Bajo un atardecer rojizo

Ese mismo día, Ta me contó de un viejo bigotón, con cabello largo y blanco, vestido de rojo, que en las noches de navidad se colaba por las chimeneas…

Por, Justo Morales Flores

(Playa del Carmen, México)

Hoy las nubes están rojas nuevamente, parecieran brasas enormes en la lejanía de un fuego ardiente que las enciende en esos tonos increíbles. Me provoca nostalgia, el corazón de un hombre frío como yo no debería conservar recuerdos, pero aquel niño errante  merodea en mis pensamientos a pesar de la lejanía de ese tiempo.

Hoy es noche buena y lo tengo presente en mis recuerdos más que nunca. Creo que no importa cuanto lo intente, jamás podré olvidarme de ese niño maltrecho.

Esta es mi historia, la historia de un pobre diablo, se las cuento desde algún lugar del mundo viviente o el mundo de los no vivientes, qué sé yo. Si estás ahí escuchando quizá lo puedas saber. Bueno, ahora relataré la historia desde aquel día, del cual tengo memoria.

Despierto en un callejón oscuro, mi almohada es una bolsa de basura y unos contenedores rotos y sucios tapan el aire frío. Llevo dos semanas viviendo en estas condiciones, no tengo idea de cómo murió mi padre, hace apenas unos días que mi madre me echó de la casa, como si fuese un animal maloliente, me abandonó a mi suerte, no lo entiendo. Nunca le hice nada, siempre hice todo lo que me pidió, solo aquel día, antes de recibir la noticia de la muerte de mi padre, yo no había querido bañarme y ella estaba molesta. Todavía tengo los moretones en los brazos, me duele el cuerpo, creo que ese día se le pasó un poco la mano, tal vez quiso desquitarse conmigo, pero, pero… Malditas lágrimas no dejan de brotar en mis ojos. Yo no maté a mi padre, no entiendo por qué mi madre se desquitó de esta cruel manera conmigo, tal vez debió considerar que solo soy un niño de seis años, pero la entiendo, ahora yo solo sería una carga para ella.

La comida aquí viene de la basura, pero no importa porque mi Ta siempre decía que debemos ser agradecidos con Dios por lo que nos da, aunque muchas veces pareciera que lo que nos da es malo para nosotros. Quizás el exilio no es tan malo, después de todo puedo ir a donde yo quiero, hacer lo que quiero sin que nadie me diga nada, puedo tomar las decisiones que quiera y bien que mal, nadie va a juzgarme porque no tengo a nadie. No me importa, ya vendrán tiempos mejores, así decía Ta. Además, hoy tengo muchas cosas que hacer, ayer escuché al niño de la calle 23 decirle a sus amiguitos que tiraría sus juguetes viejos, porque Papá Noel le traería nuevos, iré a ver si acaso entre esos juguetes usados encuentro el avión que tanto deseo, así me escapo un poco de la oscuridad de este callejón.

Nochebuena

Un día Ta me preguntó  por qué aún le decía esa palabra, la primera palabra que yo mencioné cuando quise decir Papá. Le respondí que estaba acostumbrado, pero realmente es que me fascinaba ver esos gestos tiernos en sus mejillas curvas cuando me oía, me gustaba cómo me miraba con esos ojos bellos, me hacía sentir tan feliz, como un terrón de azúcar, imaginen la inmensa felicidad de algo tan dulce. Ese mismo día, Ta me contó de un viejo bigotón, con cabello largo y blanco, vestido de rojo, que en las noches de navidad se colaba por las chimeneas de las casas para dejar bajo los arbolitos navideños, regalos para los niños que se portaron bien todo el año, pero para elegir el regalo que deseáramos teníamos que pedírselo en una carta. Yo le conté a Ta que para navidad quería pedirle a Santa un avión de juguete, para hacer que volara hasta las nubes, ahí donde los sueños se hacen realidad, en las nubes rojas que producen los atardeceres que le encantaban a Ta. Ya casi es navidad, mi padre prometió que me ayudaría a escribirle mi carta al viejo bigotón, porque yo aún no puedo escribir bien. Cuanto deseo que Ta esté aquí, que me abrace, que me cuide, que cure las heridas que me duelen. Estos últimos días hace tanto frío, hay copos de nieve por las cornisas de las ventanas y en las hojas de los árboles, las nubes grises forman conos gigantes, hasta parece que van a caer encima de la gente.

Yo no sé en qué estaba pensando Ta cuando murió, ¿habrá pensado en mí en su último momento? ¿Le remorderá la conciencia por haberme dejado solo? ¿Quién lo sabe? Daría todo de mí por tenerlo conmigo solo un momento más. Ojalá todo esto fuese solo un mal sueño, una pesadilla, que al despertar sea mi padre quien esté ahí al lado de la cama. ¡Dios! si esto es una pesadilla permíteme despertar ya, prometo que me portaré bien, haré mi tarea, me bañaré todos los días, tan solo quiero, tan solo anhelo, una vez más volver a ver a mi papá.

Después de caminar tanto y buscar entre los botes de la basura en la calle 23, he logrado encontrar muchos juguetes rotos, mal cuidados, como si el niño que los tenía disfrutara romperlos, pero por fortuna también encontré un pequeño avión de madera y es increíble, esta algo dañado pero intentaré hacerlo volar hasta las nubes, apenas los fuertes aires decaigan subiré a los edificios y le pediré que vuele, mientras tanto estoy fascinado volándolo por encima de mi cabeza, aunque tenga que sostenerlo con mi mano.

