(Envigado, Antioquia, Colombia)
Por, Esteban Carlos Mejía
Cantan. Bailan. Zapatean. Brincan de alegría. Por calles y avenidas elevan al viento sus cartelones, pancartas y banderas, la tricolor al revés, la arcoíris en alto. Aplauden. Gritan. Improvisan sus cánticos con inagotable frenesí. «¡Duque, pirobo, el pueblo no es tan bobo!», en donde “pirobo”, según el parlache de Medallo, equivale a “presumido, creído, cruel”. O remachan el ya legendario insulto: «¡Uribe, paraco, el pueblo está berraco!». Corean consignas de insólito humor, no las incomprensibles de mi azarosa juventud. Nada. «Ni césar, ni burgués, ni dios».
No se cansan. No hacen caso a las amenazas de ministritos patéticos ni a las balas del Esmad, sean de goma o sean de plomo. Son jóvenes, muchachas y muchachos de todos los estratos sociales. Marchan por kilómetros y kilómetros, las caras semicubiertas con mascarillas higiénicas, los ojos brillantes de indignación o esperanza, las manos inermes, es decir, sin armas. Son pacíficos. La inmensa mayoría. Obvio, hay gamberros, como en cualquier parte del mundo, una minoría que los ‘lambericas’ de los medios del Poder exaltan hasta las náuseas.
¿Qué quieren? Todo y un poco más. Los veo y pienso en Mayo del 68 en París: altivo, iconoclasta, irreverente, sin normas ni medidas. O recuerdo la rebeldía estudiantil de octubre del mismo año en Ciudad de México. Los de acá protestan contra el mal gobierno del frívolo Iván Duque. En apariencia. Porque en realidad se congregan contra el gestor y titiritero. Este paro es una revuelta popular contra el Innombrable.
Parodiando a Ronald Reagan, «uribista es el que cree en las ideas de Álvaro Uribe Vélez, antiuribista es el que las entiende». Doctrina nefasta para Colombia. Los tres huevitos podridos: la seguridad antidemocrática, la desconfianza inversionista y la cohesión antisocial. El Estado de Opinión. La justificación de las masacres por “una autoridad serena, firme y con sentido social”. Y ahora, “la revolución molecular disipada”, teoría conspiracionista, antisemita, homofóbica, presentada en las páginas de El Espectador por Carlos Enrique Moreno, el auténtico primer cuñado de la Nación, hermano de “doña” Lina Moreno de Uribe, santa filósofa del paupérrimo.
A mi manera de ver las cosas, Uribe es un subversivo de extrema derecha. A las patadas, desde luego. Va a una entrevista con Fernando del Rincón, de CNN en español y, cuando las preguntas lo incomodan, reprocha al periodista dizque por sus bravuconadas, él, Uribe, bravucón a diario en Twitter o en emisoras secuaces de sus delirios de libido imperandi. Además, reclama respeto, él, que no respeta ni a sus “hijitos”: a uno le hizo tragar su propio vómito de jugo de fresa y banano: ¡qué no le haría al otro! Tampoco dice mentiras, ni una en sus 68 años de edad. Ni unita. Ninguna mentira piadosa: más santurrón, hipócrita o falsario que el san Antoñito, de Tomás Carrasquilla, lectura muy recomendada para la mentada “doña”.
Como ya dije, la revuelta juvenil y popular de este nuevo Mayo del 68 no es sólo contra el pésimo gobierno de Duque sino fundamentalmente contra las políticas de un ser ruin, despreciable y de malos procederes. O sea, un canalla: Álvaro Uribe Vélez. Es mi opinión, duélale al que le dolió.
Rabito: «Matar liberales no es pecado». Su eminencia reverendísima monseñor Miguel Ángel Builes (1888-1971), obispo de Santa Rosa de Osos (Antioquia). En olor de santidad…
@EstebanCarlosM