I
Era una mañana sabatina de marzo, con un sistema frontal inesperado en pleno tiempo de temperaturas altas, propios de un país tropical, árido y deforestado.
Marco se despertó muy de madrugada por el ruido de ese dispositivo para acortar distancias y el culpable de comunicarnos menos.
Él se levantó, abrió el grifo, no había agua, –“esta señora se gastó el agua”– dijo para sí, en alusión a su empleada doméstica.
Tomó su teléfono y le escribió a ella: –“Hola buenos días, es bueno despertar y saber que aún me quiere, yo nunca dejé de hacerlo”.
Marco había estado conversando con ella hasta tarde el viernes anterior, quería decirle todo lo que los dos meses anteriores no le había dicho, quería contarle sus rutinas, sus libros, sus viajes, las últimas noticias de política, astronomía o lo que carajos fuere, solo quería hablarle, comunicarse con ella, estar en sintonía con ella, volver a la complicidad subversiva e insolente que ambos escondían. La tarde del viernes, en el mismo lugar, a la misma hora, 10 años más viejos, con conocimiento de causa. Con ese contrato vencido y vuelto a extender, se habían reencontrado.
Él sabía que ese encuentro sería lapidario, concluyente y definitivo. Marco pensaba: “Quiere que hablemos en el mismo lugar donde inició nuestro intercambio de besos y caricias”, aunque el sentimiento, se decía, había nacido mucho antes de diferentes formas y matices.
Marco se aferraba a la idea de que ella quería conciliar las desavenencias de los últimos días y que podrían perturbar, la que Marco creía, era la nueva relación de ella. Quiere llevar la fiesta en paz. Quiere sellar esto, que por varios años fue intenso y amado. Ahora quiere, como acto de cortesía, contarle su voluntad y sus planes a futuro con esa nueva persona.
Marco sentado en su mecedora escuchaba esa mañana a Silvio, y sus canciones que, como su hijo le decía, son reflexivas.
Ella respondió a su chat 25 minutos después: “buenos días, que rico despertar y ver este mensaje, Yo tampoco dejé de hacerlo”.
II
Las semanas previas había sido un crisol de escaramuzas. Él agredía, ella recurría a replegar sus fuerzas. Ella contraatacó y él tenía que callar y soportar aquello, que para él, se resbalaba de entre sus manos. Y así, en ese ir y venir de ataques, cada uno, por su lado, trataba de lamer sus heridas.
Esa semana, él había tratado de aceptar esa que creía era la nueva realidad, se decía: “ella ha tomado ya una opción, para que hablar para que despojarme de mi dignidad y competir con un tercero”.
Él ya tenía suficiente luchando contra sus demonios internos, con sus enemigos internos, su inseguridad y complejos. –“No puedo competir, me doy por derrotado”.
Él siempre tuvo miedo a las pruebas de admisión así fuesen para entrar a un estadio de fútbol.
“Cómo competir con la juventud, cómo competir con el estar disponible 24/7, cómo competir siendo un anónimo para su familia, cómo competir al no estar para ella en sus noches de duda, en sus momentos de alegría, en sus fechas especiales, en sus preguntas y consultas, en su cotidianidad, antes de su noche en la cama, en sus enfermedades, cuando su carro se averíe, a una llamada a cualquier hora del día, a un desayuno de sábado en la montaña… cómo competir con la green card”, se decía y repetía. Ella le había hablado de la posibilidad de obtenerla con él. –“Hasta donde el imperio, asesino de niños en Siria, se nos cuela en los huesos”–, pensaba él.
Él trataba de darse auto terapias. Sin embargo, no era más que una masturbación que aumentaba su vacío.
Se decía y con mucha razón, “Ella merece lo mejor, ha sido especial conmigo en todo tiempo e incondicional en sus tiempos de angustia. He sido un tanto ingrato, dejó abiertos muchos cerrojos y en esos entraron los cuidados y atenciones de otro”, él lo consideraba razonable, mas se decía que si tan solo hubiese tenido más sensibilidad, esa que se debe tener por una mujer que ha sido fuego y aceite en su vida, esa mujer que lo quema y desnuda en sus interioridades, que lo eleva y lo trae a sus infiernos terrenales, que le ha dado los mejores años de su vida, los mejores besos, las más atrevidas caricias, las más provocativas fotos, la más inteligentes conversaciones y las más increíbles revelaciones.