Han pasado cuatro días, estamos solos mi avión y yo, la torre de control no responde a mis llamados, no puedo despegarlo si no me es permitido, pero aun así, los aires helados se hicieron más fuertes, me duelen hasta los huesos, mi piel esta dura, áspera, tengo hambre. Ayer el dueño de una pizzería me regaló un pedazo del día anterior, estaba tan duro que apenas pude comerlo, es lo único que he comido en cuatro días. Estoy más flaco y casi no tengo fuerzas, la basura de este callejón lleva días aquí, tiene mal olor, pero no puedo irme a otro lado, porque ese mismo olor es el que aleja a la gente mala de aquí, todas las noches se oyen sirenas de patrullas, yo solo me regocijo entre estos cartones viejos. Anoche escuché que lanzaron piedras a los contenedores, creo que eran los niños del vecindario de enfrente, ellos andan juntos como una pequeña banda de malos, le robaron al señor de la panadería toda su ganancia del día, no me afecta, ese señor no quiso regalarme una sola pieza de pan, ni siquiera porque me ofrecí en limpiar su tonta panadería. No me preocupan esos niños, no tengo nada que puedan quitarme.

«Decenas de aviones enemigos vuelan por toda la ciudad lanzando granadas en las casas, debo derribarlas a todas. —Sargento, prepare los cañones lanza cohetes, destruiremos hasta la última aeronave que se cruce con nosotros—

—Sí, mi capitán—»

Esa banda de niños malos se está riendo de mí, no puedo derribar aviones si ellos están ahí. Están acercándose, tal vez ellos igual quieran jugar, son niños, más grandes que yo, pero igual juegan, ¿no es así?

¿Por qué están golpeándome? ¿Por qué me pegan? Me duele, me duelen los golpes.

—los acusaré con mi padre, los acusaré con mi padre, van a ver, van a ver… No me peguen, No, no te lleves mi avioncito, volaré hasta donde se elevan los sueños con él. No, por favor no—.

He despertado de nuevo, en este mismo callejón, me duele todo mi cuerpo, esos niños vándalos me golpearon hasta desmayarme, ya no sé qué día es hoy, ni me interesa, se llevaron mi avión, las nubes rojas están junto al cielo, quería volar hasta ellas y visitar a mi Ta, pero no podré hacerlo, deseo morir, eso es lo único que deseo. Ta, un día me dijiste que si quería algo, que lo deseara con el alma y entonces se haría realidad, pero yo he deseado tanto volver a verte y creo que eso es un deseo imposible, sin embargo morir sí es posible y sí deseo con alma morir, podre ir a donde tú  estás y quedarme contigo para siempre.

Bajo un atardecer rojizo desperté y ni siquiera me había dado cuenta, franjas rojas danzan en las paredes de los edificios del callejón oscuro, en la lejanía de las montañas puedo ver el enorme sol rojo ocultándose con majestuosidad, recuerdo que es Nochebuena. Las nubes reflejan esa luz pacífica y el callejón se ilumina tenue ante mí. El atardecer ha capturado mi atención, me siento tan lleno de paz, así eran los atardeceres que amaba papá. De repente escucho un ruido a mi lado, estoy hincado. Puedo ver junto a mí un avión de juguete, grande, tiene luces por todos lados y un control remoto para volarlo, en una parte del avión tiene escrito a mano la siguiente frase: “Cuando te encuentre volaremos hasta las nubes” sé en este momento que eso significa una señal. Veo que las franjas rojas se alejan, miro una vez más el sol antes de que se oculte por completo y entonces lo veo, al hombre bigotón. Él va subiendo en unas escaleras invisibles que se dirigen al cielo, está vestido de rojo, su cabello es blanco y es alto, tan alto como mi Ta.  Yo le grito muy fuerte y el voltea a verme, logro ver sus ojos bellos y estoy seguro que bajo esas largas barbas él me sonríe, lo pude sentir. Entonces entiendo que ese es mi padre y que mi padre es Santa Claus, que quizá se ha ido porque tenía que repartir regalos a todos los niños del mundo, por este año y el siguiente a pesar de haberme dejado solo.

No pude dejar de llorar esa tarde, entendí que no podía dejarme morir, que yo tenía que vivir, por mí y por mi padre, viví hasta los doce años en la calle, aprendí a vivir así, conservé mi avión, lo cuidé, lo protegí y lo mantuve intacto, hasta que un día en un parque muy lejano a mi callejón, recuerdo que también era navidad, yo intentaba volar mi avión y una mujer se acercó a mí, ella ni siquiera me dijo nada, solo me abrazó como si me conociera de hace mucho tiempo. Dijo que el avión lo había escogido ella para mí y que ella misma fue quien gravo las letras en él. Esa señora dijo que ella era mi madre, mi verdadera mamá.

NochebuenaDesde aquel entonces y después de indagar y responder a todas mis dudas, mi vida fue diferente, a la edad de 12 años mis pensamientos ya eran de un adulto, mi corazón era frío, pero mis sueños permanecieron intactos, he crecido, recuerdo a mi buen señor de bigotes blancos, lo recuerdo todo el tiempo, porque ese señor es mi Padre.

Hoy es Nochebuena, las nubes están rojas y vengo por las calles de la ciudad para entregar juguetes a todos aquellos niños desamparados y en cada juguete, una razón para vivir,  porque una vez, yo también estuve desamparado.

Creo que nosotros los seres humanos tenemos el poder para cambiar vidas, si es así, debemos hacerlo para bien.

Esta es mi historia, la historia de un pobre diablo.

Por, Justo Morales Flores

Reseña del autor

Originario de Tabasco, México. A la edad de 18 años viajo a la ciudad de Playa del Carmen Quintana Roo. Lugar donde actualmente radico. Comencé la carrera de Tecnologías de la Información y Comunicación, pero un año más tarde decido abandonarla. Comienzo a trabajar para el municipio de mi ciudad actual en diversas áreas. Desde pequeño presento pensamientos filosóficos por naturaleza, materia en la cual destacaba. Inicio en el mundo de la lectura, haciendo de esta uno de mis mejores pasatiempos, los libros que explicaban la creación del universo fueron mis preferidos para apasionarme. Poseo una gran imaginación, la cual plasmo en letras expresivas. Siempre tuve el sueño de escribir un libro, pero carecía de ideas. Un día leí “Ángel Caído” del escritor mexicano Arturo Anaya Treviño, un libro que rompió los esquemas de mis propios límites en la lectura. “Ángel Caído” me inspiró a crear mi propia historia y actualmente escribo un libro titulado “El Ángel Del Abismo” este será el primer libro de una saga, narrando la historia de un ser que ha sido creado para traer consigo el apocalipsis o para evitar el mismo.

