(Gamarra, Cesar, Colombia)
Por, Jorge del Río
«En Gamarra hay un tren repleto de locos mariguaneros que vienen de Alemania». Eso escuché decir en mi conservadora familia, en Aguachica. Era septiembre de 1993, un proyecto llamado El expreso del hielo, conformado por varios artistas, patrocinados por el gobierno francés. Entre ese puñado de locos apasionados se destacaba una banda de músicos que vivían un sueño impensable, recorrer el país en un tren, desde Santa Marta hasta Facatativá; se trataba de la muy amada Mano Negra. Yo tenía 10 años, apenas sabía que vivíamos en un territorio inseguro, pero aún mis ojos no estaban abiertos a la realidad.
Gamarra está ubicado en el Sur del departamento del Cesar, a orillas del río Magdalena, limita con el Sur de Bolívar, a solo quince minutos de mi tierra natal, este municipio rivereño ha sido saqueado como muchos otros, es una tierra provista de riquezas, paisajes alucinantes y gente tan cálida como sus calles polvorientas. Este territorio siempre fue para mí un incógnito, pues en ocasiones iba con mis tías a visitar a algunos familiares, pero nunca me fue permitido recorrerlo: no tenía conciencia de que las guerrillas dominaban la entrada principal al Sur de Bolívar.
A finales de los noventas, terminando mis estudios secundarios, empecé a sentir los golpes de la guerra en mi corazón cuando secuestraron a uno de mis tíos en el Sur de Bolívar; cuando desaparecieron varios de mis amigos que luego emergían desfigurados, flotando boca abajo con la mirada ahogada en las oscuras aguas del Magdalena. Muchos adolescentes y jóvenes éramos perseguidos por pensar, actuar o vestir diferente.
Gamarra se convirtió en el vertedero, en la letrina fúnebre del Sur del Cesar, todos los muertos o desaparecidos eran llevados hasta un corregimiento llamado Puerto Mosquito, desde una zona referenciada como la ceiba eran lanzados los cuerpos, muchas veces estos eran mensajeros del terror, pues por la ubicación geográfica el río paseaba a los condenados por toda Gamarra, esto con la idea de intimidar a todo un pueblo, todos debían ser ciegos y mudos.
Después de haber estudiado artes plásticas, decidí recorrer la realidad de Gamarra, allí empezó un proceso de investigación que aún no para. He retratado el dolor disimulado a través de la fotografía y me han sido revelados muchas historias que ni siquiera Steven Spielberg podría cocinar en su perversa cabeza. Pero, dentro de tantos personajes, conocí a los pescadores, quienes después de algún tiempo de relacionarme con ellos, fueron abriendo las tumbas de la memoria, aquellas mismas que fueron selladas por las amenazas constantes provenientes de los paramilitares. Dentro de lo descubierto me impactó conocer que aún hoy en día los pescadores rescatan en sus redes restos óseos que son devueltos al río inmediatamente por temor a involucrarse en algún problema.
En el 2018 decidí emprender continuas visitas a diferentes sitios en las riberas de Gamarra. Con mi bicicleta templada y un morral lleno de brochas y tarros de pintura, como quien lleva consigo a sus espaldas el cuerpo desmembrado del desquite.
Lo primero que pinté fue una Galapagaláctica, inspirada en una especie de tortuga de río que consumen mucho los rivereños. Me motivó plasmar esto al observar la manera indiscriminada en la que esta especie es sacrificada. Estando viva la abren por los lados con un cuchillo, extraen de su interior toda su carnosidad, luego hacen unos cortes para desmembrar las patas y la cabeza, al final es entregado como una sopa servida en su propio caparazón; encima de todo este revuelto, como si se tratase de una cereza, se destaca el corazón aún palpitante. Todo esto me remitía a las prácticas de asesinatos por parte de los paras.
A inicios del 2021, por medio del proyecto Laboratorio Amarillo, el cual dirijo junto a mi esposa Rina Mora. Iniciamos una propuesta llamada Alma del Río, iniciativa que cogió forma gracias a la deformidad del oscuro ayer y el deseo de un futuro lleno de luz.
