En un mundo donde el cine parece cada vez más predecible, Last Action Hero sigue siendo el grito desafinado de un rockero que se niega a morir
Por: Sebastián González Z.
En el verano de 1993, Hollywood creyó tener el éxito asegurado. Arnold Schwarzenegger estaba en la cima del mundo: venía de Terminator 2, Total Recall y Predator; John McTiernan ya había revolucionado la acción con Die Hard y Depredador; y Columbia Pictures estaba dispuesta a tirar la casa por la ventana. La idea era simple: lanzar la película de acción definitiva. El resultado fue Last Action Hero, una obra inclasificable que, lejos de arrasar, terminó sepultada bajo el peso de su ambición… y de un T-Rex digital llamado Jurassic Park.
Pero a más de tres décadas de su estreno, la historia es otra. Last Action Hero no es un fracaso: es una joya incomprendida, una bomba de tiempo que sigue explotando en los corazones de quienes crecimos con VHS en vez de streaming, y con guitarras eléctricas a todo volumen en lugar de playlists insípidas.
Jack Slater y el niño que quería huir de la vida
Last Action Hero es una película dentro de una película, pero también es una cachetada metaficcional a los clichés del cine de acción. Danny Madigan (Austin O’Brien), un chico neoyorquino que lidia con la soledad y la pérdida, encuentra consuelo en el cine. Es en una sala de barrio decadente donde recibe un boleto mágico que lo lanza directo a la pantalla, al universo de Jack Slater (Schwarzenegger), el héroe de acción más exagerado, letal y cliché que uno pueda imaginar. Allí, todo es posible: los coches explotan al mínimo roce, los villanos ríen como demonios, y los policías siempre tienen un compañero a punto de morir.
Pero Last Action Hero no se limita a parodiar: también rinde homenaje. Entre explosiones, persecuciones, mujeres fatales y one-liners, se esconde una reflexión profunda sobre el poder del cine, la necesidad de soñar, y la línea cada vez más delgada entre ficción y realidad. Cuando Slater escapa al mundo real y descubre que la vida duele, sangra y mata, la película da un giro emocional tan inesperado como poderoso. Schwarzenegger, en uno de los roles más complejos de su carrera, interpreta a un personaje que sufre al descubrir que no existe más allá del guion. Es la deconstrucción del héroe. El antihéroe de acción por excelencia enfrentando su propia farsa.

Una sátira que Hollywood no quiso ver
Es irónico: Last Action Hero fue atacada por ser «demasiado absurda», cuando en realidad era demasiado honesta. El guion original de Zak Penn y Adam Leff era una sátira feroz del cine de acción, pero terminó siendo reescrito por Shane Black (sí, el de Lethal Weapon) y David Arnott para equilibrar humor y corazón. El resultado es una película que se burla del sistema desde dentro, como un punk colado en una fiesta de gala.

Y claro, eso no gustó. La crítica de la época la trató como un chiste sin gracia. El público no supo qué hacer con una película que comenzaba como Commando y terminaba como El show de Truman con testosterona. Columbia pensó que tenía una gallina de los huevos de oro y la soltó contra Jurassic Park, una bestia imparable. ¿El resultado? Una recaudación decepcionante, burlas en la prensa y un Schwarzenegger que quedó tocado.
Pero lo que muchos no vieron fue la valentía. Porque Last Action Hero se adelantó décadas a su tiempo. Hoy, cuando vivimos en un mundo saturado de secuelas, universos compartidos y metarreferencias vacías, esta película cobra una nueva fuerza: la de haber sido la primera en disparar contra el sistema desde adentro… y con una sonrisa de medio lado.
Pero si hay algo que mantiene viva a Last Action Hero en la memoria de los rockeros y los cinéfilos sin miedo, es su brutal banda sonora. Un álbum que suena a cuero, gasolina, botellas rotas y luces de neón.
Last Action Hero tiene una de las bandas sonoras más poderosas y salvajes de los 90. Una que no acompaña la historia: la desgarra. Es un disco que no sirve de fondo: define la película, le da forma, nervio y actitud. Arranca con ‘Big Gun’ de AC/DC, una canción escrita especialmente para el filme. Es puro músculo, cuero y puño cerrado. Angus Young dispara riffs como si estuviera en medio de una balacera, mientras la voz de Brian Johnson ruge como un motor de Harley sin silenciador. El videoclip dirigido por David Mallet es casi una escena extra de la película: Schwarzenegger sube al escenario guitarra en mano, como un dios armado de rock. ¿Qué más da si era puro autoplagio? Angus sabía exactamente qué cuerdas halar.

Pero eso es solo el comienzo de un festín sónico brutal. Megadeth escupe furia con ‘Angry Again’, compuesta para la cinta y nominada al Grammy. Una canción que suena como si Dave Mustaine le estuviera ladrando a los estudios de cine con el colmillo retorcido. Alice in Chains aporta dos joyas: ‘What the Hell Have I’ y ‘A Little Bitter’, cargadas de ese tono oscuro, pantanoso y existencial del grunge más pesado. Anthrax con ‘Poison My Eyes’ y Queensrÿche con ‘Real World’ se debaten entre el thrash y la progresión melódica, mientras que Def Leppard y Aerosmith aportan su cuota de clasicismo hardrockero a medio camino entre la decadencia y la gloria.
Y como si fuera poco, aparecen Cypress Hill y Fishbone a romper los moldes con funk, hiphop y caos callejero. Son como una granada lanzada al centro de un Mosh Pit de cuero, sudor y amplificadores.
En una época donde el grunge tomaba el relevo y el glam metal se derrumbaba entre laca y spandex, esta banda sonora fue una radiografía perfecta del choque cultural de los noventa. Es como si alguien hubiese puesto a pelear en un ring a los últimos soldados del hard rock con los nuevos profetas del metal alternativo. Y de ese combate sonoro, lleno de sangre, riffs y distorsión, nació una obra única. Una que, al igual que la película, fue demasiado ruidosa, demasiado real, y demasiado adelantada para su tiempo.

Hoy, Last Action Hero es una película de culto. Amada por quienes entendimos que no era un producto fallido, sino una visión demasiado adelantada para su momento. Es el cine de acción con conciencia, con corazón, con autocrítica. Es Schwarzenegger interpretando a Schwarzenegger, y luego matando a su doble ficticio en el clímax más loco que se haya escrito.
Y sí, aún tiene escenas que te sacan una carcajada o te inflaman el pecho. Como cuando Jack Slater, derrotado, le dice a Danny: «Lo único que quiero… es saber que importo». Ese momento, en medio de tanto ruido, te recuerda que detrás del héroe hay un ser humano, aunque sea ficticio.
Last Action Hero fue esa bala que Hollywood disparó sin saber que no apuntaba a una diana comercial, sino directo al alma de una generación. Una generación que creció con películas que no pedían perdón por ser violentas, absurdas y emotivas. Y que cuando las luces de la sala se apagaban, encendía su walkman para escuchar a Megadeth, Anthrax o AC/DC, porque en esa mezcla estaba el verdadero escape: acción, rebeldía y distorsión.
Y en un mundo donde el cine parece cada vez más predecible, Last Action Hero sigue siendo el grito desafinado de un rockero que se niega a morir.
Sebastián González Zuluaga es un cuyabro de pura cepa, rockero de corazón y futbolero de pasión. Estudiante de último semestre de derecho en la UGCA de Armenia y director de Tendencia Rocker, combina su amor por la música con una visión crítica del mundo. Siempre entre el ruido de las guitarras y el debate, busca dejar su huella en la cultura y el derecho.