(Bogotá D.C, Colombia)
Crónica: Olugna
Fotografías: Goat Running
Fue concebido en 1998 bajo la promesa de Enrique Peñalosa de cambiar la cara del centro de Bogotá. Era un proyecto ambicioso y ―por supuesto― costoso, que buscaba maquillar el rostro de la decadencia por uno más amistoso que no causara indignación, que supiera disfrazar las cruentas imágenes del narcotráfico, la violencia y otros demonios que, desde la década de los 80, se habían tomado como propio el territorio bautizado como El Cartucho, sector alejado del control de las autoridades y ajeno a los intereses de los gobiernos nacional y distrital que, a unas pocas cuadras, tenían sus imponentes edificios.
Son las dos de la tarde de un sábado que romperá el bullicio de un sector aglutinado de comercios y transeúntes con las estridencias más duras del rock. Al frente de la tarima, ubicada muy cerca de la entrada del Parque Tercer Milenio, han llegado los primeros asistentes. Su atuendo los delata, viejos o no, están allí con un propósito, disfrutar de un evento que busca resignificar el centro de la ciudad: Festival Candelaria Rock, segunda versión. Muchos de ellos ignoran ―o prefirieren no acordarse― que debajo de su suelo, fue sepultado el hedor que dejó El Cartucho en sus peores años.
En breves instantes, Ojo Camaleón, abrirá el escenario de otra jornada dedicada a los sonidos extremos del rock, que a lo largo del año se apropian de los espacios públicos de Bogotá para hacer sentir la fuerza de su rugido, en esta ocasión, en el gran parque que fuera construido sobre los escombros de uno de los sectores más peligrosos del continente.
Ojo Camaleón es una agrupación de rock alternativo formada en 2018. Su propuesta es diversa, su identidad es la respuesta a la inquietud de experimentar diversas expresiones y épocas musicales en un solo cuerpo. Es una banda que se adapta, que muta sus colores sin perder la esencia que ha proyectado en su corta trayectoria. Su participación en Candelaria Rock, rompe con la férrea estructura de los festivales públicos de la ciudad que son invadidos por el metal.
A través de su sonido, recorre Latinoamérica y recoge las influencias heredadas de Caifanes, Pedro Aznar o Aterciopelados. Sus canciones, son reflexivas y se percibe en ellas la inconformidad que genera habitar en una sociedad indiferente. La respuesta del público, en su mayoría metalero, refleja el respeto hacia la propuesta de la agrupación pre-nominada a los Premios Grammy de 2019. Quizás, el movimiento de los sonidos duros, al igual que Ojo Camaleón, está cambiando su piel para dejar atrás el radicalismo desgastado y nostálgico de los más viejos.
Desde la inauguración del Parque Tercer Milenio han pasado 26 años. A juicio de los distraídos, Peñalosa, logró su objetivo inicial; sin embargo, la construcción del proyecto, solo desplazó los demonios que prometió derrotar hacia otras zonas de la ciudad. En las noticias pesó más el efecto estético, que el destino que debieron tomar las personas que allí habitaban.
El punk ha sido y será un cronista callejero de la decadencia y en Bogotá ha encontrado un insumo inagotable para su ira desaforada. En la tarima se encuentra Los Denegados, segunda agrupación de Festival Candelaria Rock. Sus canciones, viscerales, violentas e intensas, desatan los primeros pogos de la jornada; su sonido, rinde culto a las influencias heredadas de los primeros exponentes del género.
Es una banda joven que ha elegido extender el camino que ha recorrido el punk en la ciudad. Quizás, una gran parte de los asistentes no conozca mucho de Los Denegados; pero su respuesta a cada una de las canciones interpretadas en tarima, permite pensar que algunos de ellos se convertirán en sus seguidores.
El Parque Tercer Milenio vistió de verde la memoria de un sector que, en últimas, «Era el espejo donde la ciudad veía la suciedad del centro versus la limpieza de la periferia; donde se veían las “malas costumbres” de los otros versus las prácticas del buen ciudadano del nosotros» (Ángela M. Robledo y Patricia Rodríguez)[1]; maquilló los vestigios del desastre del establecimiento y puso color a la podredumbre política; pero fue incapaz de dar respuestas sólidas efectivas a las necesidades del sector.
12 mil personas fueron desplazadas de El Cartucho y la inversión para la construcción superó los 115 mil millones de pesos. Su intervención estuvo atravesada por la expropiación de predios pagados por el distrito a precios irrisorios, se vio permeada por intereses políticos y económicos que primaron sobre el bienestar de sus habitantes ―mucho de ellos recicladores― y al final dejó al descubierto que, detrás de su renovación, se ocultaban otro tipo de intereses.
