(Bogotá D.C., Colombia)
Por, Ingrid Reyes
―María, la amo mucho―. le dije. Ella levantó la mirada y mirándome fijamente me respondió ―Siéntase correspondida.
Aproximadamente, nueve días después de esta declaración de amor hacia la bisabuela de mi hija, una hermosa mujer de cabello blanco quien, a sus 80 años, había cuidado de mi niña durante los primeros seis meses de vida, se iba al cielo a descansar.
Su ausencia se siente. Aún hay ojos llenos de lágrimas por sus recuerdos. Recuerdos llenos de amor y hasta de risas. Sí, de risas. Marujita, como le decían de cariño, siempre hacía un gesto o comentario en frío que causaba risas. Siempre elegante, sonriente, linda…
Marujita es de esas personas que te da duro perder. La razón, es porque su amor fue incondicional, porque su amor sí se sintió muy real. Porque, aunque no teníamos la misma sangre, te hacía sentir como de la familia.
En la sala de velación, me encontré con algunos familiares de María. Empezamos a hablar, cada uno contaba sus anécdotas y enseñanzas. Así como los comentarios graciosos que siempre ella tenía. No fue difícil ver el legado que ella dejó en las personas. Escuchar decir: «siempre que íbamos a donde María nos daba algo de comer ―ya fuera un café con pan― o nos decía: venga, ayúdeme a hacer el almuerzo porque se queda a almorzar». También escuché decir que a familiares que pasaban por alguna circunstancia, ella ―de manera generosa y sin titubear, siempre incondicional― estaba presente.
María me dejó un legado clave. Un legado no solo de amor, generosidad y respeto por el prójimo; sino también, el pensamiento del verdadero significado de la existencia: ser un buen ser humano.
En nuestras épocas nos impulsan a ser competitivos, a ser el mejor en el trabajo, a ser el que más gane económicamente o el que más tenga, a tener a la mejor hija o el mejor hijo. La influencia de la sociedad es a crear la vida perfecta; sin embargo, la realidad es que no hay perfección y pretender ser perfecto es algo desgastante. Aun así, se nos obliga a aparentar una vida que no es, con tal de encasillar en esta vacía sociedad.
Fue tanta gente al velorio, fueron tantos recuerdos e historias escuchadas de María que hoy solo puedo decir que su mayor legado realmente fue ser ella, ser libre. Esa libertad y amor generó un impacto real en cada persona que fue tocada por ella. Cada persona a su alrededor fue impactada por su luz, una luz real sin máscaras.
María, después de su ausencia, aún sigue dejando enseñanzas. Para mí, la más profunda, es que siempre valdrá la pena hacer lo correcto, que la vida se resume en la ley de la siembra y la cosecha. Que el éxito verdadero se consigue solo siendo una persona leal a uno mismo, a nuestros principios y que el éxito no llega de chepazo, llega por la toma de buenas decisiones.
María me recordó las sabias palabras de Nelson Mandela:
«Lo que cuenta en la vida no es el mero hecho de haber vivido. Son los cambios que hemos provocado en las vidas de los demás lo que determina el significado de la nuestra».
María, tu legado de amor y bondad se mantendrá vivo en mi corazón. El haberte conocido me hace entender que tu luz no se apagará porque tus enseñanzas procuraré tomar.
Poema en honor a María y a todos los colombianos que realmente buscamos ser luz:
Fiel
Cualquiera sea tu pluma
cualquiera sea su color
que nada calle
a tu buen corazón