Por, Luis Carlos Velasco Morales
Corría el año de 1992 cuando Lucía de 17 años conoció a Julio, un joven de 16. Su historia de amor nace por el apellido de ella, por la reputación, no tan santa, de su familia y por lo que representaba en el sector donde se conocieron.
Julio venía de una familia pequeña y matriarcal. Todas las mujeres eran madres solteras y como se dice popularmente, echadas para adelante y de carácter fuerte, que siempre le inculcaron lo mejor posible para que él fuera un hombre de bien.
Cuando murió la abuela, la matriarca, el eje articulador de esa familia, los jóvenes de esa casa, entre ellos, Julio, cayeron en el mundo de las drogas y el hampa. Y es en medio de este mundo lleno de peligro donde Julio y Lucía se conocen e inician un camino que hasta este momento no ha tenido reversa.
Patrocinados por la mamá de Julio, y siendo menores de edad, rentaron una habitación en un barrio a las afueras del occidente de Bogotá. Aunque podría parecer idílico esta aventura se convirtió en escenas constantes de lágrimas, dolor y sangre.
Lucía desde el año 1992 fue sometida a todo tipo de violencia por parte de Julio. Correas, zapatos, palos, cuchillos, cables y todo elemento que encontraba eran usados para agredir a esta mujer que por miedo, vergüenza y temor a que le pasara algo sus hijos no ha podido hacer nada para librarse de su agresor que por más de 28 años sigue ahí como el verdugo que espera cualquier situación para atacar.
Como Lucía, son miles de mujeres que viven este flagelo, solo en el 2018 se reportaron más de 58 mil casos de denuncias sin contar las miles de mujeres que por décadas han perdido la vida en el silencio de su hogar.
Ahora, en otro contexto, se encuentra Marcela, una profesional de 30 años que por movimientos empresariales fue ascendida como directora de marketing de una de las áreas de una importante organización. Ella es dedicada, organizada y muy estricta a la hora de las metas. Sin embargo, esto no es suficiente para su jefe, Octavio, que realmente se esfuerza por menospreciarla y humillarla delante de la gente.
Las palabras de Octavio perforan todo el ser de Marcela, que por la necesidad no se ha ido, pero que ya no soporta más la violencia psicológica que su jefe ejerce sobre ella y sobre todo el mundo de la organización. Lo que ella no entiende es qué momento le permitió llegar a esos niveles tan bajos de trato humano, no sabe por qué no ha denunciado y entre lágrimas confiesa que siente misericordia por este señor porque sabe que su vida está llena de heridas.
¿Cuántas mujeres tienen que soportar la arrogancia de sus empleadores? ¿Cuántas por la vergüenza a ser tildadas o puestas en el escenario público no denuncian? ¿Hasta cuándo tendremos que soportar este patriarcado asqueroso que solo busca pasearse con el poder de la mano?
NO es justo que existan cifras como las que revela el Observatorio de Feminicidios en Colombia. Menciona que solo en marzo, abril, mayo y junio han sido asesinadas 113 mujeres. ¡No puede ser!
- Puede interesarte: ‘Maluma’: La paja en el ojo ajeno
La violencia hacia la mujer no tiene ni estrato, ni clase social, ni escenarios particulares, está ahí y cada vez son más las denuncias. No debemos dejar que esto siga pasando por alto, no podemos seguir callando. El problema está ahí y entre todos y todas podemos destruirla.
Si conocen casos por favor denuncien a la línea 155, rompamos el silencio de miles de mujeres que en medio de esta cuarentena se ven sometidas a la violencia de sus parejas. Entre todos y todas podemos cambiar este panorama.
Finalmente, como dice Jineth Bedoya: NO ES HORA DE CALLAR.