(Bogotá D.C., Colombia)
Fotografía: ‘Goat Running’
Crónica: Olugna
Su grandeza no se define por su tamaño, sino por las memorias que fueron escritas sobre su suelo. El monumento que se alza en medio del parque, es un culto a la vida puesta como sacrificio para alcanzar la victoria y abrazar la independencia; un homenaje a la muerte que define el destino de aquellos que desenfundaron sus espadas para defender la libertad. La danza sincrónica de las cinco columnas de agua que se alzan en la fuente, contrasta con los pasos dispersos de los transeúntes desprevenidos que lo atraviesan y con los vendedores ambulantes que lo rodean con su galería de “pulgas”, algunas de ellas, piezas antiguas maltratadas por el tiempo, pero conservadas como reliquias que viajaron del pasado hasta aquí.
Son las doce del mediodía. La tarima ubicada entre la fuente y el monumento al ‘Hombre de las Leyes’, rompe con la rutina desordenada de un lugar emblemático que ha sido observador silencioso de la historia de Bogotá y un testigo omnisciente de la discusión pública. Es un viernes más en el Parque Santander; pero un día definitivo para Damas de Hierro, festival que debuta bajo una premisa: «visibilizar el liderazgo y el empoderamiento de las mujeres en espacios de carácter público y culturales».
A diferencia de otros escenarios, Damas de Hierro, no dispuso de barreras que buscan filtrar el acceso del público; es un espacio abierto que se tomará como propio el lugar que antes de la independencia fuera conocido como la Plaza de las Hierbas. Es un festival que nace, también, con el propósito de integrar diferentes expresiones artísticas lideradas y conformadas por mujeres. En esta primera versión, la poesía, el hip hop y los sonidos extremos, pisarán la misma tarima.
Organizado por Yimark en colaboración con Techo de Cristal y Muchosidad, el festival, realizará la versión 1.0 de una iniciativa que busca dejar su huella en el territorio y sembrar la semilla de un proceso en el que sus protagonistas son mujeres; el tejido polifónico, una premisa; la reivindicación femenina, un horizonte.
Son las dos de la tarde. La producción del festival es un reto para Yimark, quien lleva sobre su espalda, el peso de la realización de una jornada cultural en la que intervienen diversos factores: logística, artistas, emprendimientos y público. Sin embargo, más allá de los tropiezos, la tarima espera la primera intervención, en este caso, a cargo de Mercedes Vivas Benítez, artista de las letras invitada.
Acompañada por un músico, la voz de Mercedes, se impone sobre las voces dispersas en el parque. El fragmento de una canción, marca el inicio de un performance cargado de metáforas, simbolismos y resistencia social que se enfrenta al establecimiento y desafía al poder con frases punzantes permeadas de realidad, de dignidad popular: «Juguemos en el bosque mientras el lobo está», ronda infantil compuesta por la escritora mexicana Mónica Berna, es el punto de partida para el primer poema, ‘Rondas del Lobo’.
A diferencia de la ronda original, la creación de la poetisa bogotana, se desarrolla alrededor de la violencia que se ha extendido en el territorio colombiano. En el escenario, las líneas de una poesía que se manifiesta con fuerza: «La sal del llanto campesino, el destello de la belleza en semilla, la sangre benévola del esperanzado»; en el público, un coro que se repite al unísono. Mercedes, una mujer de acero que ha convertido el dolor que provoca la muerte y el desarraigo del conflicto, en un grito furioso que se desgarra en cada verso. Sobre el suelo del Parque Santander, una bandera ―símbolo de la guerra desigual que somete a Palestina―, es pisoteada por el público: la huella de la resistencia, guiada por la furia de la palabra.
Han pasado, quizás, 30 minutos. El turno, ahora, es para las melodías de la guitarra eléctrica de Vivi Orbes, artista bogotana que hizo de la música un camino y de las seis cuerdas una pasión. Es una chica joven, antecedida por una trayectoria que supera los 15 años, que interpreta canciones que definieron el sonido del hard rock y el heavy metal en décadas anteriores. En la tarima, los riffs virtuosos de otra mujer de hierro son acompañados por los instrumentos imaginarios del público.
Metallica, Iron Maiden, Judas Priest, entre otras agrupaciones icónicas, son las encargadas de abrirle espacio a los sonidos duros en el festival. Viviana, detrás de su guitarra, recorre los pasos que hicieron del rock pesado un símbolo de identidad para las generaciones que encontraron en él, un motivo, una forma de vida, un legado ―si se quiere― eterno.
Es un festival abierto que da la oportunidad de reparar en aquellos aspectos que pasan desapercibidos en medio de la cotidianidad: vendedores informales rebuscándose la vida, curiosos que se detienen ante cualquier aglomeración, habitantes de calle que contrastan con el mensaje de amor que sostiene la iglesia y con el discurso de igualdad que gana elecciones, artistas callejeros que toman la calle como escenario y chicos haciendo piruetas en sus patinetas; todos y otros tantos trazos de realidades, reunidos en un mismo parque, dibujando un retrato asimétrico de la ciudad.