Entre mis gustos más apasionados destacan el café y las charlas con amigos sinceros, el cine, observar la puesta del sol y andar sin rumbo por la carretera hasta que mis gustos me pidan volver. Andar en moto y auto. Disfruto de cada lectura  y pienso que todo libro escrito con entusiasmo vale la pena leerlo.

En mi efímero paso por la vida, cargo conmigo una búsqueda del valor de esta misma, una respuesta y una mirada en el cielo. Mi meta es ser escritor y plasmar en mis libros un mensaje que sea capaz de cambiar el mundo. Mis sueños radican en las estrellas, los dejo ahí esperando por aquellos mendigos que aún no tienen uno.

Facebook: Ave fénix

Fanpage: Inspiración

 

Revisó: Erika Molina Gallego

«Conmovedor, logra cautivar al lector a través de los pensamientos de un niño. Un relato que te arruga el corazón.»

Literatura, un salto hacia la aventura

¿Qué sería de nosotros sin el encanto del olor de un libro, sin la emoción de las ferias, sin las historias que por algún tiempo tomamos como propias?

Por, Erika Molina Gallego

La literatura ha sido siempre uno de los grandes regalos que la humanidad se ha hecho a sí misma. Perdidos en un mundo de complicaciones y superficialidad, la literatura se ha convertido en un camino hacía una felicidad íntima, un portal con entrada en la realidad, pero con salidas infinitas, que igual puede llevarnos a los calabozos de un castillo, al comedor de un aristócrata, a un campo cubierto de trigo o de algodón, o a un pequeño cuarto donde minutos antes fue cometido un asesinato.

Una historia descubierta en unas cuantas hojas, puede hacernos llorar de tristeza, como saltar de felicidad, puede hacernos temblar de miedo, rabia o impotencia, como puede también hacernos enamorar. Abrir un libro es conectarse a una pequeña máquina del tiempo, que nos transporta lejos, ya sea al pasado o al futuro de nuestra fría y, a veces, aburrida realidad. Y es que aquí no existen los gigantes, no hay fiestas con vampiros, ni anillos misteriosos, los bailes ya no son ceremoniales, las torres han sido reemplazadas por vidrio y no hay dragones ni varitas mágicas.

¿Qué sería de nosotros sin el encanto del olor de un libro, sin la emoción de las ferias, sin las historias que por algún tiempo tomamos como propias? No seríamos más que autómatas vacíos, sin nada en qué pensar que no fuera el trabajo, las obligaciones, las aburridas reuniones, la economía y la guerra.

Aprender a leer, es pues, el salto hacia un mundo infinito, es aprender a soñar con los ojos abiertos, a vestir la piel de seres extraños y misteriosos. Es llenar nuestros cerebros de palabras desconocidas, descubrir verdades más allá de las que vemos y abrirnos paso por caminos de los cuales ya nunca vamos a querer regresar.

La lectura es tal vez una rareza en vía de extinción, una piedra preciosa que ya muy pocos ven, a causa de las superfluas distracciones que encuentran en el camino. Está entonces en nuestras manos no dejarla morir, seguir haciendo estallar la chispa que propague el fuego de la literatura, hacer que los más jóvenes encuentren su paraíso, abrir la puerta del ropero, llevarlos a la estación y permitirles saltar a la aventura.

Poner un libro en manos de un niño es salvarle la vida, es un laberinto maravilloso del cual ya no saldrá y un hermoso regalo que jamás olvidará.

Por, Erika Molina Gallego

Editora Narraciones Transeúntes

El dios mudo

Es el día cuarenta y tres desde que encontramos la entrada al sepulcro. Quedamos veinte. Estoy muy débil. La carne de rata es asquerosa y vivir bajo el miedo y la oscuridad nos ha minado por dentro.

Por, Jorge Montoya

1

—El silencio no es más que la máscara de los gritos—dijo el profesor. La luz amarilla de los lamparines iluminaba apenas la cámara mortuoria y el aire tenía un olor pesado y oscuro. Todos estaban arrodillados, mirando la inscripción de una puerta sellada—. Es una maldición—prosiguió el profesor—. ¿Ven ese cráneo pintado? Ponían eso como advertencia.

Hubo un silencio que primero fue consternación, luego asombro, después miedo. Después de todo lo que habían visto, ¿aún había algo más? Ninguno se atrevió a contestar. El profesor se levantó trabajosamente, miró a todos con ojos afiebrados y como alucinados.

—Descansemos por hoy— dijo —Abriremos la puerta mañana.

2
SOY EL PROFESOR OCTAVIO MICULICICH. Es el día cuarenta y tres desde que encontramos la entrada al sepulcro. Quedamos veinte. Estoy muy débil. La carne de rata es asquerosa y vivir bajo el miedo y la oscuridad nos ha minado por dentro. He perdido mi diario, no sé cuándo. No escribía en él desde hace varias semanas, así que aquí dejo un resumen de lo ocurrido.

Comenzamos el 20 de enero desde la cueva de Sogdiana, en el valle de Zeravshan, en Tayikistán. Un grupo de cuarenta y cuatro hombres. Mi ayudante, Javier M., la arqueóloga Carolina P., los camarógrafos de la National Geographic, Francis Wallace y George P. Depress, treinta y nueve hombres para la faena, y yo. Trece días después de bajar por la garganta de la cueva—descenso peligroso, estalactitas, mierda de murciélago—nos topamos con un laberinto tallado en la roca, con muros que el medidor láser calcula en cuatrocientos cincuenta metros de altura y pasadizos del ancho de una calle. Los lamparones de pila nuclear resultaron insuficientes, apenas si podíamos ver a un radio de quince metros. Aun así pudimos advertir que los muros estaban tallados con escenas que Carolina calificó de sucesión narrativa no lineal de los mitos yaghnobianos con especial preferencia por la génesis del mundo por Shugnani, el dios mudo[1]. Era sobrecogedor caminar flanqueado por esos altos relieves. Uno los veía y era imposible creer que todo eso había sido hecho por personas, porque todo dejaba un sabor a supra humanidad, de una magnitud tal que intimidaba. La pata de una de las criaturas talladas medía cincuenta metros de largo por veintinueve de alto y los muslos se perdían allá arriba, en la negrura. Nos sentíamos como un grupo de hormigas explorando una habitación, perdiéndonos por días en los pasadizos, caminando entre una oscuridad que nos amortajaba y un silencio vacío y muerto. El aire también estaba muerto, porque nos asfixiábamos y sentíamos ahogos. La comida comenzó a escasear y la racionamos. Comencé a palidecer

