Por, Olugna
La cumbia colombiana llegaría a México por un músico que fuera definido por el escritor Carlos Monsiváis como el ‘Acordeonista de Hamelín’, atribuyéndole, de esta manera, un poder pacificador tan grande a la música de Celso Piña, que era capaz de calmar la rivalidad entre pandillas rivales cuando una de sus canciones sonaba.
Los ‘cholombianos’, entonces, se tomaron los antros de la ciudad de Monterrey dejándose llevar por el sonido cadencioso del acordeón, el güiro, el bajo y la percusión, para rendirle tributo ―quizás, sin saberlo― a una danza ancestral que nació en la época de la colonia a dos mil millas de distancia en Cartagena de Indias. No era su culpa, estos jóvenes habían sido contagiados por el embrujo de un ritmo que Totó la Momposina definiera como binario y de sencilla interpretación; mismo que hizo como propios los territorios de Suramérica que pisó, adaptándose a sus culturas, modos y costumbres.
Eran los años 70. Mientras una parte de la sociedad, a lo largo del continente, se atrevía a explorar los sonidos foráneos del rock ‘n’ roll; otra, encontraba en los ritmos latinos, un punto de encuentro, de baile y de seducción. Aunque separados por sus preferencias musicales, ambos grupos sufrieron el estigma impuesto por los sectores conservadores que se negaban a admitir cualquier manifestación que desafiará la tradición propia de cada nación. En el caso de México, las esferas oficiales, señalaron a los seguidores de la cumbia, como cholos rebeldes y bravucones que convertían cada fiesta en una pelea callejera. Tampoco era su culpa, el mundo se enfrentaba a la convulsión de una década definitiva en la historia de la humanidad y el miedo era más fuerte que la libertad.
Celso Piña falleció el 21 de agosto de 2019, pero la muerte fue incapaz de llevarse consigo el inmenso legado que dejó. Su impacto en la cultura del continente, cruzó fronteras y desafió los rígidos estándares de la industria musical; su herencia artística, guarda un fragmento de la extensa historia que la cumbia ha escrito desde su origen; la vida del hombre que puso a bailar a Gabriel García Márquez con el sonido de su acordeón, es y será motivo de tributo.
Francis Carolina, artista venezolana radicada en Colombia, rinde tributo a la herencia ancestral de la cumbia y a la memoria de Celso Piña a través de ‘El Porro Magangueleño’, una de las composiciones más representativas del folclor latinoamericano. No es casualidad, por sus venas corre una pasión que la lleva a aferrarse a sus raíces culturales como un símbolo de identidad.
Inspirado en Magangué, municipio ubicado en el departamento de Bolívar, ‘El Porro Magangueleño’, recoge la esencia de las gaitas, trombones, clarinetes, bombos, redoblantes y platillos; es una combinación de vientos y percusiones que proyectan alegría y crean una atmósfera Caribe que se transmite a través del movimiento y la danza. Es una composición de melodías contagiosas; un canto juglar, cuyas breves líneas, narran la conexión de los pueblos con el amor, el territorio, el baile y la muerte.
En la versión de Francis Carolina, han sido invitados beats, sonidos electrónicos y otros elementos creativos que le dan un nuevo aire a la canción que fuera escrita por un mexicano en honor al porro colombiano; es un tributo respetuoso que busca extender la huella de los ritmos tradicionales a las nuevas generaciones; es, también, un canto a esa memoria que no está extinta, pero que muy pocas veces es recordada.
La pieza audiovisual que acompaña a ‘El Porro Magangueleño’, en el tributo que realiza la cantautora nacida en Valle de la Pascua, hace uso de lo simbólico y lo metafórico, para retratar el poder transformador y sanador de la música; reivindicar esas pasiones del ser humano que, muchas veces, se ahogan en la frialdad de la rutina e inspirar a quien la escuche a perseguir sus sueños, romper los moldes y encontrar en el arte, la libertad de sus emociones y la plenitud espiritual.
Actuado por Francis Carolina, el video oficial de esta nueva versión, narra la angustia a la que se ve enfrentada una persona, cuyos sueños permanecen encerrados en un cajón de escritorio. Es una historia sencilla que se torna mágica a medida que la protagonista se deja contagiar por el ritmo cadencioso de los tambores y los vientos.
―La música es un ente transformador de vidas que nos lleva a estados de bienestar y nos deja una inquietud: hay que vencer los miedos y ser valientes para poder ser libres―. Afirma Francis Carolina.
Atrapada en una oficina ―escenario en que muchos sueños han perecido antes de volverse realidad―, Francis Carolina, siente un llamado ancestral que le sube por la cabeza y le baja por los sentidos. Es el coqueteo de un ritmo tradicional que le recuerda que es portadora de un legado que debe extenderse; es, simplemente, el llamado de ‘El Porro Magangueleño’.
Es un instante mágico que la envuelve en una atmósfera que rompe con la rutina; un viaje sensitivo hacia un lugar rodeado de naturaleza, de colores brillantes, de cielo despejado. Es el poder transformador de la música; una inyección de adrenalina que se riega por su cuerpo, que se extiende a través de las emociones que responden a la voz de Francis Carolina, quien interpreta la letra de una canción icónica del continente.
No podría ser de otra manera. La vida de la cantautora, desde muy niña, ha sido permeada por la música, la tradición y la rebeldía. Conversar con Francis Carolina, es abrir un cofre de incontables anécdotas alrededor del arte, la cultura y la ancestralidad; además, es descubrir cómo el folclor ha sido esa herencia que le permitió dibujar un horizonte al que se acerca con cada lanzamiento.
―He trabajado mucho en quien soy, en conocer mi herencia ancestral y en construir mi legado. En este proceso he encontrado lazos culturales muy fuertes explorando este género―. Agrega la cantautora.
Antecedido por ‘El Pescador’, cumbia escrita originalmente por José Barros, ‘El Porro Magangueleño’, es la continuación de un camino que inició con los tributos que realizó a artistas del folclor llanero y que, más adelante, la llevaría a los ritmos tradicionales del norte de Colombia, para también rendirles un sentido homenaje a través de la fusión con sonidos modernos, extendiendo, de esta manera, el legado ancestral del que es portadora.
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