Dos deseos y una siesta

Se podían ver dos cuerpos acurrucados en la cama: él abrazaba la espalda de ella, y el silencio hacía lo mismo con los alrededores.

Por, Sofía Betancourt

(Bogotá, Colombia)

Se podían ver dos cuerpos acurrucados en la cama: él abrazaba la espalda de ella, y el silencio hacía lo mismo con los alrededores. El cabello de ella se extendía verticalmente sobre la almohada, como si fuera una línea continua de su cuerpo. Él estaba tan cerca de su cuello, que cualquiera hubiese pensado que le estaba susurrando sus más hondos sentimientos provenientes de una recolección exhaustiva de devaneos pasados.

La alcoba respiraba con ellos: era la formación de un único conjunto de aire; un único pulmón llevando su propio ritmo. A pesar de que no había ninguna luz encendida, y la noche era espesa e impenetrable, la figura de ella era la de un dinosaurio bebé despertando de aquella larga siesta que llamamos gestación. Estirando su cuerpo se abría camino para salir del cascarón imaginario, y toda ella brillaba del color de la luna reflejada en la hoja de una navaja.

Su luz palpitaba de vez en cuando, y él la sostenía más fuerte con sus brazos. También podíamos ver cómo fruncía el ceño y se esforzaba por no despertarse de aquella otra siesta. El brillo de ella florecía con menos trabajo, pero más intenso. Él apretaba sus dientes y la contraía hacia su cuerpo; no era que le molestara la luz, sino porque sabía que ella despertaba.

Sentía el cariño que la envolvía: era el calor de un amor tan cargado, que ella perdía su fuerza física con cada abrazo que él reiniciaba. Él quería decirle que ella era su mundo, y aun cuando ella ya sabía esto, trataba de zafarse de la órbita. Y aunque intentó, el amor fue tan poderoso, que ella se desvaneció en una brisa de arena blanca que lo acompañó hasta el día de su muerte.

¿Qué nos dice Sofía sobre ella?

Nací en Bogotá, tengo 22 años, soy estudiante de economía y literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, y creo en mi obsesión por las matemáticas y el lenguaje. “Dejo pasar un millón de oportunidades para enseñarle a la vida que no es cuando ella quiera sino cuando a mí se me dé la gana” (TetricMachine), en mis ratos libres toco la guitarra, me disfrazo de la novia de Batman y me la paso decorando la Bati-cueva.

 

Revisó: Iván René León

La noche

Sangre, hedores, gritos, voces, lamentos, llantos, rostros dentro de la penumbra, ojos al acecho. El ladrido insistente de un perro; cerca, después lejos, todos al unísono.

Por, Gabriel Cedillo López

La noche era extraña, de aquellas donde cualquier ruido parece provenir de algo amenazante o de alguien que implora por auxilio. La oscuridad. Aquella donde de cualquier rincón sumergido en la negrura pareciera emerger un horror inenarrable, una danza de espectros, criaturas inimaginables, perturbadoras de sueños y realidades concebidas únicamente en las entrañas más perturbadas de la mente.

Sangre, hedores, gritos, voces, lamentos, llantos, rostros dentro de la penumbra, ojos al acecho. El ladrido insistente de un perro; cerca, después lejos, todos al unísono. Un ladrido gutural que se apaga de la nada. Silencio. No se oye nada más, ni a kilómetros. Todo se desvanece. Tranquilidad, sueño. Párpados que pesan, se cierran en la penumbra y entonces ya no existe nada. Pero la mente es traicionera, una vil embustera que ama los juegos. Todo adentro se nubla, se cubre de niebla espesa, el cerebro se desconecta.