A la tercera semana de entrar encontramos un pasadizo que nos llevó a un abismo. Bajamos durante seis horas y al llegar al fondo encontramos que todo era un valle negro y lleno de huesos y armas. A lo lejos se veía el dintel de una puerta gigantesca. Identifiqué escudos con diseños helenísticos, quizá de cuando Alejandro Magno conquistó la zona. Había charcos pestilentes y escuchamos ciertas voces lastimeras que los camarógrafos de la National Geographic consideraron —con temor y poco convencidos—eran el producto de vientos internos en la caverna. Empezamos a enfermarnos. Vimos zancudos del tamaño de un perro que nos atacaron y tuvimos que defendernos con bengalas y humo. Al ver los insectos, Carolina propuso desertar de la misión, pero yo no iba a detenerme por un grupo de Aedes albopictus con esteroides, después de todo lo que había tenido que hacer para conseguir la licencia y los fondos para el proyecto. Perdimos a seis hombres que se alejaron demasiado del campamento y de la luz. Atravesamos el fondo del abismo en cinco días y encontramos la puerta gigantesca, pero era de piedra maciza. Inamovible. Era imposible que algo así frustrase mi proyecto. Había más detrás de esa roca, lo intuía, lo sentía. Llevábamos dos cargas de explosivos y propuse usarlas para abrirnos paso. Carolina y los camarógrafos se rehusaron. Amenazaron con denunciarme ante la sociedad arqueológica si destruía la puerta. No me dejé amedrentar. Yo atravesaría todo con tal de encontrar las ruinas, sacrificaría a mis hombres y a mi equipo, y hasta pactaría con el dios con tal de llegar. Dinamité la puerta. En la caverna el eco de la explosión resonó con tal fuerza que por unos momentos solo oímos un pitido seco y agudo. Algunos se rehusaron a continuar. Les dije que si querían podían desandar el camino, arriesgarse con los insectos y el laberinto y salir de la caverna. No tuvieron más opción que seguirme. Atravesamos el portal y llegamos a una explanada y a una necrópolis. Todo era de un barroquismo sombrío. Mausoleos en forma de fauces. Estatuas de reyes con cabeza de murciélago. La exploración de las tumbas demoró diez días. La comida se hizo más escasa y tuvimos que cazar las ratas que pululaban en el cementerio y que no podíamos ni imaginar cómo hacían para sobrevivir en un lugar así. Antes de llegar al final, uno de los camarógrafos enfermó súbitamente.

3

El calor me disuelve. He caído enfermo después de una pesadilla, luego he comenzado a delirar sin remedio. Vomito la comida y sudo como si me bañase en lava. Siempre es de noche, siempre estamos bajo la luz escasa de los lamparines. El silencio que rompen nuestras pisadas es antiguo. Wallace me cuida y él y Javier me llevan en una hamaca. Hemos explorado todo y llegamos a una tumba que el profesor asegura es la del dios. Era como un zigurat, solo que en vez de subir, se hundía en la tierra. Todo está compuesto por cámaras conectadas por pasadizos. La oscuridad es casi maligna y avanzar es difícil. A través de la fiebre, las pinturas murales de las cámaras se difuminan bajo  el delirio. No veo sino detalles fugaces. Zarpas, fauces, gestos que simulan la sonrisa de un verdugo, la alegría de un monstruo. Sufro de pesadillas con el dios.  Parece un ojo gigantesco que es al mismo tiempo una boca llena de colmillos. Lo veo frente a un festín en el que se comen manjares hechos con muñones y cabezas. En los momentos de mayor desconexión escucho el contrasentido de un silencio que llama hacia lo más recóndito y oscuro de estos pasadizos.

4

—Pasadizos, pasadizos…, silencio en los pasadizos

—Cálmese Depress— dice Javier — le acabo de inyectar un antibiótico y…

—No le escucha—dijo Carolina­—. ¿No lo ve? Está delirando

—Es la fiebre…

—Es este sitio. El aire está viciado; la falta de luz nos afecta psicológicamente. Debimos habernos ido antes. ¿Qué hemos hecho metiéndonos hasta aquí, sin comida, sin auxilio? ¿No es una locura estar aquí? ¿No es insano dejar que nos siga guiando el profesor, cuando es tan evidente que también está afiebrado, que su ambición por estas ruinas nos está perdiendo?

—Su pasión por la arqueología…

—Su locura, porque eso es, locura, nos va a llevar hasta el mismísimo infierno si seguimos bajando por estas ruinas. ¿Has visto la cara que puso cuando encontró la puerta sellada? Unos ojos febriles, ambiciosos. No le basta haber encontrado todo esto. Quiere más.

Javier no respondió. Habían avanzado galería por galería a través de la tumba y descubierto cámaras llenas de ataúdes verticales donde yacían los sacerdotes del dios. Encontraron una sala llena de ofrendas depositadas sobre cráneos volteados, otra sala de torturas saturada de gritos y de sangre seca. Y habían avanzado a la fuerza, acarreados por la energía del profesor, que los hacia sobrellevar el asombro y el espanto de ver cosas así, catalogando huesos o haciendo bosquejos apurados de los relieves y las pinturas. Por último, hallaron la cámara mortuoria principal, con un catafalco gigantesco, y un altar lleno de escombros.

