Por, Escritor Amargo
Jamás pensé en llegar a participar de manera tan activa en el ejercicio político, que siempre fue para mí, una cosa lejana, que solo le gusta a los cuchos y a los desocupados y que, al llegar a mi edad, me voy dando cuenta que son casi lo mismo.
Jamás pensé en llegar a participar y estar inmerso en ese mundillo de chismes y de estrés constante, de enemigos imaginarios y reales, que acechan como hienas hambrientas, en las esquinas de las calles, desde las puertas de sus directorios e incluso como espías sin rostro en las redes sociales, a través de la fría pantalla y de los teclados duros y llenos de migajón de pan y cenizas de cigarrillo.
Estar imbuido en los mismas del ejercicio de una campaña, me ha restado años de vida, ha matado ideales y sueños, y me ha mostrado la vil y terrible vigencia del “pan y circo”, la cantidad de miseria que emerge de entre los tumultos mugrientos y sudorosos, pidiendo ayuda y alimentando absurdamente la famélica esperanza de que “este sí es”, jamás pensé llegar a conocer personas tan falsas y tan hipócritas, ver las bolsas de dinero de las que tanto se habla, como secretos a voces y tampoco imaginé el tipo de intereses que podían moverse detrás de una figura pública.
Pensé dentro de la poca ingenuidad que me queda, que el ejercicio democrático de las aspiraciones a cargos de elección popular, era accesible a cualquiera que se lo propusiera, pero vengo a estrellarme, con que se restringe solo a aquellos que tienen el músculo financiero suficiente para ejecutar sus campañas y llevar a cabo la empresa de llegar a la puja final por el tan anhelado cargo, en este particular caso, una alcaldía. Se pensaría que cada día es más fácil acceder al ejercicio y participar, y hasta cierto punto lo es cuando cualquier cantidad de idiotas útiles, se prestan sin reparo para llenar listas de nombres sin rostro y sin siquiera saber cómo llegaron ahí.
Rompiendo el corazón y la estructura de mi marchita fe en el ejercicio democrático, o tan siquiera en la participación real dentro del mismo; sin embargo, es mediante estas experiencias y estas escuelas de vida, que a golpes de realidad se aprende qué hay detrás de todo aquello que vemos desde lejos, como a través de la bruma de la indiferencia; se aprende en aras de cambiar y destruir muchos de los arquetipos que tan atrasado tienen el ejercicio social y democrático de escuchar y ser escuchado, hablar y dejar que otros hablen de elegir y ser elegidos.
Siento desde mi perspectiva de ciudadano del común, que aún después de tanto batallar y sufrir los cambios intempestivos de una actividad tan dinámica y metamórfica como el clima es necesario sufrirlo, vivirlo, entenderlo y seguir adelante. Hay un gran potencial para las nuevas generaciones, sin embargo, es importante seguir haciendo pedagogía con las juventudes y antes que pasarles una antorcha de luchas políticas o civiles, es menester responsabilizarlos por todo aquello que es inherente al derecho de la participación que tiene todo ciudadano, es vital responsabilizar para poder asumir con compromiso las luchas que puedan cambiar las malas prácticas y de a poco, en unas cuantas generaciones, en unos cuantos lustros deshacernos de los cadáveres putrefactos de la política tradicional, que se adhiere año tras año a futuros jóvenes electores y los corrompe. Es imperativo responsabilizar para poder avanzar y crecer.
Todo esto es cuanto veo y considero, sentado desde una silla de plástico viejo, al fondo de un directorio, mientras bebo un café desabrido en un vasito de papel, mientras el día avanza cansino entre arengas de simpatizantes, comerciales cantados y publicidad en los automóviles que pasan uno tras otro en medio de la incertidumbre, o quizás la completa ignorancia del rol que están desempeñando para uno u otro candidato, para bien o para mal todo esto es cuanto veo y considero, a través de mis ojos cansados, los ojos de un idealista desencantado.