La amistad entre él y yo
Aún recuerdo ese momento en que mis ojos despertaron ante su encanto. No preciso fecha ni hora exacta, tampoco las situaciones previas a su aparición, solo sé que desperté y estaba allí; en la sala, inmóvil, quizás aguardando mi llegada. De su aspecto recuerdo los rasgos básicos; una caja rectangular que descansaba sobre cuatro patas de madera, una pantalla de cristal curvilínea en sus esquinas, en la parte frontal izquierda podía ver sus botones de mando organizados en filas y columnas como si se tratase de una nave espacial y en cierta forma lo era, una perilla redonda encima de estos y en la parte inferior el botón que daba paso a la magia. No sé por qué, pero me resultó amigable y desde allí él y yo, durante muchos años, fuimos los mejores amigos.
Oprimí el botón de encendido, un pequeño brillo en el centro de la pantalla apareció y creció con los segundos, no sé cuánto tardó, pero el tiempo de espera aumentó mi expectativa y mi ansiedad. ¡Por fin! Ante mis ojos: un perro corriendo detrás de un gato que perseguía un ratón, todos ellos erguidos, en dos patas ejecutaban sus movimientos, era una danza divertida en la que muy poco diálogo había, solo efectos sonoros y mucha música, esa fue mi primera aventura, luego me dejé sorprender con Los Magníficos, ALF, Cuentos de los hermanos Grimm, por supuesto El chavo del 8 y otros tantos que despertaron mi imaginación y me invitaron a entrar a nuevos e increíbles mundos. Es cierto, este nuevo amigo llegó con miles de sorpresas y me alejó de esos otros amigos mágicos que tenía: los libros, aunque entiendo que su intención no era, ni ha sido esa.
Durante nuestra amistad el televisor me habló, me contó en cientos de historias las vidas de otros adolescentes con problemáticas parecidas a las mías: Sabor a limón, Conjunto cerrado, De pies a cabeza, Francisco el matemático. Jamás me escuchó, pero sí interactuó conmigo, intentó educarme, como no recordar a 1, 2, 3 Matemáticas Nico y Tap, Niños en crecimiento, Cosmos de Carl Sagan y muchos más. También me acercó al fútbol, a la música y pude viajar a través de sus pantallas a lugares lejanos, a tiempos recónditos y a otras galaxias.
Años después también me mostró una parte de Colombia; un país en conflicto, con desigualdades y con una clase política compleja de entender. No obstante, no comprendía por qué me ocultaba parte de esa historia, por qué me contaba solo una versión, la versión aceptada, una políticamente correcta. Comprendí que no era culpa suya, que tan solo era él un instrumento, prueba de ello es que en ocasiones me hizo reflexionar y lo consiguió a través de El siguiente programa, Quac el noticero y zoociedad de Jaime Garzón.
Reconozco que su amistad fue compleja, que me acompañó fielmente durante muchos años y que me divertí muchísimo al frente de su pantalla, también, que sí me alejó un tiempo largo de los libros y que estuve protegido y aislado, en esa cápsula que el brillo de su pantalla construyó, de la realidad de un país que cada vez necesita más de sus jóvenes. Debo admitir además, que no sé en qué momento exacto me alejé también de él; de sus seriados, de sus telenovelas, de sus realities, de lo poco de Colombia que me mostraba.
Al día de hoy el televisor y yo nos convertimos en compañeros de habitación que coincidimos en ciertas ocasiones, compartimos agradables momentos con The Simpsons, El Chavo, alguna que otra película y algunas comedias extranjeras. Ahora él me habla y yo le ignoro, cambio de canal, recorro sus noventa opciones, ya muy poco de su charla me atrae, ya no logra captar mi atención por completo y pese a todo, no soy capaz de alejarlo de mi habitación ni de sacarlo de mi vida, tampoco vale la pena, ni tiene objeto alguno hacerlo, ahora él, en ciertas ocasiones, calla mientras yo converso con un libro.