En la tarima, la reivindicación de las mujeres que fueron quemadas en la Edad Media, en esta ocasión, a través de los sonidos agudos del heavy metal. Aquelarre, proyecto fundado por Evelyn Parrado y conformado por Angie Gómez, Lizeth Moya, Camila Sandoval y Alejandra Gordillo, es la tercera agrupación de la tarde. Hoy no está Alejandra, en su reemplazo se encuentra Antony, baterista invitado.
Son mujeres talentosas que se han formado en la academia; jóvenes artistas que, desde sus respectivos instrumentos, forman una identidad sonora que rinde homenaje a los años dorados del rock, pero que también tiene la capacidad de crear sus propias piezas musicales. El repertorio preparado para su presentación, incluye canciones de Bon Jovi, Stratovarius, Rata Blanca, Kraken, entre otros; un bocado que despierta la inquietud de conocer más de Aquelarre, de sus integrantes y de sus composiciones.
«Camino a otra batalla, nada me hará temblar. Con fuerza mi arma empuño, ¿quién osará pelear?»
‘CORAZÓN GUERRERO’ (AQUELARRE)
Bogotá, entre sus aciertos y precariedades, nunca ha cerrado sus puertas al forastero. Así ha sido con sus habitantes, también con las manifestaciones culturales que buscan en la capital un espacio, una oportunidad. Esta primera edición del festival, al igual que otras iniciativas que se apropian de los espacios públicos, es una vitrina para artistas emergentes, un escenario que fortalece el tejido social y un lugar que permite el encuentro de diferentes expresiones artísticas. Son las cuatro de la tarde, el heavy metal cede el paso a las rimas enfadadas del rap.
Zafiro Lux es rola, es joven, es rapera. Su voz es un arma que dispara proyectiles de realidad; sus canciones, el arsenal con el que deja un mensaje que busca trascender. Su proyecto inició en 2019, pero detrás de él, se extiende una trayectoria que supera los 14 años y le ha permitido involucrase en diferentes procesos locales en Suba.
El rap, al igual que el metal, ha sabido retratar, definir e interpretar el barrio; también, ha sufrido la estigmatización y el rechazo por no ser políticamente correcto. No obstante, en cada bus, en cada esquina, en cada tarima que un artista de rap pisa, se narra un trozo de ciudad, un fragmento de realidad. Zafiro Lux, en su corta intervención, da cuenta de la trayectoria que la precede.
Se aproxima el final de la tarde y el cierre de la jornada. Quedan dos agrupaciones de sonidos extremos y estridentes del rock; la primera de ellas, El Martillo de las Brujas, proyecto de reciente formación que es antecedido por la experiencia de cada una de sus integrantes: Catalina Cifuentes, en la voz; Jeimmy Herrera, en la guitarra; Carolina Fiallo, en el bajo y Horwath, detrás de la batería.
Desde la primera canción, el eco de El Martillo de las Brujas retumba en la tarima. Sus canciones no dan tiempo para tomar un descanso. Su sonido denso, influenciado por el death metal, se extiende a lo largo del Parque Santander; en pocos minutos, la agrupación bogotana creada en 2022, contagia al público con la fuerza de la voz gutural de Catalina y con la potencia interpretativa de sus compañeras.
«Centuries of hidden evil in the letters of inquisitors. Ashes of a pagan life when the sun goes down»
‘CENTURIES OF HIDDEN EVIL’ (EL MARTILLO DE LAS BRUJAS)
El Martillo de las Brujas, es una promesa que se honra con cada una de sus canciones. Sus líricas son envenenadas y directas; su sonido, la proyección de la ira acumulada que necesita salir para reivindicar la memoria de aquellas mujeres que han sido señaladas, perseguidas y ultrajadas; una respuesta ―necesaria y urgente― que se enfrenta a la doble moral de la sociedad y a las ideologías que han puesto al hombre en una condición superior.
Queda un poco menos de una hora. Es el turno para una agrupación femenina de punk y thrash metal que nació en 2005 bajo la premisa de ofrecer otra mirada de lo no binario, superar las ficciones sesgadas del heteropatriarcado y rechazar cualquier manifestación fascista que extienda el mensaje de odio promulgado por el establecimiento. Su nombre es Sin Pudor, como también lo es su sonido y sus canciones.
La trayectoria de Sin Pudor se manifiesta a través de una puesta en escena que se apodera del escenario. Sus canciones no conocen filtro, su sonido ―agresivo por naturaleza― es la conjunción de las dos expresiones más crudas y viscerales del rock; la combinación de dos identidades que toman como insumo la cotidianidad, para crear composiciones vertiginosas que necesitan del pogo para desahogarse.
Jessica Morales, en la voz; Paola Camelo, en la guitarra; March Morales, en la batería; junto a Yimark ―creadora del festival―, en el bajo, recorren un repertorio en el que ningún monumento enfermo de la sociedad queda en pie; un breve resumen de una historia musical en la que sus integrantes, mujeres férreas, han sabido dejar una huella que ha hecho de Sin Pudor, una agrupación representativa de la escena distrital de los sonidos extremos.
«El circo miserable llega a término, Un asesino en hombros es ahora un dios»
‘CIRCO MISERABLE’ (SIN PUDOR)
Son las ocho de la noche. Hace dos horas finalizó la primera versión de Damas de Hierro; el propósito fundamental del festival se cumplió: visibilizar la fuerza de la mujer en el movimiento cultural y artístico de la ciudad. La semilla quedó sembrada.
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