Tú.  Un lugar que reconoces en medio de todo lo desconocido. Alguien te sigue. O tú lo sigues a él. Espera, es ella. Se quita la capucha en cuanto hacen contacto visual. Te reconoce, de una vida pasada tal vez. No existe en tu presente, ni en tu realidad. Se acerca a ti y te sonríe, los ojos han desaparecido, no están en su sitio. De los agujeros brota un líquido escarlata. Tú estás de pie observando. Mientras tu cuerpo tiene espasmos (el perteneciente a la realidad), ella golpea tu pecho y caes al vacío. Tu cuerpo se sobresalta.

Ella, la criatura, te espera abajo de nuevo, recostada justo al lado de tu cuerpo. Tranquilidad. Escuchas su respiración pausada un par de segundos. Te giras y tomas su garganta entre tus manos. Fue un micro segundo pero lo escuchas, o al menos crees haberlo escuchado, un gemido de placer o de dolor, no lo sabes pero tampoco le das importancia. Continúas y aprietas con más fuerza y los ojos de ella se inyectan en sangre, no es tan difícil. La polla se te pone dura. El cuerpo se relaja y no vuelve a moverse. Muerte. Caes agotado encima del cuero inerte. Tu mente está relajada, despejada de la neblina y tu cuerpo de nuevo te pertenece. La realidad está distorsionada. ¿Estás aquí? Menos mal que fue todo un sueño. Pero ¿lo fue?

Tu cuerpo está, pero tu mente no. Y ella, ¿sigue allí? Sin embargo, no te atreves a mirar, por si está. Tu mente sigue afuera. Sueño. Realidad. Sueño. Realidad. Pero aun así, duermes.

Por, Gabriel Cedillo López

(México)

 

Reseña del Autor

Gabriel Cedillo López, (19 de Septiembre de 1996) Mexicano. Nacido en la ciudad de Papantla Veracruz. Estudiante de Derecho en la Universidad del Golfo de México…

Conoce más de Gabriel

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Sueños, pesadillas, placer, dolor, muerte… ¿Cuál es la realidad?”

A ese niño

Te recuerdo con aquella dulce sonrisa de infancia eterna que hoy se ve perdida y aun sabiéndolo me mantengo alejado por una simple ironía

Por, Isaac Alvarado

Así como cuando susurro tu nombre cada noche
y abrazo la almohada en sentimiento de añoranza
resquebrajando mi alma en tristes melodías

Porque te recuerdo con aquella dulce sonrisa
de infancia eterna que hoy se ve perdida
y aun sabiéndolo me mantengo alejado
por una simple ironía

En prosa te recuerdo versión joven mía
te extraño y llamo con esta alma herida
bríndame de esa tenacidad que tenía esos días
llenos de júbilo sólo porque vivía

y en silencio me encuentro con esa humilde respuesta
aquella que no se hace rogar y permanece inquieta
«Estoy aquí en la dicha del buen vivir
yo sólo espero que me dejes Salir»

 

Por, Isaac Alvarado

Maracay  (Venezuela)

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Un dialogo necesario, con el niño que todos llevamos dentro”.

Reseña del Autor

Mi nombre es Isaac Alejandro Alvarado Colman, nací el 20 de diciembre de 1990, en la ciudad de Caracas en el Distrito Capital, Venezuela, soy el hijo mayor de mis padres Ramón Alvarado y Gilied Colman…

Conoce más de Isaac…

Cabeza abajo

¿Sería verdad que algo puede apoderarse de las personas y las cambiarlas, volverlas incapaces de pensar por sí solas?

Por, Andrés Vinueza Sánchez

(Guayaquil, Ecuador)

Todo empezó un día en que algo extraño ocurrió en la ciudad en que vivía, una tormenta eléctrica azotó durante toda la noche y nos quedamos sin energía, sin comunicaciones, sólo había oscuridad, la ansiedad me invadió pero traté de estar calmado, hasta que después de cuatro horas, todo volvió a la normalidad… o eso pensaba.

Llevaba varios días con una extraña sensación, empezaba a analizar los acontecimientos que veía, en mi casa, en el trabajo, en la ciudad, algo invadía mi curiosidad y quise investigar. Veía los noticieros, indagaba en internet tratando de encontrar un motivo, pasaba las noches pensando, analizando, maquinando la manera en que podía encontrar respuestas. Quería entender lo que sucedía, ¿Sería verdad lo que tanto veía en las películas? ¿Sería verdad que algo puede apoderarse de las personas y las cambiarlas, volverlas incapaces de pensar por sí solas? no lo creía, pero el mundo se estaba convirtiendo en un desierto lleno de lo que alguna vez fueron personas “normales”.  Se habían convertido en seres irracionales, deambulando movidos por una fuerza que los consumía, algo más allá de toda comprensión. No era un virus, no era una enfermedad; era algo peor, algo creado por la humanidad. ¡Pero qué equivocado estaba!

Salí de mi casa y empecé a caminar por las calles, veía como todos poco a poco se convertían en “eso”, todos caminaban con la cabeza abajo, con los dedos atrofiados, me acercaba a ellos y les hablaba pero no respondían, no se comunicaban, ¿podía ser cierto? me preguntaba, ¿se habrán convertido en zombis, atrapados en su propia realidad?

Poco a poco más personas empezaban a bajar la cabeza, y se perdían completamente, sus ojos mirando en dirección fija, sus labios apenas hacían gesto, sus manos se convertían en un nudo, y dejaban de hablar.

Los días seguían transcurriendo y me aferraba a la idea de que podía luchar contra eso, de que yo podía ser diferente, pasaba noches en vela encerrado sin salir, luchando contra esa fuerza que me llamaba a ser uno de ellos.

Un día mientras caminaba por la calle algo me invadió y sentí que perdía las fuerzas, tenía que tomar una decisión ¿podía escapar de eso? ¿Podía sobrevivir en este nuevo mundo? Estaba asustado, convertirme en “ellos” parecía una tarea sencilla, y sólo dependía de mí, no podía huir, no lo lograría, no tenía futuro si no me unía a ellos, y así llegó lo inevitable. Me armé de fuerza, el mundo como lo conocía habría de terminar, y entonces, conté hasta diez y lo hice, metí la mano en mi bolsillo, saqué mi celular, lo encendí  y en ese momento, como habían hecho todos, yo también bajé la cabeza.

Por, Andrés Vinueza Sánchez

Guayaquil (Ecuador)

Reseña del autor

Nacido en Quito (Ecuador) 33 años, Ingeniero Comercial de profesión, residente de una hermosa ciudad llamada Guayaquil, desde muy pequeño junto a mis hermanos mi Padre nos inculcó y plantó en nosotros el amor por la lectura. Encuentro en la ciencia ficción mi mayor inspiración, por lo cual escribí “Extinción”, cuento que fue seleccionado en el concurso “A través de las estrellas”.  Mi escritor favorito es Isaac Asimov.

El apoyo de mi esposa y familia me motiva a seguir escribiendo y encontrándome con esa fascinación que pueden formar unas cuantas letras en algo maravilloso como un cuento.

Reseña completa

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Reconocimiento consciente de la cruda y envolvente realidad actual”

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Un viaje a través de los sueños

Un leve escalofrío recorrió su espalda y su corazón se estremeció, pero la curiosidad le hizo volverse. Para su sorpresa la luz ya no era tan brillante, pero ahora se veía mucho más cerca.

Por, Erika Molina Gallego

La hamaca se movía suavemente con el viento, el sonido del mar llenaba sus oídos, la suave brisa llegaba hasta su cara y el sol era apenas un tenue brillo en el horizonte. Aletargado, no sentía más que su lenta  respiración. Una voz suave y delicada, casi imperceptible llegó a sus oídos.

—Jacinto— sintió como la voz lo llamaba, esta vez con más fuerza.

Asustado se lanzó de la hamaca sin pensarlo, aún un poco atontado por el sueño. Allí no había más que unas cuantas palmeras y las olas del mar que llegaban suavemente hasta la playa. Sacudió la cabeza, convencido de que no había sido más que el sonido del viento y se disponía a volver a dormir. De repente cerca de la orilla, una luz brillante llamó su atención.

—Jacinto, hay algo que te gustaría ver—Volvió a escuchar en un suave hilo de voz. Aterrado, tomó su sombrero de paja y caminó despacio hacia la luz, que cada vez brillaba con más fuerza. A medio camino decidió volver; quizá era sólo producto del reflejo del sol que se escondía poco a poco dando paso a la noche. Giró con intención de marcharse a casa, pero la voz silbó de nuevo en su oído.

—Jacinto— esta vez fue clara y contundente.

—No tengas miedo, acércate—

Un leve escalofrío recorrió su espalda y su corazón se estremeció, pero la curiosidad le hizo volverse. Para su sorpresa la luz ya no era tan brillante, pero ahora se veía mucho más cerca. Caminó hacia ella expectante y temeroso y cuando sus ojos descubrieron de qué se trataba, dio un paso atrás y cayó al suelo chapoteando el agua que llegaba hasta la playa.

Se levantó deprisa queriendo comprobar que no estaba soñando y volvió a mirar su descubrimiento. «No puede ser posible» dijo para sí  y se frotó los ojos sin poder creerlo.

— ¿Por qué te sorprendes? ¿Acaso no has pensado siempre que nuestra existencia es real?— preguntó una hermosa sirena que lo miraba fijamente, mientras agitaba su enorme cola plateada y dejaba ver su rostro angelical.

Jacinto sintió que se tragaba la lengua, quería salir corriendo, pero no pudo siquiera ponerse de pie. Ella no dejaba de mirarlo, tenía una sonrisa dulce y misteriosa y su voz era tan cautivante como el danzar de las olas en alta mar.

—Ven conmigo— dijo la sirena, ofreciendo su mano a Jacinto.

Miles de recuerdos llegaron a su mente en aquel momento, mientras seguía petrificado sin poder mover un sólo dedo; los libros que llenaban sus repisas, todas las veces que sus amigos lo habían tildado de loco, las leyendas que desde niño solía escuchar…

— ¿Vienes?— escuchó de nuevo a la sirena.

Al fin, llevado por su curiosidad se armó de valor y preguntó:

— ¿Eres real? ¿Cuál es tu nombre?—

—Mi nombre no importa —respondió ella— puedes llamarme como quieras—. Lo que importa es lo que tengo para ti.

Jacinto sacudió de nuevo su cabeza, miró a todas partes, estaba completamente solo.

—Quiero ir contigo— dijo con voz temblorosa.

En ese instante el mar que segundos antes había estado en calma, rugió embravecido, mientras las olas se levantaban en enormes y oscuras paredes. Tomó la mano de la sirena y se dejó llevar, disfrutando la sensación de incertidumbre y aventura que lo embargaba.

Después de lo que sintió como horas de flotar a la deriva, se encontró en un lugar enigmático y hermoso, había grandes rocas de las cuales caían chorros de agua clara y cientos de sirenas danzaban una melodía que ningún instrumento conocido podría tocar. Había agua por todos lados, pero él seguía respirando. El miedo que había sentido antes ya no estaba, lo único que sentía era una felicidad embriagadora.

— ¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí?— preguntó a su compañera de viaje.

—Haces muchas preguntas — respondió ella.