Los pocos hombres que quedaban limpiaron la cámara y encontraron una puerta sellada en una de las esquinas. “El silencio no es más que la muerte de los gritos”, había leído el profesor y ahora estaba entusiasmado, aún quedada más por ver. —Descansemos por hoy —había dicho—, la abriremos mañana—, y durante la noche sintieron cómo el silencio parecía empozarse y concentrarse dentro de cada uno de ellos

Al día siguiente el profesor mandó colocar los explosivos alrededor de la puerta. Todos estaban expectantes. Habían descubierto una magnitud monstruosa a lo largo del camino y ahora debían toparse con algo tan secreto que tenía una maldición como advertencia. Carolina intentó convencer al profesor de que ya era exigirles demasiado a todos el que continuasen con la investigación, pero el profesor no hizo caso y colocó el mismo el cable detonante.

—Señores, la maravilla de todo lo anterior no es nada respecto a lo que encontraremos detrás de esta puerta — sentenció, y detonó la carga de dinamita

El sonido de la explosión fue callado por un grito que reventó cuando el sello de la puerta se rompió, potente, monstruoso. Y nadie vio la tumba del dios ni vio su cadáver aún putrefacto, porque que el grito los sacó de sí mismos. Era como si la montaña gritase, como si con la intromisión del profesor el dios hubiere despertado y su furia era tal que los poseyó. Uno a uno todos cayeron al suelo, gimiendo, tirando de las orejas hasta extirpárselas en chorros rojos; la maldición los convirtió en una sola masa enfurecida que se agredía a sí misma. Los hombres se lanzaron unos contra otros, se arrebataban pedazos de piel y se mordían hasta que la sangre se les mezclaba con la saliva. Bajo el influjo del grito que los torturaba con su intensidad comenzaron a comerse sus propias lenguas, a arrancarse los músculos. Carolina se lanzó sobre uno de los hombres y comenzó a masticarle la nariz mientras este le desgarraba los senos. Uno de los camarógrafos se reía histéricamente en tanto se rompía la mano izquierda con una roca, a cada golpe sus dedos parecían retorcerse y el dolor le intensificaba el delirio. Uno de los hombres tuvo una visión tan espantosa que gritando se vació los ojos con las manos y los estrujó hasta que de su puño brotó un líquido espeso y blancuzco. Se mecieron los cabellos, se arrancaron los párpados, tiraron de sus labios tan fuerte que la piel de los carrillos se les desgarró y la boca se les convirtió en un jirón sangriento.

Antes de sucumbir en un sacrificio dantesco, antes de desaparecer entre la oscuridad y la tristeza de las ruinas, antes de que las luces se apagaran, lo último que vieron fue cómo el profesor gritaba y aullaba mientras estrellaba violentamente su cabeza contra las piedras del altar de ese dios mudo.

[1]¨En un principio, cuando todo era increado, solo había el silencio. El dios mudo originó el primer acorde de la creación a partir su esencia más infame. Shugnani había sido un demonio en otra dimensión y en castigo por revelarse ante su señor, se le condenó a un encierro en este universo. En venganza él creo el mundo y lo habitó de bestias que llamó humanos y eran físicamente idénticas a su señor, y los trató como si ahora él fuese el señor y ellos esclavos, y les enseñó el arte de la guerra y la especulación económica. Contaminado por la muerte, Shugnani falleció y fue enterrado en la necrópolis de Boar, en una zona comprendida dentro del valle de Zeravshan¨. Miculicich, Octavio, Interpretaciones de los mitos de los Yaghnobi, pág. 402

Un poco más de Jorge

Me llamo Jorge Montoya y oficialmente soy un homeless desde hace un día. (05/09/18). Estoy buscando trabajo. He dormido en un portal, junto a un venezolano, y leo una y otra vez el mismo libro de Oswaldo Reynoso. He sido tentado dos veces para recibir dinero a cambio de sexo. Mi mochila tiene una chompa, dos polos negros Killstar, un pantalón negro, dos mudas de ropa interior, una manta, una botella llena de agua de caño, un cuaderno, una pluma estilográfica, una bolsa con la mitad de mi almuerzo, pinceles, un estuche de acuarelas y 16 gramos de marihuana. El momento más feliz de este año fue el concierto de Luca Bocci. No diré el más triste. +51 941717362 para conversas ‘random’ por WhatsApp.

Revisó: Iván René León

Dos deseos y una siesta

Se podían ver dos cuerpos acurrucados en la cama: él abrazaba la espalda de ella, y el silencio hacía lo mismo con los alrededores.

Por, Sofía Betancourt

(Bogotá, Colombia)

Se podían ver dos cuerpos acurrucados en la cama: él abrazaba la espalda de ella, y el silencio hacía lo mismo con los alrededores. El cabello de ella se extendía verticalmente sobre la almohada, como si fuera una línea continua de su cuerpo. Él estaba tan cerca de su cuello, que cualquiera hubiese pensado que le estaba susurrando sus más hondos sentimientos provenientes de una recolección exhaustiva de devaneos pasados.

La alcoba respiraba con ellos: era la formación de un único conjunto de aire; un único pulmón llevando su propio ritmo. A pesar de que no había ninguna luz encendida, y la noche era espesa e impenetrable, la figura de ella era la de un dinosaurio bebé despertando de aquella larga siesta que llamamos gestación. Estirando su cuerpo se abría camino para salir del cascarón imaginario, y toda ella brillaba del color de la luna reflejada en la hoja de una navaja.

Su luz palpitaba de vez en cuando, y él la sostenía más fuerte con sus brazos. También podíamos ver cómo fruncía el ceño y se esforzaba por no despertarse de aquella otra siesta. El brillo de ella florecía con menos trabajo, pero más intenso. Él apretaba sus dientes y la contraía hacia su cuerpo; no era que le molestara la luz, sino porque sabía que ella despertaba.

Sentía el cariño que la envolvía: era el calor de un amor tan cargado, que ella perdía su fuerza física con cada abrazo que él reiniciaba. Él quería decirle que ella era su mundo, y aun cuando ella ya sabía esto, trataba de zafarse de la órbita. Y aunque intentó, el amor fue tan poderoso, que ella se desvaneció en una brisa de arena blanca que lo acompañó hasta el día de su muerte.

