(Tauramena, Casanare, Colombia)
Por, Edward Alejandro Vargas Perilla
El impulso invadió su cuerpo y empezó a correr con todas sus fuerzas, llevando cada musculo al límite, llenando sus pulmones con el aire frio y misericordioso de la montaña. Sus pies heridos se aliviaban y a la par del movimiento hacían sonar y volar la escasa hierba del suelo y las rocas sueltas del camino, mientras que las elucubraciones de su mente daban forma a una sola cosa… al recuerdo.
Podía ver claramente el profundo color avellana de sus ojos, podía incluso verse allí; como si de un espejo se tratara. Podía recordar a la perfección el aroma de su cabello y casi percibirlo en cada exhalación helada de la montaña; recordaba su sonrisa inocente, el blanco níveo de su piel… podía aun sentir esa tersa piel acariciando la suya. Aun sentía vivo el ardor de aquellos besos en su labios… y el sonido de su voz y su risa.
Todo esto ocurría en su mente mientras corría sin freno y sin descanso, mientras ganaba velocidad descendiendo por aquella pendiente.
Su corazón latía con furia mientras se llenaba más y más a cada segundo con un torrente de sentimientos, peleando en un remolino infinito… el amor, el odio, la desesperación y la tristeza.
Corría sin freno y aun contra su voluntad, podía escuchar claramente palabras y frases de su pasado común: “te quiero”, “jamás habían hecho algo así por mí”, “me gusta estar contigo”, “amo tus gestos cuando ríes…”
Las escuchaba una y otra vez, pero sonaban burlonas e incluso fingidas. ¿Por qué? Eso no lo sabía y posiblemente no lo sabría, pero ya no importaba.
Su carrera seguía cuesta abajo, con violencia, con angustia, con el único objetivo de no pensar, pero era inútil.
Ahora, ese mar de recuerdos y sensaciones empezaban a irse, a dar paso a algo más, a una serie de preguntas que le habían estado carcomiendo en silencio durante varias noches semanas atrás, cuando la única compañía era el insomnio y las musas corrompidas bailando perezosamente en el humo de cada cigarro que encendía con ansiedad y hastío.
¿Y qué fue acaso lo que sucedió? Simple. Desapareció, así… sin más. Sin dejar rastro ni palabra, sin dejar un adiós, una excusa… desapareció como la llama de una vela cuando se apaga; y aun así, la llama de la vela deja una exangüe estela de humo gris tras de sí…
Jamás dio un por qué, ni una carta, ni una llamada… solo silencio, y con él, el dolor y el llanto y la agonía silenciosa de la incertidumbre.
Solo quedó en su pecho des anhelo y vacío eterno. Pero, como había aprendido a lo largo de su vida y ahora recordaba mientras caía sin freno en las fauces de la oscuridad de aquel acantilado luego de haber saltado como un ave que espera liberarse en el cielo…
Todo era, es… y será temporal.