Libreros en Bogotá
En la Calle 16, entre 7ª y 9ª, el comercio de libros tiene todos los impresos, historias, locales, conflictos y formas posibles. Fabio García es uno de los rostros de este universo de tres cuadras.
Fabio García, desplazado por la violencia y librero del centro de Bogotá, Foto de Ana María Puentes
Fabio García es librero del Centro Cultural del Libro hace 25 años, desplazado por la violencia en Puerto Berrío (Antioquia) en 1981, padre de tres hijos y un trabajador comprometido, como buen paisa. Pero, sobre todo, es un lector de clásicos empedernido y un defensor de la buena literatura.
“Llegué a Bogotá con un blue jean y una camiseta. Tan pronto como pude busqué un sitio donde jugaran ajedrez –en la 7 con 22–, el 90% de mis amistades han sido ajedrecistas y yo jugué ajedrez en mi juventud. Entonces, lo encontréy ahí me ponía jugar para ganarme 5 o 10 pesos y dormía en la 13 con 22, en unas pocilgas”, cuenta Fabio, en una entrevista el lunes pasado en su librería Libros: El Búho.
Ese mismo año, se encontró con Ramón Castaño, un amigo de Antioquia; juntos empezaron a trabajar en una fábrica de tapetes, montaron empresa y en menos de tres años ya tenían cincuenta empleados. Sin embargo, la prosperidad terminó en los casinos. “De un momento a otro empezamos a retroceder. Mi amigo cayó en el juego, entonces, partí con él y seguí trabajando solo”.
Se reencontraron poco después y pudo más la amistad, (don) Fabio le prestó plata para una caseta en la calle 19, nunca le pagó. Castaño fue desalojado, la caseta terminó en San Victorino en la 14 y luego, el Distrito la trasladó al nuevo Centro Cultural del Libro a finales de 1989. Por esos días, a Fabio García le mataron el papá en la finca y enfermó; tuvo que vender la fábrica, tomar sus propios libros y trasladarse a su nuevo local. Entre sus libros y otros que compró a editoriales empezó Libros: El Búho. “Tuve un principio fabuloso”, sonríe.
Sus clientes más frecuentes son profesores y estudiantes de las universidades. Cada vez que alguien se acerca al local, contesta con un “A la orden, ¿qué libro busca?”, oye el título y responde con un sí o un no. Cuando se le pregunta cómo logra recordar un libro entre los cientos que tiene apilados en estantes, cajas y sillas, respondeapuntado a su cabeza: “Una de las ventajas que yo tengo es que desde muy pequeño jugué ajedrez, entonces no dejo nada en el aire, todo lo tengo acá”.
Andrés Estupiñán, ingeniero industrial, es cliente hace 6 años. En esta ocasión llegó con una lista de más de 20 libros para que don Fabio los vaya trayendo poco a poco. Compra en El Búho por varias razones, por una parte, don Fabio tiene buenas ediciones, le consigue libros en papel biblia, opaco y de fina textura, y pasta dura y ambos comparten un gran gusto por Faulkner; por otra parte, compra libros usados porque le encanta pensar que ese libro ha pasado por varias manos y lleva la huella de sus dueños en forma de separadores, anotaciones y papeles personales.
Sin embargo, hoy, el negocio no es tan próspero, don Fabio apenas gana un mínimo. Asegura que, en los últimos 5 años, las ventas han bajado alrededor de 80%. Dice, por una parte, que la piratería a las afueras del edificio los perjudica y, además, las editoriales dejaron de venderles creyendo que venden copias piratas.
Como si fuera poco, las fotocopiadoras también les han arrebatado los clientes, los profesores universitarios escogen lo necesario y lo fotocopian para las clases. Y sentencia la causa final: “nuestra cultura no es de leer, los colombianos aún consideramos que el libro es una mercancía y el libro no es una mercancía. Si nosotros somos algo en la vida, lo somos es porque leemos, no podemos ser grandes desconociendo los clásicos. Pero eso es lo que hacen las universidades y los colegios”.
Se estremece de pensar que “los pilos” ahora leen “crónicas vampíricas” y “50 sombras”, y se niega a venderlos, reconociendo que podría ganar mucho con ellos.
El Centro Cultural del Libro, un lugar histórico
El local de don Fabio es sólo uno de los 209 que componen el Centro Cultural del Libro, un edificio con 67 años de historia. Allí mismo, en 1948, la familia Temel (judíos austríacos que huían del régimen Nazi), abrió la segunda sede de su popular Restaurante Temel cuyos clientes incluían altos funcionarios del gobierno, políticos, empresarios y periodistas). El negocio cerró en 1962, cuando la familia Temel volvió a su lugar de origen, y estuvo abandonado hasta que el Distrito compró el edificio para reubicar a los libreros informales de la calle 19 e inauguró el Centro Cultural en noviembre de 1989.