¿Qué nos dice Sofía sobre ella?

Nací en Bogotá, tengo 22 años, soy estudiante de economía y literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, y creo en mi obsesión por las matemáticas y el lenguaje. “Dejo pasar un millón de oportunidades para enseñarle a la vida que no es cuando ella quiera sino cuando a mí se me dé la gana” (TetricMachine), en mis ratos libres toco la guitarra, me disfrazo de la novia de Batman y me la paso decorando la Bati-cueva.

 

Revisó: Iván René León

La noche

Sangre, hedores, gritos, voces, lamentos, llantos, rostros dentro de la penumbra, ojos al acecho. El ladrido insistente de un perro; cerca, después lejos, todos al unísono.

Por, Gabriel Cedillo López

La noche era extraña, de aquellas donde cualquier ruido parece provenir de algo amenazante o de alguien que implora por auxilio. La oscuridad. Aquella donde de cualquier rincón sumergido en la negrura pareciera emerger un horror inenarrable, una danza de espectros, criaturas inimaginables, perturbadoras de sueños y realidades concebidas únicamente en las entrañas más perturbadas de la mente.

Sangre, hedores, gritos, voces, lamentos, llantos, rostros dentro de la penumbra, ojos al acecho. El ladrido insistente de un perro; cerca, después lejos, todos al unísono. Un ladrido gutural que se apaga de la nada. Silencio. No se oye nada más, ni a kilómetros. Todo se desvanece. Tranquilidad, sueño. Párpados que pesan, se cierran en la penumbra y entonces ya no existe nada. Pero la mente es traicionera, una vil embustera que ama los juegos. Todo adentro se nubla, se cubre de niebla espesa, el cerebro se desconecta.

Tú.  Un lugar que reconoces en medio de todo lo desconocido. Alguien te sigue. O tú lo sigues a él. Espera, es ella. Se quita la capucha en cuanto hacen contacto visual. Te reconoce, de una vida pasada tal vez. No existe en tu presente, ni en tu realidad. Se acerca a ti y te sonríe, los ojos han desaparecido, no están en su sitio. De los agujeros brota un líquido escarlata. Tú estás de pie observando. Mientras tu cuerpo tiene espasmos (el perteneciente a la realidad), ella golpea tu pecho y caes al vacío. Tu cuerpo se sobresalta.

Ella, la criatura, te espera abajo de nuevo, recostada justo al lado de tu cuerpo. Tranquilidad. Escuchas su respiración pausada un par de segundos. Te giras y tomas su garganta entre tus manos. Fue un micro segundo pero lo escuchas, o al menos crees haberlo escuchado, un gemido de placer o de dolor, no lo sabes pero tampoco le das importancia. Continúas y aprietas con más fuerza y los ojos de ella se inyectan en sangre, no es tan difícil. La polla se te pone dura. El cuerpo se relaja y no vuelve a moverse. Muerte. Caes agotado encima del cuero inerte. Tu mente está relajada, despejada de la neblina y tu cuerpo de nuevo te pertenece. La realidad está distorsionada. ¿Estás aquí? Menos mal que fue todo un sueño. Pero ¿lo fue?

Tu cuerpo está, pero tu mente no. Y ella, ¿sigue allí? Sin embargo, no te atreves a mirar, por si está. Tu mente sigue afuera. Sueño. Realidad. Sueño. Realidad. Pero aun así, duermes.

Por, Gabriel Cedillo López

(México)

 

Reseña del Autor

Gabriel Cedillo López, (19 de Septiembre de 1996) Mexicano. Nacido en la ciudad de Papantla Veracruz. Estudiante de Derecho en la Universidad del Golfo de México…

Conoce más de Gabriel

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Sueños, pesadillas, placer, dolor, muerte… ¿Cuál es la realidad?”

A ese niño

Te recuerdo con aquella dulce sonrisa de infancia eterna que hoy se ve perdida y aun sabiéndolo me mantengo alejado por una simple ironía

Por, Isaac Alvarado

Así como cuando susurro tu nombre cada noche
y abrazo la almohada en sentimiento de añoranza
resquebrajando mi alma en tristes melodías

Porque te recuerdo con aquella dulce sonrisa
de infancia eterna que hoy se ve perdida
y aun sabiéndolo me mantengo alejado
por una simple ironía

En prosa te recuerdo versión joven mía
te extraño y llamo con esta alma herida
bríndame de esa tenacidad que tenía esos días
llenos de júbilo sólo porque vivía

y en silencio me encuentro con esa humilde respuesta
aquella que no se hace rogar y permanece inquieta
«Estoy aquí en la dicha del buen vivir
yo sólo espero que me dejes Salir»

 

Por, Isaac Alvarado

Maracay  (Venezuela)

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Un dialogo necesario, con el niño que todos llevamos dentro”.

Reseña del Autor

Mi nombre es Isaac Alejandro Alvarado Colman, nací el 20 de diciembre de 1990, en la ciudad de Caracas en el Distrito Capital, Venezuela, soy el hijo mayor de mis padres Ramón Alvarado y Gilied Colman…

Conoce más de Isaac…

Cabeza abajo

¿Sería verdad que algo puede apoderarse de las personas y las cambiarlas, volverlas incapaces de pensar por sí solas?

Por, Andrés Vinueza Sánchez

(Guayaquil, Ecuador)

Todo empezó un día en que algo extraño ocurrió en la ciudad en que vivía, una tormenta eléctrica azotó durante toda la noche y nos quedamos sin energía, sin comunicaciones, sólo había oscuridad, la ansiedad me invadió pero traté de estar calmado, hasta que después de cuatro horas, todo volvió a la normalidad… o eso pensaba.

