«Entonces la obligaron a escupir balas en los pechos donde ella había soñado poner besos»
(Cali, Valle del Cauca, Colombia)
Por, Malicia Enjundia
La muerte ha pernoctado en las raíces de árboles sagrados. Se ha columpiado en el devenir de las pociones mágicas de sus madres las hechiceras. Es hermosa y excéntrica como los pétalos aterciopelados de un tul africano, u horrorosa y temible como una ponzoña sangrienta al acecho del corazón de un niño.
La Helada tiene dos caras, la sideral y la humana. La primera posee palacios. Morir de vejez nos destina a habitarlos. La segunda es errante, está confinada a las sombras del extravío como lo están los espíritus de los muertos matados a manos del artificio del hombre. La muerte que tiene bajo sus pies un camino forjado por la naturaleza cósmica de los seres que trasiegan este universo, es una Diosa profanada y le hemos quebrado los pies para que camine distinto.
La Siempreviva si te coge por sí misma, o la Borra Mundos, La Parca, La Pelona, La Sin Hueso, La Fría y La Manda a Callar si la llaman a la fuerza. La forja tumbas, la novia eterna del Sol porque nos conduce hacia la Luz verdadera, y la aliada involuntaria de Satanás cuando la obligan a confinar a muchos a las sombras de la impunidad. La diosa Muerte, a la que le arrebataron su tropo milenario, y le pusieron un fúsil en la frente para obligarla a matar, cuando es viento y no fuego lo que trae en la boca. Entró al palacio de justicia disfrazada de ordinario, de pendejo con balas, tuvo que fingir de tragona de almas. A ella le adjudican los rostros sin pista, los huecos ocultos, los nombres sin osario, la ausencia de esas puertas a los recónditos contornos de su infra universo que son las lápidas labradas. No imaginan que nada sabe de esas almas sin rumbo, a ella la encerraron con un tv en el que vio las carreras de Lucho Herrera, y la novela de las 7, mientras le embutían perros calientes, hamburguesas, crispetas y empanadas. Hasta que la sacaron un día a cagar sobre Armero; en el mierdero de sus entrañas se ahogó ese rincón recóndito del mundo.
La muerte también se enamoraba, había sido felizmente promiscua y ‘pati’ alegre desde el inicio de los tiempos, soñaba conquistar las almas buenas de Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Luis Carlos Galán con un beso en el pecho, pasar con suavidad su mano fría por esos rostros diáfanos, atravesarlos con una mirada, que cual lanza redentora, los desprendiera de sus cuerpos para conducirlos al mundo de sus ancestros, cuando ya la vejez les hubiese abierto el camino y sus pasos hubiesen forjado un destino más noble para la Colombia enferma. Pero esta gran Puta está enamorada, dijeron, y es por vejez y no por osados que quiere llevárselos, entonces la obligaron a escupir balas en los pechos donde ella había soñado poner besos. Le cambiaron en adelante besos por balas. Desde entonces no siente los labios.
Nunca soñó devorarse la carne bullente de sangre caliente, porque la muerte se alimentaba de viento. Del abono de los cuerpos en la tierra mojada se criaban las semillas de los árboles milenarios que crecen en su reino. Un reino abandonado desde que la secuestraron en Colombia, y la obligaron también a vestirse con trajes de hierro. Ahora es la muerte alimentada con vísceras conseguidas entre el tumulto de muertos del Aro y de Bojayá. De sobremesa, la sangre de los líderes; de postre, la última sonrisa de las lideresas. Está bien gorda la muerte, y de tanto matar a la fuerza se le han caído los ojos. De ciega ha devorado estudiantes, mujeres y niños.
Que perdió los oídos es lo último que sabemos de La Muerte. No ha podido morirse, aunque así bien lo quiere, no la dejan descansar tranquila, y le ponen hileras de muertos futuros, o la visten de recluta, de feminicida, de traqueto con plata. Intentan encontrarle diez mil caras a la muerte, pero dónde está la suya, con la que vino al mundo, esa cara de diosa iluminada y gélida, a la que su perro espera desde hace décadas echado a la orilla del río que atraviesa su imperio, ese rostro de matrona del Allá que lo muertos que murieron de viejos esperan agazapados, clamando a las estrellas que regresen a la única que les puede traer a los que dejaron en la tierra. Esa muerte que no conocieron los muertos asesinados, perdidos en el limbo sin oír un tambor, un canto, una oración, una voz de júbilo desde los palacios infraterrenos a donde sí fueron los abuelos que murieron apaciblemente, entregando su último respiro a decir adiós a sus nietos.
¿Dónde está esa muerte que se busca a sí misma, deseando que el destino la libre de Colombia, el país donde perdió su soberanía en el mundo, para convertirse en otra víctima borrada por las manos del estado?