(Guayaquil, Ecuador)
Por, Olugna
A su alrededor todo es brillante, confuso y mágico. La realidad ―al menos como la concebimos― parece esquiva a toda lógica. Es un mundo diferente, algunas de sus formas son etéreas; los elementos ―seres vivos e inanimados― que forman parte de él, han sido ubicados en una suerte de orden aleatorio que contradice la naturaleza tal cual la conocemos.
Sin embargo, la transfiguración que es mostrada en el video de ‘Ícaro’, abre las posibilidades de crear un universo individual, donde todo es posible y donde cada quien puede caminar tras esa estrella gigante de color azul que se muestra inalcanzable; pero, que ilumina el sendero sobre el cual dejaremos las huellas de nuestros pasos. Ese es uno de los mensajes que es posible extraer del sencillo más reciente de Carlos Bohórquez, artista ecuatoriano que se ha proyectado bajo el nombre de Moshiko.
«Pese a su brillo, su luz ha tardado 9 mil millones de años en alcanzar la Tierra», escribió Sarah Gibbens para National Geographic en abril de 2018. La editora, además, señaló que es mucho más grande que el sol y mucho más brillante.
Ícaro, la inmensa estrella descubierta Patrick Kelly y su equipo de astrónomos, se revelaba, entonces, como otro misterio que el universo había sabido mantener oculto. Un descubrimiento definitivo para la ciencia, que pasó desapercibido entre los escandalosos, faranduleros y vacíos titulares de los noticieros, pero que comprobaba ―aún más― que solo somos un diminuto grano, tratando de habitar un planeta perdido en medio de un espacio infinito.
La sinfonía creada por Moshiko en ‘Icaro’ es psicodélica y abstracta; esconde, además, entre las líneas de su letra y los elementos que forman parte de la canción, un cuestionamiento que escapa a la comprensión humana: la fugacidad de la vida, nuestra presencia en ese universo inmenso y el rol que hemos decidido ―o nos ha sido obligado― ejercer durante nuestro paso por la existencia: «En la madrugada de la estrella, somos luces en la nada. Ven acá, más cerca, y mira: no digas nada y mueve las nubes».
«’Ícaro‘ nació en una madrugada cuando en plena pandemia fuimos con 6 amigos a caminar por las afueras Guayaquil). La noche estaba algo nublada y alguien dijo que podíamos mover las nubes con la mente». Explica Moshiko. «Después de intentarlo un rato, las nubes se movieron y ver las estrellas me hizo feliz»
La composición que invita a mover las nubes con nuestra mente, nutre su concepto en cada una de las expresiones que forman parte de ella: un sonido que, en la fusión de synth pop y los riffs de guitarra, proyecta la identidad que Moshiko ha mostrado en su trabajo musical; una lírica, sencilla y corta, que logra extenderse en los cuestionamientos que deja abiertos; y un video donde el artista hace de la tecnología, el pincel que plasma ese universo de ideas que con las que concibe sus canciones.
Luego de repasar las tres primeras canciones (‘Toz’, ‘El camino de Narciso’ e ‘Ícaro’), que serán incluidas de su disco debut, se puede establecer una conexión ―intencional o casual― entre ellas: escarbar en la vida misma para cuestionarnos, precisamente, qué estamos haciendo con ella, para motivarnos a perseguir esa nuestra gran estrella azul.
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