Llevaba varios días con una extraña sensación, empezaba a analizar los acontecimientos que veía, en mi casa, en el trabajo, en la ciudad, algo invadía mi curiosidad y quise investigar. Veía los noticieros, indagaba en internet tratando de encontrar un motivo, pasaba las noches pensando, analizando, maquinando la manera en que podía encontrar respuestas. Quería entender lo que sucedía, ¿Sería verdad lo que tanto veía en las películas? ¿Sería verdad que algo puede apoderarse de las personas y las cambiarlas, volverlas incapaces de pensar por sí solas? no lo creía, pero el mundo se estaba convirtiendo en un desierto lleno de lo que alguna vez fueron personas “normales”.  Se habían convertido en seres irracionales, deambulando movidos por una fuerza que los consumía, algo más allá de toda comprensión. No era un virus, no era una enfermedad; era algo peor, algo creado por la humanidad. ¡Pero qué equivocado estaba!

Salí de mi casa y empecé a caminar por las calles, veía como todos poco a poco se convertían en “eso”, todos caminaban con la cabeza abajo, con los dedos atrofiados, me acercaba a ellos y les hablaba pero no respondían, no se comunicaban, ¿podía ser cierto? me preguntaba, ¿se habrán convertido en zombis, atrapados en su propia realidad?

Poco a poco más personas empezaban a bajar la cabeza, y se perdían completamente, sus ojos mirando en dirección fija, sus labios apenas hacían gesto, sus manos se convertían en un nudo, y dejaban de hablar.

Los días seguían transcurriendo y me aferraba a la idea de que podía luchar contra eso, de que yo podía ser diferente, pasaba noches en vela encerrado sin salir, luchando contra esa fuerza que me llamaba a ser uno de ellos.

Un día mientras caminaba por la calle algo me invadió y sentí que perdía las fuerzas, tenía que tomar una decisión ¿podía escapar de eso? ¿Podía sobrevivir en este nuevo mundo? Estaba asustado, convertirme en “ellos” parecía una tarea sencilla, y sólo dependía de mí, no podía huir, no lo lograría, no tenía futuro si no me unía a ellos, y así llegó lo inevitable. Me armé de fuerza, el mundo como lo conocía habría de terminar, y entonces, conté hasta diez y lo hice, metí la mano en mi bolsillo, saqué mi celular, lo encendí  y en ese momento, como habían hecho todos, yo también bajé la cabeza.

Por, Andrés Vinueza Sánchez

Guayaquil (Ecuador)

Reseña del autor

Nacido en Quito (Ecuador) 33 años, Ingeniero Comercial de profesión, residente de una hermosa ciudad llamada Guayaquil, desde muy pequeño junto a mis hermanos mi Padre nos inculcó y plantó en nosotros el amor por la lectura. Encuentro en la ciencia ficción mi mayor inspiración, por lo cual escribí “Extinción”, cuento que fue seleccionado en el concurso “A través de las estrellas”.  Mi escritor favorito es Isaac Asimov.

El apoyo de mi esposa y familia me motiva a seguir escribiendo y encontrándome con esa fascinación que pueden formar unas cuantas letras en algo maravilloso como un cuento.

Reseña completa

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Reconocimiento consciente de la cruda y envolvente realidad actual”

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Un viaje a través de los sueños

Un leve escalofrío recorrió su espalda y su corazón se estremeció, pero la curiosidad le hizo volverse. Para su sorpresa la luz ya no era tan brillante, pero ahora se veía mucho más cerca.

Por, Erika Molina Gallego

La hamaca se movía suavemente con el viento, el sonido del mar llenaba sus oídos, la suave brisa llegaba hasta su cara y el sol era apenas un tenue brillo en el horizonte. Aletargado, no sentía más que su lenta  respiración. Una voz suave y delicada, casi imperceptible llegó a sus oídos.

—Jacinto— sintió como la voz lo llamaba, esta vez con más fuerza.

Asustado se lanzó de la hamaca sin pensarlo, aún un poco atontado por el sueño. Allí no había más que unas cuantas palmeras y las olas del mar que llegaban suavemente hasta la playa. Sacudió la cabeza, convencido de que no había sido más que el sonido del viento y se disponía a volver a dormir. De repente cerca de la orilla, una luz brillante llamó su atención.

—Jacinto, hay algo que te gustaría ver—Volvió a escuchar en un suave hilo de voz. Aterrado, tomó su sombrero de paja y caminó despacio hacia la luz, que cada vez brillaba con más fuerza. A medio camino decidió volver; quizá era sólo producto del reflejo del sol que se escondía poco a poco dando paso a la noche. Giró con intención de marcharse a casa, pero la voz silbó de nuevo en su oído.

—Jacinto— esta vez fue clara y contundente.

—No tengas miedo, acércate—

Un leve escalofrío recorrió su espalda y su corazón se estremeció, pero la curiosidad le hizo volverse. Para su sorpresa la luz ya no era tan brillante, pero ahora se veía mucho más cerca. Caminó hacia ella expectante y temeroso y cuando sus ojos descubrieron de qué se trataba, dio un paso atrás y cayó al suelo chapoteando el agua que llegaba hasta la playa.

Se levantó deprisa queriendo comprobar que no estaba soñando y volvió a mirar su descubrimiento. «No puede ser posible» dijo para sí  y se frotó los ojos sin poder creerlo.

— ¿Por qué te sorprendes? ¿Acaso no has pensado siempre que nuestra existencia es real?— preguntó una hermosa sirena que lo miraba fijamente, mientras agitaba su enorme cola plateada y dejaba ver su rostro angelical.

Jacinto sintió que se tragaba la lengua, quería salir corriendo, pero no pudo siquiera ponerse de pie. Ella no dejaba de mirarlo, tenía una sonrisa dulce y misteriosa y su voz era tan cautivante como el danzar de las olas en alta mar.

—Ven conmigo— dijo la sirena, ofreciendo su mano a Jacinto.

Miles de recuerdos llegaron a su mente en aquel momento, mientras seguía petrificado sin poder mover un sólo dedo; los libros que llenaban sus repisas, todas las veces que sus amigos lo habían tildado de loco, las leyendas que desde niño solía escuchar…

— ¿Vienes?— escuchó de nuevo a la sirena.

Al fin, llevado por su curiosidad se armó de valor y preguntó:

— ¿Eres real? ¿Cuál es tu nombre?—

—Mi nombre no importa —respondió ella— puedes llamarme como quieras—. Lo que importa es lo que tengo para ti.

