 p.m. una manifestación en El Recreo, barrio de la localidad Séptima. Iban rumbo a la sede de la Universidad Distrital de El Porvenir, en la cual se encontrarían con estudiantes, miembros de colectivos culturales y de organizaciones sociales y deportivas, entre ellas, Por la Banda Izquierda, iniciativa que a partir del fútbol, realiza intervención social en el sector desde hace algunos años.
- Puede interesarte: Fútbol: una apuesta por la paz y para todos
No era la única concentración programada a lo largo y ancho de la ciudad, la cacerola sería la encargada de congregar múltiples manifestaciones pacíficas, para gritar que el pueblo unido jamás será vencido.
Sobre el final de la tarde, en la esquina de la calle 19 con carrera 4, Dylan Cruz, joven de 18 años de edad, cayó víctima de un disparo propinado por un miembro del Esmad. Dylan terminó el colegio días atrás, marchaba al igual que miles de jóvenes, entre otras cosas, por una mejor educación. Horas más tardes fue inducido al coma y su estado de salud es reservado. Una jornada pacífica cobraba una víctima más.
Sobre las 9:00 de la noche ya no eran 100 estudiantes en Bosa El Recreo, una larga avenida principal fue ocupada por una manifestación, que decidida caminaba entre los barrios.
No era un asunto solamente de jóvenes, junto a ellos marchaban adultos mayores, padres de familia, niños pequeños, todos unidos al ritmo de las cacerolas en una sola voz.
No era un asunto solamente de jóvenes concentrados en la Plaza de Bolívar, los barrios también se hicieron sentir en multitudinarias marchas convocadas por la inconformidad hacia un gobierno que, entre otros motivos, estaba haciendo trizas los acuerdos de paz. Resistencia pacífica que se extendió más allá de la noche. El miedo, recibiría de esta manera su tercer golpe.
Hasta aquí el tercer día.
Las respuestas por parte de la Alcaldía Mayor de Bogotá, en cabeza de Enrique Peñalosa y del comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá, general Hoover Penilla no responden de manera precisa a las denuncias realizadas en contra del Esmad.
Por su parte, el presidente de la República de Colombia, Iván Duque, después de tres días de pronunciamientos ambiguos, por fin anunció una mesa de «Conversación Nacional». Sin embargo, se reunirá primero con alcaldes y gobernadores, para luego sentarse con las organizaciones sociales y convocantes del paro nacional.