(Tunja, Boyacá)
Por, Olugna
Guitarras, tiples, requintos y guacharacas recrean una atmósfera inconfundible que sabe a campo. Refranes, coplas y poesías dan forma a sus líricas: retratos sencillos de la cotidianidad del altiplano cundiboyacense. Sus canciones, sin perder la esencia de su sonido característico, son pequeñas crónicas que narran historias de cortejos y rompimientos; de violencia y reconciliación; de desplazamiento y reivindicación; de luchas ambientales y resistencias políticas. La carranga, ajena a las tendencias —muchas veces superficiales— de la industria musical, sigue, songa y soronga, siendo la pregonera de las vivencias campesinas desde hace más de 50 años.
Con el mismo orgullo con el que los campesinos trabajan la tierra, la carranga permanece fiel a su esencia. Gentil y sencilla como todo hijo del campo, ha sido anfitriona de sonidos foráneos que buscan rendirle homenaje; algunos, aunque alejados de su identidad, logran integrarse. Desde su nacimiento, a principios de los años 70, ha tejido un lazo que nos recuerda que Colombia es un país campesino. Un país cuyo suelo, marcado por años de violencia, es fuente de alimento y vida. Hasta el rock, alguna vez distante, se ha vestido de ruana.
Cuatro pelados boyacenses decidieron acercarse a la carranga para invitarla a caminar por un sendero estridente. Ella, al parecer, aceptó la propuesta con entusiasmo y, desde entonces, combina en su outfit ruana, chamarra de cuero, sombrero, gafas negras y tenis. Así nació Velo de Oza, la embajadora del género que sus integrantes bautizaron como carrangarock: una fusión que respeta el origen y suena bien.
Desde su presentación en la primera edición de Día de Rock Colombia en 2017, Velo de Oza ha demostrado que puede hablarle a otros públicos sin perder su esencia. Ahora, la agrupación nacida en Tunja nos presenta ‘La Mamá de Tarzán’, un vainazo a aquellos que se avergüenzan de sus raíces y disfrazan su identidad con apariencias.
El ritmo propio de la carranga es evidente desde el primer instante de la canción, pero la fusión con batería, guitarra y bajo la envuelve en una atmósfera contemporánea. Es un tema sencillo, fiel a la identidad que Velo de Oza ha proyectado desde sus inicios.
La lírica utiliza la jerga campesina para narrar una historia irónica sobre una chica que se cree «de la vitrina la última empanada» y «del desierto la última Coca-Cola». Con frases como «Pasó, me empujó, me pisó. Volteó la jeta y ni me saludó la berrionda», la canción se burla del arribismo de quienes reniegan de sus raíces para aspirar a una vida que no pueden sostener.
—La inspiración detrás de la canción es la rabia que a uno le da que la gente olvide sus orígenes y que se crean más que otros—, afirma Frank Forero, líder de Velo de Oza.
El video que acompaña el sencillo complementa la narrativa con ironía, parodiando las producciones audiovisuales del género urbano. Carros lujosos, bailarinas —en este caso, de ruanas y pantalones cortos— y un cantante con atuendo carranguero, construyen una estética que mezcla tradición y modernidad.
La protagonista del video, una joven odiosa que se pasea por una plaza de mercado —emblemático escenario de los pueblos—, encarna la apatía hacia las raíces que tanto reniega.
—Le canto a la gente del pueblo que se creció y que ya no miran pa’ abajo—, agrega Frank.
A pesar de su atuendo moderno y sus ademanes sofisticados, no logra ocultar sus raíces: un retrato fiel de aquellos que necesitan fingir para sentirse cómodos consigo mismos.
—Uno pudo haberse ido de la tierra, pero la tierra jamás se irá de uno—, concluye Frank.
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