Jacinto sacudió de nuevo su cabeza, miró a todas partes, estaba completamente solo.

—Quiero ir contigo— dijo con voz temblorosa.

En ese instante el mar que segundos antes había estado en calma, rugió embravecido, mientras las olas se levantaban en enormes y oscuras paredes. Tomó la mano de la sirena y se dejó llevar, disfrutando la sensación de incertidumbre y aventura que lo embargaba.

Después de lo que sintió como horas de flotar a la deriva, se encontró en un lugar enigmático y hermoso, había grandes rocas de las cuales caían chorros de agua clara y cientos de sirenas danzaban una melodía que ningún instrumento conocido podría tocar. Había agua por todos lados, pero él seguía respirando. El miedo que había sentido antes ya no estaba, lo único que sentía era una felicidad embriagadora.

— ¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí?— preguntó a su compañera de viaje.

—Haces muchas preguntas — respondió ella.

—Estas aquí para hacer realidad tus fantasías, para recordar todo aquello que has olvidado, para que tus sueños vayan más allá de una hamaca, para recorrer tu vida y descubrirte—

La sirena levantó su mano y señaló hacia el frente, allí había una pequeña casita de paja, que Jacinto reconoció enseguida. Entendiendo lo que quería decirle, avanzó hacia allí y al mirar atrás ella ya no estaba, ni el mar, ni las otras sirenas, sólo había una pequeña playa oscura y la choza en la que había vivido toda su niñez. Dudó si entrar, pero allí no había otra salida, así que lo hizo. Lo primero que vio fue a su madre, quien había muerto hace un par de años, de inmediato las lágrimas rodaron por sus mejillas, corrió hacia ella e intentó abrazarla, pero sus manos traspasaron su cuerpo, haciéndolo comprender que aquello no era más que un espejismo. La contempló por un largo rato, deseando que fuera real, hasta que se vio a sí mismo sentado en un rincón de la cocina, perdido entre su libro favorito, uno que precisamente le había regalado su madre. Recordó lo que pensaba en ese momento «algún día seré un gran escritor». La imagen se volvió borrosa, sintió una sacudida y de pronto todo aquello desapareció.

Ahora se encontraba en el mar, pescando con su padre.

—Eso de los libros no es para usted, métaselo en la cabeza— le decía.

Vio su cara de alegría cuando sacó del mar un gran pez.

—Así se hace mijo—dijo acariciando su cabeza con cariño.

La canoa se hundió y repentinamente se encontró nadando en medio de una tormenta, luchaba con las olas, no podía ver nada, pero escuchaba muchas voces a la vez, su madre que le decía:

—Tú puedes Jacinto, no te des por vencido—

Su padre repitiendo que dejara de soñar y la hermosa sirena que decía en su oído:

—Encuentra lo que has venido a buscar—

Luchaba con todas sus fuerzas por alcanzar la orilla, pero el enfurecido mar lo hundía cada vez más y ésta parecía cada vez más lejana, las fuerzas le fallaban y al final se dejó hundir en lo profundo.

Cuando recuperó la consciencia, estaba de nuevo frente a las sirenas que danzaban. Se sentía extrañamente cansado, a pesar de esto sus pies empezaron a moverse hacia éstas que le abrían paso mientras avanzaba. Al final distinguió a aquella que lo había llevado hasta allí. Estaba igual de hermosa, pero había algo extraño en ella; en lugar de su cola, ahora tenía un par de largas piernas y lucía un elegante vestido azul. Se encontraba parada en lo que parecía un teatro y le extendía de nuevo su mano.

Ahora caminaba en medio de un numeroso público que aplaudía con entusiasmo. Siguió caminando sin saber qué era todo aquello y al llegar al estrado se dio cuenta de que llevaba un elegante traje, uno que nada tenía que ver con sus humildes vestiduras y su sombrero de paja. La sirena se apartó y lo dejó frente al público, entregándole un libro que llevaba su nombre.

Los aplausos se desvanecieron lentamente y la oscuridad le cegó de nuevo…

Despertó de golpe en su hamaca, con la cálida brisa en el rostro y la luna asomando su cara. Allí todo estaba igual, este viaje había sido sólo un sueño, uno que le ayudó a comprender cuanto había dejado atrás, un viaje que se convertiría en una gran historia, la historia de su vida, en la cual sería él quien escribiría el final.

 

Por, Erika Molina Gallego

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

 

Enamorada de las letras y la música, descubriendo mundos a través de los libros, queriendo encontrar el verdadero sentido de la literatura más allá de lo intelectual.

 

 

Revisó: Andrés Angulo Linares

Perdido

Anegado en un intenso mar de lágrimas y tristeza, aguardando por su compañía, manteniendo su fe intacta de que aquella persona con hermosa y radiante sonrisa regresará a iluminar su amarga y decadente vida sumergida en la oscuridad, esa que algún día le hizo soñar con alcanzar su mundo preferido, ese donde podían estar juntos sin temor a nada, donde sus corazones podían volverse uno en el momento que sus labios se rosaban.

De tan lindas promesas hoy solo quedan recuerdos y dolor, en su mente vive siempre la pesarosa pregunta de “¿Por qué?” ¿Por qué se esfumó el amor y tanta alegría se convirtió en aflicción?, ¿cómo esa hermosa rosa podría tener tantas espinas? o ¿acaso no supo cultivar ese amor y a causa de ello se ha quedado solo? no entendía nada, pero a pesar de no comprender lo que había sucedido, la esperaba con una radiante sonrisa que ocultaba perfectamente todas las lágrimas derramadas en aquella interminable espera.

 

Por, Gabriel Henao

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

 

Gabriel Henao

Yondó – Antioquia

14 de febrero de 1999

Terminé Mis estudios de bachiller a los 15 años, actualmente estoy realizando mis estudios universitarios en Medellín.

 

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Transmite emociones profundas con palabras sencillas, sentimientos que se desprenden de situaciones comunes y que despiertan en el lector entusiasmo y fascinación”