(Bogotá D.C., Colombia)
Por, Olugna
Puedo imaginarlo grabado en una placa, sobrepuesto en el muro al lado de la puerta. Quizás, no logre ganar el chance con él, pero es fácil de memorizar. Basta con leerlo ―ahora como el nombre de una canción― para comprender que en el interior de ese apartamento ubicado en el quinto piso de un edificio ―cualquier edificio de Bogotá― algo ocurrió. Hubiese podido ser el título de un cuento, uno de policías, cuya portada fuera una puerta de madera atravesada por cintas amarillas.
Sin embargo, aquí es presentado como el sencillo de una agrupación bogotana. Qué importa si es un cuento o una canción; en últimas, la literatura y el rock, llevan un largo tiempo viéndose a escondidas para dejarse llevar por el delirio que ambas son capaces de provocar en las cabezas; en la vida de aquellos que se arriesgan a abrir un libro con la misma curiosidad que tengo por escuchar ‘501’, una de las dos composiciones que lanzó recientemente RadioSantafe.
No quiero escucharla simplemente. En esta ocasión, deseo sumergirme en ella para sentirla como propia; quizás, como el soundtrack de un día cualquiera que fue marcado por los sucesos que pasaron detrás de esa puerta.
Tras el eco del ruido
Desde el primer piso alcanzo a escuchar el eco que provoca el golpeteo repetitivo y rítmico que se proyecta desde las plantas superiores. Me pregunto qué lo provoca. No es el golpe molesto y asimétrico de un martillo a las siete de la mañana de un domingo después de una borrachera. Es diferente, es un golpe que envuelve y hace vibrar los muros. A medida que avanzo por la escaleras, se hace más fuerte e intenso. No está solo, lo acompaña una distorsión. Podría ser la interferencia que provoca la cercanía del edificio con la emisora. Igual no me incomoda. Al ruido se ha sumado una voz áspera que canta con desespero; quizás con dolor.
Llego al tercer piso. Han pasado, quizás, algo más de dos minutos. Aún me pregunto qué está pasando, qué está rompiendo la calma lenta del edificio ubicado en Teusaquillo. Es una melodía intensa, una catarsis desaforada. Aún no identifico de dónde proviene, pero a medida que subo los escalones se hace mucho más fuerte. Es una canción en inglés. Por un instante, me transporto treinta años atrás a esa época donde la radio era invadida por otro tipo de sonidos provenientes del rock. Su letra es simple, no se adorna con términos complejos: «soy el chico nuevo, ahora jugamos divirtiéndonos fumando un porro», algo así traduce la letra. Nunca he sido muy bueno con el inglés.
Me acerco al quinto piso, al epicentro de la melodía. El ruido proviene del 501. Por debajo de la puerta solo veo humo y la vibración que provocan los instrumentos es mucho más fuerte. Es una canción intensa, de aquellas que acompañan las películas de cine indie que tango me gusta ver en soledad, cuyas historias son densas, pero cargadas de nostalgia y melancolía. Eso siento en este instante: melancolía acompañada de un deseo profundo de fumarme un cigarrillo ―o quizás un porro― para escaparme de la rutina, golpear la puerta y adentrarme a esa atmósfera recreada por Samuel, Asdrúbal y Reinaldo.
En efecto, algo extraordinario ha pasado en el 501: están haciendo rock ‘n’ roll.
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