“Aunque la visera de su cachucha impide ver claramente sus ojos, se intuye que tiene su mirada perdida sobre el piso. Además, las manos entrecruzadas sobre sus muslos reflejan un estado de reflexión” –
Pulzo, (26 de abril de 2019).
Con ocasión de las manifestaciones del pasado 25 de abril, Pulzo publicó un artículo cuyo objetivo principal fue resaltar la imagen de un policía que, supuestamente, se encontraba consternado por efecto de las protestas.
Cual si se tratará de un superhéroe que, cansado de la injusticia e incomprensión de la sociedad, decidió sentarse a contemplar cómo aquel mundo que decidió defender y proteger se desmoronaba frente a sus ojos sin que pudiera hacer algo por evitarlo.
La foto fue tomada de la cuenta del periodista Luis Carlos Vélez y replicada por el medio de comunicación con un título venenoso: La foto del policía triste que despierta la indignación por violencia en protestas, a continuación, el redactor de la nota describe en una prosa innecesaria, superflua y mediocre, lo que supuestamente estaba sintiendo el policía y abrió el primer párrafo con este lead: “El uniformado, cuyo semblante, entre acongojado, cansado y pensativo, fue captado y difundido a través de Twitter, y avivó una solidaridad viral.”
Tanto el título como el desarrollo de la nota están alejados de un ejercicio periodístico ético, responsable, ecuánime y cercano a la realidad. Solo es una tira de palabras puestas en perfecto orden, para despertar la solidaridad colectiva con el hombre vestido de verde sentado sobre un vano y, de esta manera, deslegitimar el sentido de las concentraciones presentadas en dicha jornada.
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“Aunque la visera de su cachucha impide ver claramente sus ojos, se intuye que tiene su mirada perdida sobre el piso. Además, las manos entrecruzadas sobre sus muslos reflejan un estado de reflexión.” Se lee en uno de los párrafos de la nota.
En ningún momento se identifica en la oda redactada por el periodista algún acercamiento a la fuente, ni un análisis estricto del contexto de la situación, solo una descarga emocional alrededor del patrullero: “El cuadro, sin saber exactamente en qué está pensando el policía, en todo caso, resulta desolador”. Y agrega: “Refleja, de alguna manera, al país, y a la idea de autoridad que existe en él.”
Por último, finaliza con la imagen tomada de la cuenta de Twitter del periodista Vélez, quien publicó la misma fotografía con el siguiente mensaje: Lo peor es que lamentablemente estoy seguro que esta foto recibirá más insultos que indignación.
La imagen en efecto se hizo viral, movió las fibras emocionales de aquellos ciudadanos “de bien” que se sintieron conmovidos ante el semblante del hombre plasmado en la fotografía y logró despertar su indignación en contra de los manifestantes. Pero, en ningún momento, ni Vélez, ni el redactor del artículo mencionaron las causas de las protestas, ni ofrecieron al lector un análisis de la situación. Quizás, tienen claro que somos individuos pusilánimes, incapaces de razonar, analizar e investigar, que nos guiamos por las primeras impresiones y que necesitamos que nos digan qué y cómo pensar.
Entre las causas que han quedado por fuera del análisis está el rechazo hacia el Plan Nacional de Desarrollo, en el cual, según declaraciones entregadas por Nelson Alarcón, presidente de la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación – FECODE, se atenta contra de la libertad de cátedra y la autonomía de los maestros escolares. Señala Diana Vanessa Cabrera, asesora Estrategia de Educación Ciudadana de la corporación Viva la Ciudadanía, en su artículo Educación no como derecho en el Plan Nacional de Desarrollo, que “El enfoque educativo en el PND no responde a entender y atender la educación como un derecho y un servicio público con función social, como lo plantea la Constitución Política de Colombia en su artículo 67”.
Toda decisión que se tome desde el gobierno siempre estará sujeta a debate, ese es el verdadero sentido de una democracia participativa, ¿Entonces por qué no facilitar desde el poder la creación de espacios para que estas discusiones puedan llevarse a cabo, sin necesidad de acudir a las vías de hecho? Ese desinterés constante por parte del actual gobierno es uno de los detonantes primarios para que los sectores excluidos busquen bloquear vías, realizar paros y acudir a otras medidas para que sean escuchados.
“Es que los mamertos joden por todo”, se lee constantemente en redes sociales. Sin entrar a resolver el término descalificativo, es importante aclarar que el ejercicio de la oposición es precisamente ese: velar para que todos los sectores y sus objeciones sean tenidos en cuenta en el momento de presentar un documento tan importante como un plan de desarrollo. No es para menos, estamos hablando del futuro de un país durante los próximos cuatro años.
