«El lobo turco no es más que un perro callejero glorificado. Nosotros somos las víboras venenosas de Armenia, y vamos a atacar»
DARON MALAKIAN
Crónica: Sebastián González Z.
Fotografías: Clemente Ruíz
Bogotá, 24 de abril de 2025. Una tarde que parecía tranquila, casi plácida, se transformó rápidamente en una noche gélida y neblinosa. La brisa capitalina arrastraba consigo no solo el frío, sino también una carga histórica y emocional que no dejaría indiferente a nadie. Ese día, el Estadio Nemesio Camacho El Campín no fue simplemente un escenario musical: fue un altar de memoria, resistencia y catarsis colectiva.
A las seis en punto un DJ abrió la jornada con un set algo irregular: algunas canciones lograron encender tímidamente los ánimos; otras se disolvieron entre el murmullo expectante de los asistentes. Pero, el verdadero inicio llegaría una hora después, cuando la agrupación brasileña Ego Kill Talent irrumpió en escena.
Originaria de São Paulo y formada en 2014 por Jean Dolabella y Theo Van der Loo, Ego Kill Talent, cuyo nombre deriva de la frase «Demasiado ego matará tu talento», ofreció una presentación sólida y vibrante. Su propuesta, un híbrido entre rock, hard rock, heavy metal y groove metal, electrizó a Bogotá. Como es característico en sus shows, cambió de instrumentos en medio del set, mostrando su versatilidad. La agrupación tiene un fuerte vínculo con System of a Down, ya que su canción ‘Thousand Nails’ cuenta con la colaboración directa con John Dolmayan, baterista de la banda liderada por Serj Tankian.

Pero, aquella noche, más allá de los matices y los estilos, tenía un significado que rebasaba cualquier expectativa: tras diez años de espera, System of a Down volvía a Colombia. Y vaya que valió la pena.
Un día antes, el 23 de abril, el bajista Shavo Odadjian había celebrado su cumpleaños en Bogotá, en medio del afecto de sus seguidores. Ese mismo día, John Dolmayan ofreció una firma de autógrafos en la tienda de cómics TooGeek, presentando dos de sus marcas editoriales, en un encuentro que sirvió de antesala emocional para el huracán que se avecinaba.
A las nueve de la noche, con la neblina abrazando El Campín, System of a Down subió al escenario. No hubo preámbulos innecesarios: sólo fuego.
A las nueve de la noche, con la neblina abrazando El Campín, System of a Down subió al escenario. No hubo preámbulos innecesarios: sólo fuego. Antes de liberar su furia, Serj Tankian dedicó la noche a los muertos y sobrevivientes del genocidio armenio, conmemorando los 110 años de una tragedia aún negada por muchos. Daron Malakian fue aún más visceral:
«El lobo turco no es más que un perro callejero glorificado. Nosotros somos las víboras venenosas de Armenia, y vamos a atacar»
La frase, cargada de simbología histórica, aludía directamente a Grey Wolves, un grupo ultranacionalista turco vinculado históricamente a la violencia contra armenios, kurdos y otras minorías. Frente a ellos, Daron erigió la víbora venenosa como símbolo de resistencia, astucia y dignidad.

La frase, cargada de simbología histórica, aludía directamente a Grey Wolves, un grupo ultranacionalista turco vinculado históricamente a la violencia contra armenios, kurdos y otras minorías. Frente a ellos, Daron erigió la víbora venenosa como símbolo de resistencia, astucia y dignidad. Y entonces, comenzó el estallido. Durante dos intensas horas, System of a Down interpretó 34 canciones que repasaron toda su discografía.

Hubo espacio para clásicos imprescindibles y también para rarezas largamente ausentes en vivo, como ‘Streamline’ y ‘Marmalade’, que no se tocaban desde 2005 y 2015 respectivamente, y otras joyas que no sonaban desde hace años. Aunque, ‘D.A.M.’ y ‘War?’, figuraban en el listado original, finalmente no fueron interpretadas, un detalle que quedó en segundo plano ante la magnitud emocional del concierto.
System of a Down no ofreció simplemente un concierto. Esa noche, en Bogotá, entregó un acto de amor visceral, de resistencia, de homenaje; una catarsis colectiva largamente esperada. Y que valió cada segundo de esos diez años de espera.
Cuando el último acorde de ‘Sugar’ se extinguió entre la niebla y el delirio, ocurrió algo inesperado: los cuatro miembros de System of a Down, pese a las diferencias ideológicas, políticas y personales que han marcado su historia reciente, se fundieron en un abrazo genuino, largo, cálido, casi impensado.

Un gesto sencillo pero gigantesco, que dejó suspendido en el aire un galón entero de esperanza: la certeza de que, a pesar de todo, la música, la memoria y la pasión son capaces de reconciliar y sostener lo que parecía quebrado.

Además, en un momento profundamente emotivo, Shavo Odadjian cumplió el sueño de David Martínez, un joven fanático, al culminar el show luciendo una ruana de los colores de Colombia, tejida especialmente para esta ocasión: un guiño de gratitud y cercanía hacia el país que los recibió con alma y corazón abiertos.
Y no fue el único gesto de cariño: System of a Down también regaló entradas y un momento a varios fans que viajaron desde el extranjero sin haber logrado conseguir boleto, demostrando que, para sus integrantes, la música y la comunidad que han construido no reconocen fronteras.

Quizá, después de todo, todavía queda mucho System of a Down para rato.
La polémica local
Tras la presentación de Ego Kill Talent como telonera, el concejal de Bogotá Juan David Quintero Rubio anunció la propuesta de un proyecto de acuerdo para priorizar a músicos bogotanos como actos de apertura en conciertos internacionales que se realicen en espacios públicos.
Según Quintero, se desaprovechó «una oportunidad valiosa para impulsar el talento local» al optar por una agrupación brasileña como telonera en vez de artistas nacionales.
Sebastián González Zuluaga es un cuyabro de pura cepa, rockero de corazón y futbolero de pasión. Estudiante de último semestre de derecho en la UGCA de Armenia y director de Tendencia Rocker, combina su amor por la música con una visión crítica del mundo. Siempre entre el ruido de las guitarras y el debate, busca dejar su huella en la cultura y el derecho.