(Barranquilla, Atlántico, Colombia)
Por, Jorge del Río
Me ha tomado de sorpresa la dulce melodía de la muerte.
La encontré de día, mientras que el atardecer amenazaba con oscurecer el paisaje ya grisáceo.
Queriendo descubrir la calma, visité el nuevo malecón de Barranquilla, Atlántico. Es un lugar que sin dudas posee un carácter de imposición de la ingeniería junto a la moderna estética costeña y ribereña del caribe colombiano. Mientras me acercaba hacia el río, la brisa reprochaba mi llegada, me exigía dar la vuelta. Mis deseos llegaron a la baranda que limita el rígido cemento con el agua inquietante; me encontraba inmerso en un paisaje escenográfico de calidades monocromáticas, y estando justo allí, pude hallar la desesperada melodía, quedé absorto de inmediato. Este oscuro sonido está familiarizado con la realidad oculta de Colombia, casi como una psicofonía o parafonía.
Fui receptor de los restos del ruido ametrallado que generó silencios alrededor de la Magdalena.
Comprendí que la muerte tiene voz, que no calla y que canta como el canto de los pájaros enjaulados.
Esta parafonía o sonido fónico, se crea gracias al viento que entra por los resquicios de las barandas metálicas creadas en tubería redonda, todo esto parece una instalación bien pensada, pero en realidad fue construida por accidente. Los ingenieros no contemplaron la posibilidad de crear o generar sonidos a través de este andamiaje metalúrgico.
Podría asegurar que este sería el aerófono más grande del mundo, pero no es un instrumento cualquiera, se trata de un ejemplar creado de manera inconsciente, aprovechado por el río y su condición climática, para ejercer el derecho de trasmitir un mensaje de muchas almas navegantes, que desean gritar, dar un mensaje y que a su vez sean escuchados.
¿Podríamos decir que es este un sonido de la muerte?, si así lo definiéramos, estaríamos presenciando una melancomelodía que transciende desde lo más entrañable del olvido.
¿Son sordos del alma, quienes no escuchan la melancomelodía de río Magdalena?
No puedo precisar que esto sea real, pero lo que llega a mis oídos, es una verdad contada, verdad negada y dividida, aquella de la que nadie quiere hablar y mucho menos escuchar. Recordemos que la muerte es ubicua, que se esconde en las sombras, pero que esta, es a su vez, revelada por la luz.
Encontré en el atardecer el susurro oscuro del silencio, de los silenciados, en medio de un paisaje ya grisáceo.