Una crítica al periodismo actual y un llamado a ejercerlo con verdad, claridad y responsabilidad
Por: Escritor Amargo
Los saludo hoy desde esta trinchera solitaria, hecha a fuerza de estudio, análisis y la ferviente creencia de que las opiniones, por más personales que sean, rebosan de la pesada responsabilidad de la imparcialidad, la transparencia y el compromiso constante con la verdad.
En este espacio en el que siempre hemos sido bastante escuetos para hablar, enarbolando las banderas de la libertad, de lo popular y lo objetivo, lanzamos un grito de orgullo en el que recordamos que somos del pueblo y para el pueblo y de forma clara, sin rodeos y florituras, compartiremos un pequeño desahogo, una serie de pensamientos e inquietudes que surgen inevitablemente del seguimiento hecho el día de hoy veintiocho de julio del dos mil veinticinco a las transmisiones realizadas al juicio del expresidente y exsenador Álvaro Uribe. Empero, no es de él de quien hablaremos, puesto que ya se ha dicho bastante y aún se dice y se dirá.
Los pensamientos a compartir en este momento, versan acerca de lo vomitivo y enfermo que resulta el cubrimiento «periodístico» irresponsable, a cargo de los medios masivos privados del país y de aquellos que se hacen llamar alternativos e independientes y que también cuentan con una base bastante sólida de seguidores.
Es terrible, es enfermizo escuchar durante horas y horas como aquellos que han sido llamados a informar, no hacen más que expresar abiertamente, aunque vestidos de mojigatería, que lo que menos les importa es informar; buitres vestidos de traje aferrados a sus micrófonos y cámaras, juegan a la gimnasia del lenguaje, queriendo convertir todo lo que en la diligencia judicial se relata en un mero problema semántico. Estos seres sin alma, sentido común o pensamiento crítico, no pueden evitar mostrar de qué lado están, no pueden evitar el malestar de presenciar y tener que comunicar lo que ven y escuchan, no pueden evitar manchar los hechos y acontecimientos con el veneno inmundo de sus opiniones sesgadas y terriblemente polarizantes; y hablo de todos, porque esto no es una cuestión de izquierdas descoloridas o derechas vetustas.
Antaño solía verse a los periodistas, a los verdaderos periodistas como héroes sin capa, como luchadores casi anónimos de la verdad, como un estandarte de responsabilidad y respeto por la profesión, por el oficio. Pero hoy, más que doloroso es asqueante la forma tan descarada en que «entrevistan» a las personas y las cortan a mitad de una declaración, por el simple hecho de que no les gusta o que, a sus jefes, allá arriba, no les gusta lo que están oyendo. Repugna como hacen eco de las opiniones de personas completamente ajenas a la situación del país y como asienten en silencio, aprobándolas y aguantándose las ganas de estallar en vítores, pues muy en el fondo, aún les queda algo de recato y sería muy maluco que los vieran celebrando para un lado o para el otro, hay que guardar las apariencias, para poder mantener el pajazo mental y el personaje ya casi anacrónico del periodista. Son tiempos tristes, en los que cualquier idiota sin criterio o cultura, con acceso a internet y una cámara quiere imponer lo que según él es información veraz. Pero que en realidad no es más que una perorata interminable de su postura, su verdad y su concepción de lo que es correcto.
No espero escribir una pastoral infumable, posando de intelectual y crítico certero y mordaz, solo anhelo hacer ver que todavía quedamos personas que respetamos el ejercicio del periodismo, que respetamos a los que lo ejercen con dignidad y coherencia. Tampoco quiero posar de revolucionario desteñido, o de correctillo de establecimiento para quedar bien con una u otra facción de este país tan maltratado y dividido, no soy un «queda bien» y jamás lo seré; por eso, este texto no habla de posturas políticas y es más bien un garrotazo en las costillas para todos por igual.
¿Por qué digo que es por igual? Porque, así como los medios tradicionales no hacen más que ser los perros de ataque de los oligarcas, delfines y artífices de la hegemonía en los medios, dispuestos a acabar con cualquiera que no les agrade. Los de la izquierda o independientes no han hecho más que subirse al tren del mame de «somos el gobierno del cambio» haciendo la vista gorda a muchos errores del gobierno actual o de los políticos que estén en su misma línea de pensamiento; han hecho exactamente lo mismo que tanto reprochan de sus opositores y han dejado de lado la objetividad y el compromiso con la verdad; la ironía de convertirte en aquello que juraste destruir. En palabras de un muy querido amigo «el manejo de los grandes medios ha sido detestable, y ahí incluyo a los medios a favor de Petro, que, siendo públicos o alternativos, tienen muy buena audiencia y el manejo de la agenda pública, ha sido, cuando menos cuestionable».
Repito, pues aquello que se repite, tiene el chance, aunque pequeño de quedarse en la memoria de los que lean esto; que las palabras consignadas en esta corta columna a manera de desahogo o queja, son un recordatorio al compromiso que tienen los que quieran hacerse llamar periodistas, con la verdad, la transparencia y la objetividad. Están en todo su derecho como cualquier ciudadano de a pie, a dar sus opiniones, pero de hacerlo, asuman la responsabilidad de las mismas y háganlo en nombre propio, no escudados por canales o emisoras, opinen, pero no manchen la envestidura del comunicador.
Finalmente, agradezco el tiempo que se hayan tomado para leer estas líneas, para soportar a un quejumbroso romántico que todavía sueña con cosas puras como el honor, la honradez, la sinceridad y la objetividad y los insto, a buscar la verdad en cada cosa que lean, que escuchen o que vean forjen su propio criterio, analicen sin afanes cada dato y saquen sus propias conclusiones aún hay esperanza, quiero creer que la hay.
Gracias.