Al igual que el punk, el metal, se aferró a las calles de la ciudad como otro habitante de la capital. También ha sido protagonista de los sonidos extremos y, en la mayoría de festivales públicos, es un invitado infaltable. Candelaria Rock, festival organizado por la Mesa de Rock de La Candelaria, así lo ratifica con la presencia de Aelternal Nox, agrupación que camina por el asfalto denso del black death.
La energía desatada en los pogos originados por Los Denegados, encuentra descanso en los sonidos espesos de la agrupación bogotana. Sus canciones, toman como influencia diversas vertientes literarias para el desarrollo de sus letras; su música, hace uso de riffs melódicos extensos que recrean atmósferas densas, que dan cuenta de la complejidad de su sonido y evidencian la trayectoria que antecede a cada uno de sus integrantes.
Con el Parque Tercer Milenio, también, se extinguió la memoria de un sector que dibujaba otro rostro de la ciudad, uno distante a esa metrópoli gomela digna de ser exhibida a nivel internacional por los alcaldes del turno. Era más fácil desaparecer El Cartucho, que intervenir el problema del raíz. No obstante, el desarrollo del megaproyecto, alcanzó reconocimiento adentro y fuera del país; entre otros, en la XVI Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito 2008, donde obtuvo el segundo lugar en la categoría ‘Arquitectura Paisajística’.
El thrash metal, violento y desaforado, es otro relator de la precariedad de la sociedad. Su presencia en la ciudad siempre ha sido necesaria, su protagonismo en el Festival Candelaria Rock, comprueba el impacto que tiene entre sus seguidores ―los de antes y los de ahora―, y la fuerza con la que se enfrenta de manera simbólica a la política, a la autoridad y a los vejámenes que son cometidos sobre el territorio.
Aire Como Plomo, penúltima agrupación de la jornada, enciende los ánimos de los asistentes desde el primer instante. Su sonido se extiende sobre el Parque Tercer Milenio y desata pogos intensos. Sus letras machacan la realidad absurda de Latinoamérica y construyen retratos crudos de esos episodios vergonzantes que se pierden en la memoria colectiva.
Es una agrupación imponente, su sonido toma diversas influencias y experimenta con diferentes posibilidades que nutren una propuesta musical difícil de clasificar. La fuerza de sus canciones confronta, desafía y encara a la autoridad.
La maquinaria política ha logrado reconfigurar y resignificar los territorios. Lo ha hecho de maneras infames y absurdas. Cobijada por la extensa sombra del desarrollo y el progreso, ha escrito la historia oficial de la ciudad; una más amena y más cercana a la visión cosmopolita que han vendido diferentes alcaldes a los habitantes de Bogotá.
No obstante, en los anaqueles de las bibliotecas, en las memorias de los procesos comunitarios o en las canciones envenenadas del metal, se han reivindicado esos relatos ―quizás― menos amenos, pero más fieles a la realidad de los sectores populares, a sus barrios, a su gente.
En la tarima, preparada a cerrar la segunda versión de Festival Candelaria Rock, una de las agrupaciones colombianas con mayor proyección internacional: Perpetual Warfare. Observar la reacción del público, permite comprender que el metal, más allá de sus sonidos estridentes, es una expresión que surge de los barrios y se alimenta de la realidad que circunda los parques; que el thrash se mantendrá vigente, para descargar su furia en contra de la perversión política, religiosa y social.
Sus líricas, enfadadas y directas, escupen la toxicidad de la sociedad en cada una de sus líneas; su sonido, conserva el origen del género que vistió de virtuosismo y de riffs al punk. Su puesta en escena, es el reflejo lógico de 18 años de trayectoria ininterrumpida y la muestra del compromiso de sus integrantes con su proyecto musical; los pogos y la euforia del público, la recompensa a la agrupación que abrirá tarima a Megadeth en el mes de abril.
Hasta aquí, las memorias de una jornada musical que tomó la resignificación del centro de la ciudad, como una premisa para comprobar que el rock y sus sonidos más duros, han estado presentes ―y lo seguirán estando― para relatar las historias que los grandes medios se niegan a mostrar; para no dejar en el olvido los episodios más cruentos de la historia de Colombia.
[1] Robledo Ángela María y Patricia Rodríguez. 2008. Emergencia del sujeto excluido, aproximación generalizada a la no-ciudad en Bogotá. Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá