Parte I
Más de seis décadas de historia no pueden reducirse a siete páginas; sin embargo, nos permitirán apreciar la importancia de David Gilmour en el rock ‘n’ roll
Por: Sebastián González Z.
Hablar de David Gilmour es adentrarse en la mente maestra detrás de la banda más grande del rock progresivo y psicodélico. Su inconfundible voz y el sonido inigualable de su Fender Stratocaster han marcado a generaciones enteras. El pasado jueves 6 de marzo, Gilmour cumplió 79 años, de los cuales más de 60 los ha dedicado a la música, dejando una huella imborrable en la historia. Su talento fue clave en la evolución de Pink Floyd, consolidando su legado con ‘The Dark Side of the Moon’, el tercer álbum más vendido de todos los tiempos.
Desde sus inicios en Jokers Wild hasta su más reciente producción solista, ‘Luck and Strange’, Gilmour ha sabido reinventarse sin perder su esencia. Su genialidad sigue vibrando en cada acorde y en cada solo que nos transporta a paisajes sonoros únicos. Hoy celebramos la vida y obra de un artista que convirtió la música en una experiencia trascendental.
Desde aquel lejano 1954, cuando sus padres le obsequiaron su primer álbum vinculado a la historia del rock, en ese entonces, al vibrante ritmo del rockabilly, su destino quedó sellado. ‘Rock Around the Clock’ de Bill Haley fue la chispa inicial, seguida por la intensidad de ‘Heartbreak Hotel’ de Elvis Presley y la melancolía de ‘Bye Bye Love’ de The Everly Brothers. En esos acordes primigenios, en cada nota rebelde, comprendió con certeza que había nacido para la música… y no para ser cualquiera, sino para convertirse en uno de los más grandes guitarristas en la historia del rock.
A los once años, Gilmour ingresó a la Perse School en Cambridge, donde conoció a Roger “Syd” Barrett y Roger Waters. Sin saberlo en ese momento, ellos se convertirían en grandes amigos de su infancia y, años más tarde, en sus compañeros en Pink Floyd.
En 1962, David ingresó al Colegio Técnico de Cambridge para estudiar lenguas modernas. Aunque no completó la carrera, logró aprender francés con fluidez. Durante ese tiempo, pasaba momentos con «Syd» Barrett practicando guitarra. Más adelante, junto a Barrett y otros amigos, emprendió un viaje por España y Francia, donde buscaban ganar dinero interpretando canciones de The Beatles en calles y bares. Sin embargo, las dificultades económicas los llevaron a ser arrestados por indigencia en una ocasión, y Gilmour incluso tuvo que ser hospitalizado por desnutrición.
Después de esta experiencia, Gilmour y Barrett continuaron su travesía hasta París, donde acamparon a las afueras de la ciudad durante una semana y visitaron el Museo del Louvre. En este período, David trabajó en distintos empleos para mantenerse, llegando a desempeñarse como conductor y asistente del diseñador de modas Ossie Clark.

A finales de 1965, Gilmour se unió a la banda de blues rock Jokers Wild, un grupo en el que su hermano Pete era bajista y vocalista. Con la banda, grabó un álbum y un sencillo en los estudios Regent Sound de Londres, aunque solo se produjeron quince copias de cada uno. Con el tiempo, la agrupación comenzó a alejarse del blues rock para adoptar un sonido más orientado al soul y el R&B. Gilmour permaneció en la banda hasta finales de 1967, cuando esta finalmente se disolvió.
En 1967, David emprendió un viaje por Francia junto a Rick Wills y Willie Wilson, compañeros suyos de Jokers Wild. Formando con ellos una banda llamada Flowers, con la que realizaron algunas presentaciones, aunque sin éxito comercial. Su repertorio consistía principalmente en versiones de otros artistas, pero la calidad de las interpretaciones no convencía a los propietarios de los clubes, quienes en varias ocasiones se negaron a pagarles. Para empeorar la situación, poco después de su llegada a París, fueron víctimas del robo de su equipo, lo que afectó aún más su ya precaria situación.
Durante su estancia en Francia, Gilmour participó como vocalista y músico de sesión en dos canciones de la banda sonora de la película Yo soy el Amor, protagonizada por Brigitte Bardot. En mayo de ese año, regresó brevemente a Londres en busca de un nuevo equipo de sonido. Durante su estadía, presenció la grabación de ‘See Emily Play’ de Pink Floyd. A finales de 1967, cuando Flowers volvió a Inglaterra, la banda estaba completamente en la ruina, sin siquiera el dinero suficiente para llenar el tanque de su autobús.

En diciembre del año 1967, Nick Mason, baterista de Pink Floyd, se reunió con David con el fin de expresarle que la banda tenía un ofrecimiento para hacerle: suceder en el puesto de guitarrista y vocalista de la banda a su amigo, Roger “Syd” Barrett, esto entendiendo que su experiencia con las drogas cada vez iba más lejos, tanto así que quedó impactado al notar que mostraba signos de deterioro mental y demencia, al punto de ni siquiera poder reconocerlo.
Uno de los socios comerciales de la banda, Peter Jenner, recordó aquellos días de incertidumbre y explicó la estrategia inicial de la banda:
«La idea era que Dave cubriera las excentricidades de Barrett, quien se dedicaría únicamente a componer cuando no estuviera en condiciones de tocar. Simplemente queríamos mantenerlo involucrado en el proyecto».
Sin embargo, la inestabilidad de Syd Barrett se volvió insostenible y, en marzo de 1968, aceptó dejar la banda, marcando el final de una era.
Con la partida de Barrett, Pink Floyd cerró su capítulo más ligado al rock psicodélico y dio paso a una nueva identidad sonora. David Gilmour asumió el papel de vocalista principal, compartiendo las voces con Roger Waters y, en menor medida, Richard Wright. Así comenzó la era del rock progresivo, un período caracterizado por producciones más ambiciosas y una evolución en el sonido de la banda. Con el tiempo, la esencia musical del grupo quedó marcada por el genio creativo de Waters y la inconfundible sensibilidad melódica y guitarrística de Gilmour, dando lugar a algunas de las obras más emblemáticas de la historia del rock.

En ese momento Dave tenía una identidad musical muy definida, basada en la profundidad emocional de sus solos y la complejidad de su equipo. Su capacidad para transformar simples escalas en melodías cautivadoras, que lo distingue como uno de los guitarristas más influyentes de la historia. Su sonido se basa en el uso predominante de la escala pentatónica con matices de blue notes, combinadas con escalas mayores, como puede apreciarse en temas icónicos como ‘Coming Back to Life’, ‘Another Brick in the Wall Part II’ y ‘Sorrow’. Además, su tendencia a la improvisación le permite reinterpretar sus solos en cada presentación, alejándose de las versiones de estudio y dotando cada ejecución de una frescura única.
Gilmour es reconocido por su fraseo distintivo, donde la lentitud y expresividad de sus solos se convierten en su sello personal. Su técnica está marcada por el uso intensivo de bends, que elevan cada nota con un dramatismo inconfundible, y el empleo de la palanca de trémolo, recurso que otorga mayor profundidad y color a sus característicos string bendings. Gracias a esta combinación de elementos, su sonido trasciende lo técnico para convertirse en una experiencia emocional y atmosférica que pocos han logrado igualar.
El éxito de ‘The Dark Side of the Moon’ y el lado oscuro de Pink Floyd
El éxito arrollador de ‘The Dark Side of the Moon’ y ‘Wish You Were Here’ consolidó a Pink Floyd como una de las bandas más influyentes del rock. Sin embargo, este reconocimiento también marcó un cambio en la dinámica creativa del grupo. Roger Waters asumió un control casi absoluto, imponiendo su visión tanto en la composición como en la interpretación vocal. Esto se hizo evidente en ‘Animals’ y ‘The Wall’, álbumes donde su liderazgo se intensificó. Durante las grabaciones de este último, las tensiones internas alcanzaron su punto crítico, lo que llevó al despido de Richard Wright, convirtiéndolo en el único miembro en ser expulsado de la banda.

El deterioro en la relación entre Gilmour y Waters se profundizó aún más durante la filmación de la película The Wall y la grabación de ‘The Final Cut’, un álbum que, en la práctica, se convirtió en un proyecto casi en solitario de Waters. Finalmente, el 17 de junio de 1981, en Londres, Pink Floyd ofreció la última presentación en vivo de ‘The Wall’, marcando el fin de una era.
Aquel concierto sería la última vez que Waters compartiría escenario con la banda durante más de 25 años, sellando una separación que cambiaría el rumbo de Pink Floyd para siempre.
En 1985, Roger Waters proclamó con firmeza que Pink Floyd era una «fuerza creativa desgastada», sentenciando lo que consideraba el fin de la banda. Pero su declaración no quedó sin respuesta. David Gilmour y Nick Mason, lejos de aceptar aquel veredicto, reaccionaron con determinación. En un contundente comunicado de prensa, anunciaron que Waters había abandonado el grupo y que ellos, con una convicción inquebrantable, continuarían el legado de Pink Floyd sin su liderazgo. Así comenzó una nueva era para la agrupación, marcada por la lucha por su identidad y la reafirmación de su sonido.
Con Gilmour al mando, Pink Floyd renació en 1987 con ‘A Momentary Lapse of Reason’, un álbum que, aunque contó con la participación esporádica de Nick Mason y el eventual regreso de Richard Wright, se sustentó en músicos de sesión. Para David, esta producción representaba un retorno a la esencia musical de la banda, una reacción a lo que consideraba un exceso de enfoque en las letras bajo el liderazgo de Waters.
Wright se reincorporó oficialmente durante la gira de promoción del álbum y se convirtió en pieza clave de ‘The Division Bell’ (1994), un trabajo que reflejaba el equilibrio entre música y concepto que Gilmour siempre había valorado. En paralelo, en 1986, Gilmour adquirió una casa flotante en el Támesis y la convirtió en su estudio de grabación personal, donde daría forma a los nuevos álbumes de Pink Floyd y a su propio material, incluyendo su introspectivo ‘On an Island’ (2006).
Este santuario creativo simbolizaba no solo la independencia artística de Gilmour, sino también la permanencia del espíritu innovador de Pink Floyd más allá de las sombras de su pasado.
Sebastián González Zuluaga es un cuyabro de pura cepa, rockero de corazón y futbolero de pasión. Estudiante de último semestre de derecho en la UGCA de Armenia y director de Tendencia Rocker, combina su amor por la música con una visión crítica del mundo. Siempre entre el ruido de las guitarras y el debate, busca dejar su huella en la cultura y el derecho.