(Tecomán, Colima, México)
Por, Gabriel Valdovinos Vázquez
Bájale, mijo, con esas palabras raras que usas ni nos entendemos. Esos dizque sabios que mencionas, tienen nombres de estornudo o de enfermedad contagiosa.
Hiciste que me acordara de la esposa del patrón. Vieja cabrona, se las da de muy escribeida. Con decirte que tiene un perico que se llama Séneca. Pinche animal, habla un montón de chingaderas que nadie entiende.
Sólo a ella se le ocurre ponerle sócrates, platón, aristóteles y nombrecitos de esos a los becerros. Y con eso nos pasa a chingar a toda la bola de cabrones mozos ignorantes, como nos dice ella; cuándo nos vamos a acordar cómo se llama ese toro mañoso que se brinca los lienzos para hacer daños a los vecinos.
Luego se engarbanza y se para de pestañas porque le mentamos su madre a nietzsche, o porque pendejeamos a marx.
Está bien que trates de aclarar tus dudas hurgando entre las letras; pero no les creas muchote. Tampoco los escribientes modernos y sabiondos han de ser tan bravos como se anuncian; yo creo que entre tantas comodidades y tan enredoso que está el mundo ahorita, ya ni saben por qué rumbo les canta la chachalaca.
Yo estudié hasta segundo de parvulito, pero me masticaba rete bien todas las letras y los números de los libros de la maestra. Tal vez pensó que le iba a quitar la chamba, porque un día me dijo que mejor ya no fuera a clases.
Así es que lo poco o mucho que sé, lo he aprendido de lo que veo, de lo que oigo y sobre todo, usando la tatema para tratar de entender los vericuetos de la vida.
Siempre hay que ponerle sesos a las cosas, sobre todo a las que no alcanzamos a comprender. Porque a veces es más fácil hacernos de la vista gorda para no toparle a las broncas. Pero eso no es bueno, cuando menos acuerdas ya tienes al toro enfrente, y ni pa’ dónde hacerte. Ahí es donde la puerca torció el rabo.
Ese tema que te cargas está más cabrón que bonito, a todos se nos paran los pelos de punta nomás de pensar en eso. Pero con el tiempo tienes que ir haciéndote a la idea que para allá vamos todos. Nos guste o no. Es algo que todos sabemos, pero a nadie le gusta hacerse cargo de esos pendientes.
Cuando tu abuela paría, casi cada año, muchas veces no alcanzaba a llegar la partera; vivíamos allá donde da vuelta el aire, cerca de donde le sacaron un susto al diablo. Así es que a mí me tocaba esa chambita. En cuanto tenía al chiquillo en mis manos, le daba un buen jondeón pa’ que soltara el primer bramido.
En ese momento, yo no sabía si el chilpayate se convertiría en un gran hacendado, en un malviviente, en un cura o en un soldado; lo único seguro, era que después del primer resuello, en cualquier momento se lo podía cargar la tristeza. Yo pude sentir la muerte en entre mis brazos, a los pocos minutos de haber recibido a la criatura; mi madre murió en el parto, cuando yo nací.
Y ni se diga en tiempos de trifulcas o revoluciones, o cuando llegaba la peste. Dicen que había pueblos tan jodidos, que hasta de hambre se moría la pobre gente; aquí gracias a Dios no hemos pasado por eso. Aunque sea tortillas con sal, pero siempre hay algo que mascotear.
Cómo no va a uno a pensar y sentir la muerte cerquitas, tanto como parte de la misma vida, si por las veredas te encontrabas a algún cristiano colgado y con la lengua de corbata. Así le pasó a Bucho el Borrascas.
O como a Sebas el Caguamón, que por cualquier tiznadera sin chiste le vaciaron la pistola en el pellejo; o a Lupe la Fisga, que lo dejaron todo rayoneado con un machete. A veces por bravucón, a veces por enredarte con la mujer ajena, otras por estar en el lugar equivocado o meterte en cosas que no te importan. Total, que pretextos quiere la muerte.