—Estas aquí para hacer realidad tus fantasías, para recordar todo aquello que has olvidado, para que tus sueños vayan más allá de una hamaca, para recorrer tu vida y descubrirte—

La sirena levantó su mano y señaló hacia el frente, allí había una pequeña casita de paja, que Jacinto reconoció enseguida. Entendiendo lo que quería decirle, avanzó hacia allí y al mirar atrás ella ya no estaba, ni el mar, ni las otras sirenas, sólo había una pequeña playa oscura y la choza en la que había vivido toda su niñez. Dudó si entrar, pero allí no había otra salida, así que lo hizo. Lo primero que vio fue a su madre, quien había muerto hace un par de años, de inmediato las lágrimas rodaron por sus mejillas, corrió hacia ella e intentó abrazarla, pero sus manos traspasaron su cuerpo, haciéndolo comprender que aquello no era más que un espejismo. La contempló por un largo rato, deseando que fuera real, hasta que se vio a sí mismo sentado en un rincón de la cocina, perdido entre su libro favorito, uno que precisamente le había regalado su madre. Recordó lo que pensaba en ese momento «algún día seré un gran escritor». La imagen se volvió borrosa, sintió una sacudida y de pronto todo aquello desapareció.

Ahora se encontraba en el mar, pescando con su padre.

—Eso de los libros no es para usted, métaselo en la cabeza— le decía.

Vio su cara de alegría cuando sacó del mar un gran pez.

—Así se hace mijo—dijo acariciando su cabeza con cariño.

La canoa se hundió y repentinamente se encontró nadando en medio de una tormenta, luchaba con las olas, no podía ver nada, pero escuchaba muchas voces a la vez, su madre que le decía:

—Tú puedes Jacinto, no te des por vencido—

Su padre repitiendo que dejara de soñar y la hermosa sirena que decía en su oído:

—Encuentra lo que has venido a buscar—

Luchaba con todas sus fuerzas por alcanzar la orilla, pero el enfurecido mar lo hundía cada vez más y ésta parecía cada vez más lejana, las fuerzas le fallaban y al final se dejó hundir en lo profundo.

Cuando recuperó la consciencia, estaba de nuevo frente a las sirenas que danzaban. Se sentía extrañamente cansado, a pesar de esto sus pies empezaron a moverse hacia éstas que le abrían paso mientras avanzaba. Al final distinguió a aquella que lo había llevado hasta allí. Estaba igual de hermosa, pero había algo extraño en ella; en lugar de su cola, ahora tenía un par de largas piernas y lucía un elegante vestido azul. Se encontraba parada en lo que parecía un teatro y le extendía de nuevo su mano.

Ahora caminaba en medio de un numeroso público que aplaudía con entusiasmo. Siguió caminando sin saber qué era todo aquello y al llegar al estrado se dio cuenta de que llevaba un elegante traje, uno que nada tenía que ver con sus humildes vestiduras y su sombrero de paja. La sirena se apartó y lo dejó frente al público, entregándole un libro que llevaba su nombre.

Los aplausos se desvanecieron lentamente y la oscuridad le cegó de nuevo…

Despertó de golpe en su hamaca, con la cálida brisa en el rostro y la luna asomando su cara. Allí todo estaba igual, este viaje había sido sólo un sueño, uno que le ayudó a comprender cuanto había dejado atrás, un viaje que se convertiría en una gran historia, la historia de su vida, en la cual sería él quien escribiría el final.

 

Por, Erika Molina Gallego

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

 

Enamorada de las letras y la música, descubriendo mundos a través de los libros, queriendo encontrar el verdadero sentido de la literatura más allá de lo intelectual.

 

 

Revisó: Andrés Angulo Linares

Perdido

Anegado en un intenso mar de lágrimas y tristeza, aguardando por su compañía, manteniendo su fe intacta de que aquella persona con hermosa y radiante sonrisa regresará a iluminar su amarga y decadente vida sumergida en la oscuridad, esa que algún día le hizo soñar con alcanzar su mundo preferido, ese donde podían estar juntos sin temor a nada, donde sus corazones podían volverse uno en el momento que sus labios se rosaban.

