(Popayán, Cauca, Colombia)
Por, Jorge Alberto López Guzmán
I
Desde la gestación y poblamiento del ser humano en el planeta tierra, este se ha ido desarrollando físicamente y cognitivamente para poder adaptarse al mundo y lo más difícil, comprenderlo. Es así como empezó a nacer la razón como instrumento de entendimiento y con ella la capacidad de abstracción, con ella el ser humano entabla la tarea de determinar su contexto y determinarse a sí mismo, reduciendo el mundo y su contenido a etiquetas y significados que le permitieran conocer y entre más conocía, más nombraba y a lo que no le podía dar una explicación, se la inventaba.
Esa comprensión del mundo determinó un egocentrismo en la especie humana volviéndolo arrogante y orgulloso, haciéndolo considerar superior a todo lo existente, haciendo que la razón sea la justificación para despreciar, asesinar, estigmatizar, arruinar y amar. De esta manera, el ser humano empezó su proceso de apropiación del mundo, de su alrededor y de todo lo que a su parecer, fuera inferior a él.
Este proceso de superioridad del ser humano tuvo su desarrollo y evolución a tal punto que dentro de los grandes “descubrimientos” y colonizaciones europeas se establecieron líneas geográficas de un conocimiento sexista y racista en donde los hombres blancos, europeos y heterosexuales eran los únicos con potestad de pensar, de razonar, de crear conocimiento, de conocer al otro para dominarlo, invisibilizarlo y desapropiarlo de sí mismo.
Ese es nuestro mundo…
II
Estamos alienados por un mundo de miseria y de desdicha, donde pienso y no creo, donde habito y no vivo, donde estoy y no existo, donde quiero y no puedo. Ese mundo sin sentido, sin razón y sin amor, donde todo vale, pero nada sirve, donde todo es, pero nada está. Ese mundo que yo quiero, pero él no me quiere, ese mundo decadente, arruinado, inconforme, donde grito y no me escuchan, donde corro y no me ven, donde habito en soledad. Ese mundo formado por seres sin alma, en un lugar sin espíritu, donde todo agoniza y muere.
Qué inhumano ver un niño aguantando hambre, qué atroz ver una mujer con golpes en su cuerpo, qué cruel ver un hombre absorbido por una adicción, qué desalmado recorrer la miseria con los ojos cerrados, qué insensible transitar la pobreza con las manos en los bolsillos, qué inexorable circular la violencia con la mente cegada.
Qué júbilo ver sonreír un infante, una joven o un anciano con la ayuda de otro.
III
Este es el mundo en el que vamos crear, renovar y fundar, destruyendo, eliminado y derrocando, e instauraremos un mundo de amor y sin rencor, de pasión y sin aversión, ese mundo que queremos y que vamos a poseer, ese mundo del mañana, del hoy, del ya.
Concibamos un mundo donde la vergüenza sea extraña, donde la mentira sea amable, donde el egoísmo sea tímido, donde la humildad sea eufórica y donde la venganza sea cordial. Creemos una orbe donde la cobardía sea valiente, donde el temor sea indulgente, donde la envidia sea clemente, donde el rencor sea compasivo y donde el odio sea etéreo. Instauremos un universo donde los individuos corramos sin restricciones, gritemos sin limitaciones, nos alegremos sin impedimento y ayudemos sin prohibiciones.
Qué mundo, qué orbe, qué universo, excelsos, sublimes y eminentes, ocasionemos desazones de amor, insurrecciones de adhesión, sublevaciones pasión y revoluciones de afecto.
Mi mundo, tu mundo, nuestro mundo…