Escondida, detrás de los valores y principios éticos que, como sociedad, nos forman desde muy chicos, se ha ocultado con ingenio una moral falseada, que en vez de edificarnos individualmente y colectivamente, nos limita, nos encierra y nos constriñe como personas.
Por, Rugidos Disidentes
Escondida, detrás de los valores y principios éticos que, como sociedad, nos forman desde muy chicos, se ha ocultado con ingenio una moral falseada, que en vez de edificarnos individualmente y colectivamente, nos limita, nos encierra y nos constriñe como personas. Es un atentado a la libertad que tanto defendemos.
Qué complejo es expresarnos libremente cuando, desde muy chicos, insertaron en nuestras mentes un pequeño chip de buenas costumbres y de formas correctas de comportamiento. No alcanzamos a nacer y ya nos tienen un libreto, al menos, para los primeros años de nuestra existencia. Qué creer, qué escuchar, qué pensar y cómo comportarnos en sociedad, son las primeras páginas que guiarán nuestra vida.
Ser niño no es fácil. Más aún, cuando nos trazan una vida lineal en la que, al menos en su planteamiento inicial, no hay espacio para caminos alternativos ni para subjetividades. Sólo cuando empezamos a tener algo de consciencia, es que descubrimos que ese guion que nos entregaron, es una farsa cuyo contenido encierra ambigüedades, contradicciones y discursos confusos disfrazados de felicidad.
Ser padres no es fácil, es cierto. Qué vamos a enseñar a nuestros hijos, si nosotros también hemos sido diseñados con ese manual invisible, que con el tiempo ha sido reeditado para que se acople de acuerdo con la época, pero que en su esencia encierra el mismo paradigma moral con el que también crecieron nuestros antepasados.
Crecer, estudiar, trabajar, casarse, adquirir vivienda, tener hijos, comprar un auto, desarrollarse profesionalmente y cumplir con las normas siguen siendo las estaciones dispuestas en ese camino llamado vida, cuyo rumbo nos hará llevar de manera segura a eso que han llamado felicidad, para luego morir y entregar nuestras cenizas al aire o nuestros restos sepultados, como ofrenda, en la tierra.
Ser una persona de bien es la premisa principal, ser alguien en la vida ha de ser nuestro objetivo. Parece que esa felicidad señalada en el horizonte sólo se hace efectiva para las mentes sumisas y los espíritus conformes. Desobedecer, pensar de manera autónoma y emanciparse de esa gran caja de mierda llamada moral, son actos impúdicos que serán duramente juzgados y nos han de etiquetar hasta que nos derroten y claudiquemos o hasta que, en excepcionales casos, derrotemos a gran amo, a ese señor que no conocemos, pero que hemos de llamar Sistema.
¿Cuántos colombianos de bien que lograron ser alguien en la vida se han robado el país? ¿Cuántos creyentes, ejemplos virtuosos de moral, han abusado de niños? ¿Cuántos herejes han sido acribillados al denunciar la farsa? ¿Cuántos individuos han seguido a cabalidad esa línea de principios y de valores y cuántos de ellos son verdaderamente felices?
La Disidencia sigue siendo un acto condenable. ¿Para qué alterar el orden impuesto si así estamos bien? Es más importante, de acuerdo con ese manual – ¡Puto manual! – el mantener una imagen que complazca a la sociedad, que fomentar el desarrollo libre del individuo.
Amigos y no tan amigos, la obediencia da asco, causa mareos y su efecto placebo lleva a la muerte y nos convierte en seres anónimos. La disidencia es la respuesta, la resistencia es el camino. Eso sí, ¡Ni por el putas lo olviden!: la libertad también nos exige asumir las consecuencias de nuestros actos y no nos da derecho a vulnerar al otro.
Bienvenido a esta Edición Uno –que en verdad es la segunda– y antes de que nos pregunten por qué así y no comenzar, como todo el mundo, por el número 1, les decimos de corazón: ¡Así quisimos que fuera!
Por, Rugidos Disidentes
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