Por, Luis Carlos Velasco Morales – @Velitalc
Era la segunda semana de enero de 1989. Aquel jueves 12, Charlie* jugaba con la pista de carreras que había recibido en la Navidad pasada. Estaba enamorado de ella, todos los días la armaba y la desarmaba con tal cuidado que pudiese durarle toda la vida. Sin embargo, ese día todo cambiaría y su juguete que tanto cuidaba, dejaría de ser el centro de su vida.
Mientras disfrutaba su regalo en la terraza de la casa de la abuela, llegó su primo Daniel* de 15 años a jugar con él. Todo transcurría normal hasta que sin avisar, Daniel se abalanzó sobre Charlie de 6 años y lo tumbó sobre la pista de carros y de un solo movimiento le quitó la pantaloneta y su ropa interior. Sin medir palabra lo giró, dejando su cara contra el piso y con la misma ropa de Charlie le tapó la boca y no lo dejó gritar. Lo violó dos veces seguidas en esa misma tarde.
Esta escena se repetiría de diferentes maneras y espacios durante los 7 años siguientes y casi todos los días. Charlie no volvió a jugar con pistas de carros, Charlie no volvió a jugar. Charlie no volvió a ser el mismo.
Hoy en Colombia se conoce el escabroso hecho de la violación a una niña de 11 años perteneciente a la etnia Embera Katío en Risaralda, por parte de Juan Camilo Morales Poveda, Yair Stiven González, José Luis Holguín Pérez, Juan David Guaidi Ruiz, Óscar Eduardo Gil Alzate, Deyson Andrés Isaza Zapata y Luis Fernando Mangareth Hernández, siete soldados activos de la Octava Brigada del Ejército Nacional de Colombia.
El relato es macabro y atroz, la menor salió a las 5 de la tarde a recoger guayabas para un jugo pero no regresó. “La encontramos ahí en el potrero llorando, allá juntito a quebrada… la encontramos llorando, después salimos para la casa y como llegó a la casa se puso a llorar y dijo que iba a decir la verdad y dijo que a ella la habían violado varias personas, los soldados, entonces nosotros dijimos que íbamos a ir allá donde los soldados para que dijera la verdad y los pudiera reconocer y ella dijo que sí y cómo llegamos allá ella reconoció, los señaló de las nueve personas solo pudo reconocer tres personas”, narró Felicinda, su hermana mayor en entrevista con Vicky Dávila para Semana TV.
- Entrevista completa: El relato de la hermana de la niña indígena presuntamente violada por soldados.
Le taparon la boca y no la dejaron gritar. La secuestraron, la violaron, le mataron la niñez. Como a Charlie, como a ella, miles de niños y niñas son violados y torturados en Colombia dejando personitas lastimadas, vacías y tristes. De esos miles en su mayoría sobreviven, pero no todos logran superar los daños colaterales de la este acto tan miserable.
¿Cuántas víctimas más de este delito hay a lo largo y ancho del territorio nacional que por miedo a las represalias no denuncian? ¿Cuántos no denuncian porque saben que la justicia no aplica para todos? ¿Cuánto dolor debe haber más para que la Fiscalía y los entes de control hagan bien su trabajo? ¿Cómo hacer para que aparte del castigo a los victimarios exista un verdadero apoyo a las víctimas? ¿La cadena perpetua a violadores bastará para que este delito disminuya?
Son muchas preguntas que no se podrán resolver de momento pero lo que sí debe pasar, es que como ciudadanía tomemos conciencia y no permitamos que de nuevo a alguien le tapen la boca y no lo dejen gritar. Ayer fue Charlie, hoy la niña embera, mañana puede ser su hijo o hija. Y como la campaña de Jineth Bedoya. NO ES HORA DE CALLAR.
*Nombre cambiado para proteger a la persona.
1 Comentario
Gracias por viabilizar esta dura realidad, necesitamos más compromiso de familias y educadores y una mayor radicalidad en la justicia Colombiana.