Si por la madrugada te despertaba una punzada caída al pecho o un aguijonazo en la espalda, o sentías que se te quemaba el tripitiaje, no había más que ponerte a rezar, porque chance y te petateabas en el mismo rato y te cafeteaban al cantar los gallos.
Ahora con tanta ciencia ya casi nadie piensa en morirse y con tantas comodidades de la vida, la gente quiere quedarse para siempre en este mundo.
A mi manera de ver, los grandes negociantes nos han metido esas ideas con el fin de que andemos compre y compre cosas, para tenernos distraídos y ellos puedan seguir ganando sus centavitos.
Nos entretienen con lucecitas y espejitos de colores, algo así como darle un dulce a un niño o hacer andar a un burro colgándole una mazorca delante del hocico.
Y así llenan nuestros vacíos y nos llevan todos zurumbáticos, sin ganas de pensar en lo que todos sabemos que en cualquier momento nos sucederá.
Porque no es lo mismo saber que nos va a cargar la flaca, eso todos lo sabemos, pero lo que realmente estremece es cuando aparte de saber, lo sientes.
Filemón era un cabrón, no sé de dónde lo habrá sacado; Petra y Juan, sus padres, eran rete buenos. Pero él se la pasaba jodiendo a todo el que podía y enamorando a cuanta vieja se encontraba.
Ya borracho agarraba más valor y perdía los estribos, hacía padecer a toda la rancherada. Le valía madre la vida, según decía, había que disfrutarla, porque algún día se iba a morir.
Yo no creo que la haya disfrutado. Andaba siempre a salto de mata, hasta que se lo encontraron en la barranca hirviendo de gusanos. Como que se topó con la horma de su zapato y lo hicieron pagar todo o buena parte de lo que hizo. Así como vivió, murió.
Mira mijo, no hay que dársela de santos, pero al menos uno debe hacerle la lucha a pasarla bien sin hacer daño a los demás. Ya con eso uno disfruta de la vida. Cuando estás en calma con la gente y con tu sombra. Y si sientes que la huesuda anda siempre cerca de ti, como que eso no te asusta, sino que te motiva a encontrarle sabor a todo lo que haces.
Yo no sé qué hay después de que uno muere; pero si vives bien, la pasas bien aquí; y si eso merece premio, pues ya la llevas de gane. Y si hay castigo, también la libraste.
Imagínate, si andamos de cabrones, lo que nos espera. Como dice el dicho: “Pobre del pobre que al cielo no va; lo chingan aquí, y lo chingan allá”.
* Resumen filosófico, metafísico y onto-teológico que forma parte de la sabiduría de nuestros abuelos y que de manera sencilla nos deja comprender las complejas teorías de grandes pensadores de toda la historia de la humanidad, quienes han consumido sus neuronas y sus pestañas en esos devaneos: Séneca, Sócrates, Platón, Aristóteles, Montaigne, Heidegger, Simone Well, Nietzsche, Calasso, Byung-Chul Han, entre otros muchos.
Gabriel Valdovinos Vázquez
Originario de Tecomán, Colima, un poblado típico de la costa del Pacífico Mexicano, vio la luz el 12 de septiembre de 1970. En esos cálidos ambientes vivió y realizó sus estudios, desempeñándose en el comercio y el servicio público.
Es autor de tres libros de relatos cortos, Jubileo, Destellos de Esperanza y Desafíos, aun no publicados.
Es colaborador de varias revistas de diversos países de América y Europa, Estados Unidos, México, Perú, Colombia, España y Cuba.
Actualmente escribe y publica de manera colaborativa en redes sociales relatos cortos y micro cuentos, los cuales pretenden ser una propuesta para generar en sus lectores algunos remansos en los que las evocaciones de paisajes, vivencias, personajes, nostalgias, aspiraciones y sueños equilibren y conforten, ante la avalancha de realidades y acontecimientos que infestan esos medios y amenazan con su aplastante dosis de desaliento.Correo Electrónico: valvazga@gmail.com