De tan lindas promesas hoy solo quedan recuerdos y dolor, en su mente vive siempre la pesarosa pregunta de “¿Por qué?” ¿Por qué se esfumó el amor y tanta alegría se convirtió en aflicción?, ¿cómo esa hermosa rosa podría tener tantas espinas? o ¿acaso no supo cultivar ese amor y a causa de ello se ha quedado solo? no entendía nada, pero a pesar de no comprender lo que había sucedido, la esperaba con una radiante sonrisa que ocultaba perfectamente todas las lágrimas derramadas en aquella interminable espera.

 

Por, Gabriel Henao

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

 

Gabriel Henao

Yondó – Antioquia

14 de febrero de 1999

Terminé Mis estudios de bachiller a los 15 años, actualmente estoy realizando mis estudios universitarios en Medellín.

 

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Transmite emociones profundas con palabras sencillas, sentimientos que se desprenden de situaciones comunes y que despiertan en el lector entusiasmo y fascinación”

 

Mi motivo

Sirenas, ladridos, pitos, ruido por todas partes. Miles de voces que me hablan al mismo tiempo.

Por, Andrés Angulo Linares

Sirenas, pitos, gritos, gente hablando en voz alta por celular, el vendedor, el rapero, el motor de la buseta y la música del conductor.

Motos, gente en los andenes marchando confundida. Izquierda, derecha, chocan entre sí, no se miran a los ojos, se odian. Ciudad envenenada.

— ¿Qué hora es? —

— ¿Cómo llego a esta dirección? —

— ¡Ay, qué trancón! —

La señora que sentó a mi lado no para de parlotear. Intento ser amable.

—Las ocho, no sé—

A su observación sobre el tráfico no respondo nada y me pongo los auriculares esperando que me saquen de nuevo del ruido. No sonrío, más de una vez me he preguntado si es que estoy muerto.

No me gusta la gente, no hablo con desconocidos y a cada pregunta que un extraño me hace imagino su muerte. Los he empujado a la avenida, a otros les he estrellado la cabeza contra el pavimento; sesos por aquí, por allá, Sangre. Otros, simplemente han recibido la descarga de tiros de mi revolver sin compasión.

—Me disculpan si he venido a interrumpir su momento de meditación o su conversación—

Otro, otro que se sube con su historia, en veinte minutos se han subido cuatro sujetos, tres vendiendo productos que no me interesan comprar, uno improvisando rimas, dizque para robar una sonrisa. ¡Mierda! Quiero enloquecer.

Sirenas, pitos, gritos, gente hablando en voz alta por celular, el vendedor, el rapero, el motor de la buseta y la música del conductor.

Sólo falta que la señora del puesto contiguo quiera contarme su vida o, ¡peor aún!, que quiera mostrarme el camino del Señor.

Si quisiera comprar me bajaría e iría a una tienda, si quisiera escuchar música en vivo no la buscaría en un bus a las ocho de la mañana, si quisiera escuchar la palabra del Señor, sería amigo de ese tipo de sotana que a mi mamá le encanta oír.

Abro WhatsApp

— ¿A qué hora llega, mano? —

— ¿Cuándo me va a pagar? —

— ¿Qué hace? —

Sólo conversaciones vacías y un puto meme que he visto mil veces. Ella aún no escribe.

¿A qué hora llegó, pendejo? A la hora que el Arca de Noé me lleve en la jaula de los monos.

¿Pagar? Tenía lo del bus, si tuviera dinero no estaría acá sentado viendo como la barba me crece detenido en el tráfico.

¿Qué hago? La pregunta del día. No, huevón, acá disfrutando de Bogotá.

—Usted (pobre arrancado) no tiene saldo para esta llamada (No sea chichipato) —

Lo que me faltaba, no tengo forma de llamar.

Abro Facebook. Pendejada por aquí, Pendejada por allá. Leo noticias: Petro puede ser candidato. Vargas será presidente. 10 cosas que no sabías del orgasmo femenino.

¡Oh! ¡Qué revelador! Este texto de seguro cambiará mi vida para siempre.