Otros de los factores que suscitaron las protestas fueron las exigencias de que el Gobierno implemente acciones concretas que propendan por el respeto al derecho a la vida de los profesores de diversas zonas del país, que han sido amenazados con ocasión de su labor y una gestión que permita el esclarecimiento de los asesinatos de líderes sociales, cuya cifra, de acuerdo con Luis Emil Sanabria, presidente de la Red Nacional de Iniciativas Ciudadanas por la Paz y contra la Guerra –Redepaz, solo en este año asciende a 49 y que desde el 2016 ya completa las 216 muertes por causas violentas.
Por supuesto, es lógico que en una jornada como la del pasado paro, coincidan otros sectores a los ya mencionados: estudiantes, sindicatos, comunidades, minorías, entre otros actores sociales. El descontento hacia el presente gobierno es general, más aún cuando es evidente su afán por derrumbar lo logrado en los Acuerdos de la Habana.
Por incomoda que resulte una movilización y por violenta que esta se convierta a causa de algunos manifestantes y –debe decirse también– de algunos miembros de la fuerza pública, que en más de una ocasión agreden sin justificación; no debe perderse de vista su esencia, sus motivaciones y sus exigencias.
La imagen “desoladora” de aquel hombre de verde, con su escudo y demás elementos al lado, además, logró que una buena parte de la opinión pública que se manifiesta en redes sociales, se inclinara a favor de la Policía Nacional de Colombia y enalteciera su labor, como si la misma fuese ética en todos los aspectos y situaciones. Atrás quedaron los atropellos de la autoridad con los vendedores ambulantes y cantantes callejeros, como también han quedado en el olvido su tendencia a la corrupción, su participación en actos delictivos y su complicidad o, por lo menos, permisividad, con los delincuentes comunes, sus escándalos por acoso sexual y su negligencia en general como institución.
Resulta descarado que la institución exija el respeto de los ciudadanos, cuando ella misma no es capaz de actuar de acuerdo con su vocación. Las denuncias no son aisladas y cada vez es más evidente el exceso de sus funciones, por ejemplo, en uno de los casos más recientes, en el que en un video se evidencia el atropello sobre el fotógrafo Juan Páez en el Portal Américas, en el que es llevado a un cuarto oscuro mientras pide auxilio.
En ningún momento, estos dos ejemplares del periodismo (Vélez y el redactor) y los demás medios y colegas que replicaron la fotografía, se han preguntado por las causas del irrespeto a la autoridad por parte de los ciudadanos. Tampoco se les ha visto con la misma descarga emocional cuando se ven en la obligación de denunciar algún hecho de abuso de autoridad por parte de un miembro de la policía y, mucho menos se les ha visto exigiendo sanciones y castigos para los policías infractores con la misma firmeza con la que lo hacen para los manifestantes agresores. Claro, bien saben que acá la indignación, igual que la justicia, es selectiva y que la culpa será de la víctima, siempre y cuando no sea una agente del Estado.
No es casualidad que los medios más grandes del país actúen a favor del gobierno y traten de criminalizar las protestas. Son antiéticos, irresponsables y arrodillados, pero no pendejos, bien saben que irse a favor de una corriente de oposición no es conveniente para una empresa que maneje y lidere opinión pública.
La censura ha sido un arma con la que este gobierno ha pretendido silenciar o criminalizar las voces disidentes. La despreocupación del presidente Duque por las manifestaciones ciudadanas es más que evidente, descarada e infame. Claro, sabe que mientras esté bajo el auspicio de su jefe político, su impunidad está garantizada porque gracias en gran parte a los medios de comunicación más fuertes, su gestión es aplaudida y los excesos de los miembros del ejército y de la policía están más que justificados.
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Si bien es cierto que debemos buscar nuevos escenarios de discusión en los que podamos diferir del otro sin necesidad de matarnos con él, también lo es, que eso no será posible mientras no haya una verdadera voluntad de diálogo y una intención sincera por escuchar las necesidades de las comunidades indígenas, estudiantes, docentes, trabajadores, campesinos y demás actores sociales.
La violencia hace mucho dejó de ser el camino, pero al tiempo el gobierno, los periodistas arrodillados y los ciudadanos “de bien” satanizan la protesta y la criminalizan; por otra parte, están acudiendo a ella para silenciar, desaparecer y controlar a la oposición, representada, no en Gustavo Petro, sino en todos aquellos que sin buscar réditos políticos se han comprometido con alguna causa.
Por ahora, sigamos exigiendo que los manifestantes reparen los daños causados a las fachadas, para que “ellos”, los de siempre, sigan robando, delinquiendo y desapareciendo personas a sus anchas.
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