Diana Reyna administra el edificio desde sus inicios y habla con alegría sobre esos tiempos de prosperidad, pero se preocupa por el presente y el futuro del lugar. Según ella, las últimas tres alcaldías han hecho poco por el Centro Cultural, no han trabajado por la seguridad del sector ni han tomado medidas contra la piratería y con la peatonalización de lacarrera Séptima que, incrementando los niveles de ventas ambulantes e inseguridad, ha reducido sus ventas considerablemente. “Los que están aún, lo hacen de valientes”, afirma.
Marta Escobar, librera de otro local del Centro Cultural, agrega su punto de vista. “El gran cáncer de este lugar es la envidia”, dice. Cuenta que no ha sido posible formar un grupo unido entre los libreros del edificio, por tanto, la competencia es el pan de cada día.
Ella, por su parte, trata de sacar un libro bajo el brazo del cliente, busca por todas partes o lo manda a otro local para atarlo al Centro. Así lo confirma Efidio, fotógrafo y cliente: “Yo no vengo acá por lo barato, ni hago distinción entre libro pirata y original, yo sólo estoy aquí porque sé que no lo encontraría en ningún otro sitio”, dice. Mientras tanto, Marta Escobar insiste en que afuera, los vendedores de libros piratas sí son un grupo consolidado y les están ganando la batalla.
El mundo de afuera
Olga Lucía Giraldo llega a las 8:30 a su esquina de siempre, la calle 16 con 8ª, pone en la mesa copias piratas de los libros del momento y cuelga de una malla los códigos penales. Entre ejemplares de William Ospina, Paulo Coelho, 50 sombras de Grey y Bajo la misma estrella, habla de sus finanzas. Gana en promedio entre $600.000 y $700.000 mensuales, a cada libro “le saca” $1.000 o $2.000 pesos (teniendo en consideración que ninguno de sus productos se vende por más de $20.000 pesos). Vive de este negocio hace un año y mantiene dos hijos. Sin embargo, es consciente de los riesgos: jueves y viernes son los días que más pasa la policía recogiendo la mercancía con el camión e, incluso, se lleva a los vendedores a la UPJ.
Juan Carlos Ortiz, otro librero pirata sobre la carrera Séptima (junto al Museo del Oro), lleva 17 años en un negocio de familia. Vende 50 sombras de Grey a $25.000, cuando en la Librería Nacional está a $51.000 y El olvido que seremos a $8.000, que original cuesta $46.000, y así mismo con otros títulos. Reconoce que viola los derechos de autor, pero insiste en que pocos se pueden dar el lujo de comprar originales: “Hay mucho lector que no tiene para comprar tan caro. Entonces, viene acá”. También afirma que la peatonalización de la Séptima afectó el negocio y debe lograr el producido con estudiantes, profesores y oficinistas del centro de Bogotá.
Norma cumple la norma: Original y nuevo
Rosa Rubio y Yaneth Gómez son coordinadoras de venta de Editorial Norma y abogan por entregar a sus clientes, estudiantes de colegios, el material adecuado para su formación. Ambas trabajan una modalidad común por estos días, venden directamente en las instituciones textos escolares y literatura. Ofrecen descuentos de hasta el 20% y han explorado un nuevo formato, el libro digital. Cuando el estudiante compra el libro, adquiere también un PIN o contraseña que le da acceso a recursos multimedia en la red y, con esto, tanto el niño como la editorial ganan.
“Nosotros aseguramos la venta, evitamos la piratería y el re-uso, y se garantiza que por lo menos el 80% de estudiantes compren el libro”, dice Gómez, en las oficinas de Carvajal S.A sobre el Portal el Dorado, y agrega,“el libro virtual ha permitido que los chicos que son nativos digitales se entusiasmen por usar estos nuevos formatos. Captamos nuevos lectores y les aseguramos una buena educación”.
Del fenómeno de la piratería reconoce que detrás de cada vendedor hay una familia y una forma de sustento pero indica que detrás de un libro original hay muchas familias, la del escritor que invirtió esfuerzo en su redacción y la de los trabajadores de las editoriales que hacen posible la publicación de la obra, una cadena que se desconoce cuando alguien compra un libro pirata.
El panorama no es alentador ni para los libreros ni para los editoriales que enfrentan los desafíos de la tecnología con sus libros electrónicos y de la piratería con las falsificaciones baratas, en un trono de inseguridad callejera que ahuyenta a los compradores. Pero todos coinciden en que los libros sobrevivirán a esta crisis. “Los libros no se van a acabar nunca” es la advertencia contundente de Fabio García, pero admite que las formas de comercialización pueden cambiar: “Veremos que será de nosotros los libreros”.
Ana Puentes
anapuentes@rugidosdisidentes.co