Samuel, Victoria, Daniela y Doris te están saludando. ¡Qué feliz me siento! Cuatro desocupados me envían sus estúpidos saludos.

— ¿Qué trancón, cierto? —

¡Ay, no! “Señora ¿usted sigue viva?” La miro con desprecio al tiempo que trato de decirle que se joda, que si quiere ser mi amiga tendrá que enviarme una solicitud de amistad en Facebook, como otros 2.353 pendejos  lo han hecho, que no hago excepciones.

¡Maldita sea! nueve de la mañana.

Además de la tripofobia y la gente, el encierro es lo que más temor me causa; siento que las ventanas del bus pierden su forma y se vienen hacia mí, que todos los pasajeros me hablan al oído y sus murmullos ahogan la música -mi único escape-. Sirenas, ladridos, pitos, ruido por todas partes. Miles de voces que me hablan al mismo tiempo.

Miro el celular. Sonrío. Las voces se esfumaron y la canción que se reproduce en mi teléfono se escucha diáfana. Las ventanas regresan a su lugar y ya veo mi destino a dos cuadras. No he dejado de sonreír desde que vi su mensaje: “Qué tengas un buen día, no olvides que eres mío”. Es hora de bajarme.

—Señora, por favor me da permiso—

Le digo de manera cordial mientras esbozo una sonrisa.

—Ah, y el trancón ya pasó, que tenga un lindo día, siempre habrá un motivo para sonreír —.

 

Por, Andrés Angulo Linares

Bogotá (Colombia)

 

Reseña del Autor

De mí no tengo mucho por decir, sólo que busco desgarrarme con cada experiencia y que en la escritura encuentro paz. Es un ejercicio liberador, definitivamente.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“como siempre, cotidiano, mordaz, autentico y real”

Diabla

Me pierdo así  en el infinito placer de su apasionante tentación hacia el pecado

Por, Gabriel Henao

Esos ojos, esa sonrisa, esos labios dulces como la miel que hacen querer quedarse atrapado en sus besos.

Su piel suave y tersa que me incita a desnudarla, a ser el esclavo de sus caricias, el que se jacte de placer en su excitante cuerpo, quien explore cada rincón de este, haciendo un recorrido de besos y suaves mordidas.

Cintura que provoca a dejarse envolver en su sensual movimiento, incitando a perderse en lo más profundo del triángulo de su entre pierna, mientras su mirada en llamas pide a gritos que la devore por completo, mientras quedo envuelto en sus torneadas y suaves piernas.

Me pierdo así  en el infinito placer de su apasionante tentación hacia el pecado,  consumo la manzana de lo prohibido, experimento la sensación de ser adicto al deleite que ofrece su hermosa figura.

 

Por, Gabriel Henao

Medellín (Colombia)

 

Reseña del Autor

Gabriel Henao

Yondó – Antioquia

14/02/1999

Terminé Mis estudios de bachiller a los 15 años, actualmente estoy realizando mis estudios universitarios en Medellín.

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Tentacion, lujuria, seducción”.

Un Mundo Indiferente

No conocía La palabra paz desde que tenía memoria, existieron miles de verdugos a su alrededor, cada uno dejando una huella en el lapso de tiempo que estuvo en su vida, aunque hubo más testigos mudos de todos  los acontecimientos.

Por, Yajaira Rodríguez

Cada noche lloraba sus desgracias, su almohada era el único testigo de las heridas que dejaban en su corazón aquel rechazo y palabras hirientes de personas que ni conocía, peor aún las acciones de aquellos a quienes tanto amaba. Miradas de burla y asco, risas que atormentaban sus momentos de soledad. No conocía La palabra paz desde que tenía memoria, existieron miles de verdugos a su alrededor, cada uno dejando una huella en el lapso de tiempo que estuvo en su vida, aunque hubo más testigos mudos de todos  los acontecimientos. Un mundo cegado por la indiferencia  atestiguó  cómo poco a poco se terminaba con la vida y el amor de un ser inocente, que aún no entendía que la realidad puede ser bastante cruel y aterradora. Se moría de miedo cada vez que alguien se acercaba, pues su cuerpo e inconsciente ya guardaban una historia  que relataba todo su horror.