Decidimos crear diferentes intervenciones pictóricas en sitios estratégicos, algo ocultos como las verdades que duelen. Acudimos a una paleta de colores que reflejara la luz de cálidos días, ilustrando la cotidianidad, los imaginarios y las riquezas de esta zona, sin abandonar los códigos del pasado, esa parte oscura se encuentra oculta entre los colores vibrantes, ese pasado que nunca debemos olvidar, pero que a través de la pintura podemos restaurar el presente y continuar el camino sin la necesidad de cometer los mismos errores.
No fue fácil buscar la belleza en medio de tanta historia lúgubre que rebota en ocasiones de manera silenciosa. Esta estética de belleza del dolor no se trata de un maquillaje. Es, más bien, vestir de color el dolor, aceptarlo para llorar y reír al mismo tiempo, pues así somos la mayoría de los colombianos.
En el cálido enero del presente año, iniciamos pintando junto a un amigo artista de Santa Marta llamado Rainer, acompañado de Sabrina, una alemana enamorada del territorio colombiano, ella estaba iniciando su formación en el mundo del arte. La primera pintura fue realizada en el muelle de Gamarra a orillas del Río, este mural le da la cara al Magdalena y le pone la espalda al pueblo, para poderlo observar debes estar navegando. Esta pintura lleva como nombre la Dama Azul Nocturna, y está dedicada a esas mujeres que fueron lanzadas al río para que flotaran con la mirada perdida al cielo, la mayoría de ellas ejercían la prostitución. Ese cuerpo azul con cabellos naranjados, es interpretado como un fantasma que permanece ahí, a la espera de ser apreciado por las miradas del olvido.
Entre otros murales, fuimos a hacerles homenaje a dos valientes pescadores del pueblo: Margario Garay y su hijo Yordi, ellos habitan con sus familias en unas bellas y humildes casas creadas con sus propias manos, además de pescadores destacados, son artesanos y constructores de nuevas realidades, parados en sus canoas, bajo el sol implacable que estalla el reflejo del río e ilumina sus miradas enrojecidas, aquellas que anhelan ver en sus redes la bendición que les otorga un río violentado y así poder compartir el alimento con los demás y llevar también el sustento diario a sus familias. Ellos son los testigos de un pasado que no quieren que vuelva, son constructores de paz, y navegan en la constante búsqueda de la resiliencia.
Cuando fuimos a pintar por primera vez a Puerto Viejo, (corregimiento de Gamarra) no conocíamos a nadie, nos enamoramos de este bello pueblito destacado por sus calles destapadas, encantadoras casas de madera con muchos colores, sus sombrías riberas, enormes guaduales. Y no podía faltar la verdadera belleza del lugar, su gente.
Creamos un vínculo muy fuerte con la comunidad de este pueblo, ellos se unieron al proyecto y desde entonces Puerto Viejo se ha convertido en el gran lienzo en el que vamos a pintar y a expresar la cotidianidad y la riqueza natural que posee este maravilloso lugar. Ellos mismos hacen colectas, rifas y gestionan recursos para las pinturas y el sancocho, cada encuentro es una fiesta, un motivo para ser felices.
Son cinco los murales que por ahora embellecen las casas, y el propósito es poder pintarlas todas. Niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos toman en sus manos las brochas y hacen parte de la creación pictórica que transforma su paisaje, con el propósito de sentirse identificados y afortunados de poseer tanta riqueza natural y humana. Siempre estaré agradecido con este pueblo que nos acogió como hijos del río.
Nota Editorial
Aún desconocemos esa Colombia que se desborda en los relatos que la violencia ha dibujado en una gran parte del territorio; pero, que logran reivindicarse a través del arte. Desde hoy, liderado por el artista plástico Jorge del Río, iniciaremos un recorrido para la reconstrucción de la memoria a través de su trabajo. Bienvenidos.