Él buscaba en su interior, como salvia en sus venas, la mejor terapia que lo llevara a la resignación permanente de su pérdida.
Se repetía una y otra vez –“Qué feo estar enfermo de amor, se pierde el apetito, el gusto por la vida, y cada minuto en una tortura en día a día”.
¡El último jueves él pensó –“Debo dejarla ir, no voy a competir, no iré contra la corriente, debo desearle lo mejor” – y añadió – “Para ella, ¡suerte! Se merece lo mejor… yo no pude darlo”.
III
Antes de ese encuentro donde comenzó todo, él no quería terminar esa velada, pero estaba ahí en su cita con el destino, pidiendo la cuenta al mesero.
Ella le dijo –“que me quiere preguntar, pregunte lo que quiera”. Él daba por hechos consumados su nueva relación, ella le desmintió y le aseguró que estaba ahí, donde comenzó todo, porque le importaba y porque lo seguía queriendo.
Él la vio, sintió correr una cortina en su pecho y corrían cataratas de una sensación infantil, adolescente, adulta, pero sobre todo humana.
Él llegó a despedirla a su carro y no pudo más, con esa mano invisible, que lo empujaba a buscar su boca, la capturó, sintió la fragilidad de sus labios, la dulzura de su piel, la frescura de sus fluidos y sus arterias estaban a punto de salirse de su cuerpo.
Ella le dijo —“comencemos hoy aquí a escribir un nuevo cuento”.
IV
Marco manejaba por las calles de esa ciudad maldita y escapaba de esa selva burguesa, atravesando norte a sur con un tráfico ya amigable. Iba hilvanando en su mente las frases y versos del poema que ya construía, para esa mujer que lo había apendejado, y se preguntaba si eso vivido era ilusión.
Él estaba convencido que ella lo había citado con el destino para decir un adiós civilizado, después de 10 años se decía —“Quiere tener la cortesía de despedirse frente a frente. Pedirme que la deje tranquila, que no haya insultos, que llevemos un día a día normal para lograr un salario en paz”.
Pero Marco y ella levantaron al mismo tiempo una bandera blanca y salieron de la trinchera, para decidir emboscar cada los besos, caricias y tiempos que se habían negado.
Marco llegó a su casa y pensó —“la mejor forma de acariciarte esta noche es escribirte”… y así fue:
Ella
Es esa paz que trae el silencio de la noche,
Es esa tormenta que desborda los ríos
Es esa llama que atiza mi infierno
Y la miel que se bebe en el paraíso.
Es esa daga que se clava y abre hemorragias
Es ese hisopo que sana y limpia la herida
Es un huracán su paso
Es un descanso su voz.
Sus manos toscas y tiernas
Sus pies delineados y firmes
Ella es la gloria y la condenación
Ella es un silbido y un golpe al orgullo
Ella es mil neuronas maquinando despacio
Ella señala el rumbo de la osa mayor
Ella besa la vía láctea.
Ella es un libro que deshojo página a página
Sin querer nunca encontrar epílogo
Ella es la que ha nutrido mis fantasías
Ella enarbola en mi pecho la bandera rebelde y subversiva
Ella besa mis labios y mi sangre se tense
Ella toca mi sexo y mi corazón asalta mi pecho.
Ella es el huracán y el silencio de la noche
La brisa que se cuela en mi ventana
La selva húmeda para caminar
La lluvia que recorre mis espaldas.
Esa es ella, y ella lo sabe…
V
Marco dudaba del tiempo compartido con ella, en tierra de extraños y de narcos, café y vallenato, de la faena de la noche anterior. Despertó y la vio a su lado, entre sábanas blancas, dormida, agotada, plena, suya, y dijo —“Es cierto, ella me cautivó”.
VI
Ella descansaba son sus piernas dobladas sobre la alfombra… desnuda, mujer completa y conquistada, le narraba las mejores sensaciones de placer que Marco inspiraba y provocaba en ella.
Él clavaba sus ojos en ella, quería detener el tiempo y abrazarla por horas. Y se dijo para sí—“Quiero tenerte siempre”
FIN
Por, Alex Bonilla
Reseña del Autor
Alex Bonilla, es realmente Mario Fernández, amante de la literatura e imperfecto escritor de poesía.