Año tras año fue pasando, en cada uno de ellos se quedaba una parte de su alma, hasta llegar al punto de quedarse totalmente vacío, era un zombi que caminaba por las calles, en este ser que un día fue todo amor y esperanza, quedó congelado todo  sentimiento o emoción, convirtiendo en un gran trozo de hielo su corazón.

Gritó cada día por auxilio, lo demostraba en sus palabras, en sus acciones, en aquellos ojos tristes y esa sonrisa inexistente, cada persona a la que rogó por ayuda sólo miró con lástima la situación, pero en cuestión de segundos volteaba la cara y seguía su camino. Muchos otros le culparon asegurando que sólo era su imaginación, lograron hacer dudar a su mente, creyó ser responsable del dolor.

Aborreciendo su existencia creó una razón para seguir, destruir por completo lo que quedaba de su persona. Ya no era mucho, sólo aquel cuerpo que mantenía su vida. Así, con una decisión clara, se enfundó en una gran armadura de hierro, dejando los espacios necesarios para su  tortura. Se despreció y maldijo, castigándose de toda manera posible como pago por  todos sus errores, entre ellos el principal fue su existencia.

Un día sintiéndose sin fuerza alguna para buscar más maneras de torturarse y viendo que la armadura se había esfumado, con una gran tristeza en su corazón, tomó una última decisión, no sentía merecer el aire, ni los rayos de luz del sol, no quería estorbar más, prefería dejar de ser una carga para el mundo, sufría porque sabía que lo había intentado con toda su fuerza, hizo lo que pudo, pero jamás nada funcionó.

Cerrando sus ojos a la claridad, el llanto retenido oprimiendo su garganta, sintiendo como el aire ya no entraba bien a sus pulmones, en sus pensamientos la frase “se acabó”.  Dejando así su último suspiro, erradicó lo único que quedaba de su existencia en este mundo, su cuerpo.

Sus seres queridos lloraron y lamentaron su partida, no entendían su decisión, pero eso era algo hipócrita, pues estos fueron verdugos en su vida, y a la vez  se volvieron testigos silenciosos de su dolor, sólo obviaron su existencia, convirtiendo a una persona necesitada de ayuda en invisible, confirmando así que esa era la mejor decisión.

Esa alma dolida con aquellos que no supieron reconocer su valor, ya descansa de todos sus tormentos, encontrando  la paz que jamás tuvo, se fue sin ningún rencor, sólo la culpa de no haberlo hecho mejor, esperando que si existe otra vida, en esta pueda ser feliz.

 

A estas alturas de la vida no alcanzamos todavía a entender que nuestras acciones y palabras pueden llegar a cobrar vidas, en ocasiones no es nuestra intención lastimar, pero no sabemos que carga estamos poniendo en la espalda de los otros, no cuesta nada ser amable, brindemos nuestros brazos a aquellas personas necesitadas de consuelo, demos un rayo de luz y esperanza a aquellos en tinieblas, no hay nada más hermoso y gratificante que ver a una flor muerta renacer, como una flor de loto…

 

                                                                                               Por, Yajaira Rodríguez.

Jalisco (México).

 

 

Reseña del Autor

Mi Nombre es Eréndira Yajaira Figueroa Rodríguez,  tengo 23 años, soy mexicana, estudié derecho, pero mi pasión es la psicología. En realidad no tengo mucho que contar de mí, no quiero que me conozcan, mi intención es hacer que un mensaje llegue.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Un texto que nos invita a la reflexión, la situación de miles de personas que, tal vez, sólo necesitan una sonrisa”.